Patricia Martínez. El tejido familiar de los Sánchez Navarro, 1805-1840. Saltillo: Ayuntamiento de Saltillo, Archivo Municipal de Saltillo, Archivo para la Memoria de la Universidad Iberoamericana, 2014, 135 p., ISBN 978-607-9158-85-9
José Roberto Mendirichaga
universidad de monterrey, jose.mendirichaga@udem.edu
El libro sobre los Sánchez-Navarro de Patricia Martínez Coronado, originaria de Pharr, Texas y quien prepara su disertación doctoral en la Universidad de Texas sobre “San Esteban de la Nueva Tlaxcala, 1760-1810”, resulta ser un planteamiento interesante acerca de la elite novohispana o independiente, sumado al de género, basado en la correspondencia de Apolonia Beráin de Sánchez Navarro; el acceso a la colección de la misma familia en el fondo Benson de UT-Austin; y la consulta a documentos privados de la citada familia en México, Distrito Federal.
Trabajos de similar naturaleza han sido los libros o artículos de François Chevalier. La formación de los latifundios en México. México: Fondo de Cultura Económica, 1956; Ida Altman, sobre los marqueses de Aguayo: Ida Altman, “A Family and Region in the Northern Fringe Lands: The Marqueses de Aguayo of Nuevo León y Coahuila”. En The Provinces of Early Mexico: Variants of Spanish American Regional Evolution, eds. Ida Altman y James Lockhart. Berkeley: UCLA, 1976; sobre los Terrazas, Mark Wassermann. Capitalistas, caciques y Revolución. La familia Terrazas de Chihuahua, 1854-1911. México: Grijalbo, 1987; o sobre los Ramos de Arriola y los Arizpe-Fernández de Castro en Francisco Javier Rodríguez. Dos familias en la conformación histórica del Noreste Novohispano, siglos XVII-XIX. San Pedro: Centro de Estudios Históricos UDEM, 2011.
Apunta la autora en la introducción a su libro que una obra que trata ampliamente sobre las actividades económicas y políticas del cura José Miguel Sánchez-Navarro y su sobrino José Melchor, es la de Charles H. Harris III. A Mexican Family Empire. The Latifundio of the Sánchez-Navarro, 1765-1867. Austin: Universidad de Texas, 1975; después fue traducida por Carlos E. Guajardo y editada con el título de El imperio de la familia Sánchez Navarro, 1765-1867. Monterrey: Sociedad Monclovense de Historia, A.C., 1989.
En cuatro capítulos –”Apolonia y Melchor”, “Vicenta”, “Rafael” y “Apolonia”–, una introducción, un epílogo y un apéndice, la autora nos entrega una fascinante historia de la vida cotidiana acerca de esta familia terrateniente, agrícola y ganadera de la Coahuila de los siglos XVIII y XIX, donde el planteamiento fundamental consiste en considerar el papel que las mujeres de la elite tuvieron frente al género masculino correspondiente, particularmente en la hacienda de la misma familia en Monclova.
En la introducción, Patricia Martínez señala igualmente que el antecedente de su libro fue su tesis de Maestría en Historia que presentó en UT-Austin, en 1996, con el título de “A voice of her own: women, men and familiy in the Northern Mexico, 1805-1840”, al tiempo que pasa a señalar que las cartas de y para Apolonia B. de Sánchez-Navarro son la fuente primaria de su investigación, y agrega: “Algunos podrían argumentar que el centro en torno al cual giraba la familia era el patriarca José Melchor, pero las cartas de Apolonia y sus acciones nos conducen hacia un mundo que no ha sido estudiado anteriormente: un ámbito privado en el que es posible encontrar experiencias, actitudes y puntos de vista de aquellos que no aparecían formalmente como poderosos”.
Martínez precisa que hacia finales del siglo XVIII, la tienda del cura José Miguel fue valuada en 20 mil pesos, y que los bienes de la citada familia incluían 323 mil hectáreas de tierra y 80 mil cabezas de ganado ovino; que el caso de la familia Sánchez-Navarro sirve como ejemplo para entender la forma en que los ámbitos público y privado estaban entretejidos durante la primera mitad del siglo XIX en México; y que sería erróneo entender que la influencia de las mujeres deba constreñirse únicamente al ámbito del hogar, donde los roles de género no fueron estáticos, debiendo además considerar las variantes raciales y de clase.
Dentro del primer capítulo, “Apolonia y Melchor”, la autora plantea que los hombres y las mujeres de principios del siglo XIX desempeñaban ciertos roles a los que debían sujetarse, “pero todavía es difícil determinar con precisión cuáles eran las labores cotidianas de ellas, pues no existe información suficiente para realizar estudios en torno a las vidas de las mujeres en México”. Este capítulo es básico pues en él Patricia Martínez plantea quiénes eran los protagonistas de la historia, los nombres y edades de los hijos –Vicenta, Jacobo y Carlos–, el pueblo de origen de Apolonia y su posición económica-social, el trato con su esposo Melchor, la muerte en 1821 del tío José Miguel, y el incremento de las responsabilidades de Apolonia con la frecuente ausencia de su marido Melchor, para atender las muchas propiedades que había heredado,1 determinando que “Melchor ejerció claramente una medida de control patriarcal sobre su mujer y su familia, pero su trato ejemplifica que las relaciones entre ambos sexos no fueron tan dependientes como los relatos históricos lo han señalado”, debido a la flexibilidad que esta sociedad fronteriza presentaba (pp. 44-45).
“Vicenta” es el segundo capítulo. La hija de Melchor y Apolonia se casó a los 16 años en Monclova –en un matrimonio arreglado básicamente por el padre– con el potosino Rafael Delgado, quien era empleado de Melchor y se convertiría en su yerno. La pareja, durante sus dos años de matrimonio, vivió en la hacienda de Monclova. Dos cuestiones que afectaron la buena relación de Melchor con la familia fueron: que ella se enterara que Rafael no había concluido sus estudios, pero se ostentaba como abogado; y que él hubiera procreado dos hijas en San Luis Potosí antes del matrimonio. Patricia Martínez señala que “Vicenta sí logró expresar, en algunas ocasiones sus opiniones respecto a sí misma. La situación de ella en su matrimonio se vio fortalecida por la presencia de una madre asertiva que tenía una posición poderosa dentro del hogar. En consecuencia, debido a que Vicenta vivía en la casa de sus padres, su esposo jugó un papel relativamente débil dentro del hogar” (p. 50).
El tercer capítulo, “Rafael”, plantea una historia triste: Vicenta enferma y muere, con lo que Rafael, primero va a ser alejado de la hacienda y, finalmente, expulsado del seno familiar, porque además no reprodujo el linaje. Varios fueron los problemas a los que se enfrentó Delgado en su relación conyugal y familiar: su amor por Vicenta no fue correspondido,2 se encontraba bajo la jerarquía laboral de su suegro Melchor, llevaba malas relaciones con su suegra Apolonia, y no llegó a tener descendencia.3 Patricia Martínez cita al historiador John Tutino, en su artículo “Power, Class and Family: Men and Women in the Mexican Elite, 1750-1810”, donde éste advierte que “los que heredaban eran los hijos legítimos del patriarca, incluso si no tenía varones” (p. 74).
Y como último capítulo del libro, tenemos: “Apolonia”. Corresponde a la etapa del matrimonio de Melchor y Apolonia que se sitúa entre 1827 y 1836. Después de la muerte de su esposo, ocurrida en este último año, “Apolonia tomó a su cargo la dirección de los bienes de los Sánchez Navarro, hasta que sus hijos cumplieron 25 años de edad” (p. 90). Cambiaron los roles de género, advierte Martínez. Refiriéndose a Apolonia, apunta: “su autoridad era incuestionable, incluso para sus asistentes varones. Cuando algún extraño se atrevía a desafiarla, ella rápidamente afirmaba su posición” (p. 105).
Con un breve epílogo, Patricia Martínez apunta que Apolonia Beráin vivió en Coahuila hasta sus ochenta años y murió en 1876 en la Ciudad de México, donde vivían sus hijos Jacobo y Carlos, cuando éstos hubieron de dejar su tierra, “después de que los dos descendientes varones de Apolonia realizaron una serie de alianzas políticas desastrosas que ocasionaron la confiscación casi completa de los bienes de la familia, por parte del gobierno liberal” (p. 109). Aquí, posiblemente, la autora de El tejido familiar de los Sánchez Navarro, 1805-1840 pudiera haber apuntado que la acción emprendida contra los hermanos Sánchez-Navarro fue, en bastante medida, vindicativa, como sucedió con otras familias conservadoras de la época, como los Milmo-Vidaurri, los Zuloaga y otras que dieron su apoyo al imperio de Maximiliano, aunque el tema es muy polémico y requiere más explicación, porque las fuerzas liberales y conservadoras, en franca guerra civil, mantuvieron durante este tiempo una equilibrada fuerza en contingente militar y en gobiernos de entidades y municipios.
En el apéndice, de 14 páginas, es donde la historiadora muestra la mayor parte de sus fuentes secundarias, al citar a Joan Scott, Catherine Hall, Cheris Kramarae, John Kikza, David Brading, Edith Couturier, Richard Lindley, Patricia Seed y Ramón Gutiérrez. En las fuentes, agrega a otros autores: Silvia Arrom, Antonia Castañeda, Elizabeth Fox-Genovese, Donna Guy, Graciela Hierro, Linda Kerber, Gerda Lerner, Leslie Scott Offut, Cecilia Sheridan y Julia Tuñón, estas fuentes llegan hasta el año 2001.
La edición está muy cuidada. Martha Rodríguez coordinó la obra; la edición y corrección son de Magdalena Magolo Cárdenas y Jesús de León Montalvo; el diseño y la formación estuvieron a cargo de Norma Rodríguez y Sandra de la Cruz. Carmen Ramos Escandón, del Ciesas, opina del libro: “Considero que el libro de Patricia Martínez hace una excelente aportación a la historia regional y a la historia de las mujeres y de la familia”.
1 El Centro “Vito Alessio Robles” de Saltillo montó, en el verano de 2014, una interesante exposición acerca de los Sánchez-Navarro. En la museografía, aparecía la lista de las 24 haciendas más importantes de la citada familia, a saber: Adjuntas (Monclova), Aguanueva, Anhelo, Bonanza, Buenavista, Castaño, Castañuela, Del Carmen, Del Rosario, Dolores (Cuatro Ciénegas), Encinas, Hedionda Grande, Hermanas, Nuestra Señora de los Dolores (Palau), Patos, Punta de Santa Elena, San Ignacio del Paso Tapado (Monclova), San José del Oro, San Juan de Sabinas, San Lorenzo de la Laguna, Santa María de las Parras, Señor San José y Soledad. Información proporcionada por la Lic. Esperanza Dávila Sota, coordinadora de la Biblioteca del Centro Cultural “Vito Alessio Robles” de Saltillo.
2 Martínez señala que “Vicenta nunca logró tener una relación cercana a su marido”; “A la luz de la obvia aversión que ella sentía por este hombre, y de la capacidad que evidenciaba para tomar sus propias decisiones, es incluso probable que esta unión nunca se haya consumado” (pp. 75 y 78, respectivamente).
3 Agrega la autora del libro: “Él había fallado en el logro de su obligación más importante: continuar el linaje familiar. Así, una vez que murió su esposa, él ya no tuvo un lugar dentro de la casa de los Sánchez Navarro. Los hermanos de Vicenta, Jacobo y Carlos, heredaron las propiedades de la familia” (p. 83).