Actores sociales y modificación del paisaje ribereño en Colima, México, en el siglo XIX
Social Actors and Modification of the Riverside Landscape in Colima, Mexico, in the 19th century
Juan Pablo Angulo Partida
Universidad de Colima
angulo.ciages.2011@gmail.com
Fecha de recepción: 7 de octubre de 2019
Fecha de aprobación: 6 de octubre de 2020
RESUMEN: Las distintas representaciones sociales que los habitantes de la ciudad de Colima tuvieron sobre los ríos, durante la segunda mitad del siglo XIX, influyeron en las modificaciones al entorno en dicho contexto. Para analizar tal fenómeno, se tomó la postura de Serge Moscovici, quien afirmaba que las representaciones favorecen la elaboración de un objeto social compartido por un grupo de personas, con el fin de facilitar el proceso de comunicación y proponer pautas de conducta. Como resultado, se encontró que cinco grupos de individuos fueron los que más representaciones y modificaciones al paisaje efectuaron, tales grupos estaban constituidos por pequeños comerciantes, políticos, intelectuales locales y médicos. Sus representaciones del paisaje fueron diversas, pero las más comunes corresponden a tres dimensiones: las representaciones estéticas, las referentes al progreso y las relacionadas con la seguridad. Tales representaciones se incorporaron a los discursos que promovieron o desacreditaron distintos elementos del paisaje, como puentes, tajos, arrozales, huertas, baños públicos, entre otros.
Palabras clave: Representaciones del paisaje, elites locales, progreso, cambios en el entorno.
ABSTRACT: The different social representations that residents of the city of Colima held with respect to local rivers in the second half of the 19th century influenced landscape changes in that setting. To analyze this phenomenon, we adopted the posture of Serge Moscovici, a psychologist who argues that representations foster the elaboration of a social object shared by a group of people that is used to facilitate the communication process and to propose behaviors. Results identified five groups who had made the most representations and modifications of the landscape. They were classified as travelers, small businessmen, politicians, local intellectuals, and doctors. Though their representations of the landscape were diverse, several emphasized three specific dimensions: aesthetic representations; those related to progress; and those that expressed a concern for safety. These representations were incorporated into discourses that either promoted or discredited various elements of the landscape, including bridges, canals, rice crops, orchards, and public bathrooms, among others.
Keywords: Landscape representations, local elites, progress, changes in the environment.
Introducción
El paisaje es un objeto de estudio complejo y multifacético, además no es una entidad estática, sino que es sensible a los cambios políticos, económicos, tecnológicos, científicos y sociales. El paisaje es definido por Rodríguez y Duque (2009, 121), como el “resultado de la interacción de procesos evolutivos, tanto al interior de lo estrictamente silvestre, así como de la interacción entre el ambiente y la cultura, a través de la construcción del territorio”. Por lo tanto, el paisaje está condicionado por factores físicos y humanos; entre los primeros, se encuentran la latitud, el clima, el relieve, la altura sobre el nivel del mar, la orientación de las vertientes y la naturaleza del suelo; mientras que en los factores humanos destacan la presión demográfica, la estructura económica, la composición social, la organización política y las innovaciones tecnológicas (Zárate y Rubio 2011, 195). Souto (2011, 130) coincide con estos autores, al poner énfasis en la interacción entre los componentes naturales y la cultura.
Debido a la naturaleza dinámica del paisaje, las alteraciones no suelen ser ordenadas ni continuas, ni corresponden a las mismas motivaciones cuando son producidas por los humanos. Por el contrario, se sobreponen a través del tiempo, en un “palimpsesto de acumulaciones y sustracciones”, de tal forma que cada generación imprime su influencia en el paisaje, siendo éste, de acuerdo con Milton Santos (1995, citado en Souto 2011, 170), un producto social. Así, estudiar el paisaje por medio de la historia, ayuda a comprender su dimensión temporal, lo cual no sólo posibilita reconstruir las “capas” antecedentes (que ya no se ven), sino que permite identificar la continuidad o los cambios de las lógicas en la permanente transformación del paisaje (Contreras 2005, 69), así como quiénes fueron los responsables en modificarlo.
En este sentido, resaltan los discursos hegemónicos y la promoción del estilo de vida de ciertos grupos sociales con poder económico y político, lo cual implicó la imposición de sus patrones culturales (Pío Martínez 2002, 157). Así, la predominancia de las representaciones, ya sean escritas o pictóricas, dependió de lo hegemónicas que fueron, es decir, que hayan sido compartidas por la mayoría de la población o por aquellos grupos que ostentaron el poder (Moscovici 1988, citado en Rodríguez 2003, 61).1 Para ello, fue necesario identificar quiénes representaron al paisaje ribereño, y si tales representaciones favorecieron la intervención del entorno.
El objetivo de este artículo es identificar las distintas representaciones sociales que los habitantes de la ciudad de Colima tuvieron sobre los ríos, durante la segunda mitad del siglo XIX, y si tales representaciones guardaron alguna relación con las intervenciones que se efectuaron en el paisaje ribereño. La ciudad de Colima es la capital de un estado mexicano llamado Colima, se localiza en un valle con una altitud de 490 msnm, una temperatura media anual de 20 °C y precipitación media anual de 1,200 mm (POET 2008, 88). Para este estudio se consideró la segunda mitad del siglo XIX, debido a que en este periodo surgió una mayor diversificación de los usos de los ríos, que van desde fábricas de hilados y tejidos, baños públicos, puentes, canales, huertas, entre otras construcciones.
Las representaciones sociales fueron definidas por Serge Moscovici como la elaboración de un objeto social por un grupo de personas, con el propósito de comunicarse y comportarse (Moscovici 1985, 470).2 Denise Jodelet, influenciada por las ideas de Moscovici, menciona que una representación social tiene la capacidad de concentrar en una imagen cosificante, historias, relaciones sociales y prejuicios (Jodelet 1985, 471). Tales imágenes condensan un conjunto de significados, que son entendidos como “sistemas de referencia que nos permiten interpretar lo que nos sucede, e incluso, dar un sentido a lo inesperado”, y de esta forma utilizar las categorías resultantes para clasificar las circunstancias, los fenómenos sociales y a las personas con quienes nos relacionamos (Jodelet 1985, 472).
Entonces, las representaciones sociales, más que reflejar la realidad, la construyen por medio de textos, palabras, pinturas, y cualquier material cultural que comunique mensajes múltiples y heterogéneos (Contreras 2005, 57-69). Es preciso aclarar que las representaciones sociales son susceptibles de ser modificadas o remplazadas por otras que adquieran mayor importancia, ya sea por procesos de identidad, aculturación, o por el flujo de ideas científicas e intelectuales (Vera, Pimentel y Batista 2005, 441-442).
No obstante, no todos los grupos sociales tuvieron injerencia en los grandes cambios al paisaje, por el contrario, sólo las clases sociales dominantes en los ámbitos económico, político e intelectual, pudieron tener éxito en materializar sus representaciones sobre el ambiente. Ejemplo de ello fue el auge que tuvo la teoría miasmática,3 comunicada por médicos e intelectuales, aspecto que la convirtió en el paradigma reinante sobre el proceso de salud-enfermedad durante gran parte del siglo XIX, siendo una perspectiva neumato-patológica que aseguraba que las emanaciones o miasmas4 infectaban el aire e incuban epidemias (Corbin 1987, 21). La consideración de los miasmas, fue acompañada de una política higienista desarrollada en Europa, enfocada en la lucha contra los ambientes pútridos y húmedos (Corbin 1987, 27). Por consiguiente, el identificar la fuente de los miasmas, y con ello de las enfermedades, fue motivo para que los humanos alteraran su entorno, y así eliminar elementos del paisaje considerados amenazas para su salud (Braudel 1989, 23).5
Otro ejemplo fue evidente en Orizaba, Veracruz, México, ciudad cuya élite política y económica recibió la modernidad de finales del siglo XIX con el lema del “progreso”. Esto gracias a la incorporación de la ciudad a los circuitos internacionales, que trajeron conceptos y modas en la organización de la vida urbana, y que contribuyeron al ordenamiento del espacio, por medio de la ideología, la legislación y las teorías urbanísticas de la época (Ribera 2002). Tanto el higienismo como el progreso fueron representaciones promovidas por ciertos actores sociales que hicieron patente su influencia política, intelectual y económica.
Metodología
Para términos de este trabajo, sólo se consideraron aquellas representaciones que tuvieron relevancia directa o indirecta en la toma de decisiones para la modificación del paisaje. Se tomaron en cuenta representaciones sociales que involucraron posturas actitudinales (a favor o en contra), valoraciones estéticas (bello o feo), referentes higiénicos (de agrado o desagrado), pero, sobre todo, intenciones conductuales (modificar o no al entorno).
Para acceder a las modificaciones del paisaje asociadas a sus representaciones, se consultaron documentos escritos durante la segunda mitad del siglo XIX. Las fuentes consultadas fueron: actas de Cabildo de la ciudad de Colima, peticiones al Ayuntamiento de Colima, ensayos geográficos y estadísticos del estado de Colima, prensa local, obras literarias, reglamentos, memorias y un ensayo higiénico.
En el corpus documental recopilado se implementó el análisis de contenido, con el fin de identificar la relación entre las representaciones sociales y las modificaciones al paisaje ribereño. Este tipo de análisis es definido por Henry y Moscovici (1968, 36) como un conglomerado de técnicas utilizadas para procesar materiales lingüísticos, recopilados a través de encuestas, entrevistas, o materiales “naturales”, es decir, artículos de periódicos, historias, testimonios, discursos políticos, obras literarias, entre otros.
En este caso, el análisis de contenido se utilizó para identificar los elementos relacionados con las riberas colimenses, así como las representaciones asociadas a tales elementos y las acciones que se ejercieron sobre ellos. Como resultado se obtuvo un catálogo de ítems, que después fue sometido a un análisis simple de frecuencias (Íñiguez y Antaki 1994, 58). Posteriormente se enlistaron los personajes que realizaron las representaciones y modificaciones del paisaje colimense, agrupados según las características que los definían, ya sea ocupación, giro comercial, grupo social, entre otros. De esta forma se buscó identificar representaciones particulares de acuerdo al grupo que las evocó.
Representación y modificación del paisaje
A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, ciertos grupos se encargaron de representar al paisaje colimense, cada uno enfocado en aspectos específicos. Los personajes que tuvieron mayor presencia en los documentos de la época se pueden clasificar en cuatro grupos: los pequeños comerciantes, los políticos, los intelectuales locales y los médicos. No obstante, otros personajes también aparecen de manera intermitente, como los dueños de fábricas, algunos indígenas, y otros habitantes que no especifican su adscripción. En la siguiente tabla se muestran los grupos más relevantes, así como los elementos que representaron, los documentos que utilizaron para plasmar sus representaciones y las modificaciones que promovieron.
Representaciones de los diversos elementos del paisaje ribereño por grupo social
Grupo | Representaciones | Documentos | Modificaciones |
Políticos | Progreso y civilización. | Actas de cabildo, Periódico oficial. | Puentes, bóvedas y acueductos. |
Pequeños comerciantes | Progreso y belleza. | Peticiones al ayuntamiento. | Baños públicos, lavaderos. |
Médicos | Inmundicias, miasmas y albañales. | Ensayo de higiene. | Desecación de pantanos, embovedamientos y reglamentos de policía. |
Intelectuales | Hermosos y tropicales. | Obras literarias, pinturas y fotografías. | Influencia indirecta sobre aspectos estéticos de las riberas, las huertas y baños públicos. |
Cada grupo en la sociedad colimense realizó representaciones específicas sobre el paisaje.
Cada grupo tenía objetivos específicos para representar el paisaje, así, intereses y valores se ven reflejados en la manera en cómo escribieron sobre los ríos. Hubo otro grupo, el de los viajeros, que representó al paisaje ribereño colimense durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Estos hombres provenían de diversos países u otras regiones de México, ellos fueron Mathieu de Fossey, Alfredo Chavero, Albert S. Evans, John Lewis Geiger, Edward W. Nelson, Harry Graf Kessler y Viltold de Szyslo. Estos personajes dejaron su legado en sus diarios, representando los aspectos estéticos del paisaje ribereño colimense,6 pero también la presencia de recursos naturales,7 la variedad de vegetación,8 y la naturaleza “tropical” de la ciudad de Colima.9 Sus escritos parecían preparar a quienes posteriormente visitarían la zona con fines comerciales, aunque su influencia en la modificación del paisaje no se puede constatar, debido a que se ignora el alcance que tuvieron sus publicaciones en la ciudad de Colima. No obstante, algunos elementos, como la presencia de agua y la descripción de tierras cultivables fueron recurrentes en los diarios de los viajeros,10 aunque también representaciones como lo tropical y lo malsano11 hicieron alusión a lo incómodo e insalubre que la ciudad de Colima podía ser.
Por otro lado, los políticos magnificaron las bondades de la riqueza de las tierras colimenses, incluyendo a sus ríos. Esto fue notorio en los ensayos geográficos y estadísticos decimonónicos, los cuales fueron auspiciados por el gobierno estatal.12 Tales documentos no escatimaron en hablar de la belleza del entonces joven estado. Entre los elementos enaltecidos se encontraban los afluentes que regaban las huertas y hacían funcionar las fábricas ubicadas en la ciudad de Colima.13 Por su parte, el Periódico Oficial fue vocero de algunos políticos y figuras destacables de la sociedad colimense, al emitir críticas hacia ciertos elementos del paisaje, en específico, contra establecimientos considerados malsanos o inmorales, tal fue el caso de los arrozales14 y los baños públicos respectivamente. El Periódico Oficial también fue un foro para que los políticos expusieran diversas temáticas referentes a los ríos. En éste se abordaron la inauguración de puentes y la gestión y ensalzamiento de obras materiales, acciones que fueron representadas como el termómetro del progreso.15
La clase política utilizó representaciones como el progreso, civilización y mejoras, para referirse a obras materiales que se realizaron bajo su gestión, ya sea como gobernadores, alcaldes, diputados o munícipes. Esto con el fin de enarbolar sus decisiones, que desde su discurso fueron pensadas para el bien común. Este tipo de referencias fueron habituales cuando se aludía a los puentes, a las cañerías y acueductos que se construyeron en Colima.16 De esta forma, la clase gobernante colimense reafirmó su poder político y económico en la ciudad y en el estado.
Las “mejoras materiales” realizadas en las riberas fueron representadas como el “termómetro de la civilización y el progreso”.17 Estas obras correspondieron a varios puentes, provisionales o de mampostería, los cuales proporcionaron la comodidad a la población para vadear los afluentes.18 Los puentes, en especial, aquellos construidos en los años setenta del siglo XIX, fueron asociados al progreso, cuando se gestionó la construcción y reconstrucción de varios de ellos. Por consiguiente, políticos como Miguel Bazán,19 Lucio Uribe20 y Gildardo Gómez,21 utilizaron el discurso del progreso junto con la construcción de obras materiales como parte de su estrategia política. En sí, el progreso daba orgullo a los colimenses, y cualquier acción que se realizara en su nombre era bienvenida.
La representación del “progreso” fue un concepto incluido en los escritos decimonónicos nacionales e internacionales, teniendo un amplio significado. En específico, en el plano local, el progreso fue asociado con construir puentes y otras edificaciones,22 así como con aspectos estéticos que “embellecían” la ciudad, pero también con la salubridad pública, asociada al ornato y al aseo, elementos que solían ir de la mano,23 siendo responsabilidad del gobierno municipal procurarlos. Dicha relación fue referida por Antonio Pérez en 1852,24 Francisco Ramírez y Ramón Pamplona en 1861,25 Miguel Bazán en 1871,26 Filomeno Bravo en 1875,27 y Antonio A. González en 1880.28
Otras representaciones del paisaje se utilizaron para eliminar al objeto representado, para ello, algunos personajes hacían uso de su influencia política. Por ejemplo, Lucio Uribe les llamó lupanares a los baños públicos, cuando buscaba la cancelación de estos establecimientos.29 Mientras que los arrozales eran denominados campos bravos,30 dañosos y emisores de exhalaciones nocivas,31 representaciones que favorecieron la prohibición de estos sitios en las inmediaciones de la ciudad en 1883.32 No obstante, tal discurso tuvo cierta resistencia de otros grupos. En el caso de los arrozales se emplearon argumentos que trataron de desmentir que dichos cultivos fueran nocivos. Así, mientras un grupo veía los arrozales como peligrosos, otros afirmaban que su presencia no afectaba la salubridad pública.33 Este último argumento provenía de un sector que se beneficiaba económicamente de los cultivos de arroz, sin embargo, al final, la prohibición se llevó a cabo.34
Un grupo asociado a los políticos, fue el de los industriales, constituido por los dueños o administradores de las fábricas de hilados y tejidos, así como por representantes de empresas comerciales y de grandes huertas como la de Álvarez. Estos personajes se caracterizaron, en su mayoría, por ser extranjeros o miembros de la elite local. En el caso de los empresarios locales, algunos tuvieron cargos públicos, como Ramón R. de la Vega, quien se desempeñó como gobernador, regidor y diputado. La importancia de este grupo radicó en su participación en el financiamiento de algunas obras materiales, como puentes y acueductos, convirtiéndolos en los habitantes, junto con los políticos, más beneficiados por las concesiones de agua otorgadas por el Ayuntamiento de Colima.35
El agua y la corriente también fueron representados por la clase política, siempre buscando que el líquido llegara a sus propiedades de manera constante y con la calidad necesaria para ser usada. Así, el político y empresario Ramón R. de la Vega y Luis Ochoa, dueño de al menos una huerta, abogaron por cañerías que garantizaran la pureza36 del líquido, además de la intervención del Ayuntamiento en el arreglo de cañerías dañadas, esto, para evitar la escasez del agua.37 Por otro lado, las inundaciones también motivaron a los políticos y a otros habitantes de la ciudad a promover ciertas modificaciones al entorno, después de que las crecientes fueran representadas como funestos desastres o catástrofes.38 Así, se construyeron obras civiles que tenían el objetivo de evitar desbordamientos, como el tajo que conectaba al río Chiquito con el Principal, esto, posterior a la inundación de 1869.39
Otro grupo que representó al paisaje ribereño fue el conformado por pequeños comerciantes, dueños de baños públicos, lavaderos, enramadas, hortalizas y pequeñas huertas, quienes aparecieron como peticionarios ante el Ayuntamiento, generalmente para solicitar a la comisión de fuentes o a la de policía, licencias para operar u obtener mercedaciones de agua40 o propiedades en las riberas. Este grupo social representó al paisaje ribereño y a sus componentes según sus conveniencias, por ejemplo, alegando la improductividad y peligrosidad de ciertos solares, con el fin de que el Ayuntamiento les otorgara el derecho sobre algún predio.41 Los dueños de baños también tenían sus propias representaciones sobre los elementos del paisaje, ellos veían los árboles como estorbos,42 y sus establecimientos como símbolos del orden y la moralidad.43 Además, estos pequeños empresarios, señalaron la arbitraria distribución del líquido en beneficio de las fábricas de hilados y tejidos, cuyos dueños poseían influencia política durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XIX.44
Como es observable, los intereses sobre los ríos no sólo fueron exclusivos de los políticos, los grandes terratenientes y los dueños de fábricas. En general, los colimenses utilizaron distintas representaciones para adquirir propiedades en las riberas. Una estrategia común consistió en mencionar el riesgo percibido de ser emboscado por “maleantes”, peligro asociado al paisaje sin cultivar y “montoso”, aspecto que fue tomado como justificación por particulares al pedirle al Ayuntamiento les concedieran algunos terrenos. Uno de estos casos, fue el que se suscitó en 1861, cuando el señor Ignacio Torres Guzmán pidió al prefecto del centro del estado, se le devolviera la parte de un solar, que afirmó, era de su pertenencia. La coartada que utilizó el señor Ignacio sobre dicha demanda se sustentó en que en el “pedazo referido puedan ocultarse algunos malhechores, los que favorecidos por la obscuridad de la noche pudieran asaltar su casa”.45
Por otro lado, un grupo que no tuvo mucha injerencia directa en las modificaciones del paisaje ribereño, pero sí participó activamente representándolo, fue el de los intelectuales y artistas. Los escritores abordaron en sus obras diversas temáticas sociales, políticas e históricas. Estos personajes emplearon sus memorias y las de otras personas con las que tuvieron contacto, para representar al río de una forma idílica y nostálgica, donde se enaltecieron las actividades sociales realizadas en sitios como el Rastrillo,46 las huertas y los baños públicos;47 a la vez que hacían recorridos históricos por los acontecimientos más relevantes, como las inundaciones,48 las epidemias,49 y las oscilaciones de la corriente de los ríos, representando a esta última como un hilillo cuando era débil50 y como una creciente cuando era fuerte.51
Estos intelectuales locales fueron Gregorio Torres Quintero, Miguel Galindo, Manuel Velázquez Andrade, Felipe Sevilla del Río, Balbino Dávalos y Francisco Hernández Espinoza, quienes tuvieron su infancia y juventud en la segunda mitad del siglo XIX o inicios del siglo XX, siendo receptores de la memoria colectiva de esa época. Las mujeres también tuvieron presencia en estas representaciones. La pintora Senorina Zamora, por su parte, inauguró el paisaje ribereño colimense como motivo artístico, visto desde la perspectiva de una local, pero influenciada por las tendencias estéticas que adoptó de sus mentores durante sus estudios en la capital del país (Velázquez 2000, 23). Estos colimenses expusieron representaciones romantizadas del Colima decimonónico, que dentro de la nostalgia y la topofilia, exaltaron los elementos estéticos del paisaje ribereño, pero también reflejaron su preocupación por la desaparición de un paisaje que estaba siendo consumido por la acción humana.52
Como último grupo, los médicos tuvieron un papel medular en la representación del paisaje malsano y en la inserción de ideas higienistas en el Colima decimonónico. El médico que tuvo mayor peso como promotor de representaciones fue Gerardo Hurtado, quien gracias a su ensayo, Higiene pública de Colima y sus alrededores, difundió varios conceptos higiénicos. Gerardo Hurtado fue el bastión más importante de la salubridad decimonónica en Colima, quien con sus textos, introdujo en la comunidad colimense, medidas y acciones para prevenir el aumento de casos de fiebre amarilla y otras enfermedades.53 Hurtado no sólo se enfocó en las epidemias y los pantanos, también hizo alusión a la infraestructura de la ciudad, como a los puentes cómodos y de “sólida mampostería”.54
Los médicos y, en menor medida, algunos cuantos profesores, políticos y extranjeros, tuvieron cierta formación o conocimiento de los adelantos científicos de la época. Fue así que emplearon conceptos novedosos, como higiene o corrupción, para hacer referencia a la relación entre el paisaje y la pérdida de la salubridad. Estos actores también utilizaron las representaciones de lo tropical y lo ribereño, y las asociaron a lo malsano e insalubre. Ejemplo de ello fue el informe de un médico extranjero quien es citado en el Periódico Oficial, cuya principal temática fue la fiebre amarilla y el cólera, así como la relación de estos padecimientos con las zonas empantanadas.55
Además de los grupos señalados, otras clases sociales también ejercieron cierta presión en los ríos, éstos constituyeron un conglomerado heterogéneo de individuos que representaron al paisaje ribereño y a sus elementos. Su presencia se constata en diversos documentos municipales, generalmente, peticiones al Cabildo, en las que buscaban algún beneficio relacionado a los ríos. Entre estos grupos se encontraban algunos indígenas;56 los vecinos que se quejaban por las emanaciones del arroyo Chiquito;57 aquellos que pedían al Ayuntamiento les otorgara mercedaciones de agua;58 los damnificados por las inundaciones,59 entre otros. Además, algunas de estas personas también se desempeñaron como políticos municipales y pequeños empresarios.
Representaciones sociales en el Colima decimonónico
En este artículo se ejemplificó la presencia de representaciones sociales sobre el paisaje ribereño colimense. Así, la objetivación fue patente, cuando los puentes y otras obras materiales fueron asociadas a la representación del progreso. Por otro lado, el paraíso y el vergel se objetivizaron en las huertas aledañas al río Principal, mientras que los baños públicos fueron representados como lupanares, los arrozales fueron vistos como campos bravos, y el río Chiquito como un albañal. Todas estas representaciones cobraban significado en el proceso comunicativo entre los habitantes del Colima decimonónico, objetivizándose en características reconocibles del paisaje. Esto no quiere decir que las representaciones sociales hayan sido ni el único ni el elemento más importante que influyó en la modificación del paisaje, pero sí estuvieron presentes en los discursos que intentaban o lograban justificar un cambio en el entorno.
Además de la objetivación, también se observó el anclaje, es decir, la generación de una conexión definitiva entre el objeto y la representación. El anclaje, tal como se explica en la teoría de Moscovici, fue complicado de conocer en todos los grupos sociales del Colima decimonónico. Debido a que algunas representaciones, específicamente, referentes a la higiene y al progreso, sólo pudieron conocerse en los grupos que dejaron algún legado escrito. Sin embargo, el anclaje se manifestó en la acción social de los actores, que fue consecuencia de las representaciones incluidas en los discursos.
En el contexto colimense decimonónico, el anclaje se observó claramente en el cambio del paradigma miasmático al bacteriano. Esto sucedió cuando los pantanos dejaron de ser representados como fuentes de miasmas, para ser considerados nido de mosquitos, recuérdese que para inicios del siglo XX ya se conocía el papel de estos insectos como vectores de enfermedades. Así, aunque el pantano seguía siendo visto como peligroso por los colimenses, lo único que cambió fue la razón por lo cual lo era. La principal manifestación del anclaje de esta nueva representación fue que a partir de los escritos del médico Gerardo Hurtado y la introducción de la teoría bacteriana en la sociedad colimense, los miasmas dejaron de ser mencionados, y los microbios recibieron más atención como causantes de enfermedades.
Ahora bien, entender cómo el colimense decimonónico percibía el entorno explica por qué lo modificaba. En general, toda intervención que se realizó al paisaje ribereño, estuvo acompañada de un discurso impregnado de representaciones. En este caso, considerando la propuesta de Jodelet, las representaciones sociales cumplieron sus tres funciones. Es decir, integrar la novedad a un sistema cognitivo social, interpretarla, y orientar acciones específicas ante lo representado. De esta forma, y con relación a los diversos ejemplos que ya se expusieron, las representaciones sociales del paisaje ribereño, las huertas, las inmundicias, el agua, las inundaciones, las obras materiales y los arrozales facilitaron el intercambio de información entre los actores del Colima del siglo XIX, con el fin de comprender su entorno y realizar las acciones necesarias para obtener beneficios o evitar perjuicios.
Conclusión
Los miembros de la elite, generalmente, fueron los protagonistas de las representaciones e intervenciones al paisaje ribereño. Como fue observable, estos personajes mostraron interés económico y político en cada alteración del paisaje. Asimismo, las representaciones sociales distaban de ser neutrales, al contrario, promovían actitudes e intervenciones en los ríos. Razón por la que algunos elementos del paisaje representaron cosas distintas para diversos grupos, lo que demuestra que no existieron representaciones universales, sino que éstas estaban condicionadas por intereses particulares, con objetivos tan diversos como la apropiación, el control, la domesticación y el saneamiento del entorno.
En este artículo se pudo apreciar cuáles fueron las legitimaciones discursivas que los colimenses utilizaron para modificar al paisaje, ya que toda intervención iba acompañada de una interpretación del entorno, la cual estaba constituida por representaciones. Fue así que las representaciones sociales se distinguieron según quién las enunció y cómo las utilizó. Por lo tanto, los intereses particulares de cada grupo estuvieron en sintonía con las modificaciones del paisaje que promovieron. Los viajeros vieron una fuente de recursos naturales, mientras que los gobernantes trataron de sacar ventaja económica y política de cada acción que realizaban en los ríos; los empresarios y particulares, por su parte, buscaban aprovechar el agua y los terrenos cercanos a los afluentes. Pero, sobre todo, la mayoría de las representaciones aquí expuestas provienen de aquellos que dejaron registro escrito de cómo se relacionaban con el paisaje ribereño, a diferencia de los otros grupos sociales que habitaban y hacían uso de los ríos, quienes además tuvieron poco protagonismo en los documentos.
Las representaciones del paisaje fueron diversas, pero las más comunes corresponden a tres dimensiones, las representaciones estéticas, las referentes al progreso y las relacionadas con la seguridad. Las primeras estuvieron presentes en los relatos de extranjeros que visitaron a Colima durante la segunda mitad del siglo XIX, pero también fueron mencionadas por algunos personajes radicados en la ciudad. Muestra de ello, fueron los poemas de Ignacio Rodríguez y los cuentos de Torres Quintero. En estos casos, lo tropical tuvo relación con definidoras estéticas y de exuberancia, más que con el atraso o la inferioridad, ideas que los europeos asociaron a los trópicos durante el siglo XIX. En contraste, algunas de las representaciones locales de lo tropical estaban vinculadas con enfermedades como la fiebre amarilla.
Otro cúmulo de representaciones que moldearon el paisaje fueron las referentes al progreso, utilizadas en varios textos como los periódicos El Estado de Colima, y La Luz de la Libertad, y en los ensayos geográficos y estadísticos del estado. Además, el progreso estuvo acompañado de otras representaciones, como civilización, adelanto, mejoras, prosperidad, moral, orden, bienestar, recursos naturales, aprovechamiento, producciones, comodidad, fértil, industria, avanzado y ciencia. Todas, vistas de forma positiva, tanto por el gobierno como por la población en general; y, en consecuencia, promovidas, buscadas y perpetuadas, ya que se creía que favorecerían el bienestar y la comodidad de los colimenses.
No sólo las representaciones como el progreso acompañaron las modificaciones del entorno, también lo fueron aquellas cuyo objetivo era mantener un paisaje ribereño seguro. El aumento de establecimientos como los baños públicos, el embovedamiento del río Chiquito, así como la ley de desamortización favorecieron el acercamiento de construcciones civiles a la ribera y, con ello, el riesgo de inundaciones. De esta manera, los afluentes fueron representados como el escenario de “funestos desastres”, es decir, inundaciones, que por medio de sus avenidas, generaron “catástrofes” en la ciudad de Colima. Además, en las décadas de los ochenta y noventa del siglo XIX, el repunte de enfermedades como la fiebre amarilla y el cólera motivaron prohibiciones que afectaron los arrozales y algunas huertas, cultivos que fueron considerados causantes de las epidemias. Por otro lado, los baños públicos, pese a ser vistos como hermosos y el lugar de cita para la población colimense, fueron tildados como lupanares y escuelas de inmoralidad, en sí, un peligro para la sociedad.
Todas estas representaciones, ya sean estéticas, de progreso o seguridad, así como sus alzas y sus caídas, mutaron la ribera colimense por más de medio siglo, buscando llegar a la materialización de un río que no implicara peligros a la población, que aspirara al progreso y a la comodidad, y que a la vez fuera un paisaje bello. Alcanzable, al eliminar o evitar aquel paisaje representado como lupanar, albañal, inculto o propenso a catástrofes como las inundaciones. Fue así que los grupos sociales relacionados con las modificaciones al paisaje favorecieron en sus discursos diversas representaciones que justificaban la intervención en los ríos.
Sin embargo, en el entredicho de que las representaciones del paisaje hayan estado vinculadas con modificaciones del mismo, se entendería que este proceso fue consciente, que quien representaba tenía en claro qué resultados colaterales obtendría tras la ejecución de puentes, baños o prohibiciones. Pero eso implica considerar a los personajes colimenses, protagonistas de estas narrativas, como hábiles calculistas de los resultados de sus decisiones, situación que estuvo lejos de ser cierta. Cualquier modificación al paisaje implicó tratar de domar los ríos, para aprovechar sus aguas o facilitar la vida en la ciudad, pero no era una decisión unilateral, los afluentes seguían sus propias leyes y, en ocasiones, algunas decisiones generaron otros problemas, como el desbordamiento de los ríos. De esta forma, el paisaje ribereño no fungía como un ente pasivo, sino que ponía límites a las intromisiones humanas en su lecho.
La constante atención en el paisaje ribereño aunada con la diversificación de actividades en los ríos y la incursión del municipio en la administración del agua y el espacio favorecieron la irrupción de una red de personajes con poder económico y político en los afluentes colimenses. Esta elite local perduró a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, y estuvo comprendida por todas aquellas personas que lograron tener influencia en la modificación del paisaje ribereño, además, dejaron registro de sus representaciones en distintos documentos. Estas personalidades fueron hombres de clase alta, miembros de la vida política y comercial local, y conforme avanzó la segunda mitad del siglo XIX, se incluyeron algunos extranjeros.
Documentos
Archivo General de la Nación (AGN), Prensa Colimense, El Pigmeo, jueves 16 de febrero de 1872.
Archivo Histórico del Estado de Colima (AHEC), 1889, Higiene pública de Colima por Gerardo Hurtado, 18.
AHEC, 1889, Higiene pública de Colima por Gerardo Hurtado, 31.
AHEC, ECPOG, 01 de enero de 1886, t. XX, núm. 01.
AHEC, ECPOG, 10 de diciembre de 1875, t. IX, núm. 50.
AHEC, ECPOG, 13 de agosto de 1886, t. XX, núm. 23.
AHEC, ECPOG, 14 de septiembre de 1883, t. XVII, núm. 37.
AHEC, ECPOG, 16 de marzo de 1877, t. XI, núm. 15.
AHEC, ECPOG, 19 de diciembre de 1869, t. III, núm. 49.
AHEC, ECPOG, 20 de octubre de 1871, t. V, núm. 42.
AHEC, ECPOG, 21 de julio de 1876, t. X, núm. 29.
AHEC, ECPOG, 29 de julio de 1869, t. III, núm. 30.
AHEC, ECPOG, 30 de abril de 1892, t. XXVI, núm. 18.
AHEC, ECPOG, 4 de junio de 1886, t. XX, núm. 23.
AHEC, ECPOG, 4 de noviembre de 1893, t. XXVII, núm. 44.
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AHMC, 1899, sección D, caja 204, exp. 4, 67 ff.
AHMC, 21 de enero de 1861, sección D, caja 111A, exp. 20.
AHMC, 23 de febrero de 1852, sección D, caja 96, exp. 53, 3 ff.
AHMC, 27 de noviembre de 1867, sección D, caja 125, exp. 30, 3 ff.
AHMC, 28 de noviembre de 1865, sección D, caja 118, exp. 40, 1 f.
AHMC, 30 de julio de 1884, sección D, caja 167, exp. 12, posición 1.
AHMC, 30 de septiembre de 1865, sección D, caja 118A, exp. 53.
AHMC, marzo 6 de 1866, sección D, caja 119, exp. 56, 2 ff.
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Notas
1 Moscovici distinguió tres clases de representaciones, entre ellas, las hegemónicas, caracterizadas por ser uniformes o coercitivas, que tienden a prevalecer en las prácticas simbólicas y afectivas; las otras dos son las representaciones emancipadas y las polémicas. (Moscovici 1988, citado en Rodríguez 2003, 61).
2 La representación social es un concepto que Serge Moscovici utilizó en 1961 en su tesis doctoral, retomada a su vez de las representaciones colectivas de Durkheim. La representación social es definida como “la elaboración por parte de una colectividad, bajo inducción social, de una concepción de la tarea que no toma en consideración la realidad de su estructura funcional. Esta representación incide directamente sobre el comportamiento social y la organización del grupo y llega a modificar el propio funcionamiento cognitivo” (Jodelet 1985, 470).
3 Según esta perspectiva teórica, “los miasmas pútridos, emanados de los cuerpos enfermos o en estado de descomposición, son inhalados por el organismo y vienen a romper el equilibrio de las fuerzas internas; si se produce una interrupción de la circulación del espíritu balsámico de la sangre” (Corbin 1987, 25).
4 Los miasmas fueron definidos como emanaciones vaporosas que causaban enfermedades. Se originaban preferentemente en los lugares pantanosos donde había agua estancada y con materiales en descomposición, tanto de origen vegetal como animal y, generalmente, se les podía reconocer por su mal olor. Esta explicación correspondía a una teoría de la enfermedad coherente para la época (Hinke 2000, 61).
5 Braudel expuso cómo las llanuras fueron arrebatadas a las marismas hostiles, con el fin de erradicar la malaria. Entonces, conquistar las llanuras para la agricultura significó primero vencer el agua malsana. Después, traer de nuevo el agua, ahora vivificadora (Braudel 1989, 23).
6 “El viajero que acaba de pasar los espléndidos bosques de cocoteros, de camichines y de chicos zapotes bordan el camino, formando los palmares los más bellos mosaicos de sol y sombra, mientras los camichines gigantescos extienden una multitud de ramas verdes, y los chicos embriagan con el aroma de sus frutos” (Chavero 1864, citado en Ortoll 1987, 54).
7 Uno de estos viajeros, el estadounidense Albert Evans, en 1870, señaló que la explotación de los recursos naturales de Colima era una prioridad, por lo que juzgó necesaria la implementación de mejoras públicas para su aprovechamiento (Evans 1870, citado en Ortoll 1987, 116).
8 John Lewis Geiger abordó el paisaje urbano de Colima, definiendo la variedad de vegetación de la alameda de la Plaza Nueva como “profusamente arbolada con especies diferentes, entre las cuales sobresalen palmas, adelfas, naranjos y limoneros; plátanos de enormes hojas y grandes cantidades de fruta colgando en apretados y pesados racimos, que dan el toque final a una escena verdaderamente tropical” (Geiger 1873, citado en Ortoll 1987, 207).
9 El estadounidense Albert S. Evans ensalzó las características tropicales del paisaje, al escribir que “la fruta verde y las flores de plátano, y toda la riqueza indescriptible de la flora tropical, en tal variedad y brillo” superaban cualquier descripción (Evans 1870, citado en Ortoll 1987, 144).
10 El licenciado Chavero mencionó la productividad de la tierra colimense. “Sus haciendas producen la mejor clase de arroz y añil. Se siembra el maíz, el cacao, el frijol, el café, la caña de azúcar y otros frutos muy productivos. Su famosa sal es ya una riqueza. Abunda en maderas, y baste decir que el ébano sirve de leña en los jacales, para conocer su abundancia” (Chavero, 1864, citado en Ortoll 1987, 54).
11 Chavero en 1864, asoció al agua estancada con el contagio de enfermedades. Este viajero, en su paso por la laguna de Cuyutlán, afirmó que la travesía era igual de peligrosa que los caminos de los tiempos heroicos de la Grecia; pero no siendo “una esfinge en espera de un Edipo que resuelva el enigma, ni una serpiente Pyton que recibirá las flechas del arco de plata de Apolo”, sino en este caso, un enemigo invisible y que no se podía matar, es decir, la fiebre (Chavero, 1864, citado en Ortoll 1987, 54).
12 Para entonces, el gobierno colimense se encargó de crear y promover sus propias representaciones del paisaje local, mediante descripciones geográficas y estadísticas de la ciudad y del territorio de Colima. El objetivo de estas publicaciones fue “dar a conocer ese bello país, del cual muchas personas, aun de las más ilustradas, tienen ideas muy erróneas” (BMLT 1849, 4).
13 El afluente más importante de la ciudad, el río Principal, se encargaba, con “sus excelentes aguas potables; fertilizar multitud de bellas huertas y regar la ciudad”, en su paso por el centro de la capital del Territorio (BMLT 1849, 12).
14 El político Ramón R. de la Vega atribuyó las epidemias de cólera y fiebre amarilla a una sola condición de insalubridad, es decir, el aumento de las plantaciones de arroz, cultivos que fueron responsables de verter en el ambiente una “nueva composición venenosa”. AHEC, ECPOG, 30 de abril de 1892, t. XXVI, núm. 18.
15 La inauguración del puente Zaragoza aconteció con “música, cohetes, aplausos y vítores de la multitud”, evento que continuó todo el día y parte de la noche, en donde todos los participantes, según la nota del periódico oficial, hicieron “votos por el engrandecimiento del Estado, por la conservación de la paz y por el aumento de las obras materiales que son el termómetro de la civilización y del progreso”. AHEC, ECPOG, 21 de julio de 1876, t. X, núm. 29.
16 Algunos síndicos agradecieron a quienes ejecutaron las obras que beneficiaron a la sociedad colimense, agregaron que “Este ayuntamiento está muy satisfecho del entusiasta empeño con que Vd. ha emprendido y llevado a su conclusión todas las obras de mejoras materiales que ha tomado a su cargo”. AHEC, ECPOG, 19 de diciembre de 1869, t. III, núm. 49.
17 AHEC, ECPOG, 21 de julio de 1876, t. X, núm. 29.
18 AHMC, 1878, sección D, caja 147, posición 51, exp. 195, 2 ff.
19 AHEC, ECPOG, 21 de julio de 1876, t. X, núm. 29.
20 AHEC, ECPOG, 21 de julio de 1876, t. X, núm. 29.
21 Gildardo Gómez mencionó que “ha merecido bien el Estado, por su empeño decidido en favor del progreso moral y material del mismo patentizado con diversas obras realizadas durante el tiempo de su Administración”. AHEC, ECPOG, 4 de noviembre de 1893, t. XXVII, núm. 44.
22 El político Francisco E. Trejo mencionó que “Las mejoras materiales, sienten poderoso impulso, cuando el progreso aconseja el espíritu de los que rigen los destinos de la sociedad”. AHEC, ECPOG, 16 de marzo de 1877, t. XI, núm. 15.
23 AHMC, 23 de febrero de 1852, sección D, caja 96, exp. 53, 3 ff.
24 AHMC, 23 de febrero de 1852, sección D, caja 96, exp. 53, 3 ff.
25 AHMC, noviembre de 1861, sección D, caja 108, exp. 16, 2 ff.
26 AHEC, ECPOG, 20 de octubre de 1871, t. V, núm. 42.
27 AHEC, ECPOG, 10 de diciembre de 1875, t. IX, núm. 50.
28 AHMC, 1880, sección D, caja 154, posición 3, exp. 135, 3 ff.
29 Lucio Uribe, alarife distinguido del Colima decimonónico arguye que “Siendo notorio el abuso que cometen la mayor parte de los propietarios que tienen baños públicos en el río Principal de esta ciudad, convirtiendo dichos establecimientos en lupanares clandestinos, con detrimento de lo prevenido en el art. 19 del Reglamento de casas de tolerancia; y teniendo en consideración que esas escuelas de inmoralidad son altamente perniciosas, por la facilidad que encuentra la juventud para prostituirse”. AGN, Prensa Colimense, El Pigmeo, jueves 16 de febrero de 1872.
30 En 1909, Viltold de Szyszlo hizo alusión a la prohibición de los arrozales, los cuales eran conocidos como “campos bravos”, debido a que enfermedades como el paludismo reinaban en sus cercanías (Szyslo 1909, citado en Ortoll 1987, 235).
31 Los arrozales producen exhalaciones nocivas, ya que “éstos exigen lugares acuosos o que se hagan acuosos por medio de riegos y que estos lugares son insalubres”. AHEC, ECPOG, 13 de agosto de 1886, t. XX, núm. 23.
32 La prohibición del cultivo de arroz en la ciudad de Colima se formalizó en 1883, cuando la Secretaría del Ayuntamiento de Colima celebró un acuerdo para que fueran demolidas las siembras de arroz que estaban localizadas sobre las márgenes del río Principal, como medida de seguridad contra la amenaza de la epidemia de la fiebre amarilla. AHEC, ECPOG, 14 de septiembre de 1883, t. XVII, núm. 37.
33 Para 1886, se publicó en la Revista Mercantil un artículo escrito por el otrora cabeza de una de las fábricas de hilados y tejidos, el alemán Agustín Schacht. En el documento, Schacht trató de probar que los arrozales no eran nocivos a la higiene pública, llamando en apoyo a su opinión, a las personas que se dedicaban a su cultivo. AHEC, ECPOG, 4 de junio de 1886, t. XX, núm. 23.
34 Schacht no tuvo éxito en su objetivo, más allá de que el periódico oficial congratulara al “respetable empresario”, por defender los intereses del comercio. AHEC, ECPOG, 4 de junio de 1886, t. XX, núm. 23.
35 Algunas figuras políticas, como el señor Miguel Bazán, se dedicaron a reunir donativos para la construcción de uno de estos puentes, cuya justificación en la recaudación se basó en “la escasez de los fondos públicos, así como al beneficio general que resultaría a los propietarios de fincas en la calle referida con la realización de la obra proyectada”. AHEC, ECPOG, 20 de octubre de 1871, t. V, núm. 42.
36 Ramón R. de la Vega señaló con referencia al agua que “deberán emplearse tubos de hierro, de suficiente solidez y capacidad, y conduciría desde un punto que garantice la pureza y permanencia de la corriente”. AHEC, ECPOG, 30 de abril de 1892, t. XXVI, núm. 18.
37 El día 6 marzo de 1866, Luis Ochoa hizo una petición para la “recomposición” de una cañería, cuya falla ocasionó que “más de cuarenta mil habitantes sufran la escasez del elemento vital de la vida”. AHMC, marzo 6 de 1866, sección D, caja 119, exp. 56, 2 ff.
38 La inundación ocurrida el 29 de septiembre de 1865 en la ciudad de Colima, una de las más memorables del siglo XIX en la ciudad, fue representada como una catástrofe para la población. AHMC, septiembre de 1865, sección D, caja 117, exp. 27.
39 La importancia de la construcción del tajo tuvo diversas referencias en la prensa colimense. El 29 de julio de 1869, durante el mismo mes que ocurrió la inundación, el periódico oficial informó que el trabajo “para cambiar el curso del Chiquito iba muy adelantado”, también se expuso que dicha obra tenía como fin hacer que “las aguas que conduce el Chiquito, desembocaran en el río Principal, cesando, en consecuencia, el peligro en que se encontraba una parte de la población de la Capital, de volver a ser inundada”. AHEC, ECPOG, 29 de julio de 1869, t. III, núm. 30.
40 La facultad de la Comisión de Fuentes consistía en analizar las solicitudes de petición de mercedes de agua para diversos usos, así como otorgarlas o rechazarlas, y resolver problemas entre particulares referentes al líquido. Para entonces, las mercedaciones de agua eran un privilegio de la elite política y económica, ya que “solo ciertas personas podían conseguir el agua que se traía por acueducto”. AHMC, 23 de febrero de 1852, sección D, caja 96, exp. 53, 3 ff.
41 José Grijalva en 1884 pidió a la Comisión de Fuentes se le concediera un “pedazo” de playa del río Principal en el barrio de Tarímbaro, frente a la fábrica de La Atrevida; justificando que el lugar, “además de ser éste improductivo para el Municipio, es un buen escondite para los bandidos”. AHMC, 30 de julio de 1884, sección D, caja 167, exp. 12, posición 1.
42 Carmen Gama solicita la tala de unos árboles de sauces que están en la plaza del río y que estorban la corriente, ofreciendo a cambio para que se construya un puente de utilidad pública. AHMC, 1899, sección D, caja 204, exp. 4, 67 ff.
43 El señor D. Ignacio F. Fuentes, propietario de los baños del “Progreso”, ha introducido mejoras de verdadera utilidad y lujo en ellos. Esta circunstancia y la garantía que tienen allí todas las familias honradas, por el orden y la moralidad que tan estrictamente se hacen observar, nos ponen en el caso de recomendar al público este establecimiento, que sin ostentación puede llamarse el primero en su género en esta capital. AHEC, ECPOG, 01 de enero de 1886, t. XX, núm. 01.
44 En 1866, Luis Ochoa mencionó que la presencia de un acueducto proveniente de la fábrica de San Cayetano “desagua la inmundicia de los comunes de esta fábrica”. Además, dicha construcción ocasionaba que “se corta la corriente del río, al grado de quedar seco algunas horas del día y toda la noche”. Luis A. Ochoa propuso que para resolver este problema, la fábrica tendría que abandonar al referido acueducto, y se utilice uno antiguo que existía a una milla arriba de la fábrica. Además de que se “le dé libre curso a las corrientes del río”. Sin embargo, para el 18 de marzo, la Comisión de Fuentes no dictaminó sobre el caso, y el señor Ochoa siguió insistiendo para que se diera solución. AHMC, marzo 6 de 1866, sección D, caja 119, exp. 56, 2 ff.
45 AHMC, 21 de enero de 1861, sección D, caja 111A, exp. 20.
46 El Rastrillo era uno de los principales paseos típicos de nuestra tierra; las márgenes del río Colima estaban convertidas en bosques de frondosos árboles, a cuya sombra se edificaban enramadas en donde se expendían melón-zapotes (papayos), mangos, mameyes y, sobre todo, cocos de agua, cuchara y media carne, y tuba almendrada y simple (Galindo, 2005, 69).
47 “Las huertas se aprovechan por los vecinos para días de campo o para meriendas. Junto a los baños o estanques van familias enteras o grupos de amigos a pasarse el día o las tardes, con sus comidas o meriendas, con sus guitarras o músicas” (Torres Quintero 2006, 86).
48 Torres Quintero también hizo referencia a la inundación de 1865, en su obra La ciudad encantada. Este autor se refirió al evento, como “la más famosa inundación” que aconteció en el “tiempo del Imperio y que ha hecho época”, siendo un parteaguas de la memoria de los habitantes de Colima. Concerniente a ello, Gregorio Torres Quintero agregó que “muchas gentes dicen: Yo nací cuando la inundación; o yo tenía tres años cuando la inundación” (Torres Quintero 2006, 66).
49 Miguel Galindo narra los sucesos que llevaron la fiebre amarilla a Colima, “sucedió que en el barco en que viajaba Ángela Peralta, iba un enfermo de fiebre amarilla, enfermedad entonces desconocida en Manzanillo. Llegó el barco a este puerto, dejó al enfermo, y luego continuó con Ángela Peralta y toda su compañía hacia el norte” (Galindo 2005, 95).
50 Torres Quintero otorgó responsabilidad a los dueños de las haciendas de arriba (norte), que tomaban el agua para beneficiar sus siembras, dejando pasar un “hilillo de agua, que apenas sube al tobillo en tiempo de secas y a la rodilla en tiempo de aguas” (Torres Quintero 2006, 77).
51 Francisco Hernández Espinosa mencionó que el Puente Quebrado fue construido en 1797, recibiendo el nombre de Puente de Piedra, el cual fue derrumbado en 1822 por una creciente del río Principal en la actual calle Zaragoza (Hernández Espinosa 1982, 57).
52 Las márgenes, antes llenas de vegetación y de lindos prados, de rincones hermosos, de baños bajo enramadas de palma o plátano, todo eso ha ido desapareciendo con la disminución de aguas. Y llegará el día en que la gente se bañe con jícara, si no se ejerce alguna acción en contra de los hacendados de arriba, los cuales no deben privar del agua necesaria a la ciudad dejándola en seco y sin vegetación (Torres Quintero 2006, 77.
53 El doctor Hurtado, autor del ensayo de higiene en el estado de Colima en 1889, consideraba la ciencia como la fuente verdadera de conocimiento. AHEC, 1889, 31.
54 El doctor Gerardo Hurtado destacó la importancia del puente de la calle principal, refiriéndose a él, por ser “cómodo de mampostería que facilita el tránsito de una a otra parte de la ciudad”. AHEC, 1889, Higiene pública de Colima por Gerardo Hurtado, 18.
55 El médico extranjero John Peters mencionó que la causa de la fiebre amarilla y el cólera “son gérmenes peculiares que prosperan en las materias pútridas, en las ciudades de temperatura calidad y sin limpieza”. AHEC, ECPOG, 6 de marzo de 1885, t. XIX, núm. 10.
56 Unos indígenas vecinos de la comunidad de San Francisco de Almoloyan (referidos en un documento como naturales) pidieron en 1867, se les otorgara permiso para usar el agua del río Principal, situación que se resolvió al concederles una naranja de agua, con la condición de usarla “solamente entre las seis de la tarde del sábado a las seis de la mañana del domingo”. AHMC, 27 de noviembre de 1867, sección D, caja 125, exp. 30, 3 ff.
57 El 23 de febrero de 1852, un grupo de vecinos pidió al Ayuntamiento, eliminar las “cañerías que salían de las secretas de varias casas”, y cuyo contenido se depositaba en el arroyo. Argumentando ante ello, que la sociedad debía disfrutar del aseo, el ornato, la salubridad pública y otros tantos beneficios. AHMC, 23 de febrero de 1852, sección D, caja 96, exp. 53, 3 ff.
58 Un habitante de la ciudad de Colima notó que después de la inundación de 1865, no se estaban aprovechando las “abundantes aguas de la estación”, por lo que pidió al Ayuntamiento se le permitiera tomar agua del río Chiquito para regadíos, aunque en esta ocasión Ceballos no tuvo éxito. AHMC, 28 de noviembre de 1865, sección D, caja 118, exp. 40, 1 f.
59 En un documento del 30 de septiembre de 1865, el señor Miguel Orozco, vecino de la ciudad de Colima, expuso al Ayuntamiento que los cuartos y el piso de su propiedad fueron destruidos por las avenidas del río Principal, “acaecidas el 29 y 30 de septiembre de 1865, en cuyas márgenes estaba situada su vivienda”. El Ayuntamiento respondió, que una comisión se encargaría de evaluar las “reedificaciones que tengan que hacerse nuevamente”. AHMC, 30 de septiembre de 1865, sección D, caja 118A, exp. 53.
Juan Pablo Angulo Partida
Doctor en ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad de Colima, actualmente labora para el programa Sembrando Vida de la Secretaría del Bienestar. Líneas de investigación: representaciones sociales, redes sociales en la historia y modificación del paisaje. Publicaciones: “Servicios públicos y cultura urbana en México durante la primera mitad del siglo XX: Una propuesta de estudio desde la historia del abasto de agua (2017)”, coautoría con Francisco Javier Delgado. Estudios sobre las Culturas Contemporáneas; “El cólera y la fiebre amarilla en el estado de Colima, México (1880-1895)”. Letras Históricas (2020); Coautoría con Mireya Abarca y Jonás Larios. “Esbozo de la estrategia de investigación en la Universidad José Martí: Coordinación de Investigación y Transferencia”. En Nace una Universidad: Universidad José Martí, política social de inclusión educativa en Colima.