Arianna Re. Identidades en proceso de construcción. Reflexiones sobre la auto-identificación totonaca en los estudiantes de la Universidad Intercultural de Espinal, Veracruz, México. México: UNAM, 2015, 335 p., ISBN 978-607-02-6422-1


Miguel Lisbona Guillén

universidad nacional autónoma de méxico, mlisbonag@hotmail.com


La creación de universidades interculturales en el país, durante el sexenio del presidente de la república, Vicente Fox Quesada, coordinadas por la Mtra. Sylvia Schmelkes, abrió de nuevo el debate sobre la educación diferenciada para los pueblos indígenas mexicanos. Discusión de largo aliento, pero que ponía el dedo en la llaga sobre la tan traída y llevada incorporación de los indígenas a la nación, pero ahora a través de instituciones universitarias que apelan a una educación intercultural de difícil definición, por supuesto, para hacer de los saberes locales un piso sólido y universal de crecimiento de un sector de la población mexicana; un reconocimiento de prácticas que trascienden la construcción occidental del proyecto educativo. De ahí que lo intercultural se convierta en apelación para una sociedad incluyente de la diversidad, y que permita los diálogos entre diferentes. No cabe duda que ello tuvo y ha tenido detractores al considerar que este modelo de universidad lo que provoca es favorecer la segregación de los indígenas; una segunda marginación ahora advertida mediante una educación superior de “categoría inferior” a la impartida en otras escuelas públicas, casi siempre asentadas en núcleos urbanos y no en zonas rurales. Sin embargo, los motivos aducidos para su creación estuvieron claramente relacionados con la escasez de educación para la población indígena y la necesidad de crear desarrollo en las zonas rurales del país, muchas de ellas habitadas por poblaciones hablantes de algún idioma originario.

En esta tesitura y ya con varios años de existencia de estas instituciones aparece el libro de Arianna Re publicado por la unam con el número 36 de la Colección “La pluralidad cultural en México”, y que está centrado en una de tales instituciones de educación superior, la Universidad Intercultural Veracruzana (UVI), inaugurada el 26 de septiembre de 2005 en el municipio de Espinal, que se ubica dentro de la región del Totonacapán y que cuenta con hablantes de totonaco; además este trabajo fue la investigación que le permitió obtener el grado de doctora en Antropología por la Universidad de Barcelona.

El objetivo del texto, para su autora, es mostrar mediante un trabajo etnográfico cómo la construcción de la identidad es dinámica y relacional, además, se puede añadir, hace hincapié en las múltiples contradicciones observadas en el propio funcionamiento institucional y en el despliegue del modelo educativo.

Antes de abordar algunos de los aspectos señalados en el párrafo anterior es conveniente decir que el libro muestra un juego constante entre la etnografía y el debate teórico, y destaca la presencia de la autora en las páginas del texto. Arianna Re se involucra en el relato, al igual que lo hace en su observación participante, que es narrada para destacar situaciones que rara vez son citadas en México, pero que tienen amplios antecedentes en los casos: francés, con alguna obra tan imprescindible como Lo exótico es cotidiano de George Condominas (1991);1 o que tuvieron un aliento exacerbado en Estados Unidos con la llamada antropología posmoderna, aunque haya ejemplos menos drásticos como el de Paul Rabinow con sus Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos (1992).2 “No es fácil quedarse y sólo mirar”, dice la autora, antes de afirmar que involucrarse en el entramado institucional de la universidad, incluso dando clases, le llevó a cuestionar si “era justo participar en un sistema que estaba criticando”. Es así como las experiencias en el aula, con los alumnos, la interacción con los docentes colegas universitarios, o con los propios habitantes de Espinal le permiten asentar sus opiniones en primera persona del singular y narrar sus experiencias como parte de la construcción del discurso antropológico: “las dificultades de un trabajo de campo se complejizan, porque se desarrolla una doble observación, que hace que las ideas y prejuicios que inevitablemente se van formando sean bidireccionales”.

La autora se pregunta por el reflujo que se crea a través de situaciones conceptualizadas con el término globalización, sobre todo, en territorios poblados, es de suponerse, por grupos humanos que tienen una matriz cultural distinta a la occidental, aunque participan también de esa asunción de lo global, y el caso de la creación de la Universidad Intercultural es un ejemplo nítido en el plano educativo. Hay que des­tacar entre sus descripciones las que realiza de los docentes universitarios, unidos ideológicamente, según la autora, gracias a la creencia de que es posible un cambio radical en el país para solventar la desigualdad económica y social especialmente sufrida por los indígenas de México, como afirma una de las profesoras cuando señala que se formó en “una corriente de utopía social”. Y también los mismos docentes coinciden en señalar la interculturalidad como una forma de comunicación entre seres humanos de diferentes culturas, aspecto que viene a privilegiar el hecho cultural, pero que en el fondo refleja, como la autora pretende destacar, las diferencias de clase social y de estatus. Situación que también es destacable con la descripción de los alumnos y su procedencia socioeconómica.

Una breve historia del municipio y la región, junto a aspectos históricos relacionados con la política agraria que construye el perfil económico actual del municipio, la precaria situación laboral centrada en la producción de cítricos, la emigración a Estados Unidos o a centros turísticos, donde hay mayores oportunidades laborales, son parte del contexto que describe la autora para recalcar las diferencias sociales y políticas del lugar estudiado. También se describen las orientaciones temáticas de las carreras que se imparten; se describen los conflictos en la UVI, entre estudiantes y maestros con las autoridades de la propia universidad; o se muestran los posibles acercamientos a los problemas cotidianos de la comunidad a través de los proyectos que estudiantes y profesores pretenden realizar en Espinal.

La riqueza y la singularidad de las descripciones hasta ahora mencionadas de manera breve, por supuesto, no ocultan los objetivos prioritarios del libro y que en buena medida son apuntados en la “Introducción” de la obra signada por Manuel Delgado Ruiz (7-13). Dicho autor desde hace años ha insistido en que nos diferenciamos de otros no por ser diferentes, sino que esa diferenciación se debe a nuestro deseo de diferenciarnos o a la diferenciación que otros efectúan de nosotros. Paráfrasis que no debe ser controversial si es analizada detenidamente y empata a la perfección con la imposibilidad de definiciones culturales nítidas o que parcelen a grupos humanos. Ello se vuelve, en nuestro mundo actual, prolijo en información y flujos de toda naturaleza, algo totalmente constatable y que sólo puede darse como certeza desde una perspectiva teórica o en la “efusión sentimental”, según el mismo autor. Definiciones teóricas que en muchas ocasiones reaccionan a las supuestas homogeneizaciones de la llamada globalización con respuestas heterofílicas o xenofílicas; acciones o posturas discursivas que reivindican el derecho a la diferencia cultural para el propio grupo, o para cualquiera, pero que pueden llegar a encadenar a seres humanos a través de clichés construidos por pertenecer a una llamada cultura y sin tomar en cuenta que la igualdad y la justicia no deberían estar supeditadas a ninguna pertenencia cultural.

Arianna Re retoma este postulado teórico aplicado al concepto de cultura y, también, al de identidad que ya nos había expuesto hace años Frederick Barth (1976),3 y que de nuevo recuerda Delgado Ruiz en la introducción al afirmar que las identidades sólo pueden ser estudiadas “a partir de cómo las sociedades, los sectores sociales o incluso los individuos que las reclaman las usan y para qué, es decir, en acción”. Por lo tanto, la autora hace de estos dos conceptos problemáticos en las ciencias sociales, cultura e identidad, un objetivo teórico que pretende discernirse a través del trabajo de campo y la descripción etnográfica. Posición que le obliga a definirlos para que el lector no los confunda a pesar de su conexión. Por lo tanto, para Re la identidad “es una construcción social dentro de una situación relacional”, así “la cultura y la identidad son dos procesos distintos, pero en estrecha relación, interactúan entre sí en cuanto la cultura genera identidad y la identidad genera cultura. La identidad construye sus cimientos sobre prácticas culturales concretas, mientras la cultura se convierte en una política identitaria”. Es así que para la autora la identidad es el objeto del discurso y la cultura son los argumentos.

En tal sentido entrecruza los discursos de alumnos, profesores, pobladores de Espinal y los argumentos dados para conformar instituciones como las universidades interculturales para mostrar la construcción constante de identidades y los problemas que la definición del concepto de cultura comporta. Por ejemplo, la cultura expresada por los alumnos de la universidad queda enquistada, según sus descripciones, en dos elementos: el traje típico y el idioma totonaco. Algo parecido a las respuestas sobre qué es ser indígena, que se circunscribe a quienes tienen sus propias costumbres y un idioma. Imaginario que se amplía con la relación armónica con la naturaleza y el cosmos, así como por ser seres dotados de paciencia. Esta labilidad de las propias definiciones emic, si se vale la expresión, lo que hace es mostrar cómo alguno de los proyectos universitarios centrados en el rescate de la cultura propia tiene un fundamento ajeno a dicha realidad, especialmente, porque es “imposible que se produzca un rescate de la cultura tradicional-indígena, básicamente por los motivos mencionados anteriormente de falta de comunicación, además de reiterar la falacia según la cual la cultura resulta ser algo material, circunscrito e inmutable”.

Eliminar, o al menos poner en cuarentena esta mirada culturalista de la realidad social, también le acerca a mostrar que el reconocimiento de las diferencias culturales no elimina las desigualdades sociales y de poder. Para ello, la autora recurre a las paradojas reflejadas en la alodoxia de Pierre Bourdieu (1972)4 y que es ejemplificada en el caso de la Universidad Intercultural a través de la reproducción jerárquica y privilegiada de los profesores frente a los alumnos, aunque la pretensión de los actores sea una especie de horizontalidad entre ambos colectivos para propiciar el intercambio de conocimientos mutuos. Lo anterior puede ocasionar desavenencias intelectuales, por llamarlas de alguna manera, tan considerables como desear desmontar los conocimientos occidentales sin contar con alguna alternativa o los problemas para definir alguna gramática en lengua indígena y que sea considerada por todos sus hablantes, con sus variantes, una posibilidad de transmisión escrita.

Ante estos problemas la interculturalidad parece ser la solución destinada a solventar los intríngulis de la sociedad merced al reconocimiento de la diversidad cultural y a la necesidad de comunicación entre actores con diversa adscripción cultural. Por ello la “interculturalidad es vista como la nueva apuesta política para obtener un diálogo de saberes entre ‘diferentes’ diferencias”. Sin embargo, esta solución, más discursiva que real, también es observada como problemática por la antropóloga italiana quien insiste, por obvias razones, que la comunicación siempre existe, aunque habría que añadir que ésta no tiene porque ser positiva, muchas de las comunicaciones entre seres humanos tienen características negativas y no necesariamente se producen entre individuos con adscripción cultural diferenciada. Comunicación que tiene también espacios de aversión, por supuesto, como lo que ocurre con los llamados conocimientos occidentales y que pueden situar en desventaja a muchos de los alumnos de estos planteles universitarios frente a otros del propio México.

Lo que queda, si hacemos caso a la investigación de Re, es un batiburrillo conceptual donde términos como identidad, cultura o interculturalidad son utilizados, o pueden serlo, como reafirmación de las segregaciones criticadas y preexistentes. La propuesta de interculturalizar todas las universidades, como hace la autora, no debería sorprender, sino, por el contrario, mostrar la debilidad de ciertos discursos que no toman en cuenta la conformación de las instituciones educativas dirigidas a discriminar, a través de su jerarquización social, a los egresados de las universidades.

La realidad analizada por la autora, por ende, no conduce a afirmaciones rotundas sobre el papel de los actores descritos en el texto, ni a definiciones escolásticas de las instituciones universitarias interculturales y de los conceptos utilizados; la pluralidad cultural no es un valor o una utopía por conseguir, sino nuestra condición humana, todo lo que se pretenda canonizar más allá de la realidad seguramente jugará un papel inverso al pretendido.



1 George Condominas, Lo exótico es cotidiano (Madrid: Júcar, 1991).

2 Paul Rabinow, Reflexiones sobre un trabajo de campo en Marruecos (Madrid: Júcar, 1992).

3 Frederik Barth, comp., Los grupos étnicos y sus fronteras. La organización social de las diferencias culturales (México: Fondo de Cultura Económica, 1976).

4 Pierre Bourdieu, Bosquejo de una teoría de la práctica (Buenos Aires: Prometeo Libros, 2012).