DOI: http://dx.doi.org/10.24901/rehs.v39i153.378
Haciendo “hablar” a una historia muda. Surgimiento y consolidación de la comunidad sorda de Morelia
Making a Mute History “Speak”. Emergence and Consolidation of Morelia´s Deaf Community
Christian Jullian
Universidad Pedagógica Nacional, chtoad@yahoo.com.mx
Este trabajo describe y analiza el nacimiento y desarrollo de la Comunidad Sorda de Morelia, subrayando los rasgos que la caracterizaron y algunos de los acontecimientos más relevantes de su pasado. Asimismo, mediante una breve revisión de la historia de uno de los grupos de sordos mejor estudiados y probablemente más influyente en México, el de los estudiantes de la Escuela Nacional de Sordomudos en la Ciudad de México, se muestran las similitudes y los contrastes entre este colectivo y el moreliano.
Palabras clave: Comunidad Sorda de Morelia, Lengua de Señas Mexicana, rehabilitación, discapacidad, historia de Morelia
This paper describes and analyzes the origin and development of Morelia’s deaf community, emphasizing the features that typified it and some of the most outstanding events from its past. Also, some similarities and contrasts are drawn between this community and groups at the National School for Deaf-Mute People in Mexico City through a brief review of the latter’s history
keywords: Morelia’s deaf community, Mexican sign language, rehabilitation, impairment, history of Morelia
Fecha de recepción del artículo: 01 de febrero de 2016 / Fecha de aprobación: 18 de octubre de 2016 / Fecha de recepción de la versión final: 18 de enero de 2017
El lingüista William Stokoe propuso en 1960 que las señas usadas por los sordos norteamericanos para comunicarse no eran una versión manual empobrecida del inglés, como muchos pensaban, sino una lengua natural.1 La idea pronto ganó adeptos y, en la década de 1970, aparecieron los primeros grupos de investigación sobre lenguas de señas en el mundo.2 Esos sucesos tuvieron un profundo impacto en la manera en que se pensaban a sí mismos los Sordos:3 se argumentó que si tenían una lengua propia entonces tenían una cultura, es decir, una forma original de percibir el mundo que derivaba en una serie de prácticas sociales y características particulares, que habían enfrentado una duradera discriminación estructural y un tipo específico de dominación, y que tenían, por tanto, una historia exclusiva.4 Términos como “Identidad”, “Cultura”, o “Comunidad Sorda” se debatieron y popularizaron, arraigándose entre la sociedad estadounidense y algunas otras.5
En las dos últimas décadas del siglo XX esas ideas llegaron a México.6 En ese tiempo se sabía poco de las Comunidades Sordas (CS) en el país, y se supuso que el origen de éstas estuvo relacionado con la creación, en 1867, de la Escuela Nacional de Sordomudos (ENS). Hasta ahora las investigaciones siguen predominantemente esa dirección y se ha hecho poco por explorar la historia de los Sordos en otras ciudades. Por eso, este trabajo se propone analizar desde una perspectiva histórica el surgimiento de la comunidad de sordos de Morelia,7 identificando los hechos más relevantes de su pasado, los actores y espacios clave, así como los procesos nacionales e internacionales involucrados. No sobra señalar que por el tema elegido, los enfoques interpretativos y las fuentes empleadas, el trabajo abreva de los planteamientos de la historia social, en específico de la vertiente conocida como “historia desde abajo”,8 pero también de las propuestas teóricas y metodológicas de los estudios interdisciplinarios denominados Deaf Studies en el mundo anglosajón,9 así como de los pocos estudios mexicanos elaborados con esta última perspectiva.10 Como es fácil imaginar, el problema heurístico aparece como el principal reto por vencer. Para la primera parte, que presenta un breve esbozo de la historia de la CS de la Ciudad de México, se indagó en tres archivos históricos fundamentales: el de la Ciudad de México, el de la Secretaría de Salud y el Archivo General de la Nación.11 Otras fuentes valiosas fueron los trabajos que ya existen sobre el tema así como la prensa de la capital de la república. Mayor dificultad significaron las secciones dedicadas a la CSM debido a que no hay información disponible sobre ella en los archivos históricos locales. Por ello, se recurrió a los acervos personales o familiares de algunos de sus miembros y a técnicas propias de la antropología, como la observación participante, los grupos focales y las entrevistas puntuales,12 complementadas con una exhaustiva revisión hemerográfica. El conocer lo ocurrido con los Sordos en la ciudad de México y en otros países fue vital al inicio, pero pronto se hizo secundario al constatarse que la historia de la CSM se construyó de una forma distinta y original. No obstante, para enfatizar su singularidad, revisaremos en primer término la historia de la CS de la Ciudad de México, destacando exclusivamente los elementos decisivos para su surgimiento y consolidación, para después contrastarlos con los correspondientes a la CSM.
La comunidad sorda de la Ciudad de México
Las primeras referencias conocidas sobre sordos en la historia de México no los muestran agrupándose entre ellos ni formando una comunidad específica y diferenciada, sino integrados al resto de la sociedad en múltiples espacios y niveles. Los escasos registros de las etapas novohispana e independiente los presentan siempre en relación con personas que sí podían escuchar y sugieren que vivían adaptándose a sus circunstancias: trabajando, participando en actividades religiosas o realizando diligencias comerciales, civiles y hasta judiciales.13 Pero nada indica algún interés por asociarse con otros en su misma condición, ni la existencia de un sentimiento de identidad relacionado con ella. Todavía hacia 1866, cuando arribó a México el maestro francés Eduardo Huet, quien sería el fundador de la primera escuela para sordos en el país, las circunstancias seguían siendo las mismas.14
El escenario empezó a cambiar en 1867 con la creación de la ENS. Esa institución, que utilizaba señas para educar a sus alumnos, permitió que sordos que antes no se conocían crearan fuertes vínculos sociales, edificando una identidad propia basada en la comunidad lingüística que formaron, sobre todo, gracias a que la escuela era un internado.15 El propio Huet señaló la importancia de que los escolares vivieran juntos para alcanzar una educación adecuada: “Cuando muchos [sordos] se hallan reunidos en sociedad, se desarrollan sus ideas con rapidez. Entonces cada uno lleva su contingente a la masa común: nuevas relaciones, nuevas necesidades, dan nacimiento a nuevas ideas y a sentimientos nuevos”. Y añadió: “los niños se instruyen y aprenden su idioma jugando. Al contacto de esas conversaciones infantiles y diarias, se desarrollan poco a poco su inteligencia y sus ideas, [por ello] los sordo-mudos deben […] vivir, habitar juntos y conversar continuamente unos con otros, durante el curso de sus estudios”.16
Las palabras de Huet reflejaban la experiencia internacional de más de un siglo de escuelas para sordos. En ese periodo, los internados lograron los mejores resultados educativos pero también fueron el sitio donde se consolidaron las lenguas de señas usadas por los estudiantes y, cuando ellos abandonaron los colegios, las llevaron consigo y las difundieron entre otros.17 Lo mismo ocurrió en México. La primera CS surgió de las relaciones establecidas entre los alumnos que vivían en la ENS a través de la comunidad lingüística que las hacía posibles.18 Esa comunidad debió consolidarse en menos de veinte años, porque resistió el cambio en el enfoque educativo que sobrevino por todo el mundo a partir de 1880, cuando el uso de señas fue sustituido por el “método oral puro”, que sostenía la “superioridad incontestable del habla sobre los signos para incorporar a los sordomudos a la vida social”.19 Esa nueva tendencia mundial, adoptada por la ENS en 1886,20 no consiguió desplazar por completo al uso de señas, como lo prueban las continuas quejas de sus profesores y directivos sobre el fracaso para “extirparlas” entre los alumnos.21
Pero vivir juntos y usar señas no garantizaba por sí mismo que la Comunidad recién formada pudiera sobrevivir y reproducirse al exterior de la ENS. Para que eso ocurriera, fueron determinantes dos condiciones presentes en la institución. La primera fue que enseñaba oficios. Una de las mayores preocupaciones de las autoridades educativas era que los sordos pudieran trabajar. Por eso, además de la enseñanza primaria, se impartieron clases de caligrafía y dibujo,22 y talleres de carpintería, imprenta, sastrería y zapatería, entre otros.23 Para la CS fue importante porque muchos de los que aprendieron algún oficio ahí, luego se ganaron la vida por ese medio, a veces colaborando entre sí.24 La segunda característica fue el fomento de las prácticas deportivas. Al menos desde 1875, existió una clase de gimnasia, pero el deporte como tal se popularizó gracias a las ideas educativas llegadas a México en el periodo posrevolucionario. Entonces “se encontraba muy extendida la convicción de que los niños requerían una educación integral que contemplara las actividades corporales para contrarrestar los excesos del aprendizaje intelectual”.25 Así, entre las décadas de 1920 y 1930, la Beneficencia Pública, de la cual dependía la ENS, organizó actividades deportivas en sus planteles y competencias entre los equipos representantes de cada uno.26 En ellas, los Sordos obtuvieron triunfos notables que fueron celebrados por la prensa local.27 Al salir del colegio muchos siguieron practicando deportes, motivados por sus victorias frecuentes y porque en esos espacios usar señas no estaba prohibido y podían socializar con libertad a través de ellas.
Aunque la ENS fue el bastión de la CS al menos hasta la década de 1940, en el siglo XX surgieron otros espacios donde ésta se desarrolló. En primer término, las asociaciones de exalumnos. El registro más antiguo de una asociación constituida formalmente es de 1913, el “Gran Grupo de Ex-alumnos de la Escuela Nacional de Sordo-mudos”, definido por sus miembros como una “agrupación mutuo-cooperativa”.28 Pronto aparecieron otras que permitieron reunirse a los que salían de la ENS y realizar actividades deportivas, de recreación y comercio, como la “Asociación Deportiva Silente de México” (1931),29 la Asociación Mexicana de Sordomudos (1939), el Club Deportivo de Sordomudos (1944) y la pionera en incorporar colectivos de otras ciudades del país, la Federación Mutualista de Sordomudos (1946).30 Esas agrupaciones, reconocidas por la Secretaría de Salubridad y Asistencia (SSA), usaban señas y las difundían entre la población en general mediante la distribución de alfabetos manuales impresos e incluso clases a los interesados.31 Un segundo espacio consolidado entre las décadas de 1940 y 1950, fue el dedicado a actividades religiosas. Desde inicios del siglo XX algunos alumnos asistían a la cercana iglesia de San Hipólito gracias a que el sacerdote claretiano Camilo Torrente empezó a “instruirlos en la fe y confesarlos por medio de señas”. Otro claretiano, Rosendo Olleta, “tuvo la idea de explicar a los sordomudos el significado de la misa, utilizando el mismo método que su predecesor”, en 1940. Olleta incluso intentó ampliar su servicio mediante la creación de una escuela, pero su muerte en 1950 frenó la obra, que fue retomada en 1955 por el padre Manuel Fierro, quien fundó el “Instituto para sordomudos Rosendo Olleta”.32
El éxito de las asociaciones y del Instituto Rosendo Olleta radicó en que ahí los Sordos de diferentes generaciones podían usar señas. Gracias a ello muchos trabajaron juntos, entablaron o mantuvieron amistades duraderas, se casaron entre sí y otros que jamás estudiaron en la ENS se integraron a la floreciente CS.33 Sin embargo, al mediar el siglo, inició un proceso que modificó la forma en que el estado mexicano pensaba y trataba a los sordos y, como resultado, la ENS dejó de ser el centro de la Comunidad y ésta debió replegarse hacia los otros espacios mencionados. Dicho cambio fue la llegada de la rehabilitación. ¿Qué era, cómo se implementó y de qué maneras afectó a los Sordos?
La rehabilitación surgió durante la Primera Guerra Mundial, por la necesidad de reinsertar a la vida productiva a los millones de heridos y mutilados del conflicto.34 Pronto, las nuevas terapias se usaron con éxito en accidentados en el trabajo o, incluso, en casos congénitos. Además del ahorro económico que implicaba, esa perspectiva armonizaba con la reciente legislación laboral que buscaba proteger a los trabajadores, pero también con la nueva noción de asistencia, según la cual el estado tenía la obligación de cuidar a los desvalidos.35 Con la Segunda Guerra Mundial la rehabilitación se consolidó y los servicios que ofrecía se multiplicaron y se difundieron por todo el mundo.36 En México, la creación de la Secretaría de Asistencia Pública en 1938 y su incorporación a la Secretaría de Salubridad en 1943 amplió la responsabilidad federal hacia los desamparados,37 mientras que la Ley del Seguro Social en 1942 y la fundación del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), al año siguiente, extendieron los compromisos gubernamentales hacia la clase trabajadora, y fue en sus hospitales donde aparecieron los primeros servicios de rehabilitación.38 En la década siguiente la especialidad se institucionalizó, con la creación de la Dirección General de Rehabilitación (DGR) de la SSA en 1953, la cual, entre otras cosas, reorganizó las escuelas nacionales de ciegos y sordomudos, transformándolas en los Centros de Rehabilitación Uno y Dos, respectivamente.39
En cuanto a la rehabilitación auditiva oral, es decir, la dedicada a problemas del oído y el habla, inició en México con el Dr. Pedro Berruecos Téllez, destacado otorrinolaringólogo que fundó en 1951 el Centro Audiológico y Foniátrico, institución privada pionera en Latinoamérica en atender, con la nueva perspectiva, a ese sector.40 Al establecerse la DGR, Berruecos fue nombrado su asesor técnico, y por su consejo se convocó de inmediato al primer curso para formar expertos en audición y lenguaje.41 En 1954 se estableció el Instituto Nacional de Audiología, especializado en diagnosticar los tipos y grados de pérdida auditiva, así como en prescribir el tratamiento adecuado para cada caso, y, a partir de 1955, comenzaron a crearse centros semejantes en otras ciudades del país.42 Los cambios que este proceso trajo para los sordos se manifestaron de inmediato: la medicina sustituyó a la pedagogía como la principal responsable de atenderlos. Las pocas escuelas que existían se convirtieron en clínicas, los educandos en pacientes y las clases en terapias. Estas últimas eran, sin embargo, muy parecidas a las clases impartidas desde décadas atrás por el ya referido método oral puro y, al igual que éste, consideraban inadmisible el uso de señas.
Como resultado, la antigua ENS, entonces Centro de Rehabilitación Dos, endureció su prohibición hacia las señas a la vez que redujo los contenidos académicos y de capacitación laboral en favor de las terapias orales. Hacia el final de la década de 1960, se fusionó con el Instituto Nacional de Audiología y formaron juntos el Instituto Nacional de la Comunicación Humana. Para ese periodo, los Sordos, organizados en torno a sus asociaciones y al Instituto Rosendo Olleta, iniciaron una campaña que exigía a las autoridades el respeto a sus señas y la reapertura de la ENS, con la orientación educativa original y programas similares a los existentes antes de su transformación, pero no fueron escuchados.43 Aunque en los siguientes años distintos grupos de Sordos emprendieron ocasionales acciones de protesta, al no recibir la atención esperada continuaron su camino en los espacios donde les fue posible.44 Para entonces, la CS de la Ciudad de México tenía una identidad definida y una historia propia, marcada por la incomprensión de las autoridades pero sustentada en la lengua de señas que se reproducía de forma natural y que llegó a ser el medio franco de comunicación entre los Sordos de prácticamente todo el país.
Mientras eso ocurría en la Ciudad de México, en Morelia surgió una pequeña CS, en condiciones distintas y poco favorables. A pesar de que el proceso nacional la afectó de diversas formas, los medios que empleó para consolidarse fueron efectivos y originales. Por ello, conviene revisarlos con más detalle.
El surgimiento de la comunidad sorda de Morelia
Morelia era una ciudad relativamente pequeña a mediados del siglo XX, pero crecía con rapidez. En 1950 tenía alrededor de 63 mil habitantes y, diez años después, superaba los 100 mil.45 El crecimiento también se manifestó en obras de infraestructura y en la consolidación de su industria, además de que los servicios de toda clase se ampliaron y modernizaron, destacando, entre otros, los destinados a cuidar la salud de la población.46 Nuevas clínicas y hospitales abrieron sus puertas o, los que ya existían, extendieron sus alcances. En ese contexto fue creada la Escuela de Rehabilitación de Michoacán (ERM), que contaba con un programa educativo para sordomudos, lo cual la convirtió en la primera institución en atender las necesidades específicas de ese sector en Morelia. Aunque la fecha en que el referido programa comenzó a funcionar se desconoce, los datos disponibles permiten asegurar que ya existía en 1960, aunque aparentemente fue creada pocos años antes. Dependía de la SSA y es probable que su establecimiento formara parte del proyecto de ampliación de los servicios de la DGR hacia los estados.
Por ser la primera institución para ellos, muchos de los Sordos que estudiaron ahí conservan fotografías y otros registros de su etapa como alumnos. A través de la revisión de los materiales disponibles en sus archivos familiares y las conversaciones con ellos se pudo constatar que, por tratarse de un espacio con perspectiva rehabilitatoria, lo que se buscaba era enseñar a hablar, leer y escribir, mientras que las señas estaban prohibidas, aunque los estudiantes aprovechaban cualquier distracción de sus maestros para comunicarse por ese medio.47 Como no conocían la Lengua de Señas Mexicana (LSM), usaban mímica para jugar o transmitir ideas, recurrían a las señas que cada uno utilizaba en sus hogares para platicar o inventaban las que fueran requiriendo según sus necesidades. Llama la atención que a más de cincuenta años de distancia, todavía recuerdan la seña personal asignada a cada alumno, que años después, cuando ocurrió el contacto con la LSM, muchos modificaron, introduciendo la letra del alfabeto manual en la configuración de la seña original, aunque conservando, en algunos casos, elementos como su posición, orientación o movimiento.48
Los Sordos relataron que las estrategias educativas que se usaban eran las propias de la rehabilitación oral: inflando globos y con otros ejercicios a modo de juego, les enseñaban a controlar su respiración para poder emitir sonidos;49 con abatelenguas y espejos les mostraban dónde colocar la lengua para pronunciar las letras, que previamente habían aprendido a escribir, por imitación. Para mejorar su caligrafía y fortalecer la memorización de palabras, copiaban secciones de libros, aunque recibían pocas explicaciones y casi nunca entendían lo que hacían. Por último, además de desarrollar las habilidades básicas de habla, lectura y escritura, había alguna capacitación laboral, pero el tiempo dedicado a ella era escaso, debido a que la escuela no era un internado y sólo funcionaba de las 8:00 a las 13:00 horas.50 En opinión de los alumnos recibían buen trato de los empleados, aunque la comunicación con ellos era limitada. Algunos enfatizaron que no los entendían y otros que las maestras sólo los ponían a copiar y rara vez revisaban sus trabajos, mientras ellas platicaban entre sí. Pero la queja más persistente fue que no les permitían usar señas.
La importancia que la ERM tuvo como primer espacio de socialización de los sordos morelianos parece innegable, e incluso, puede considerarse crucial en la construcción de una primigenia identidad, aunque fueron varios los factores que impidieron que en ese lugar se consolidara una CS. En primera instancia, la deserción era alta. Muchos alumnos vivían lejos del plantel o eran de escasos recursos, lo cual dificultaba su asistencia regular, mientras que otros desistían al ver poco avance en su aprendizaje, por decisión propia o de sus familias. En segundo lugar, la edad límite para permanecer en la institución, dieciséis años, era improrrogable, lo cual limitaba los intercambios intergeneracionales, además de que seguían siendo menores de edad cuando egresaban, lo cual reducía la posibilidad de pasar tiempo con sus excompañeros en otras actividades, especialmente, porque no existía otro espacio institucional que los reuniera. Finalmente, en cuanto al aprendizaje de oficios, éstos no se enseñaban consistentemente, quizá porque los alumnos eran demasiado jóvenes o porque el objetivo era la rehabilitación oral y no la capacitación laboral. Como resultado, ninguno de los egresados señaló que pudiera usar esas habilidades para trabajar y ganarse la vida con lo ahí aprendido.51
Sin suficiente instrucción para el trabajo, los egresados de la ERM buscaron alternativas distintas a los oficios para subsistir. En esas circunstancias, las condiciones individuales de cada sordo y el apoyo familiar fueron claves para lograrlo, como lo muestra el caso de los hermanos Alegre, tres sordos que luego de algunos años en la escuela dedicaron su vida a realizar mudanzas, el negocio familiar. Aunque el último de ellos murió hace algunos años, todavía muchos recuerdan a Santiago, el mayor y más popular de los tres, o hacen referencia a ellos como “los mudos de Carrillo”, por ser en la Plaza Carrillo donde se les podía encontrar para contratarlos. También está el notable caso de la familia Vega, conformada por catorce hermanos, de los cuales los nueve mayores son sordos. De estos nueve, tres son varones, Trinidad, Gerardo y Pepe, quienes abrieron la vidriería “El diamante” con la colaboración de sus hermanos oyentes. Sus seis hermanas sordas, mientras tanto, fabricaban sencillos productos que luego vendían. Otros, que no tenían familia sorda, consiguieron trabajo en dependencias de gobierno, como Miguel Almanza, quien ingresó en 1973 en la Secretaría de Recursos Hidráulicos con la ayuda de su hermano mayor. Primero trabajó como ayudante general y, sin que nadie le enseñara, aprendió a engrasar la maquinaria que se usaba para dragar canales y ríos así como a dar mantenimiento a tractores, trascabos, motoconfomadoras y otros vehículos, pero como él quería manejarlos, observó con atención como lo hacían los operarios, y, cuando uno renunció, solicitó ocupar su lugar. Después de aprobar el examen de aptitud se quedó con el trabajo, en el cual se mantuvo los siguientes 34 años hasta que se jubiló. En contraste con la Comunidad de la Ciudad de México, ningún entrevistado hizo referencia a proyectos que incluyeran Sordos ajenos al núcleo familiar en ese periodo, lo cual dificultó que se consolidaran grupos señantes en los espacios de trabajo.52
Pero el limitado papel de la ERM en el surgimiento de su Comunidad lo establecen los propios Sordos, al negar que ésta haya sido determinante. De hecho, en las entrevistas realizadas, ante la pregunta específica sobre dónde comenzaron a relacionarse con otros Sordos, ni un solo informante señaló a aquella escuela. En ese mismo sentido, ninguno fue capaz de aportar incluso sus datos más elementales: nadie supo cuándo empezó a funcionar ni quién fue el responsable de que se creara; no fue mencionado ningún presidente, gobernador o director, ni pudieron explicar de qué dependencia pública formaba parte. Llama la atención que, a pesar de hallarse en los documentos de sus propios archivos, pocos recordaron el nombre oficial de la escuela, por lo que es comprensible que la CSM no tenga una seña específica para referirse a ella. Sorprendentemente, más de la mitad de esos informantes conocía la historia de la ENS, que Benito Juárez la había fundado y que su director fue Eduardo Huet, un sordo francés que enseñaba con señas.53 Entonces, si no es a través de la ERM ¿Cómo explica la CSM su surgimiento? Mediante una serie de relatos que involucran al citado Miguel Almanza.
Miguel trabajaba en la Secretaría de Recursos Hidráulicos desde 1973 y, como le gustaba el fútbol, empezó a jugar con sus compañeros de trabajo, todos oyentes. Dado que era un buen jugador, pronto fue invitado a participar en torneos formales, en la Liga Municipal de Futbol de Morelia. Ahí conoció poco a poco a otros sordos que acudían como observadores o jugadores y los fines de semana comenzaron a reunirse para practicar deportes y socializar. Aunque los encuentros del grupo se hicieron frecuentes, la llegada de dos Sordos de otras ciudades ayudó a su consolidación. Primero Rafael Jáuregui, procedente de Chihuahua, y algún tiempo después Luis Mújica, de la Ciudad de México. Ambos eran hábiles señantes y entablaron amistad con Miguel porque también jugaban fútbol. Gradualmente el grupo fue creciendo, hasta que decidieron formar un equipo en 1977 e inscribirlo en la Liga Municipal. Eligieron el nombre “Club deportivo de silente”, al parecer por sugerencia de un compañero de trabajo oyente de Miguel, quien una vez le dijo “tú eres silente”, empleando un eufemismo que se usaba para referirse a los sordos.54 Los miembros del equipo cooperaron para sufragar los gastos de su participación en ese torneo (inscripción, arbitraje, uniformes, etcétera), y a partir de ahí, el Club participó asiduamente en eventos deportivos, incluidos algunos fuera de la ciudad contra otros equipos de Sordos, de los que tuvieron noticia gracias a Rafael. La primera referencia en un diario moreliano a un partido de este tipo se publicó el 18 de julio de 1980, cuando en el marco del inicio de la temporada 1980-1981 de la Segunda División de Futbol Profesional, fueron presentados como el “Campeón nacional […] que se coronó recientemente en el Torneo de Sordomudos”, que enfrentaría a “su similar del Estado de Jalisco”.55
Un hecho que cambió el rumbo de las actividades del Club ocurrió entre 1983 y 1984, en un torneo de la Liga Municipal, cuando conocieron personalmente a Cuauhtémoc Cárdenas, entonces gobernador de Michoacán. Sordos de otras ciudades les habían explicado que a menudo conseguían recursos de instancias públicas para financiar sus gastos. Aunque el Club ya participaba regularmente en distintas competiciones, siempre había sido con sus propios medios, porque todos trabajaban pero también porque no sabían a quién solicitar la ayuda ni cómo hacerlo. Por ello, al reconocer al gobernador, un grupo de Sordos encabezados por Miguel se le acercó y le pidió apoyo, a través de una persona oyente de la Liga Municipal que sabía unas cuantas señas -por el contacto semanal con ellos-, de Rosalba, hermana mayor de la familia Vega, sorda que leía los labios, para entonces casada con Rafael, y la hermana oyente de ésta, Elizabeth, conocida como “Liz” y quien tenía unos 8 años. La petición era simple: querían ayuda para pagar el transporte y los uniformes requeridos para un torneo en Guadalajara. Cárdenas comprendió las necesidades de los Sordos y, según relata Liz, él le dijo: “Niñita, tú diles, porque yo no sé hablar con las manos, diles que yo los voy a ayudar”. Hoy, más de 30 años después, Liz todavía recuerda con aprecio a Cárdenas por cumplir su promesa.56 Miguel, quien administraba el Club, agregó que el secretario particular del gobernador le explicó cómo hacer los trámites por escrito y que sólo cinco días después recibieron los recursos solicitados y pudieron realizar el viaje.
Igual que ocurrió en otras partes del país con diferentes CS, el vínculo con las autoridades fue determinante en el proceso de su visibilización en Morelia, debido a que permitió hacer más eficientes las medidas tomadas para favorecer su inclusión, a través de nuevos programas capaces de cubrir sus necesidades en materia de asistencia, salud y educación. Acorde con los lineamientos federales, tanto los espacios que ya existían como los que se fueron creando, desarrollaron acciones innovadoras en ese sentido. De esa forma, se ofrecieron cursos de capacitación laboral en el IMSS y en el Instituto Michoacano de la Juventud y el Deporte (IMJUDE) entre otras dependencias y, desde 1992, en la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL). En los archivos familiares y personales consultados, existen numerosas fotografías y diplomas de tales cursos, mediante los cuales algunas Sordas se hicieron cultoras de belleza, panaderas o reposteras, mientras otras aprendieron corte y confección. Entre los varones lo más usual fue aprender carpintería, ebanistería, reparación de electrodomésticos y mecánica automotriz, entre otros.
A pesar de que muchos empezaron a ganarse la vida con lo aprendido en esos cursos, en la década de 1980 cobró auge en Morelia una práctica que existía entre algunos Sordos de la ciudad de México al menos desde la década de 1940: la distribución en la vía pública de estampas con imágenes religiosas o con el alfabeto manual, con leyendas como “Soy sordomudo. Ayúdeme a sostener a mi familia”, o similares.57 Esa actividad permitía obtener dinero rápida y fácilmente, mientras se conseguía otro trabajo. No obstante, enfrentó cambios con el paso de los años. En primer lugar, algunos Sordos compraron las estampas, pero contrataron a otros -que conocían en las reuniones del Club o en los cursos de capacitación- para que las distribuyeran, repartiéndose las ganancias. Otro cambio ocurrió cuando el dinero obtenido disminuyó, porque “la gente ya no da”. Entonces modificaron la frase de la estampa por “Soy Sordomudo. Cómpreme este producto para ayudar a sostener a mi familia” y anexaron al mensaje productos como lápices, dulces o juguetes, transformándose la práctica en un tipo de venta, aunque la solicitud de ayuda por ser sordo, no se perdiera del todo.
En los últimos años de la década de 1980, la relación con otras CS se incrementó. En primera instancia por los crecientes vínculos deportivos y la participación de los equipos de Sordos en torneos estatales, regionales y nacionales, pero también porque esos contactos permitieron la incorporación a otras actividades, como las religiosas. Como se expuso antes, la escuela Rosendo Olleta había ocupado el espacio de reunión que perdió la ENS. Ante eso y con el objetivo de relacionarse con otros de la misma fe en el país, en 1985 se formalizó la Asociación de Sordos Católicos del DF y, al año siguiente, la denominada Comunidad Católica de Sordos de México, que planteó la meta de realizar una peregrinación a la Basílica de Guadalupe durante los primeros días de cada año. Como resultado, en 1988, se formó un grupo de Sordos católicos en Toluca y en 1989 otros en Guadalajara y Morelia, seguidos por los de otras ciudades. Una misa comenzó a ser interpretada semanalmente en el templo de la Merced, en el centro de Morelia. Poco después se integraron a las peregrinaciones anuales a la Basílica. Este nuevo espacio fue significativo porque permitió que muchos que no participaban en los eventos deportivos, pudieran integrarse. Uno de los hijos oyentes de Miguel Almanza y de Alicia, cuarta sorda de la familia Vega, relató un ejemplo de lo importante que fue este nuevo espacio. Cuando la misa terminaba, los Sordos charlaban en círculo y si alguien había traído a un invitado interesado en aprender LSM, lo presentaba al grupo para que recibiera su seña personal. Cualquier Sordo podía opinar por igual sobre ese punto y la persona era libre de rechazar una seña que no le gustara. Cuando no había acuerdo, se hacía una votación y el resultado era definitivo.
Con lo hasta aquí expuesto se puede apreciar que la CSM emergió y floreció en un periodo breve, lejos del ámbito escolar. En poco más de una década transitó de las primeras reuniones en 1977, más bien informales y con el único objetivo de divertirse a través del fútbol, a un grupo organizado, con habilidades de negociación y gestión de recursos, conectado con Sordos de otras ciudades, pero también con intereses cada vez más diversificados, que incluían aspectos educativos, laborales y religiosos. Sin embargo, el Club deportivo de silente seguía siendo el núcleo de la naciente Comunidad y sus transformaciones en la década de 1990 sirvieron de modelo a las nuevas agrupaciones de Sordos en Michoacán, como se expondrá a continuación.
Expansión y consolidación de la comunidad sorda de Morelia
Durante la década de 1980, los integrantes del Club deportivo de silente se habían hecho conscientes de los beneficios de formalizar su asociación, porque eso facilitaría la obtención de apoyos locales, pero también porque se pusieron en contacto con la Federación Mexicana de Deportes para Sordos (FEMEDESOR), la cual contaba con recursos federales para realizar justas deportivas, pero sólo podía apoyar a las asociaciones legalmente constituidas. Por ello, a comienzos de 1991, el Club se transformó en la Asociación de Deportistas Sordo Mudos del Estado de Michoacán (ADSM) y se afilió a la FEMEDESOR. Como resultado hubo dos cambios notables. Primero, hasta ese momento los Sordos sólo jugaban futbol formalmente y, aunque muchas Sordas asistían a los partidos y entrenamientos, ellas no participaban del juego.58 No obstante, como las asociaciones de otros estados tenían equipos en las ramas varonil y femenil de deportes distintos al futbol, la ADSM comenzó a diversificarse, formando equipos de basquetbol, volibol, atletismo y ciclismo, donde también las mujeres participaban. En segundo lugar, los miembros del Club eran casi todos de Morelia, pero la ADSM comenzó a coordinar los eventos de todo Michoacán, por lo que los Sordos de otras ciudades como Zamora y Uruapan tuvieron la oportunidad de integrarse. Ante esto, la cantidad de participantes en eventos de este tipo creció año con año. Paralelamente, algunos cambios en los escenarios internacional y nacional favorecieron el fortalecimiento de la CS.
La ONU declaró a 1981 el “Año Internacional de los Impedidos”, lo cual obligó al mundo a repensar el trato que daba a esos sectores de la población.59 Como resultado, se estimuló la participación de los diversos colectivos de personas con discapacidad en ámbitos que antes les estaban negados. Por otro lado, en 1988 se creó en México la Comisión Nacional del Deporte (CONADE), lo que permitió mayores apoyos a los atletas, incluidos los que tenían alguna discapacidad y, desde luego, los Sordos.60 Posteriormente, en 1995, el ejecutivo federal presentó el Programa Nacional para el Bienestar y la Incorporación al Desarrollo de las Personas con Discapacidad, que conjugaba los esfuerzos de las organizaciones sociales y las secretarías de estado para apoyar a las personas con discapacidad en sus procesos de integración social. En el marco de dicho programa, la CONADE se comprometió a impulsar “el deporte adaptado y las actividades físicas y deportivas de las personas con discapacidad, no sólo para favorecer al deporte de alto rendimiento sino como estrategia para su incorporación social mediante la educación física, el deporte y la recreación”.61 Para aprovechar esa coyuntura, la ADSM se transformó en la Asociación Deportiva para Sordos en el Estado de Michoacán A.C. (ADSEM) en noviembre de 1996, ampliando sus funciones.
La ADSEM se convirtió pronto en una de las asociaciones deportivas de Sordos más importantes del país. Su participación dejó de limitarse a los eventos efectuados en otras ciudades y organizó el XIV Campeonato Nacional Deportivo para Sordos en 1998 y cuatro años después la edición XVIII del mismo evento, con buenos resultados.62 Sin embargo, el mayor logro llegó en 2007 cuando ganó el torneo de futbol del Campeonato Nacional Deportivo para Sordos. Las repercusiones de ello fueron enormes, debido a que el equipo triunfador sería la base del que representaría a México en los IV Juegos Deportivos Panamericanos para Sordos en Venezuela. Así, el equipo michoacano reforzado con algunos jugadores de otros estados, participó en esa justa internacional y obtuvo el triunfo.63 A su regreso, el equipo fue recibido por el gobernador de Michoacán y los diarios locales publicaron notas y fotografías al respecto.64 Sin embargo, aunque la CSM destacaba en el ámbito deportivo, todavía luchaba por mayor inclusión en los planos educativo, social y laboral. Dos hechos fortuitos aceleraron el proceso de crear una nueva asociación con objetivos más amplios: por un lado, la negativa de conceder apoyos y empleo a Sordos a través de solicitudes hechas por la ADSEM por parte de diversas dependencias de gobierno, bajo el argumento de que ésta sólo tenía injerencia en asuntos deportivos y, por otro, un caso de abuso laboral hacia un grupo de Sordos, denunciado por la prensa local en mayo de 1999.65
Uno de los empleados denunciantes, Saúl Pérez, destacado miembro de la ADSEM, tomó la iniciativa para crear una asociación con objetivos distintos de los deportivos. Como primer paso, tuvo una reunión al terminar la misa que se celebraba en LSM en el templo de la Merced, y expuso sus ideas a los demás. Luego, organizó juntas con grupos de Sordos de otras ciudades del estado para incorporarlos al proyecto que les brindaría apoyo mediante capacitar a jóvenes y adultos sordos de todo el estado, para que pudieran autoemplearse y tuvieran sus propios talleres. Además, defendió la necesidad de impartir cursos de LSM, para difundirla y sensibilizar a la población sobre las condiciones de vida de los Sordos, así como gestionar ante diferentes instituciones públicas o privadas la donación de auxiliares auditivos, materiales y equipo de trabajo, así como becas escolares para los más jóvenes.66 En los siguientes seis años la asociación organizó muchas de las actividades planeadas, pero también buscó y tramitó empleos para los agremiados. Aunque los proyectos y logros en ese periodo fueron abundantes, la nueva asociación funcionó durante varios años sin estar constituida legalmente, hasta que realizó su registro formal el 25 de abril de 2006, con el nombre de Asociación Michoacana para Sordos (AMS). ¿Por qué vieron la necesidad de hacerlo? Hubo al menos tres factores del contexto específico que motivaron esa acción.
En primera instancia, México había entrado en contacto con los modelos de acción social de otros países por organizaciones nacionales e internacionales de personas con discapacidad,67 las cuales celebraron importantes eventos en México durante esos años. Un ejemplo de lo anterior fue la V Asamblea de la Organización Mundial de las Personas con Discapacidad, llevada a cabo en la Ciudad de México en 1998. En el acto inaugural y ante representantes de 76 países, el presidente Ernesto Zedillo, “se pronunció a favor de apoyar con más firmeza y eficacia a las personas con discapacidad”.68 Entre los participantes estuvo Saúl Pérez, como miembro de la ADSEM. En segundo lugar, los cambios legislativos a nivel federal en materia de no discriminación hacia los Sordos también sirvieron para agilizar este nuevo proceso. Aunque entre 1999 y 2006 se adoptaron diversas leyes sobre la materia, la más significativa fue la Ley General de las Personas con Discapacidad, del 11 de junio de 2005, donde se reconocía la LSM como una lengua patrimonio de México.69 La importancia de esto se hace evidente en el hecho de que la terminología empleada por ellas fue adoptada por el discurso reivindicativo de la propia AMS, al incluir nociones como “integración”, que procedía de los acuerdos internacionales en materia de educación y “accesibilidad”, originada en las demandas de las personas con discapacidad física, ambas difundidas por la nueva legislación. Como tercer punto, la Ley referida fortaleció la intención de crear una organización de alcance nacional, que reflejara las nuevas posturas y exigencias que los colectivos Sordos estaban adoptando en otros países. Para aprovechar el nuevo marco jurídico y beneficiar con su trabajo a los Sordos del país, se estableció el objetivo de consolidar las asociaciones estatales. Una vez conseguido eso, las representantes de 16 estados, incluida la AMS, conformaron la Unión Nacional de Sordos de México (UNSM), que empezó a trabajar en julio de 2007 pero fue registrada ante notario público hasta el 14 de diciembre. Cuando eso ocurrió, Saúl Pérez fue elegido para formar parte de su Mesa Directiva, como Consejero Consultivo.
La AMS inició entonces una campaña de visibilización de la CSM. En septiembre de 2007 se celebró por primera vez el Día Internacional de las Lenguas de Señas. Como parte de la celebración, cientos de personas hicieron una marcha que culminó con la toma de la Tribuna del Congreso del Estado, para exigir “ser escuchados”.70 El 2 de mayo siguiente, el Diario Oficial de la Federación publicó el “Decreto Promulgatorio de la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad”,71 lo cual incentivó nuevas manifestaciones públicas,72 y motivó ajustes en las leyes mexicanas, por lo que el 30 de mayo de 2011 se decretó la Ley General para la Inclusión de las Personas con Discapacidad y el 12 de septiembre de 2014 la Ley para la inclusión de las personas con discapacidad del estado de Michoacán de Ocampo.73 Estas leyes aceptan la existencia de Comunidades de sordos y reconocen el derecho de usar sus lenguas de señas. Sin embargo, no deja de llamar la atención que la definición más amplia y las mayores atribuciones para un colectivo de este tipo sean las concedidas a la CSM, que tiene menos de cincuenta años de establecida. Esa característica hace pensar en su capacidad organizativa y la habilidad para comprender y aprovechar las condiciones contextuales que ha enfrentado.
Reflexiones finales
Muchas de las CS que han sido estudiadas en el mundo, nacieron en los siglos XVIII o XIX en torno a alguna escuela para sordos.74 Ahí se formó una comunidad lingüística, en buena medida gracias a que esas instituciones eran internados que permitían la libre comunicación en señas. Cuando los alumnos partían llevaban consigo una identidad propia y un círculo social, así como costumbres, habilidades e intereses que reproducían en otros espacios, no sólo con sus excompañeros sino también con otros sordos que iban vinculándose a ellos. La CS de la Ciudad de México claramente pertenece a esta clase.
La CSM tuvo una historia distinta. Inició en la segunda mitad del siglo XX, en un contexto donde la atención a ese sector no enfatizaba la educación de otros tiempos, sino la rehabilitación. Por ello los sordos, más que nunca antes, eran concebidos como enfermos que requerían terapias para recuperar el habla y asemejarse así al resto de la población. Ese entorno impidió que el primer centro educativo de la ciudad, la ERM, reuniera las condiciones para que ahí se estableciera una CS. No obstante, algunos de sus exalumnos, por condiciones propias y el apoyo de sus familias, consiguieron cierto grado de independencia que les permitió reunirse en un espacio deportivo creado por ellos mismos, el Club Deportivo de Silente. En él, la pertenencia a la categoría “sordo” dejó de ser una perspectiva negativa impuesta por otros, basada en lo que no podían hacer (escuchar y, como consecuencia, hablar), y se convirtió en una identidad positiva, sustentada en sus propios anhelos, gustos y capacidades, como el comunicarse en señas y jugar fútbol.
Ese espacio original se vio enriquecido pronto por el contacto con otras CS, consolidando el uso de la LSM en Morelia, pero también tomando de ellas estrategias de organización y financiamiento. En ese sentido, fueron relevantes los cambios internacionales y nacionales en materia de discapacidad que generaron un escenario favorable para el fortalecimiento de las CS en el país. Casi al mismo tiempo, llegaron a México y ganaron adeptos la tendencia a considerar las lenguas de señas como lenguas naturales y las reivindicaciones de colectivos Sordos de otras naciones. Como resultado se realizaron cambios legislativos que reconocieron la LSM y la existencia de las CS. De estas últimas y claramente influida por las acciones e ideas de la CSM, la legislación en el estado de Michoacán de 2014 se colocó a la vanguardia nacional, al definir “comunidad de sordos” sin recalcar la limitación en la capacidad de oír, sino los elementos culturales y las prácticas cotidianas que permiten la cohesión de sus miembros.
Ese logro, el más reciente de los Sordos michoacanos, pone de manifiesto el éxito de su trabajo colectivo, el cual resulta todavía más extraordinario por tratarse de una CS con una muy breve historia. No obstante, esas características específicas parecen una buena motivación para continuar indagando sobre su pasado, recuperando esa historia silenciada, que intenta ser escuchada. Ciertamente no es una tarea sencilla, porque demanda la búsqueda de nuevas fuentes y formas de historiar, además de novedosas maneras de pensar al “otro”. En la medida en que esta y otras historias enmudecidas logren hacerse oír, nuestra historiografía se verá enriquecida significativamente.
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Notas
1 William Stokoe, Sign Language Structure: An Outline of Visual Communication Systems of the American Deaf (Buffalo: University of Buffalo, 1960).
2 Jack R. Gannon, Deaf Heritage. A Narrative History of Deaf America, 3a ed. (Washington: Gallaudet University Press, 2013), 364-377.
3 En este trabajo se usará sordo, con minúscula, para hacer referencia a las personas incapaces de oír, pero Sordo, con mayúscula inicial, para hablar del miembro de una comunidad lingüística que emplea una lengua de señas para comunicarse y, por tanto, construye su visión del mundo a través de ella.
4 Paddy Ladd, Understanding Deaf Culture. In Search of Deafhood (Sydney: Multicultural Matters, 2003). Véase también Harlan Lane, The Mask of Benevolence, Disabling the Deaf Community, 2a ed. (Nueva York: Dawnsignpress, 1999).
5 Thomas K. Holcomb, Introduction to American Deaf Culture (Nueva York: Oxford University Press, 2013) y Sylvain Kerbourc’h, Le Mouvement Sourd (1970-2006). De la Langue de Signes française à la reconnaissance sociale des sourds (París: L’Harmattan, 2012), 37-64.
6 Miroslava Cruz-Aldrete, “Gramática de la Lengua de Señas Mexicana” (Tesis doctoral, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, El Colegio de México, 2008), 150.
7 En este trabajo usaremos Comunidad Sorda o comunidad de sordos en el sentido en que ha sido definida oficialmente en Michoacán: “Agrupación de personas que ha desarrollado una lengua transmitida en una modalidad viso-gestual-espacial-manual, como sistema lingüístico estructurado de unidades relacionadas entre sí y que posibilita la cohesión cultural entre sus miembros”. Véase “Ley para la inclusión de las personas con discapacidad en el estado de Michoacán de Ocampo”, Periódico Oficial del Gobierno Constitucional del Estado de Michoacán de Ocampo, sexta sección, 12 de septiembre de 2014, 2.
8 Jim Sharpe, “Historia desde abajo”, en Formas de hacer historia, ed. Peter Burke, 35-38 (Madrid: Alianza Universidad, 1993).
9 Marc Marschark y Patricia Elizabeth Spencer, eds., Oxford Handbook of Deaf Studies, Language, and Education (Nueva York: Oxford University Press, 2003).
10 Como puede corroborarse a lo largo del aparato crítico, las referencias a trabajos antropológicos, lingüísticos, pedagógicos y sociológicos son tan numerosos como los propiamente históricos. Esa característica, fundamental para los Deaf Studies porque permite reconocer y analizar las problemáticas relacionadas con los Sordos de forma multidisciplinaria e interdisciplinaria, también se aprecia en los estudios hechos en México.
11 El primero contiene algunos documentos que dan cuenta de la formación y los primeros pasos de la ENS. El segundo posee un fondo documental dedicado a dicha institución, con expedientes administrativos sobre lo ocurrido entre 1867 y 1943, además de otras referencias relacionadas con la Beneficencia Pública donde se alude a sordos. El Archivo General de la Nación, por su parte, fue útil para conseguir referencias aisladas de distintos periodos, en particular los previos a 1867.
12 Las mismas estrategias ya han sido usadas para reconstruir la historia de CS específicas. Véase André Minguy, Le Réveil Sourd en France. Pour une perspective bilingue (París: L’Harmattan, 2009) y Claire L. Ramsey, The People Who Spell. The Last Students from the Mexican National School for the Deaf (Washington: Gallaudet University Press, 2011). Para la elaboración de entrevistas, también fue útil Jorge Aceves Lozano, “Sobre los problemas y métodos de la historia oral”, en La historia con micrófono, coord. Graciela de Garay (México: Instituto Mora, 1999).
13 Ejemplos de sordos en las circunstancias descritas, se pueden ver en Archivo General de la Nación (AGN), Inquisición (I), vol. 1200, exp. 11, fs. 95 a 110; AGN, I, vol. 1169, exp. 16, f. 194; AGN, Real Audiencia, vol. 2941, exp. 100, f. 255.
14 Archivo Histórico de la Ciudad de México (AHCM), Ayuntamiento, Beneficencia, Consejo General, vol. 420, exp. 125.
15 En el primer intento por explicar el origen de la Lengua de Señas Mexicana, Smith planteó que la creación de una escuela que usaba señas favoreció la creación de una comunidad lingüística. Antes, Stokoe había propuesto lo mismo para la Lengua de Señas Americana. Thomas Smith, La Lengua Manual Mexicana, inédito (México: El Colegio de México, 1986).
16 AHCM, Instrucción Pública en General, vol. 2482, exp. 668 bis.
17 John Vickrey Van Cleve y Barry A. Crouch, A Place of their Own. Creating the Deaf Community in America (Washington: Gallaudet University Press, 1989).
18 Christian Jullian, “Génesis de la comunidad silente en México. La escuela Nacional de Sordomudos (1867 a 1886)” (Tesis de licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, 2002), 172.
19 Álvaro Marchesi, El desarrollo cognitivo y lingüístico de los niños sordos (Madrid: Alianza, 1991), 184. Para explorar algunas hipótesis sobre las razones de dicho cambio, véase Johan Cristian Cruz Cruz, “La educación para el sordo en México: un problema con amplia historia”, en Manos a la obra: lengua de señas, comunidad sorda y educación, coord. Miroslava Cruz-Aldrete, 111-136 (Cuernavaca: Universidad Autónoma del Estado de Morelos, 2014) y también Johan Cristian Cruz Cruz, “Procesos educativos y médicos vinculados con la conformación de la identidad del sordo en la ciudad de México (1867-1910)” (Tesis de maestría, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, 2014.
20 Padilla Arroyo ubica el cambio en un año distinto: 1883. No obstante, se optó por 1886 porque fue entonces cuando el ajuste se implementó en la práctica. Antonio Padilla Arroyo, “Escuelas especiales a finales del siglo XIX. Una mirada a algunos casos en México”, Revista Mexicana de Investigación Educativa 3(5) (enero-junio 1998): 8. Cfr. con Archivo Histórico de la Secretaría de Salud (AHSS), Establecimientos Educativos (EE), Escuela Nacional de Sordomudos (ENSM), leg. 2, exp. 29.
21 Informe presentado a la dirección de la Escuela Nacional de Sordomudos por el Profesor Francisco Vázquez Gómez y Dictamen por la comisión respectiva (México: Imprenta de Francisco Díaz de León, 1902), 29.
22 AHSS, BP, EE, ENS, leg. 3, exp. 22, f 4.
23 Luz María Abraján Cadena, “Oficios y talleres: una alternativa de educación para los sordomudos mexicanos (1874-1918)”, en Arquetipos, memorias y narrativas en el espejo: infancia anormal y educación especial en los siglos XIX y XX, coord. Antonio Padilla Arroyo, 187-210 (México: Universidad Autónoma del Estado de Morelos, Juan Pablos Editor, 2012).
24 Christian Jullian, “Palos de Ciego. La Escuela Nacional de Ciegos y Sordomudos: Historia del fracaso de un proyecto anacrónico (1928-1937)” (Tesis doctoral, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, 2013).
25 Cristina Sacristán, “Para integrar a la Nación. Terapéutica deportiva y artística en el Manicomio La Castañeda en un momento de reconstrucción nacional, 1920-1940”, en Curar, sanar y educar. Enfermedad y sociedad en México, siglos XIX y XX, coord. Claudia Agostoni, 101 (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2008).
26 En 1934 se creó la Federación Deportiva Interescolar de la Beneficencia Pública, reconocida por la Confederación Deportiva Mexicana. AHSS, Asistencia (A), Departamento de Acción Educativa y Social (DAES), leg. 5, exp. 15, f 17.
27 “Los sordomudos triunfaron en un torneo de volibol”, Excélsior, 19 de mayo de 1936, entre otros.
28 AHCM, Ayuntamiento, Asociaciones, vol. 388, exp. 6, f. 1.
29 “Silent” fue un término que se popularizó en Estados Unidos a fines del siglo XIX para referirse a los sordos. La llegada de las ideas eugenésicas hizo que las deficiencias tuvieran una carga social negativa, por lo que fue común que se emplearan eufemismos que ocultaran el rasgo “defectuoso”. Con el tiempo, “Silent” fue usado en el nombre de sus asociaciones. Al parecer de ahí proviene el uso de “silente” en México. Jack R. Gannon, Deaf Heritage. A Narrative History of Deaf America, 3a ed. (Washington: Gallaudet University Press, 2013), 75-172; Jan Branson y Don Miller, Damned for Their Difference. The Cultural Construction of Deaf People as Disabled (Washington: Gallaudet University Press, 2002), 148-232.
30 AGN, Tribunal Superior de Justicia DF (TSJDF), siglo XX, caja 3514, exp. 633520.
31 En algunos casos la misma Secretaría financiaba sus actividades. AHSS, Secretaría de Salubridad y Asistencia (SSA), Secretaría Particular (SP), leg. 85, exp. 3. Un caso extraordinario ocurrió en 1959 cuando una asociación de la ciudad de México escribió al presidente municipal de Morelia y ofreció ayudar en la educación de los sordos de su jurisdicción, si ellos lo solicitaban por escrito. Véase “De Interés para los Sordomudos”, La Voz de Michoacán, 24 de marzo de 1959, 14.
32 Patricia de Parres, “Misa y esperanza para los sordomudos”, Contenido (abril 1971): 52. Cfr. con “La Iglesia de los Sordomudos en la Capital de México”, La Voz de Michoacán, 6 de noviembre de 1959, 8.
33 Claire L. Ramsey, The People Who Spell.
34 Henri-Jacques Stiker, A History of Disability (Ann Arbor: The University of Michigan Press, 1999) y Beth Linker, War’s Waste. Rehabilitation in World War I in America (Chicago: University of Chicago, 2011).
35 José Álvarez Amézquita et al., Historia de la salubridad y la asistencia en México, vol. III (México: Secretaría de Salubridad y Asistencia, 1960), 566.
36 Howard A. Rusk, Rehabilitation Medicine, 4a ed. (Saint Louis: Mosby, 1977).
37 Daniel López Acuña, La salud desigual en México, 10a ed. (México; Siglo XXI, 2006), 102.
38 Mario Luis Fuentes, La asistencia social en México. Historia y perspectivas (México: ediciones del milenio, 1998), 103.
39 María del Carmen Sánchez y Mario Antonio Mandujano, Apuntes para la historia de la asistencia social y la rehabilitación (México: Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, 2014), 385.
40 “Fray Pedro Ponce de León encarnó en Pedro Berruecos”, Revista de Revistas, 20 de julio de 1952, 1-3.
41 “Cursos a Maestros de Audición y Lenguaje”, El Universal, 23 de julio de 1953, 13. Los cursos, con dos años de duración, iniciaron en agosto de 1953.
42 María del Carmen Sánchez y Mario Antonio Mandujano, Apuntes para la historia de la asistencia social y la rehabilitación (México: Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, 2014), 386. Cfr. con Héctor Arreola, “Equipos en el departamento de diagnóstico audiológico”, Señal, mayo de 1955. Véase también “Inaugurose Ayer la Escuela para Sordomudos”, El Dictamen, 21 de marzo de 1954, 1 y Jesús Ángel Martínez, “Monterrey el Inst. de Audición y Lenguaje”, El Norte, 5 de septiembre de 1956, 8.
43 “Los Sordomudos de México en Carta Abierta al Lic. Luis Echeverría”, Excélsior, 27 de julio de 1972, 11 A.
44 Andra Becerril, “Demandan sordomudos mayor atención gubernamental”, Excélsior, 14 de septiembre de 1989, 5 B.
45 Rogelio Hernández, “El desarrollo del capitalismo y la urbanización de Morelia, 1940-1980”, en Urbanización y desarrollo en Michoacán, ed. Gustavo López Castro, 282 (Zamora: El Colegio de Michoacán, 1991). La cantidad se incrementa a casi 107 mil y más de 153 mil respectivamente, si se considera también a la población circundante que no pertenecía a la cabecera municipal y es considerada “rural” en los censos.
46 Héctor Sánchez y Pedro Urquijo, “La expansión urbana en el suroriente de Morelia. Una revisión histórico-ambiental, 1885-2010”, en Urbanización, sociedad y ambiente. Experiencias en ciudades medias, coord. Antonio Vieyra y Alejandra Larrazábal, 34 (Morelia: UNAM-CIGA/INECC-SEMARNAT, 2014).
47 Muchos autores coinciden en subrayar que, por tratarse de su medio de comunicación natural, cuando se reúnen sordos, usualmente encuentran el modo de emplear señas, a pesar de las prohibiciones que puedan existir. Véase Boris Fridman, “La comunidad silente en México”, Viento del Sur (14) (marzo 1999), 25-40.
48 Rosalba Vega, una de las alumnas, nos mostró fotografías con sus compañeros de escuela y, a través de ellas, fue describiéndonos cuál era la seña personal original de cada uno, para después explicar cómo adoptaron la configuración de la letra del alfabeto manual correspondiente a la inicial de su nombre, aunque la estructura o algún otro elemento de la vieja seña permaneció. Otros Sordos hicieron lo mismo con sus propias fotografías.
49 Además de las fotos inflando globos, tienen otras jugando un tipo de futbol de mesa, donde debían impulsar soplando la pelota de pimpón.
50 Existen fotografías de un salón donde las niñas aprendían corte y confección, incluso usando máquinas de coser.
51 En las entrevistas formales se hizo en todos los casos la siguiente pregunta: ¿le sirvió para trabajar lo que aprendió en la escuela? Salvo uno que reconoció que se comunicaba por escrito con sus compañeros de trabajo y que esa habilidad la había aprendido ahí, los demás respondieron que no.
52 La importancia de los grupos de sordos que trabajan juntos para consolidar una identidad y una comunidad, es analizada en Robert M. Buchanan, Illusions of Equality. Deaf Americans in School and Factory, 1850-1950 (Washington: Gallaudet University Press, 1999).
53 Las señas para referirse a dicha institución fueron las mismas que usan los Sordos de la Ciudad de México: “Escuela-Nacional-Sordomudos” y “Escuela-Juárez”, pero también usaron “Escuela-México”. En cuanto a Eduardo Huet, algunos recordaron su nombre o seña, pero todos hicieron referencia al “maestro Sordo francés”. Para más información sobre este personaje y su importancia, véase Christian Jullian, “Un héroe francés en el silencio: Eduardo Huet y la conformación de la identidad sorda en México”, en México Francia: memoria de una sensibilidad común, siglos XIX y XX, vols. III-IV, coord. Javier Pérez Siller y David Skerritt, 397-407 (México: BUAP, CEMCA, CNRS-París, EÓN, 2010).
54 No hay constancia de que los Sordos morelianos conocieran “silente” previamente y, como estaban poco alfabetizados, es probable que no entendieran el término. Eso explicaría porque en el registro anotaron “de silente” y no “de silentes”, que habría sido lo adecuado en español.
55 “Fut de Sordomudos en el Venustiano”, La Voz de Michoacán, 18 de julio de 1980, 1.
56 El valor simbólico del encuentro con Cárdenas es tan poderoso que todos los informantes hicieron referencia a él, aunque no estuvieran presentes en esa ocasión. Además, puede constatarse en el hecho de que las fotografías que muestran al Club con el gobernador, han sido publicadas varias veces. Véase, por ejemplo, Linaloe Soto, “Para siempre”, Provincia, 27 de enero de 2012, 2 D.
57 La distribución del alfabeto manual originalmente se usó para financiar a las asociaciones de Sordos, pero, al menos desde 1942, llevó a enfrentamientos legales entre individuos o grupos que aseguraban ser los autores y, por tanto, “dueños” del alfabeto. Un ejemplo puede consultarse en AGN, TSJDF, Siglo XX, caja: 3514, exp. 33520. Con el tiempo la práctica se extendió y fue usada a título individual por muchos, que comenzaron a ganarse la vida por ese medio.
58 Algunas Sordas refirieron que el deporte que más practicaban era el volibol, pero entonces no había equipos formales ni participaban en competencias, como los futbolistas varones. Desde luego, la práctica informal de ese y otros deportes comenzó poco tiempo después de que se creara el Club.
59 Leandro Despouy, Los derechos humanos y las personas con discapacidad (Nueva York: Naciones Unidas, 1993), 2.
60 “Decreto por el que se crea la Comisión Nacional del Deporte”, Diario oficial de la Federación, 13 de diciembre de 1988, 71-73.
61 “Informe sectorial 08: el deporte para personas con discapacidad”, Ciudad de México, 20 de enero de 2012, recuperado el 9 de julio de 2015, de http://www.dgb.sep.gob.mx/04-m2/02-programas/ESDM/Informes_Sectoriales/8_El_deporte_para_personas_con_discapacidad.pdf, pp. 8 y 9.
62 “Prepararse para el Nacional, prioridad de atletas sordos”, El Sol de Morelia, 28 de enero de 1998, 2 D.
63 Rubén Herrera, “Disputarán el título”, La Voz de Michoacán, 16 de agosto de 2007, 5 D.
64 Carla Almazán, “Merecido reconocimiento”, Provincia, 30 de agosto de 2007, 3 C.
65 Víctor Armando López, “Cuatro sordomudos, explotados en un taller de carpintería en Morelia”, Cambio de Michoacán, 21 de mayo de 1999, 3.
66 Rosamaría Sánchez Rincón, “Entregó aparatos auditivos a 14 personas la presidente del voluntariado”, La Voz de Michoacán, 7 de abril de 1993, 6 A.
67 Un análisis de las más destacadas puede consultarse en Rafael de Lorenzo, Discapacidad, sistemas de protección y trabajo social (Madrid: Alianza Editorial, 2007), 135-178.
68 José Antonio O’Farril, “Nuestro presidente pide mayor apoyo para nuestros hermanos discapacitados”, Novedades, 5 de diciembre de 1998, 20 A.
69 “Ley General de las Personas con Discapacidad”, Diario Oficial de la Federación, viernes 10 de junio de 2005, 2-10.
70 Elly Castillo, “Ni los ven ni los oyen”, La Voz de Michoacán, 29 de septiembre de 2007, 16 A, y Michel Traverse, “El ‘levantón’ de manos no es la votación de diputados, sino de personas sordas que fueron a hacerse ‘oír’”, La Voz de Michoacán, 29 de septiembre de 2007, 4 A.
71 La Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad fue adoptada por la Asamblea General de la ONU el 13 de diciembre de 2006 y en su Artículo 30, declara: “Las personas con discapacidad tendrán derecho, en igualdad de condiciones con las demás, al reconocimiento y el apoyo de su identidad cultural y lingüística específica, incluidas la lengua de señas y la cultura de los sordos”. Véase Diario Oficial de la Federación, 2 de mayo de 2008, 2-22.
72 Astrid Herrera, “Comparten sus vivencias ‘oyen’ experiencias”, La Voz de Michoacán, 8 de octubre de 2008, 23 A.
73 “Ley General para la Inclusión de las Personas con Discapacidad”, Diario Oficial de la Federación, 30 de mayo de 2011, 35-50, y “Ley para la inclusión de las personas con discapacidad en el estado de Michoacán de Ocampo”, Periódico Oficial del Gobierno Constitucional del Estado de Michoacán de Ocampo, 12 de septiembre de 2014, 2.
74 Thomas Smith, La Lengua Manual Mexicana, inédito (México: El Colegio de México, 1986); También Henk Betten, Deaf Education in Europe (Baarn: Maya de Wit, Sign Language Interpreting Consultancy, 2013) y Antonio Gascón Ricao y José Gabriel Storch, Historia de la educación de los sordos en España y su influencia en Europa y América (Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces, 2004), entre otros.