Enrique Guerra Manzo, Del fuego sagrado a la acción cívica. Los católicos frente al Estado en Michoacán (1920-1940), México, El Colegio de Michoacán, Universidad Autónoma Metropolitana, ITACA, 2015, 344 p., ISBN 978-607-28-0427-2


Gabriela Contreras Pérez

universidad autónoma metropolitana-xochimilco, gacosp@gmail.com


La obra de Enrique Guerra, resultado de un intenso y prolongado trabajo de casi dos décadas, muestra de manera detallada las relaciones locales que se establecen entre católicos, creyentes devotos, dispuestos a la defensa de sus creencias religiosas. Una particularidad de esta obra es reflexionar cómo esos mismos católicos desarrollan relaciones de corte cívico que, con cierta frecuencia, los orillan a tener posiciones cambiantes o ambiguas.

Como punto de arranque, el autor hace un detallado análisis de los hallazgos y propuestas de autores que han abordado la cuestión religiosa en Michoacán, situándolos en su posición teórica-analítica; decantando así lo que será su propia línea de análisis; tratando de “mirar desde afuera” el proceso de la Cristiada. Borda la reconstrucción histórica muy finamente, a partir de la exposición y análisis de la “dinámica de las relaciones entre el bloque católico y el bloque estatal a nivel micro”. Para ello, se concentra en tres regiones: Coalcomán, Zitácuaro y Zamora, regiones que cruzan en diagonal a la entidad.

Es claro que el trabajo se respalda no sólo con una sólida base teórico-analítica, sino con una minuciosa revisión de archivos municipales y fuentes documentales que hace de la investigación un trabajo serio, sugerente, debatible. El ritmo que impone va desplazando al lector entre el escenario de la política nacional y la problemática michoacana para luego transitar hacia lo regional, esbozando algunos detalles locales. Con esa misma lógica, vamos cruzando los tiempos, entre lo que se ha denominado como la Cristiada, hacia el movimiento de los Segundos y, posteriormente, el Sinarquismo. ¿Cuál es el hilo de continuidad, si es que existe? ¿Cómo fue procesándose dicha continuidad en cada una de las regiones, en cada una de las temporalidades, mientras los actores sociales y los tiempos políticos cambiaban? ¿Cómo se asumían los cambios, desde las posturas oficiales –tanto del Estado como desde la Iglesia– hasta las decisiones locales?, tomadas al calor de los enfrentamientos o en momentos de crisis y en condiciones de desesperanza total. ¿Cómo fue que esos católicos campesinos y pobres resistieron en la lucha por casi quince años?

El autor analiza las relaciones políticas en la entidad michoacana, enfatizando en “el proceso de centralización local en un escenario caracterizado por una sociedad fragmentada”. A partir de esta idea, el lector asume que no requiere de la exposición cronológica a lo largo del libro, pues, por encima de ello va la comprensión del acontecer local, con sus especificidades en relación con procesos críticos o significativos que ilustran las particularidades de este enfrentamiento entre Estado e Iglesia.

Encontramos así una riqueza de propuestas para analizar los procesos internos de estos católicos en lucha: cristeros, segundos o sinarquistas. La mirada que va de lo cotidiano a lo político, de la caridad y el Fuego Sagrado, hacia la acción cívica y la resistencia; de la disputa por los símbolos a la defensa de la tierra, la defensa por las creencias y la educación; la mirada hacia los representantes de las organizaciones católicas, el episcopado y los llamados “Arreglos”, todo ello desde aquellos que se encontraban en la disyuntiva de luchar por la dotación de tierras o restitución sin que ello les significara dejar de lado sus creencias, o enfrentar a los agraristas (que no eran bien vistos, sino identificados como “campesinos beneficiados” que renegaban de una forma de vida: aquella de la tradición católica).

Las regiones estudiadas muestran los niveles de movilización y, a la vez, la diversidad de las problemáticas locales y trayectoria de los actores sociales, así como la diferente consistencia de los grupos locales y de sus líderes –que habían logrado sustraerse al control del gobierno central y de la entidad–. Coalcomán, donde tuvo mayor fuerza la rebelión cristera, ejemplifica este aspecto. Zitácuaro, por su parte, evidencia la tremenda carga de violencia contenida en estos enfrentamientos que encontraron a los católicos ante un doble frente de lucha: liberales y protestantes. Zamora, por su parte, ilustra la estructura de poder, las haciendas, el problema escolar, el conflicto agrario.

El apartado que revisa la organización sinarquista aparece, a mi juicio, muy redonda, como si (a diferencia de cristeros y segundos) sólo ellos hubieran tenido una línea lógica y única, congruente y separada de las diversas expresiones de lucha cristera y de la jerarquía católica. Los conflictos evidentes entre dirigencia, grupos locales y jerarquía, aparecen con un perfil muy bajo. No obstante, uno puede ir hilando a partir de la información expuesta, sacando conclusiones o tendiendo hacia una línea interpretativa. Hay elementos suficientes para sugerir que los sinarquistas de estas regiones del estado de Michoacán se ubican en la tendencia místico social, cercana a las prácticas de Salvador Abascal, como una línea que perduró desde los años de actividad intensa de las Legiones (intransigentes frente al Estado, que rechazan el modus vivendi)

Me parece importante hacer unos señalamientos que reflejan algunas de las dudas y planteamientos que emergen de la lectura de este libro. En modo alguno son peticiones que, como si hiciera falta, se hacen a los autores. Lo que sigue son más que nada, comentarios orientados a continuar el debate, a estimular la continuidad en esta línea de trabajo, pues nos hace falta, todavía, mucho por comprender.

1. En diversos apartados del texto, el autor se entrega con relativa facilidad a la disputa con Jean Meyer, por la precisión de algunos datos. Pero –aparte de enmendarle la plana– ¿a qué contribuyen esas disquisiciones en su búsqueda para comprender las formas en que se transitó de la “acción cívica” a la acción rebelde? Es, en ocasiones, una insistencia que va más allá del propio Meyer cuya obra tiene el reconocimiento merecido, pues, lo relevante aquí es la manera en que se esclarecen tanto la particularidad de las prácticas católicas, aunadas a la tradición cultural y la religiosidad, que llevaron a esbozar formas de relación social y política acordes con las circunstancias locales, tanto en términos de historia local como en términos de las redes de intereses económicos y fuerzas políticas en juego.

2. Por otro lado, el autor queda en deuda con autores como Marta Eugenia García Ugarte o Fernando González, cuyos análisis contribuirían a ampliar la discusión planteada, enriqueciendo el debate. Estos autores posibilitan situar la discusión sobre la sociedades reservadas o secretas (F. González), las diferencias entre la misma jerarquía católica en su relación con la dirigencia de las distintas organizaciones (F. González y M. E García Ugarte), así como las trayectorias específicas de los mandos religiosos que atendían la conflictiva religiosa como parte de un entramado mucho más amplio y complejo: en el acontecer de la Iglesia católica en el periodo de entreguerras.

3. Cabe, por último, algunos señalamientos al autor, que no tratan, de ninguna manera demeritar su importante trabajo. Por el contrario, se espera la continuidad del mismo y, por tanto, me permito la referencia de algunas ausencias: no hay una mirada hacia la problemática internacional que da contexto al surgimiento de la Acción Católica, en distintos países de América, de manera simultánea. No hace distinciones respecto a la influencia de los jesuitas en la actividad política de la Iglesia en México o las disputas entre órdenes religiosas en esos años; no hace una aclaración explícita de cómo las actividades políticas fueron prohibidas por el Alto Clero vinculando la forma en que esa prohibición acompañó el desarrollo del movimiento armado, en un primer momento. Esta supuesta “inactividad” política es la que detona las actividades rebeldes.

Estos aspectos, en mi opinión, son relevantes, pues, permiten comprender cómo es que –literalmente– chocan dos tiempos. Cada uno con su propia intensidad y trayectoria de inicio: el Estado y la Iglesia. Se entremezcla el tiempo de la religiosidad, una práctica cultural que ha arraigado, que converge en la vida cotidiana: el sistema de cargos, ligado con las mayordomías y con las aspiraciones a ser regidor.

Finalmente, no resta sino celebrar este trabajo y el gran esfuerzo del autor que al ilustrar con claridad las expresiones sociales que mezclaban tiempos, demandas, razones, invita a reflexionar sobre los tiempos actuales, la religión y la política, pero no la que transcurre en el tiempo de las altas jerarquías, sino en el tiempo corriente, de la religiosidad, el ritual, las tradiciones, las carencias y la necesidad de estar siempre atentos, organizarse, resistir. Elegir, al fin, la política en la religión.