DOI: https://doi.org/10.24901/rehs.v38i150.285

Mary Kay Vaughan. Portrait of a Young Painter: Pepe Zúñiga and Mexico City’s Rebel Generation. Durham: Duke University Press, 2015, 289 p. ISBN 978-0-8223-5781-0


Elena Jackson Albarrán

miami university of ohio, albarrej@miamioh.edu


La última obra de la historiadoraMary Kay Vaughan, Portrait of a Young Painter: Pepe Zúñiga and Mexico City’s Rebel Generation, recorre la vida del pintor Jose “Pepe” Zúñiga, nacido en Oaxaca, pero creció y vivió la mayor parte de su vida adulta en la Ciudad de México, como un lente que nos permite contemplar la formación de su generación. La juventud de Zúñiga y sus compatriotas hizo un cruce con el movimiento estudiantil del año 68, aunque no se integró con éste. Este libro complementa las grandes contribuciones históricas de la autora a nuestro entendimiento de la historia nacional del siglo XX, sobre todo, en los campos de la historia de la educación, la relación entre el patriarcado y la nación-estado, y la historia del género, pero este libro utiliza una nueva metodología y tono. Vaughan recurre a las entrevistas como las fuentes primarias en las que está basada la narrativa, y las suple con documentos de los archivos históricos. Así reconstruye la vida de Zúñiga desde su infancia tradicional y provincial en Oaxaca en los 1930, y sigue la trayectoria de su adolescencia y juventud en la movida y cosmopolita ciudad capitalina hasta los primeros años de los setenta. La historia de la vida personal de Zúñiga se vuelve metáfora por la evolución de su cohorte, una generación expuesta a las novedosas influencias sónicas, visuales y sentimentales trasnacionales.

El libro cabe dentro del género denominado la “nueva biografía”, un movimiento académico que intenta llevar los planteamientos historiográficos a un público popular. Vaughan define esta práctica histórica como un método para determinar cómo una vida individual refleja e ilumina los procesos históricos (p. 3). Se reconoce que una historia de vida no puede sustituirse por las múltiples y diversas experiencias vividas de una generación entera, sin embargo, Vaughan identifica cuatro rasgos comunales que compartían los que crecieron juntos en la ciudad con Zúñiga, factores que le dieron forma a una identidad colectiva: el aumento de servicios dedicados al bienestar de los niños; la ampliación de los medios masivos de entretenimiento popular; la “domesticación de la masculinidad violenta”; y el desarrollo de una crítica cultura juvenil (pp. 8-10). A partir de una exploración de las influencias culturales que marcaron la niñez, la adolescencia, y la juventud de Zúñiga, Vaughan caracteriza una generación que alcanzó la mayoría de edad a pesar de, y no como resultado de, la concurrente historia oficial nacional.

La estructura del libro sigue una línea cronológica, abriendo la historia con el primer capítulo que toma lugar en Oaxaca en la década de los 1930 con las circunstancias de la unión afligida de los padres de Zúñiga. Los siguientes capítulos siguen los cambios dramáticos que viven el niño Pepe y su familia al trasladarse a la Ciudad de México en 1943, donde la vida diaria se vuelve más secular, más entretenida, y tal vez más trágica, seguir el ritmo de una ciudad que se transforma con rapidez bajo la masiva migración urbana y trasnacional. La primera mitad del libro tiene su epicentro en las vecindades de la colonia Guerrero, sitio desde donde radiaron las exploraciones de la ciudad de Pepe y sus hermanos, primos y amigos. Vaughan fortalece los testimonios orales, que a veces contaban versiones contradictorias de las aventuras acontecidas, con transcritos de programas de radio, libros de texto escolares, resúmenes de películas, y letras de canciones populares para describir las influencias culturales que les rodeaban. En la segunda mitad del libro se describe el entrenamiento y la evolución artística de Zúñiga en La Esmeralda, una escuela de arte concebida como alternativa a la didáctica Academia de San Carlos, y que abrió sus puertas en 1942. Fue en aquella institución que Zúñiga encontró los mentores, maestros y colegas que formaron su red de apoyo intelectual y creativa a lo largo de su vida.

El capítulo ocho, en particular, ilumina un momento en la vida personal de Zúñiga que hizo cruce con la vida cultural nacional. En 1964, se construyó el Museo Nacional de Antropología como parte de una política de unificación nacional de la administración de López Mateos, para combatir un ambiente de mucha tensión social. Mientras se han criticado los procesos y las ideologías que marcaron el advenimiento y construcción del museo, para Zúñiga y los demás artistas, arquitectos y asesores que colaboraron en el proyecto del museo, este episodio representó un “interludio exuberante” destacado por el espíritu de colectividad y autonomía creativa que lo definió. La diversidad étnica y cronológica de los que participaron en el diseño del museo forjó un microcosmo de la población nacional, unidos por un esfuerzo creativo que alentó sus futuros proyectos de vida individuales.

Uno de los rasgos más notables de la forma en que Vaughan relata la historia de Zúñiga es que su vida evolucionó paralela a, pero no imbricada con, los eventos desplegados en el escenario nacional. Zúñiga emergió como un joven artista talentoso a mediados del siglo XX, sin embargo lo hizo con poco conocimiento o inspiración de los tres grandes muralistas Rivera, Orozco y Siqueiros, quienes tanto dominaron el medio artístico mexicano. Y mientras la Edad de Oro del cine mexicano sí lo atraía al cine con regularidad, fácilmente veía una película extranjera y memorizaba el diálogo de las estrellas internacionales. Le fascinaban las celebridades como Gene Kelly, Elizabeth Taylor y James Dean. Escuchaba jazz y los Beatles. La horrorosa masacre en 1968 de jóvenes en el barrio de Tlatelolco no quedaba lejos de su casa, sin embargo, el evento tuvo más impacto en las vidas de sus primos y hermanos menores que en la de Zúñiga. Dice Vaughan que aunque Zúñiga compartió los sentimientos, creencias, y visiones que caracterizaban el movimiento estudiantil, vivió otra realidad y su lucha fue más orientada al avance de su obra (p. 184). En 1972, Zúñiga ganó una beca que lo llevó a París, donde permaneció durante algunos de los años de mayor conflicto político del movimiento estudiantil mexicano. En Francia, perfeccionó su estilo artístico y su identidad personal.

Vaughan concluye el libro con un resumen de las trayectorias profesionales de la generación de Zúñiga de La Esmeralda, en lo que caracteriza los cambios a los estilos y mercados artísticos en los últimos años. La conclusión es bastante abrupta, lo que inspira al lector a volver a la introducción para acordarse de los principios teóricos que justifican este proyecto biográfico. Portrait of a Young Painter es claramente una labor personal de corazón. Las detalladas descripciones de las influencias culturales nacionales e internacionales en la vida de Zúñiga la hace inolvidable. La historia de su vida no coincide fácilmente con la historia oficial mexicana, lo que nos recuerda no forzar una causalidad entre lo personal y lo nacional. En un punto relacionado, no se puede subestimar la poderosa influencia de los medios de comunicación trasnacionales y las novedosas tecnologías del mundo del entretenimiento en la evolución sentimental de la generación de Zúñiga. La construcción de una generación, vista desde la perspectiva de este pintor mexicano, fue un fenómeno global para las clases ascendientes de trabajadores urbanos.