DOI: https://doi.org/10.24901/rehs.v38i150.305
Letras y vidas en clausura. Atisbos a lo cotidiano en la vida conventual americana
Conventos y monasterios jugaron un papel fundamental en la vida social, económica y cultural de España y las Indias durante la época moderna. Sobre todo, claro está, en la vida de las personas que hicieron vida en comunidad. Toda ciudad, en los términos de la monarquía hispánica, contó con varios sitios de congregación y sus edificios marcaron, profundamente, el diseño del horizonte urbano, al grado que después de los procesos de exclaustración en algunas localidades, las ciudades conservan la memoria de los viejos cenobios y monasterios.
Entre el siglo XVI y el XIX, las celdas y claustros acogieron a hijos e hijas de diversos sectores sociales, pues, casi toda familia que pudiese hacerlo dedicaba uno o más miembros de su prole a la vida religiosa en clausura. El ingreso de un miembro a la clausura daba prestigio a su familia y le resolvía al consagrado la manutención de por vida. Salvo las mendicantes, la mayoría de las órdenes religiosas tuvo un peso fundamental en la economía, pues, fueron dueñas de fincas urbanas y haciendas, arrendadoras, prestamistas en empresas agrícolas, mineras o comerciales. Además, fungieron como patronas de innumerables obras pictóricas y retablos que recubrieron iglesias, claustros, refectorios y oratorios conventuales. En otras palabras, el impacto social, económico y cultural de las congregaciones religiosas en Indias y en la América Latina decimonónica es muy importante para comprender la configuración histórica de la región.
La sección temática de este número de la revista la debemos a la coordinación de Rosalva Loreto, y tiene como leitmotiv la escritura dentro de la clausura femenina; un aspecto del mundo conventual que, si bien ha sido ampliamente abordado desde hace décadas, no deja de ofrecer apetitosas aristas para seguirla explorando. Un ejemplo es la autobiografía trunca de María Ignacia del Niño Jesús, redactada hacia 1803 por una profesa del convento de Santa Clara de Querétaro y que es estudiada magistralmente por Asunción Lavrin. Pionera en historia de las mujeres y religiosidad femenina en América Latina, Lavrin analiza este fragmento autobiográfico que resulta particularmente interesante ya que relata la infancia de la clarisa hasta los siete años. Al poner en contexto el documento, la autora nos permite apreciar su singularidad ya que, al contrario de lo que se ha conservado en la Península, para Hispanoamérica y Nueva España son escasas las autobiografías de religiosas que traten sobre la infancia. Incluso, la propia María Ignacia resulta un personaje peculiar: española expósita criada en casa de unos indios principales de Irapuato. Lo que no resulta tan singular es la manera de relatar la infancia. La autobiografía de María Ignacia sigue un modelo presente en los relatos de vida de religiosas, a uno y otro lado del Atlántico, donde la niñez expresa la disposición para la vida religiosa en dos ámbitos: las prácticas ascéticas penitenciales y las experiencias visionarias.
A los pocos años de su fundación en Puebla, en 1604, el convento de carmelitas descalzas del señor San José recibió un trozo de carne del brazo de santa Teresa de Jesús como reliquia. A raíz de ello, varias religiosas del cenobio experimentaron visiones y apariciones, cuyas descripciones fueron transcritas en un breve documento de 22 folios. Rosalva Loreto analiza diversos aspectos del escrito, entre los cuales destaca el mecanismo de conformación de identidad y cohesión de una comunidad religiosa recién establecida.
Los textos de Alicia Fraschina y Cynthia Folquer nos llevan a escrituras conventuales en otras latitudes y ya muy entrado el siglo XIX. Fraschina aborda un corpus de poemas escritos por las monjas dominicas del monasterio de Santa Catalina de Sena en Buenos Aires, Argentina, a partir de 1861. De entrada nos previene de su particularidad, pues, se trata de un tipo de escritura novedoso en el espacio de los claustros porteños. La autora selecciona, de entre un corpus de treinta poemas, aquellos que hacen referencia a los momentos de toma de hábitos y de profesión solemne para, mediante su análisis, proponer una explicación del porqué la aparición de este tipo de escritura por esas fechas. En la segunda mitad del siglo XIX el proceso de consolidación republicano y una cada vez más acusada secularización fueron hostiles a la Iglesia católica, la cual optó por una postura intransigente. Las dominicas, provocadas por esa realidad desfavorable, “toman la palabra y optan por expresarse a través de la poesía”, dice Fraschina, “en un contexto social adverso interpelan al discurso hegemónico que las acusa de víctimas, esclavas y que caracteriza la profesión religiosa como un sacrificio inútil”.
Con el texto de Cynthia Folquer nos desplazamos dos décadas después y unos kilómetros hacia el noroeste de Buenos Aires para arribar al Tucumán que acaba de sufrir la devastación de la epidemia de cólera de 1886, mal controlada y que tuvo secuelas terribles. Nos topamos entonces con Elmira Paz viuda de Gallo, una mujer de la elite cañera, que a fines del aciago 1886 creó en su casa un asilo para huérfanos. A la postre, el asilo se convirtió en la base para construir una congregación religiosa dominica con doña Elmira por fundadora. Folquer nos acerca a la correspondencia epistolar de Elmira Paz, ahora bajo el nombre de sor María Dominga del Santísimo Sacramento, para a su vez introducirnos en los recovecos de la fundación y cotidianidad de esa nueva congregación en dos ejes. Por un lado, la práctica de la lectura al interior del claustro y, por otro, la relación de la congregación con la sociedad política y económica tucumana en la búsqueda por afianzar un proyecto conventual sostenible.
Si bien los diversos oficios públicos y reales en Indias han recibido bastante atención, hay muchos aspectos aún por explorar. Uno de ellos es respecto al conocimiento que debían tener aquellos sujetos que pretendían hacerse cargo de algún oficio. En este caso, Concepción Gavira nos presenta un documento muy valioso: el examen, con preguntas y respuestas bien detalladas en ocasiones, y el título del ensayador, fundidor y balanzario de la Caja Real de Oruro. Cabe acotar que, además de la importancia que tiene el documento como fuente de información de los requisitos necesarios para desempeñarse en el puesto, el valor de su publicación en estas páginas se ve multiplicado, pues, es muy poco lo que sabemos acerca de los oficios reales en las Indias australes.
La sección general abre con un texto en el cual Caterina Camastra se dedica a seguirle los pasos -literalmente, los pasos de baile-, al italiano Girolamo Marani y su compañía familiar de teatro a lo largo de su trashumancia por diversos escenarios del viejo mundo hasta su establecimiento en la Nueva España. Además, el bailarín y su familia le sirve a Camastra para adentrarnos en las prácticas teatrales de finales del siglo XVIII así como en los valores sociales y simbólicos de su actividad, entre la miseria y la nobleza.
Francisco Javier Crespo Sánchez y Juan Hernández Franco nos ofrecen la reconstrucción, a través del análisis de los contenidos en fuentes hemerográficas, del modelo de paternidad en una España que transita del siglo XIX al XX, que propone nuevos valores sin dejar atrás varios de los hasta entonces tradicionales. En contrapunto, Ivonne Meza Huacuja analiza los contenidos del libro de Ezequiel A. Chávez sobre la psicología de la adolescencia (1928), así como la recepción que tuvo en la sociedad mexicana. Finalmente, Cervantes, Estrada y Bello nos muestran cómo se imbrican las relaciones de parentesco en la forma de concebir e interactuar en el espacio de vida y trabajo colectivo entre los tseltales de la zona cafetalera de Tenejapa.
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Víctor Gayol