DOI: http://dx.doi.org/10.24901/rehs.v38i152.365

“De la tristeza del historiador” a la Apología para la historia y a El oficio de historiar (1939-1949-1988)

Thomas Calvo

el colegio de michoacán, calvoth@colmich.edu.mx

A Álvaro Matute, in memoriam

Vous êtes jeunes, mais l'histoire que vous allez servir ne l'est plus, hélas.
Vous marchez dans une arrière-garde : l'histoire est une conception fatiguée.
Il fut un temps - qui n'est pas si loin, où nous occupions le haut du pavé:
toute la culture était suspendue à nos arrêts, à nos oracles. C'était à nous de
dire s'il fallait croire en Dieu, si l'Iliade était belle, si la Bohême était une
nation, si le pape était infaillible, si Marx avait raison...

Henri-Irénée Marrou1

Así se expresaba en 1939, supuestamente ante jóvenes de preparatoria, Henri-Irénée Marrou: como vemos, las angustias que aquejan a la historia no son de hoy. Volveremos sobre ello.

Pero, en lo personal, y en este momento,2 me atormentan otras inquietudes. Por los años 1990, la Universidad de Guadalajara organizó ya un homenaje a don Luis, y se pidió al francés de turno vaticinar sobre “Pueblo en vilo a los ojos de la historiografía francesa”. En ese momento, salí del aprieto estableciendo un doble paralelo: entre François Rabelais y don Luis, y dos de sus héroes, el hermano Jean des Entommeures, monje atrevido y avispado del Pantagruel, y el cura ranchero y no menos temerario de San José de Gracia, Federico González.3 La cosa divirtió a don Luis y no pasó nada.4 En las dos obras, por lo demás, encontramos el mismo espíritu burlón, el mismo apego a los juegos de escritura y las palabras, y cuando Rabelais acumula centenares de términos, González dedica toda una sección a “otras doscientas palabras indicadoras de cambio”. Este juego siempre le agradó, como cuando en su discurso de ingreso al Colegio Nacional (1978) define la historia como “científica, narrativa, descriptiva, crítica, erudita, apolillada, anticuaria, universitaria, inventorial, microscópica, menuda y académica”.5 Y se le olvidó aquí un calificativo del que era aficionado: “de tijeras y engrudo”.

Don Luis y la historiografía francesa de su tiempo

Pero ahora se repite la prueba, sin tener ya la salida: ¿Cuáles fueron las relaciones de Luis González con la historiografía francesa? Sabiendo que él estuvo un año en Francia en 1952, y que en esos tiempos “la novela verdadera” francesa tenía cierta preeminencia. Presentado así, la respuesta parece simple: hay en la obra de este historiador una profunda influencia gala. Es por lo menos lo que muchos dicen (si no lo escriben). Y con este entendimiento entré en el expediente. En realidad, y levantando la vista de la documentación, percibo con cierto azoro que no es exacta­mente así: ¡pero prometí escribir algo sobre el tema!

Sí recuerda, brevemente, su pasó por París, con “media docena de exalumnos del Colmex que allá éramos alumnos de Bataillon, Marrou, Braudel, Labrousse y otros gigantes de la historia”,6 esto no parece en sí determinante. Es que con sus 27 años ya su formación profesional estaba terminada. Con mucho más ahínco recordará, innumerables veces, “las enseñanzas de mis maestros (los transterrados de España a México)”, pero también su participación, posterior, en el taller, casi artesanal, de la Historia moderna de México bajo la tutela de don Daniel Cosío Villegas.7 Por lo menos en dos ocasiones utilizará la misma parábola, casi evangélica, de los tres profesores, sus profesores en 1946, uno positivista, mexicano, que buscaba la verdad escueta –podemos reconocer a don Silvio Zavala–; otro “idealista” “excombatiente de la guerra civil española” –¿José Gaos?–; el tercero “ecléctico” y también español –probablemente José Miranda–.8 En su madurez, don Luis se inclinó probablemente por el tercero: “alguna vez creí a pie juntillas en un método histórico tan visible y expedito como una supercarretera […]. Ahora me inclino a creer que la historia carece de un método unívoco”.9 En otra parte lo dijo de forma diferente: “de artista, de filosofo, de historiador y de loco todos tenemos un poco”.10 Es decir que a la vez había mucho espacio para las influencias, pero que ya la barca estaba bastante cargada.

En realidad, las historiografías francesas no ofrecían perspectivas muy atractivas para el historiador mexicano, ni en 1952 ni después. Y esto por varias razones: las diversas corrientes histo­riográficas en Francia entonces estaban peleadas y eran excluyentes entre sí y, progresivamente, la que iba a dominar no era la más conforme con el sentir de don Luis. Es posible que en esto también entraran razones más personales –¿y por qué no?– como veremos. Finalmente se debe tomar en cuenta otro elemento: por esos años de entreguerra y posguerra, la historiografía francesa tenía que enfrentar una crítica de una extremada virulencia, la de Paul Valery. No hay historiador francés, y en primer lugar Marc Bloch, que no haya tratado de levantar el peñasco. Y el propio Luis González, en tres partes de su Oficio de historiar, cita la frase asesina y harto conocida: “la historia es el producto más peligroso que haya elaborado la química del intelecto humano”.11

Paul Valery, sin duda con justeza, pero también con algo de rencor y exceso, escribe esta acusación en 1931, en un mundo totalmente transformado, imprevisible desde 1914-1918, en parti­cular para el historiador, fascinado por el evento.12 Desde antes de la Segunda Guerra Mundial (en 1939) se intentó dar respuesta, en primer lugar desde la epistemología histórica (la filosofía de la historia) con el filósofo Raymond Aron,13 que apoyaba el historiador Marrou; después desde una perspectiva centrada sobre el oficio mismo de historiar, en 1942-1944, con Marc Bloch. Era una verdadera renovación después del manual positivista de Langlois y Seignebos, Introduction aux études historiques de 1897. Cabe decir aquí que los dos procederes se ignoraron. Y Marrou fue sometido a ostracismo por los Annales a lo largo de su existencia. En sí, estas peleas entre capillas históricas francesas poco debían afectar a un joven mexicano, pero resulta que la personalidad de Marrou sedujo a Luis González, además de hacer propuestas, como veremos, que fueron después acogidas en El oficio de historiar. En sentido contrario, quien se asumía como el pontífice de la corriente preeminente, Fernand Braudel, le resulto demasiado rigorista, en lo personal y en lo profesional.14

Del Oficio de Marc Bloch al Oficio de Luis González

Si se trata por lo tanto de hacer un paralelo entre las dos obras tendremos que ir con tiento. Tal vez visto desde México el comparatismo se imponga más que en otras partes, y en primer lugar por razones editoriales: entre los “breviarios” o manuales de historia estos dos son los más accesibles. Y el de Bloch desde más tiempo: se publicó por el Fondo de Cultura Económica, con un título menos arrogante que el francés –Introducción en vez de Apología–, y desde 1952 alcanza en 2012 su cuarta edición con la séptima reimpresión. Si se trataba de poner algún texto de referencia entre manos de los estudiantes en los años 1960, poca alternativa tenía don Luis. Tenemos testimonios de que entonces era lectura obligada para sus estudiantes de licenciatura de la unam: pero ni Henri-Irénée Marrou, ni Paul Veyne, si nos quedamos en el rubro francés, habían producido sus textos, o no estaban traducidos y accesibles.15

Las circunstancias tan distintas en las cuales fueron redactados los dos textos, el de Marc Bloch en una situación desesperada, proscrito y sin biblioteca, asesinado antes de terminar su manuscrito, Luis González en la calma de su biblioteca de San José, en pleno reconocimiento por sus pares y las autoridades. Bloch no se expresa, salvo por alusiones, en cuanto a su contexto, no pierde toda esperanza, pero su obra es apretada, no se aparta por alguna vereda: siente que el tiempo lo apremia, que hay que ir a lo esencial, el arte del análisis y la crítica. La de don Luis González es risueña, optimista. Sin duda, también, más allá de los contextos, algo de las persona­lidades también se filtró entre las páginas.

Es que la historia la escriben hombres, lo que parece olvidar el francés, más dedicado a Clío, lo que enfatiza el mexicano, y esto desde 1983, cuando está planteando su obra magna:

El oficio de historiar implica una sociología, una psicología y una ética del historiador. Cualquier reflexión sobre el conocimiento histórico ha de empezar sobre la matria, la patria, la crianza, los estudios, los intereses, los motivos, el temperamento, las costumbres y el carácter del historiador típico de una cultura y un ahora.

O resumiendo: “cada país tiene su manera especial de matar pulgas”.16 Aunque la ductilidad de don Luis lo lleva a reconocer que todo está cambiando: su historiador mexicano “es cada vez más parecido al de los países poderosos; es un historiador estándar o casi en esta época de persona­lidades estandarizadas”.17

¿En realidad qué buscó antes que todo don Luis en la obra de Marc Bloch? Hemos tenido la suerte de tener entre manos el libro Introducción a la historia de Bloch que muy ciertamente manejaba cuando escribió su Oficio de historiar: es la edición de 1979, que todavía hoy se encuentra en su biblioteca de San José.18 Como buen bibliófilo don Luis tenía un profundo respeto a los libros, aun como éste, simple instrumento de trabajo. No hay ni exlibris, ni anotación u otra glosa escrita, ni nada subrayado. Únicamente, a veces, a lápiz y en margen, una o dos rayas (de cada lado), muy tenues; con más rareza minúsculas flechas, también en margen, o simples puntos.

Este trabajo de glosa silenciosa e implícita sólo se aplica de forma sistemática a la introducción del libro de Marc Bloch, pero es suficiente para entender lo que González descubrió con interés en la obra. La primera vertiente, más amable, es la que relaciona, en sentido amplio, la historia con la literatura y la apertura de horizontes. Recalcó, por ejemplo, “cuidémonos de quitar a nuestra ciencia su parte de poesía. Cuidémonos, sobre todo, como he descubierto en el sentimiento de algunos, de sonrojarnos por ello”. Y “siempre nos parecerá que una ciencia tiene algo de incompleto si no nos ayuda, tarde o temprano, a vivir mejor”.19

En segundo lugar, la fragilidad de la historia, como ciencia, y dentro de la sociedad. El lápiz insistió sobre una cita que después reutilizara:

[la historia] no ha superado aún, en algunos problemas esenciales de su método, los primeros tanteos. Razón por la cual Fustel de Coulanges y, antes que él, Bayle, no estaban, sin duda, totalmente equivocados cuando la llamaban “la más difícil de todas las ciencias”.20

Dos rayas enmarcan el texto siguiente. “es también indudable que las civilizaciones pueden cambiar; no se concibe, como hecho en sí, que la nuestra no se aparte un día de la historia”. Sin duda la sombra de Valery y su frase demoledora, que también cita Bloch, está detrás, como la estatua de piedra del Comendador.

Pero esta cita plantea la realidad de un concepto, que apenas estaba naciendo en tiempos de Bloch, y que no tuvo tiempo de desarrollar en su libro, el de la memoria colectiva y su devenir. Hay un triste paralelo entre Apologie pour l’histoire y La mémoire collective de Maurice Halbwachs: dos libros y dos destinos mutilados por la barbarie nazi. En este último texto, el sociólogo explora esa realidad, la contrapone a la historia remota, “artificial”, precisamente, porque no la alcanza la memoria de las colectividades. Buena parte de las observaciones de Bloch sobre la observación histórica son respuestas indirectas a su amigo (y adversario académico) Halbwachs: “el observador del presente no goza en esta cuestión [de la observación] de mayores privilegios que el historiador del pasado”, tomando en cuenta que toda observación directa (y memoria individual y finalmente colectiva) es limitada y fragmentaria.21 Más adelante, los historiadores franceses recuperarían el concepto, haciendo que la crítica quedase caduca: Pierre Nora publicaba sus Lieux de mémoire cuando don Luis escribía su Oficio de historiar (1984-1992); éste no los integró en su reflexión, aunque su insistencia sobre ciertas disciplinas, como la historia oral (que aplicó perfectamente en Pueblo en vilo) iba por ese camino. ¡Pensándolo bien, puede parecernos escandaloso, hoy, en 2017, que hasta los años 1980 ningún historiador se diera cuenta que nosotros los individuos y las sociedades teníamos una memoria!22

Por supuesto, en Bloch nuestro “cuentero” de San José de Gracia podía encontrar otras convergencias, en particular, cuando el medievalista ponía de relieve que “la solidaridad de las edades tiene tal fuerza que los lazos de inteligibilidad entre ellas tienen verdaderamente doble sentido”, añadiendo: “siempre tomamos de nuestras experiencias cotidianas, matizadas, donde es preciso, con nuevos tintes, los elementos que nos sirven para reconstruir el pasado”. Luis González y González no hizo otra cosa con Pueblo en vilo. Hasta probablemente fue tentado por la suge­rencia que hacía el francés: “por no haber practicado un método prudentemente regresivo cuando y donde se imponía, los más ilustres de entre nosotros se han abandonado a veces a extraños errores”.23

En todo esto no había nada de doctrinario, era más bien algo simpático, y cualquier hijo de vecino, diría don Luis, podía aceptar esos preceptos como una guía primaria. En su Introducción a la historia, Bloch es además lo bastante flexible y perceptivo para preconizar y matizar a la vez algunos de los diktats de su grupo. Si recogió una cita insistente de Lucien Febvre: “una vez más, no el hombre, nunca el hombre. Las sociedades humanas, los grupos organizados”, parece quedarse en suspenso: “tal vez es reducir con exceso la parte del individuo en la historia; el hombre en sociedad, y las sociedades no son dos nociones exactamente equivalentes”.24

Lugar de los Annales en El Oficio de historiar25

Vale mencionar aquí el poco lugar que ocupan en la obra de Luis González algunos “gigantes” entonces en la plenitud de su producción y su reflexión. La ausencia de Febvre es casi total, y en cierta forma sorpresiva, la de Braudel ya ha sido comentada. En términos generales la “firma” de los Annales se hace notar por su discreción. Hecha esta observación, hay que darle su significado. En realidad no hay tal “escuela de los Annales”: siempre fue un conglomerado de concepciones y prácticas convergentes, dentro de una geometría evolutiva. El Febvre de 1922 de La terre et l’évolution humaine no es el mismo que el de Le problème de l’incroyance au XVIe siècle. La religion de Rabelais veinte años después. El vigor, la fuerza atractiva de los Annales en los años 1950-1980 todavía disolvió más su contenido e imagen: se navegaba entre la historia socioeconómica y la de las mentalidades. Por lo tanto, nos debe sorprender que desde la atalaya de San José de Gracia en 1988 no se logre tener una imagen fija del grupo,26 que impacta sobre todo por su rigor, su apego a lo cuantitativo, su pretensión a querer competir con las ciencias naturales, más aún con la sociología; hasta a veces parece ser integrado por su mismo rigorismo y criticismo dentro del magma amplio de los positivistas. Visto desde el cura don Fede­rico González, San José de Gracia y la microhistoria, este desapego se explica y se justifica; desde las riberas del Sena resulta más discutible.

En realidad, más allá de los hombres, sus temas y las disciplinas de aplicación, Annales tenía su coherencia, alrededor de algunas exigencias, directrices y enemistades que animaban el grupo. Nació contra el positivismo, su falsa neutralidad y pasividad. Y por eso su primer lema fue la problematización de la historia. Su encuentro y debate con las otras ciencias sociales, en particular la sociología y la antropología, hizo que encontrara en el estructuralismo su principal eje en los años 1950-1980. En tales circunstancias se excluyeron los individuos en favor de las masas estra­tificadas, la política y el evento en beneficio de la economía mundo y otras respiraciones planetarias.

Eran ambiciones y propuestas sin objeto desde la perspectiva, sin embargo muy abierta, del autor de Pueblo en vilo. Salvo a ser traicionado por mi memoria, nunca aparecen en El oficio de historiar las palabras “problematizar”, “problematización”27 y menos aún “estructuralismo”. A la primera prefiere la de “investigación”, lo que lo acerca a la práctica detectivesca y lo pone en consonancia con sus congéneres de la microhistoria. Cuando se trata de exponer parece tener cierta debilidad por “la forma investigante” que “se asemeja al usado por la gran mayoría de los escritores de novelas policiacas”.28 Y esto se conecta con su otra fobia: “quienes desprecian al historiador detective se declaran amantes de la historia de las estructuras o de los tiempos largos”. “Estructuras de larga duración”, en cierto modo, es una carga más o menos directa de don Luis contra Braudel, que además apoya sobre una cita de Marrou:

La cultura histórica corre el peligro de abandonar la realidad concreta y de disolverse en humaredas abstractas. Recordemos constantemente a los jóvenes que la historia de la civilización […] ha de proyectarse sobre una tupida red de nombres, fechas y sucesos concretos, que suelen ser los mejor documentados, proporcionan la trama solida de tal cañamazo.29

Por lo tanto, hay que volver a otra estatua de piedra, esta vez la de Braudel. Más allá de las estructuras braudelianas en sí,30 la inconformidad del historiador mexicano con el francés descansa sobre el estatus del evento y por consecuencia del individuo, y en definitiva de la microhistoria, es decir, aquí un espacio reducido, con pocas individualidades, y un hervor anecdótico, pero significativo. Es todo esto que Braudel rechaza. Según Luis González hay historiadores que “proponen que sean los hechos irrepetibles, individuales, los que dejen de ser objeto de la ciencia histórica”; y añade el de San José de Gracia (en nota): “¿no murió en tal creencia un hombre tan respetado como Fernand Braudel?”31

En realidad la postura de Braudel frente al acontecimiento, “la agitación de la superficie”, como escribe en su célebre prólogo a El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II,32 es menos simple de lo que parece, y además evolutiva, como todo lo demás.33 Sea lo que sea, nunca dejó, como a todos nosotros, de fascinar al francés esa “historia de oscilaciones breves”, pero “la más apasionante, la más rica en humanidad, y también la más peligrosa”. Es en aras de esa desconfianza que siempre Braudel, pero también Febvre, apartaron a la historia política, en la cual don Luis se sentía a su gusto. Pero precisamente, los tiempos también cambiaban, y en el libro colectivo Faire de l’histoire (1974)34 los artículos de Pierre Nora sobre el acontecimiento y Jacques Julliard sobre la historia política mostraron a Braudel que debía de ser flexible. En cierta forma él mismo se había anticipado: ya por los años 1960 escribía, en relación con la nota roja (fait divers): “no está dicho que necesariamente este nivel carezca de valor o de fertilidad científica. Haría falta profundizar esta cuestión”.35 En alguna parte podrán estar discurriendo los dos, don Fernando y don Luis, el que creía que el acontecimiento es aleccionador, el que pensaba que no…

Hay otro punto sobre el cual deben de estar en discusión, importante para los dos, el del “arte de la composición”, pero también el de la escritura. Todos sabemos el apego que tenía don Luis a la exposición narrativa, proponiendo a los jóvenes historiadores el consejo de Paul Veyne, “relata como la novela”. Braudel seguía la corriente estructural y sistemática, y aunque el mexicano admiraba El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, no dejó de dar un zarpazo: “allí la marcha es muy lenta; hay poca narración”.36 ¿Nunca podrán coincidir, si se topan en los Campos Elíseos de los historiadores? Probablemente, hasta sus puntos de acuerdo son puntos de diferencias: los dos aman la escritura, cada uno trató de tener un estilo propio, como su marca de fábrica y al mismo tiempo instrumento esencial de comunicación. ¿Y sin embargo, se pueden imaginar dos formas de escribir más opuestas? Elegante, trabajada al cincel para Braudel; jocosa, inventiva, a veces provocativa para González. Tomaremos un ejemplo, entre miles, del arte de don Luis: “México no ha sido un país preponderantemente urbano, que si multialdeano”.37 La invención (lo multialdeano) sorprende, seduce y, por lo tanto, convence. Y con esto el autor logró lo que se proponía: el lector no irá probablemente más allá, no tomará en cuenta que en tiempos pasados –esto está más o menos profundamente localizado en la memoria histórica– todo territorio fue sobre todo multialdeano, y a la inversa, hoy México es el país de las megalópolis.

Afinidades electivas (Henri-Irénée Marrou)

Más allá de las enseñanzas y cursos, sabemos que don Luis valoraba sobremanera los contactos humanos: en 1952, en París, ya no pudo entrevistar a Marc Bloch, Lucien Febvre ya era inaccesible, y Braudel poco receptivo fuera de su capilla. Pero Luis González hizo un encuentro que fue deter­minante en su formación y su concepción de la historia, abierta, “ecléctica” (Guillermo Palacios). Conoció a Henri-Irénée Marrou, entonces profesor en la Sorbona, gran especialista de san Agustín y de la educación en la Antigüedad. Era una personalidad cautivadora, profundamente católico, de sensibilidad de izquierda: participó en los grandes combates y disputas del siglo xx, desde la lucha contra los nazis hasta el Vaticano II, pasando por la guerra de Argel.

Que fuera Marrou marsellés, pudo tener aquí una doble influencia, sin que busquemos cualquier determinismo geográfico. Como latino tenía una afabilidad que sedujo al joven latino­americano que lo visitó. Sobre todo no sentía los mismos prejuicios que los hombres de los Annales, personalidades del este de la Francia (Bloch, Febvre, Braudel), en relación con la cultura alemana y, sobre todo, a su filosofía de la historia. En buena medida, los maestros de Marrou fueron alemanes, Adolf von Harnark, teólogo liberal y protestante, Max Weber y sobre todo Wilhelm Dilthey. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial (1939) Marrou escribía:

de Dilthey a Max Weber, durante medio siglo, el pensamiento alemán ha trabajado sin descanso a una filosofía crítica del trabajo histórico, reflexionando sobre los problemas internos a la metodología de nuestra ciencia, enfrentando las dificultades inesperadas que tal examen pone en evidencia.38

Y con eso atacaba a la vez “el famoso método de la erudición positivista”, pero también el telón de silencio que había levantado la corriente de los Annales.

Entre una cosa y otra, y a ojo de buen cubero, Henri-Irénée Marrou es el historiador más citado en El oficio de historiar, seguido por Paul Veyne, muy cercano al anterior, y autor también de un arte del buen historiar.39 Cuando nuestro mexicano conoció a Marrou, éste estaba escribiendo su principal obra de didáctica histórica, De la connaissance historique.40 En cursos, en conversaciones, algo de ella debió de ser destilado. ¿Cuáles son las principales lecciones y afinidades que se manifiestan, de uno a otro? En primer lugar, precisamente, la didáctica: don Luis escribe y repite que “el gustaría ser leído por historiadores inmaduros, bisoños”.41 El epígrafe de estas páginas nos recuerda que en 1939 Marrou se dirigía a un público (ficticio) de muy jóvenes historiadores. Tanto uno como el otro (y Veyne) tenían una percepción de la historia libre, equi­librada: en 1939 Marrou escribía que

No existe ningún conocimiento histórico realmente objetivo, valedero universalmente, apremiante. No hay ningún hecho que no pueda ser seriamente discutido, y con buenos argumentos.42

En eco, pondremos la formula lapidaria de don Luis: “la historia aguafiestas es un saber de liberación”.43

En el pensamiento de Marrou, y también de don Luis, esto implicaba dos cosas: prime­ro, la imposibilidad de aplicar los métodos de las ciencias naturales. No es simple coincidencia si en 1939 en París, en 1988 en San José de Gracia, vemos surgir el rechazo de la misma metáfora “de la historia con probetas y pesas”.44 En segundo lugar se acepta, en las dos concepciones, una perspectiva personalista del trabajo histórico. Conocemos toda la insistencia de don Luis de “ocuparse en primer término del historiador compatriota”, de aceptar que “las obras de los historiadores son en gran parte hijas del estatus social al que pertenecen”. En cierta forma Marrou era más radical aun (o demoledor): “tomar en cuenta que el historiador no puede eliminar una subjetividad esencial no es otra cosa que reconocer que el historiador es un hombre que reflexiona sobre el pasado de los hombres, sobre su pasado”. 45

Esta afinidad condujo a los dos autores a perfilar la misma parábola de los tres historiadores. Ya la comentamos con el caso de don Luis, pero estaba en germen en el texto de 1939, en una nota. Describiendo “el historiador medio” (ecléctico diría más tarde González), Marrou

lo sitúa entre dos extremos: uno, desgraciadamente frecuente es el del sabio en toda su pureza, anhelando la objetividad, lo positivo […]. El otro es un señor que sigue todas las modas. “Explica” sistemáticamente todos los hechos vertiéndolos en un molde uniforme, idea de moda…”.46

Por lo menos, habremos reconocido en los límites a Silvio Zavala y a José Miranda. En cuanto a José Gaos, pues, no está muy lejos: en 1939 escribe Marrou, “¿Cómo escoger? La elección es necesaria”. En 1949, José Gaos recomendaba al joven estudiante: “el historiador no puede menos de seleccionar. Lo hace en dos dimensiones”.47 No será sorpresa si encontramos también una frase parecida en 1971, bajo la pluma de Paul Veyne: “es necesaria una selección en historia, para escapar a la fragmentación en singularidades y a una indiferencia en la cual todo es equivalente”.48

Pero, más que sobre cualquier otra cosa, hay un acuerdo entre Luis González y Henri-Irénée Marrou tratándose “del detectivesco asunto de las operaciones críticas”.49 Los dos están igualmente convencidos de la importancia de la “filosofía crítica de la historia”, retomando un título de Raymond Aron.50 Y precisamente siguiendo los pasos de Dilthey, y más cercano del propio Raymond Aron, del cual don Luis retomara una metáfora:

quiérase o no, consciente o inconscientemente, cualquier actividad historiográfica está ligada a una filosofía de la historia, y es preferible elegirla a sabiendas de lo que se elige, a correr el riesgo de tener que bailar con la más fea.51

La cercanía de Marrou con el filósofo era todavía más real, ya que habían sido condiscípulos de la Ecole Normale supérieure y amigos. En realidad el texto de 1939 es un reclamo ante el silencio de los Annales en cuanto al libro de Aron que acababa de ser publicado, Introduction à la philosophie de l’histoire. Essai sur les limites de l’objectivité historique. Siguiendo al autor, Marrou reco­mendaba a sus jóvenes discípulos:

Sepan lo que hacen; ya que sólo pueden escoger entre una metafísica declarada y una metafísica avergonzada de sí misma, tengan la honestidad elemental de explicitar su filosofía. No olviden que la filosofía empieza con la dialéctica: obsérvense mientras están pensando, estén seguros de la coherencia y el rigor lógico de sus razonamientos.52

Texto sin duda admirable, en su extremada sencillez y profundidad, que el mismo Michel de Montaigne hubiese podido hacer tallar en las vigas de su biblioteca al lado de otras frases luminosas.

Probablemente don Luis la hubiese también esculpido en la puerta grande del edificio de Clío, esa que precisamente reservaba a la filosofía de la historia, pero con algo de reserva, pensando que “el filósofo de la historia es una especie de superhombre que se siente con ánimo de compartir con Dios el conocimiento que se atribuye a éste acerca de sus criaturas”, y de citar lado a lado san Agustín, Marx, Toynbee.53 Y podríamos añadir, ¿por qué no? a Braudel, quien, en una de sus bromas (¿pero lo era verdaderamente?), decía que el historiador era el único, junto con Dios, en tener el privilegio de conocer el final de la historia que estaba contando.

En las últimas líneas de este trabajo hemos podido juntar, hacer dialogar tal vez –y gracias a don Luis González–, Marrou, Aron, Braudel, y hasta Dios. Probablemente es ésta una charla que hubiese encantado al hombre de San José de Gracia. Esperamos que allá donde están todos, la puedan continuar.

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Veyne, Paul. Comment on écrit l’histoire. París: Seuil, 1971.


  1. Henri-Irénée Marrou, “Tristesse de l’historien”, Esprit (1 de abril de 1939), reproducido en Vingtième siècle. Revue d’histoire (45) (1995): 110. “Sois jóvenes, pero desgraciadamente ya no es así de la Historia que vais a servir. Caminan en una retaguardia: la historia es un concepto cansado. Hubo un tiempo, no tan lejano, donde ocupábamos el lugar de honor: toda la cultura esperaba nuestros dictámenes, nuestros oráculos. Nos correspondía decir si la Ilíada era bella, si la Bohemia era una nación, si el papa era infalible, si Marx tenía razón”.

  2. Una primera versión de este texto se presentó en el homenaje que se rindió a la memoria de don Luis González en el Colegio de México, en diciembre de 2013.

  3. Ya don Luis escribió algo sobre este personaje, “Esbozo biográfico de un cura de pueblo”, Relaciones Estudios de Historia y Sociedad xiii(51) (verano 1992): 177-193.

  4. Thomas Calvo, “Pueblo en vilo a los ojos de la historiografía francesa”, Relaciones Estudios de Historia y Sociedad xxi(83) (verano 2000): 197-206.

  5. Luis González y González, El oficio de historiar (Zamora: El Colegio de Michoacán, 2009), 104.

  6. Ibid., 105.

  7. Ibid., 39 y 107.

  8. Ibid., 68-70.

  9. Ibid., 115.

  10. Ibid., 43.

  11. Ibid., 100-101, p. 134, p. 318.

  12. “L’histoire justifie ce que l’on veut. Elle n’enseigne rigoureusement rien, car elle contient tout, et donne des exemples de tout”. “Peut-être l’esprit politique cessera-t-il de ‘penser par événements’, habitude essentiellement due à l’histoire et entretenue par elle”, Paul Valery, Regards sur le monde actuel (París: Gallimard, 1945 [1931]), 39 y 42.

  13. Raymond Aron, Introduction à la Philosophie de l'Histoire. Essai sur les limites de l'objectivité historique (París: Gallimard, 1938).

  14. Testimonio oral de su hijo Martín González. Hay en El oficio de historiar una que otra crítica (velada) a Braudel, volveremos sobre ello.

  15. Paul Veyne, Comment on écrit l’histoire (París: Seuil, 1971). Henri-Irénée Marrou, De la connaissance historique (París: Seuil, 1954), la traducción al español es hispana: Henri-Irénée Marrou, El conocimiento histórico (Barcelona: Labor, 1968).

  16. Luis González, El oficio, 55 y 114.

  17. Ibid., 55.

  18. Su consulta nos fue facilitada por Martín González. Aparte, su biblioteca conserva otras tres ediciones mexicanas de dicha obra, entre 1987 y 1995, sin ningún señalamiento. En París, el 1 de julio de 1952 (según el exlibris) compró La société féodale. Les classes et le gouvernement des hommes (París: Albin Michel, 1949). No tenía otro libro de Marc Bloch. De ser necesario hubiese podido consultar el ejemplar de la edición princeps francesa de 1949 que conserva el Colegio de Michoacán, bastante ajada aunque encuadernada con esmero, y con glosas, ésas sí abundantes, de una mano desconocida.

  19. Marc Bloch, Introducción a la historia (México: Fondo de Cultura Económica, 1979), 12 y 14.

  20. Ibid., 10 y 16.

  21. Ibid., ed. 2009, 53-54. En 1925 escribió una reseña de un libro de Halbwachs, oponiendo la “memoria histórica” que une, a la “memoria colectiva” que tiende a separar, Marc Bloch, “Mémoire collective, tradition et coutume. A propos d’un libre récent”, Revue de Synthèse Historique (118-120) (1925): 73-83.

  22. La edición italiana de Jacques Le Goff, Histoire et mémoire es de 1977-1981, la francesa: Jacques Le Goff, Histoire et mémoire (París: Gallimard, 1988).

  23. Introducción a la historia, ed. 2009, 47-49.

  24. Introducción a la historia, ed. 2009, 199. Esta cita de L. Febvre es de los años 1920, mucho antes de sus propios trabajos sobre Lutero o Rabelais…

  25. Y únicamente este punto. No es nuestra intención hacer un balance sobre la historiografía de los Annales. Para ello es preferible remitirse a Carlos Antonio Aguirre Rojas, La escuela de los Annales. Ayer, hoy, mañana (México: Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 2002).

  26. Que ciertamente estaba entonces perdiendo y entraba en una crisis que explicita el editorial de 1989: “Histoire et sciences sociales; un tournant critique. Tentons l’expérience”, Annales (noviembre-diciembre 1989).

  27. Puede usar cuestión, problema: “la riqueza del conocimiento histórico dependerá directamente de la inteligencia con las que se planteen las cuestiones iniciales”; “para el historiador todo periodo o asunto elegido es un problema” (Luis González, El oficio, 176): aquí está en la filiación directa con Lucien Febvre.

  28. Luis González, El oficio, 268.

  29. Ibid., 231-232.

  30. Por supuesto antiestructuralistas porque el estructuralismo es ahistórico, véase Aguirre Rojas, La escuela de los Annales, 117-120.

  31. Luis González, El oficio, 149.

  32. Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (México: Fondo de Cultura Económica, 1976), 18.

  33. Y empezando por el propio historiador, en el prólogo a la segunda edición francesa del Mediterráneo (1963), “durante los quince años que separan esta nueva edición de la redacción inicial, también el autor ha cambiado”, p. 22.

  34. Jacques Le Goff y Pierre Nora, coords., Faire de l’histoire (París: Gallimard, 1974).

  35. Citado en Carlo Ginzburg, El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio (México: Fondo de Cultura Económica, 2010), 356.

  36. Luis González, El oficio, 273.

  37. Ibid., 157.

  38. Henri-Irénée Marrou, “Tristesse”, 113.

  39. Paul Veyne, Comment.

  40. Henri-Irénée Marrou, De la connaissance.

  41. Luis González, El oficio, 115.

  42. Henri-Irénée Marrou, “Tristesse”, 124.

  43. Luis González, El oficio, 317.

  44. Henri-Irénée Marrou, “Tristesse”, 114; Luis González, El oficio, 137.

  45. Henri-Irénée Marrou, “Tristesse”, 114 y 127, véase también p. 55. Sobre esta pareja diabólica que constituyen la objetividad y la subjetividad históricas, véase lo que escribe, en 1955, Paul Ricoeur, Historia y verdad (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2015), 30-43.

  46. Henri-Irénée Marrou, “Tristesse”, 119.

  47. Luis González, El oficio, 149. Así es la cita.

  48. Paul Veyne, Comment, 50.

  49. Luis González, El oficio, 115.

  50. Raymond Aron, La philosophie critique de l'histoire (París: Librairie philosophique J. Vrin, 1969).

  51. Luis González, El oficio, 103.

  52. Henri-Irénée Marrou, “Tristesse”, 126.

  53. Luis González, El oficio, 102.