Presentación
Crisis y ajustes. Gobierno, sociedad y política en tres momentos clave
Cuando Octavio Paz recibió el premio Alexis de Tocqueville de manos de Miterrand, en junio de 1989, declaró la muerte de la Revolución o, mejor dicho, de lo que él y otros pensadores han llamado el mito revolucionario que fue la columna vertebral del proyecto de la modernidad desde el mismo triunfo de la revolución francesa. El mito moría de muerte natural ante el avance de lo que varios intelectuales y políticos de entonces denominaban liberalismo democrático, y no apuñalado por una Santa Alianza contrarrevolucionaria y restauradora del antiguo régimen. 1 Pero más allá de poner a discusión las ideas de Paz y del neoliberalismo de la década de 1980, interesa poner el dato como hilo conductor para recordar el espíritu de la época (zeitgeist) en la que se escribieron esas palabras y el contexto, ya que simboliza el cambio trascendental que se dio en muchos aspectos de la vida en Occidente, cambio que tocó incluso a la academia.
Desde 1985, Gorbachov aplicaba reformas en la URSS para destrabar el anquilosado régimen surgido de la revolución de 1917. En noviembre de 1989 comenzó la demolición del Muro de Berlín; en febrero de 1990, Daniel Ortega y los sandinistas en el gobierno perdieron las elecciones en Nicaragua frente a Violeta Chamorro. En diciembre del mismo año Lech Walesa, el líder histórico de Solidarność,asumió la presidencia de Polonia con lo que comenzó una etapa de retorno a la economía de libre mercado, de la misma manera que estaba sucediendo en otros países del antiguo bloque comunista de la época de la Guerra Fría. Las palabras de Paz eran, a fin de cuentas, el reflejo de un mundo en el que ya no se apostaba por solucionar las crisis sociales, económicas y políticas mediante cambios radicales y por la vía revolucionaria, sino con transiciones y ajustes por medio de reformas. Reformas, por cierto, que la mayoría de las veces tuvieron resultados caóticos e imprevisibles.
La historia y las ciencias sociales sufrieron también por entonces cambios radicales. Ya las décadas de 1970 y 1980 habían atestiguado la crítica creciente a la explicación de la realidad histórica mediante los métodos de la historia científico-social cuyo eje –según sus críticos– “era la fe en la modernización como una fuerza positiva”;2 lo que derivó en cambios importantes en la década de 1990. La crítica extrema estaría representada desde la ciencia política por la famosa acta de defunción de la historia escrita por Fukuyama;3 pero en otros ámbitos, la crisis sirvió para proponer nuevos objetos de investigación y reorientar metodologías en disciplinas como la antropología o la historia. El análisis macro encuadrado en las grandes estructuras socioeconómicas y con atención en las coyunturas políticas más importantes y visibles –las revoluciones como paradigma, por supuesto– dio paso a la apuesta por el microanálisis en el cual no importaba tanto medir el avance modernizador de las grandes transformaciones –en términos de progreso, de éxito o fracaso–, sino comprender las paulatinas y continuas mutaciones, los ajustes cotidianos al sistema. De alguna manera, la atención a las revoluciones dio paso a la atención a las reformas.
Desde la historia y la antropología, los cuatro textos que componen la sección temática comparten esta mirada meticulosa sobre aspectos que podrían pasar inadvertidos si no hubiese un verdadero interés por diseccionar los conjuntos sistémicos. Además, los cuatro abordan fenómenos vistos a un nivel micro que, de alguna manera, son puestos en diálogo con fenómenos coyunturales de gran alcance en función de su importancia como elementos presentes en las transiciones. Francisco Eissa-Barroso aborda los cambios en los perfiles de los oficiales a cargo de gobiernos provinciales poniendo como ejemplo el del corregimiento de Veracruz, en una época en la cual la guerra de sucesión dinástica condujo a una crisis de gobernabilidad que fue necesario contrarrestar. La apuesta de Felipe V fue por la militarización de los cargos de gobierno y representó uno de los primeros intentos significativos por reestructurar el aparato de gobierno e impartición de justicia y que seguirá siendo una preocupación recurrente del resto de los reyes hispánicos del siglo XVIII, como lo demuestran las grandes mudanzas acaecidas durante el reinado de Carlos III. La atención a un fenómeno en apariencia simple como es el origen socioprofesional de los encargados de gobierno, adquiere relevancia en conexión con el resto del proceso.
Con Alejandra M. Leal Martínez damos un salto plurisecular para situarnos en el México posterior al sismo de 1985 en el que encontramos a una sociedad civil que demostró gran capacidad de organización y respuesta ante la crisis. La narrativa de este fenómeno generalmente se estructura con base en la aparición de una solidaridad social que se convirtió rápidamente en una toma de poder por parte de la sociedad frente a un gobierno incapaz y desorganizado en la ciudad de México. La idea de una ciudadanía que se democratiza y una sociedad que demuestra su autonomía como respuesta a la crisis al plantarle cara al Estado neoliberal se fortalece si, aparte de los procesos que nos ofrece Leal Martínez, situamos el empoderamiento de la sociedad civil en 1985 entre la reforma política de 1977 y la recomposición de las fuerzas políticas y sociales ante el escenario electoral de 1988, dos elementos que también suelen formar parte de esa narrativa. Sin embargo, el análisis de Leal Martínez no deja de ser sorprendente y retador al proponer que, más que una reacción ante la imposición de las políticas económicas del neoliberalismo, nos sería conveniente leer el fenómeno en otra clave: la de la creación de un sentido común neoliberal en la propia sociedad.
Los artículos de Brian Connaughton y José Antonio Serrano Ortega nos ubican en la época de transición que está particularmente relacionada con el proceso de independencia de México. Sin embargo, los problemas que abordan en sus análisis están situados en claves muy distantes del gran proceso revolucionario ya que se localizan en elementos de la cultura política. Connaughton se detiene a explicar con lujo de detalles la aparición y continuidad de un constitucionalismo reformista que puso especial atención en las relaciones entre el poder civil y el poder eclesiástico tras la experiencia de los embates del regalismo de los borbones. Teniendo como pivote la Constitución de Cádiz, Connaughton rastrea la continuidad de ideas políticas entre finales del siglo XVIII y 1821 y que él define como constitucionalismo político-religioso, poniendo como ejemplo la experiencia del Bajío. Es, además, un texto que contiene una revisión crítica y minuciosa de la historiografía más reciente sobre el tema. Por su parte, Serrano Ortega analiza el desempeño de la diputación provincial de Guanajuato y sus relaciones con los ayuntamientos en el bienio de 1822-1824. Para ello opta por revisar el aspecto fiscal y las estrategias de control que implementó la diputación para disminuir la autonomía administrativa de los ayuntamientos, lo cual provocó no pocos conflictos. Un punto importante del análisis de Serrano es que permite discutir algunas conclusiones establecidas por la historiografía previa acerca de la importancia de los ayuntamientos en la vida política de la primera mitad del siglo XIX.
El documento que acompaña a este número es presentado por Julian A. Velasco; se trata de un listado de empleos en la provincia de Tunja, Nuevo Reino de Granada, hacia 1787. La producción de este tipo de listados no es extraño en la monarquía hispánica pues los encontramos constantemente desde el siglo XVII.
Abre la sección general un artículo de Onésimo Chávez y Jacinta Palerm que da cuenta de los procesos de establecimiento, movilización y disolución de una organización que agrupó durante veintitrés años a diversas comunidades zapotecas de la Sierra de Juárez. Conocida primero como Alianza de Pueblos Unificados y luego como Organización Independiente de Pueblos Unidos del Rincón, el colectivo dio cauce a demandas comunes de varios pueblos de la sierra entre 1978 y 2002. En seguida, Daniel Añorve propone una reflexión muy provocadora sobre la identidad y la volatilidad en la configuración de la cultura posmoderna para lo cual echa mano del análisis del mundo del fútbol y sus cambios desde 1981. Para cerrar, Déborah Oropeza nos adentra en un fenómeno migratorio poco estudiado pero de grandes alcances, sobre todo culturales, que es el de la migración asiática a la Nueva España entre 1565 y 1700. Una migración compleja compuestas por grupos diversos y heterogéneos que dejó huella indeleble en la sociedad y la cultura novohispana y mexicana.
Víctor Gayol
1 Octavio Paz, “Poesía, mito, revolución”, en Vuelta, 152 (julio, 1989): 8-12.
2 Georg G. Iggers, La historiografía del siglo XX Desde la objetividad científica al desafío posmoderno (Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica, 2012), 167.
3 Francis Fukuyama, “The End of History?”, The National Interest, 9 (verano, 1989): 3-18.