“Benzulul”: huellas de la identidad y la realidad regional chiapaneca del siglo XX
“Benzulul”: traces of Chiapas regional identity and reality of the 20th century
Diana Erika Cruz Jiménez
Facultad de Humanidades
Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas
diana.cruz@unicach.mx
https://orcid.org/0000-0001-5199-0866
Rafael de Jesús Araujo González
Facultad de Humanidades
Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas
rafael.araujo@unicach.mx
https://orcid.org/0000-0002-7292-2501
"Benzulul": huellas de la identidad y la realidad regional chiapaneca del siglo XX by Diana Erika Cruz Jiménez y Rafael de Jesús Araujo González is licensed under CC BY-NC 4.0
Fecha de recepción: 10 de febrero de 2023
Fecha de aprobación: 27 de marzo de 2023
RESUMEN:
El presente artículo versa sobre “Benzulul”, cuento que da nombre a la primera obra del escritor chiapaneco Eraclio Zepeda Ramos. Esta y otras publicaciones del conocido “Ciclo de Chiapas” están vinculadas al entorno sociohistórico de los autores que participaron en los proyectos culturales y políticas públicas del gobierno de Lázaro Cárdenas del Río con la intención de atender a la población indígena, delinear la identidad nacional y homogeneizar el idioma. Para poner en cuestión estas nociones, se presenta el análisis histórico del contexto del autor y de su trabajo; posteriormente se lleva a cabo una revisión literaria general de los elementos regionales de “Benzulul” (1959) a la par que se retoman valores que estudiosos han vertido en torno a la obra y se elaboran consideraciones propias a partir de los aportes teóricos emanados de la teoría de la literatura, de la historia y de los estudios culturales.
Se concluye que “Benzulul” es una obra producto del contexto en el que surge. En ella se articula la realidad regional con la visión y voz del autor que, como otros, se involucró en las acciones que el gobierno llevó a cabo para atender a la población indígena con un proyecto de aculturación. Valga decir que los objetivos de estas políticas se modificaron con la intervención de artistas e intelectuales, lo que dio como resultado una concepción de la identidad a partir de la diversidad y la resignificación de los personajes indígenas y mestizos, ya no percibidos como víctimas o seres exóticos, sino como sujetos universales, con vicios y virtudes.
Palabras clave: Regionalismo político y literario, Historia, Literatura, Benzulul, Realidad, Identidad
ABSTRACT:
This article deals with “Benzulul” a story that gives its name to the first work of the Chiapas writer Eraclio Zepeda Ramos. This and other publications of the well-known “Ciclo de Chiapas” are linked to the sociohistorical environment of the authors who participated in the cultural projects and public policies of the government of Lázaro Cárdenas del Río to serve the indigenous population, delineating the national identity and homogenizing language. To question these notions, a historical analysis of the author's context and his work is presented; subsequently, a general literary review of the regional elements of “Benzulul” (1959) is carried out while values that scholars have expressed around the work are retaken and their considerations are elaborated based on the theoretical contributions emanating from the theory of literature, history, and cultural studies.
It's concluded that “Benzulul” is a work product of the context in which it arises. In it, the regional reality is articulated with the vision and voice of the author who, like others, became involved in the actions carried out by the government to serve the indigenous population with an acculturation project. It is worth saying that the objectives of these policies were modified with the intervention of artists and intellectuals, which resulted in a conception of identity-based on diversity and the resignification of indigenous and mestizo characters, no longer perceived as victims or being’s exotic but as universal subjects, with vices and virtues.
Keywords: Political and literary regionalism, History, Literature, Benzulul, Reality, Identity
El proyecto político, la construcción de la identidad, la realidad regional y su impacto en la literatura
El indigenismo y el regionalismo literario se enmarcan en la búsqueda de una definición de identidad, a través de políticas públicas generadas por el Estado y de movimientos sociales emanados por los intereses de pueblos y naciones. En México, estos coinciden con las ideas y políticas promovidas por los gobiernos emanados de la Revolución de 1910. Los ideales se concretaron de manera contundente durante el gobierno de Lázaro Cárdenas del Río. En su trayectoria como general de división, gobernador de Michoacán y presidente de la nación, Cárdenas impulsó la reforma agraria y el apoyo del Estado a las clases obreras y campesinas. Estas acciones produjeron una serie de cambios económicos, sociales y culturales en el país.
Lázaro Cárdenas se interesó por otorgar tierras a los campesinos, logró la expropiación petrolera y, a la vez, buscó la consolidación de la identidad mexicana; adicionalmente propuso programas y creó institutos educativos, de investigación y de integración social. El Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas, fundado en 1936, fue uno de los organismos públicos más importantes de su gobierno. Tenía el propósito de mejorar las condiciones de vida de las comunidades indígenas, y la mexicanización del indio. Un grupo de estudiosos estuvo a cargo de pensar propuestas para fijar las estrategias a seguir.
Para Chiapas se contó con la participación de Ricardo Pozas, Manuel Gamio, Moisés Sáenz, Alfonso Caso, Julio de la Fuente, Gonzalo Aguirre Beltrán, Alfonso Villa Rojas, Fernando Cámara Barbachano y Calixta Guiteras, quienes estuvieron a cargo del proceso de aculturación. Con el propósito de echar andar el proyecto, propusieron incidir en la educación con escuelas y misiones “culturales”, por lo que consolidaron Centros Coordinadores Indigenistas, distribuidos en puntos geográficamente estratégicos. No obstante, debido a la dificultad que implicaba el acceso a las comunidades, se dieron a la tarea de intervenir en materia de infraestructura; en colaboración con arquitectos y con el gobierno estatal se construyeron puentes, caminos y medios para electrificar las zonas apartadas de la capital del estado. El gobierno de Efraín Gutiérrez en Chiapas, en el periodo de 1936 a 1940, creó su propio organismo: el Departamento de Acción Social, Cultural y Protección Indígena (DASCPI).
El Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas fue convertido en el Instituto Nacional Indigenista -actualmente Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas-, este, además de continuar las labores del Departamento, se encargó de evaluar la pertinencia, el fracaso y la eficacia de las acciones tomadas en pos de la modernización y homogeneización de la lengua y de la identidad, así como la integración y supuesta civilización de los pueblos originarios. Las acciones emprendidas dieron lugar a una respuesta por parte de los grupos étnicos, de hacendados y de otros grupos sociales. A inicios de este siglo se reconocieron algunas fallas (Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública [CESOP], 2006).
El problema de fondo radicó en que se crearon propuestas externas, desde una visión centralizada, para resolver los problemas internos entre grupos sociales y, sobre todo, para atender a la población indígena -cuya cultura significaba rezago y obstáculo para la conformación de una identidad nacional- sin reconocer que algunos pueblos portaban identidades nacionales propias. Estas ideas y políticas propiciaron la inclusión de los intelectuales en las actividades institucionales; ellos fueron requeridos para implementar acciones de atención a las comunidades apartadas del centro del país a través del teatro, de talleres, de enseñanza del castellano, entre otras actividades.
No obstante, su labor comenzó a transformarse cuando observaron la realidad regional e indígena como elementos constitutivos de la identidad nacional. Asumieron el compromiso de escuchar las demandas locales y de promover la diversidad cultural del país reconociendo y valorando las lenguas originarias, así como la historia de los pueblos, tal y como lo señala el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública: “los movimientos también empezaron a tomar otro discurso: ahora se incluía la lucha por el reconocimiento de la identidad indígena anterior a la identidad nacional” (CESOP, 2006).
El tema indígena se convirtió en un motivo de reflexión presente en los textos artísticos, fundamento central de los artistas e intelectuales para escribir sobre la diversidad y representar verazmente el contexto social de la época, cuyos matices acentuaban la variedad lingüística, física y cultural. Algunos autores evitaron esbozar la realidad diversa y a los indígenas como un estrato exótico de la sociedad; en sus escritos se limitaron a expresar la conciencia de un pasado indígena presente en el pueblo mexicano que unía históricamente a sus habitantes y que estaba presente en las ideas y costumbres, que visiblemente eran resultado de un intercambio cultural.
Ruohui Ma señaló que los autores aprovecharon “la novela para participar en la discusión del problema del indio” (2020, p. 228), esta se convirtió en una radiografía social de los problemas de la nación. En general, las letras mexicanas se tiñeron de perspectivas descentralizadas, contribuyeron a crear no una identidad sino identidades, ya que México era -y es- diversidad. Las narrativas de esa época abordaron las dimensiones geográfica, histórica, antropológica y social de las diferentes regiones que integraban a la nación. Estos contenidos surgieron del contexto social, los autores vivieron experiencias únicas, derivadas de acciones públicas que les permitieron observar nuevas realidades sociales y étnicas.
En el ámbito de las artes, tanto el regionalismo o criollismo como el indigenismo tuvieron su origen en el realismo y, sin olvidar este origen, los escritores centraron su mirada en aspectos específicos de la realidad que buscaban exaltar. Época y sociedad eran los móviles principales y se presentaban al lector a través del lenguaje, quien a su vez las reinterpretaba y resignificaba porque observaba en el texto personajes, hechos o lugares que le resultaban verosímiles. Para el autor el contexto social era condicionante por dos razones: por la producción de códigos culturales, modos de ser y de ver el mundo, y porque le generaba los temas para construir nuevas realidades. De esta manera, la política de desarrollo social impulsada para atender a los pueblos indígenas suscitó la incorporación de intelectuales y artistas. Ellos registraron la realidad de esa época desde diversas perspectivas, de ahí que el realismo y el costumbrismo literario del siglo XIX cediera el lugar a otras tendencias.
Regionalismo e indigenismo literario: representaciones del contexto sociopolítico- cultural de los autores
En México el regionalismo mostró una variada descripción de escenarios, personajes y acontecimientos veraces, tal como lo habían hecho los autores de la Novela de la Revolución Mexicana, quienes entrelazaron Historia y Literatura. Algunos escritores siguieron el proceso desarrollado por Mariano Azuela, quien tomó notas de su participación en la lucha armada para reproducirlas en Los de abajo. Nellie Campobello, José Rubén Romero, entre otros, plasmaron en sus textos diversas perspectivas y miradas del movimiento armado del que también fueron testigos; los acentos regionales de las obras literarias evidenciaron las connotaciones propias de cada pueblo.
Los autores lograron abordar la relación entre el macrocontexto, la lucha revolucionaria, y su impacto en el microcontexto con un enfoque ideológico que volvió la vista hacia el pueblo, por ello la Novela de la Revolución fue un parteaguas en la literatura. Posteriormente surgió con fuerza la Novela Regionalista o criollista, con ella las letras mexicanas integraron las variantes regionales de la nación y reconocieron la diversidad identitaria del país, además atendieron la historia local, las costumbres sociales y la consideración geográfica del espacio. Al respecto Friedhelm Schmidt-Welle afirmó que la novela costumbrista fue la que cimbró raíces para que las corrientes regionalistas e indigenistas se desarrollaran, y que, pese que estas nacieron casi a la par, por sus dimensiones la primera puede englobar a la segunda:
La otra corriente de literatura regionalista es la que se ha denominado “regionalismo”, “novela de la tierra” o “novela criollista” (...) Este regionalismo literario tiene sus raíces en obras del siglo XIX, sobre todo en los cuadros de costumbres y algunas novelas históricas, pero su auge data de las primeras tres décadas del siglo XX, cuando en algunos países hispanoamericanos se convierte en la corriente literaria dominante. Por lo general, se incluyen en ella ciertas obras de la novela social de esta época, pero también el indigenismo, la novela de la Revolución mexicana y la literatura nordestina de Brasil (Schmidt-Welle, 2012, pp. 116-117).
El indigenismo provocó que la creación literaria develara las prácticas culturales de los pueblos originarios de una forma comprensible para los lectores, a diferencia de los tratados antropológicos, cuyo trabajo quedaba limitado a la lectura de un grupo de académicos y de agentes involucrados en la política interesados en conocer esa información. Los escritores se dieron a la tarea de retratar a dichos pueblos esencialmente en sus dimensiones socioculturales; la realidad de las comunidades indígenas y ladinas fueron expresadas y conocidas a través de las obras literarias.
Los autores del regionalismo y del indigenismo tuvieron en común el compromiso social, su forma de narrar esbozó una representación clara de los personajes, particularidades culturales de las regiones y temas relacionados con los problemas sociales de cada lugar que abordaban. André Tessaro Pelinser y Márcio Miranda Alves destacan que la literatura regionalista tiene presente los trazos del localismo y las circunstancias históricas, dado que el escritor estaría siempre rondando sus orígenes (Pelinser y Alves, 2020, p. 2). Por ejemplo, en el cuento “Leña Verde” de Mauricio Magdaleno, publicado originalmente en 1954, se lee claramente la región:
Unas horas después Nemesio, el de La boca de Tierra Caliente, y Blas Araiza, el de la recua de mulas que cada tercer día hacía el transporte de carga entre Zacualpan y la región, hicieron circular entre los presentes unas botellas de refino, y el velorio cobró una extraña animación. Afuera, en la cerrada noche de noviembre, los cielos vertían una eléctrica claridad de estrellas que fulguraban, macabras, en las charcas del camino (Magdaleno, 2010. p. 5).
El indigenismo en la literatura tuvo sus inicios en el siglo XX. La distinción entre regionalismo e indigenismo radica en que, mientras el primero delineaba los aspectos geográficos, la relación entre espacio y habitantes de un territorio, sus costumbres y problemas sociales; el segundo se enfocó en mostrar a los grupos étnicos, sus problemas, las circunstancias que vivían y los enfrentamientos con otros grupos sociales de poder, así como la forma de vida de estas comunidades. Lo anterior se observa en la novela El Indio de Gregorio López y Fuentes:
Pero no se resolvió nada. Adujo que la autoridad no estaba tan sólo en sus manos, sino en la de todos los viejos. Algunos de éstos ya se habían acercado, inquiriendo con la mirada qué nuevo atropello deseaban cometer, y entonces en el más viejo de los huehues. Otros fueron llamados, y el consejo se instaló bajo un cedro cuya sombra hubiera sido suficiente para una asamblea diez veces mayor (López y Fuentes, 1935, p. 34).
Ambas tendencias coinciden en dar voz a los sectores de la población que habían estado ausentes en la literatura nacional y en la presentación de la diversidad geográfica, cultural y social de la nación; en breves palabras, representaron parte de la realidad ignorada: “El escritor describe pormenorizadamente el origen de la comunidad, su historia, su vida cotidiana, y, por supuesto, no falta la descripción del pensamiento del indígena andino, o lo que es lo mismo, la exhibición del interior de su universo” (Ma, 2020, p. 271). Desde luego se pueden identificar distintos momentos, tanto del regionalismo literario como del indigenismo, en los que los autores pasaron de representar una visión romántica -idílica tanto del paisaje como de los habitantes- a la fase culminante en la que se aprecia una perspectiva crítica de la realidad vivida. En ella se manifiesta al ser indígena como un ser humano con valores, vicios, errores y aciertos y una cosmovisión propia tanto como los demás, visión, cultura e historia que no debía ser negada, ni omitida y menos aún, borrada para lograr el objetivo que en un principio se había planteado el gobierno: la aculturación.
El “Ciclo de Chiapas”: un grupo interdisciplinar que redirigió el proyecto de identidad y nación
Como ya se mencionó, las políticas públicas generaron cambios en los diversos niveles y estructuras arraigadas en el país, dichas transformaciones se notaron en los estados con mayor presencia de población indígena. Chiapas fue uno de esos territorios, aquí se situaron varias oficinas del Instituto Nacional Indigenista [INI]. El primer centro de atención regional se estableció en San Cristóbal de Las Casas, lugar donde sucedió el encuentro entre Rosario Castellanos y Carlo Antonio Castro, quienes tuvieron una estrecha relación con Joseph Sommers, creador de la idea de un “Ciclo de Chiapas” como una “nueva corriente literaria” en el campo de las letras mexicanas. Eraclio Zepeda, en la entrevista realizada por Paul W. Borgeson (1995, p. 328), recuerda que Carlo Antonio y Rosario se incorporaron al proyecto de teatro guiñol para indígenas mediante la producción de guiones escénicos del “Teatro Petul”. Carlo Antonio evocaría el encuentro con Castellanos y su labor en el INI:
A veces, ella y yo escribíamos, en colaboración, guiones en lengua castellana. En ocasiones los pergeñaba ella sola, de acuerdo con las necesidades que se presentaban. Yo me encargaba, auxiliado con distintos informantes, entre quienes destacaba el tzeltal Daniel Gómez Rodríguez (Raniel Komes Lotríguez), de la traducción de los textos a las lenguas tzeltal y tzotzil, versiones a partir de las cuales los animadores tenían que adaptar los diálogos, sobre la marcha, no solo a las variantes dialectales sino también a la comunicación interpersonal… (Castro, 1990, p. 49).
Rosario Castellanos también manifestó la importancia que tuvo el INI en su vida y obra; señaló que le permitió regresar a Chiapas y acercarse con una mirada más profunda a los pueblos originarios. No escapa al lector de Balún Canán la visión de Rosario, su tono corresponde a una ideología dominante, colonizadora, la que ejerció sobre ella su familia y posteriormente su activismo en el Instituto Nacional Indigenista. Esta postura aún se observa en el trabajo realizado en el Instituto, como puede apreciarse en el último párrafo de un informe que ella publicó en el boletín Acción Indigenista:
Hemos despertado el interés de estos muchachos y su ambición de aprender. Tanto que a petición suya se está impartiendo ahora un curso de mecanografía. Se preparan pensando en el futuro. Si alguna vez dejan su empleo de “guiñoleros”, bien pueden aspirar a conseguir el secretariado municipal en sus comunidades. Y qué bueno sería que un indígena consciente desplazara, en su propio terreno, al ladino explotador y sin escrúpulos (Castellanos Figueroa, 1957, p. 1).
Eraclio Zepeda habló de su encuentro con Castellanos, en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas. Hecho que le permitió a él y a otros artistas chiapanecos conocerse y dialogar al respecto de los temas que les interesaban:
Rosario abandonó la casa que habitaba en La Cabaña y alquiló una casa céntrica en la calle Insurgentes, a cuadra y media del parque. Su domicilio se convirtió en un aula y círculo de estudios literarios y filosóficos de todos nosotros. Su generosidad no tenía límites para dedicarnos su valioso tiempo a pesar de estar escribiendo Balún Canan y algunos de sus cuentos (Nandayapa, 2012, pp. 71-72).
Sommers señaló que las obras que integraban al “Ciclo de Chiapas” inauguraron una perspectiva distinta de la concepción del indígena, ponían punto y aparte al indianismo literario, escritos que exaltaban el exotismo y la figura idealizada del indígena como un ser cuya naturaleza ignorante se pretendía interesante y atrayente al lector. En la nueva corriente el protagonista era el indígena y no ya las relaciones entre grupos sociales, ni mostrar una postura crítica ante los comportamientos y forma de actuar de cada grupo, como puede verse en el trabajo de Gregorio López, y para quien el “Ciclo de Chiapas” estaba conformado por: Juan Pérez Jolote (1959) de Ricardo Pozas; El callado dolor de los tzotziles (1949) de Ramón Rubín; Balún Canán (1957), Ciudad Real (1960) y Oficio de Tinieblas (1962) de Rosario Castellanos; Benzulul (1959) de Eraclio Zepeda; Los hombres verdaderos (1959) de Carlo Antonio Castro y La culebra tapó el río (1962) de María Lombardo Caso. Según él las obras retrataban bien las relaciones entre ladinos e indígenas, cuyo sentimiento y estado era definido por “la angustia y la muerte” (Sommers, 1964).
Algunos autores del “Ciclo de Chiapas” participaron de forma activa en el INI. Otros, como Ricardo Pozas y Eraclio Zepeda, habían estudiado antropología social, formación que les dotó de habilidades y herramientas para observar la naturaleza sociocultural de Chiapas, las desigualdades de poder y de derechos civiles existentes entre los grupos sociales. María Lombardo de Caso se formó en arqueología y filosofía, por ello en su escritura se percibe la importancia del espacio y el valor que le otorgan sus habitantes a los elementos naturales como el rayo. En cuanto a Ramón Rubín Rivas, viajero que concibió su obra a partir de su presencia en diversas regiones del país, por lo que en sus textos se exalta la geografía y la relación de la naturaleza, el lugar habitado y la influencia de este lugar en sus habitantes. Todos los autores del “Ciclo de Chiapas” tenían una formación1 que les permitió escribir sobre la realidad regional de la que eran parte no como indígenas, sino como intelectuales comprometidos con su contexto social, histórico y cultural.
El regionalismo y el indigenismo fueron movimientos literarios fuertemente criticados por sus tópicos ricos en estampas de provincias, pueblos e indígenas, así como por impregnar a las obras de un sabor y estilo local, con expresiones lingüísticas propias de la región. El regionalismo fue cuestionado por la crítica literaria, a propósito de su valor “universal”, debido a que los temas y personajes representados en las obras aludían a los sectores vulnerables de la población; se consideraba que se trataban problemas regionales que poco tenían que ver con el panorama universal. Sin embargo, tal como sucedería con Juan Rulfo, lectores asiduos y críticos sensibles ante estas narrativas reconocieron en ellas situaciones que compartían con otros países y hablaban de una realidad cercana. En el caso de Rulfo, José Carlos González señala que:
La realidad concreta del campesinado jalisciense de la que se parte se proyecta, transfigurada literariamente, hacia el tema de la soledad del hombre, refugio insondable en el que los personajes se sumergen para olvidar las injusticias que les agobian por todas partes (...) Los cuentos de Rulfo nos hablan de un mundo rural. En ellos sólo vamos a encontrar campesinos, muy apegados a su tierra, que nos hablan de sus desgracias (...) También en los cuentos hay numerosas referencias a tierras feraces, llenas de vegetación, verdes. Tener en cuenta este aspecto es muy importante porque las narraciones de Rulfo se construyen, entre sus elementos fundamentales, con imágenes cuyo referente es la realidad ambiental de sus personajes; es decir, a personajes campesinos se van a corresponder imágenes campesinas (González Boixo, 1997, pp. 202-203).
Tanto el regionalismo como el indigenismo retomaron el problema de la identidad, ya que definirse como mexicanos implicaba reconocer la diversidad cultural y fisionómica de los pueblos que integraban a la nación. Para poder construir una identidad nacional era necesario dar voz y reconocimiento a los grupos originarios y estratos de la sociedad menos privilegiados, puesto que la literatura -desde una visión centralista y homogénea- había relegado a estos sectores y lo que sucedía al interior de las regiones.
En cuanto a las narrativas que conformaron al “Ciclo de Chiapas”, no se limitaron a representar a los indígenas, trascendieron esos arquetipos victimizados e idealizados que habían propuesto algunas obras y abordaron a la realidad compartida entre la población vulnerable del sur y la del norte, a aquellos desfavorecidos por la historia de las conquistas, por el problema de la tierra y por el rezago educativo. Buscaron ante todo señalar que se trataba de una realidad compartida la de las regiones que arrastraban problemáticas posteriores a la llegada de los españoles a suelo americano.
Los autores buscaron la universalidad de los temas afirmando su origen y su contexto, reconociendo que eran parte de esa realidad que expresaban en sus obras, a pesar de pertenecer a la clase “privilegiada” del estado, y haberse consolidado como artistas e intelectuales. Pese a ello militaron a través de sus obras para denunciar las condiciones sociales desiguales de las que habían sido testigos. La “proyección universal” de las obras está presente en los temas que abordan, en las que aflora la diversidad cultural y social del país en condiciones disímiles y en las que se observa una relación entre las acciones tomadas desde el centro y su impacto a nivel regional y local.
“Benzulul”: La expresión de la realidad regional que es profundamente universal
Benzulul de Eraclio Zepeda fue publicado en 1959 por la Universidad Veracruzana. Meses antes su autor había obtenido un premio estudiantil de cuento mientras estudiaba antropología social en dicha institución. Así fue como nació Benzulul, libro integrado por ocho relatos que versan sobre la realidad chiapaneca, los problemas sociales más notorios en el estado -sobre todo la lucha por el poder- y las diferencias entre grupos sociales. De acuerdo con el escritor, fueron dos los momentos en los que redactó su obra: el primero en San Cristóbal, el segundo en Veracruz. A propósito de este trabajo, la autora de Balún Canán, Rosario Castellanos, se pronunciaría en el suplemento Nuestra Cultura para decir que:
Haciendo a un lado todas las salvedades que nos obliga su juventud (tenía 22 años cuando fue publicado), su cultura en proceso de integración, su insipiencia literaria podemos decir que (…) en Benzulul puede apreciarse que, sobre el talento innato del narrador, hay una consciencia vigilante que no quiere quedarse en las meras imágenes de las cosas, que quiere tocar raíces, que quiere colocar su testimonio en el sitio que le corresponde dentro del conjunto de datos que sobre Chiapas se han ido reuniendo (Castellanos, 2003, en López Fuertes, 2009, p.113).
Castellanos reconoció el valor testimonial de la obra de Zepeda, así como las dimensiones geográficas, sociales y culturales de Chiapas presentes. A diferencia de los demás autores del “Ciclo de Chiapas”, que optaron por la novela, Zepeda y Rosario incursionaron con conjuntos de cuentos.2 No obstante, cada uno de estos cuentos presentan historias nítidas sobre temas relacionados con la identidad, la relación hombre-naturaleza, la muerte simbólica y cultural, el origen de las creencias, ideas y objetos culturales del estado, entre otros que los llevarían a no consolidarse en el campo de las letras. Francis Dorward, estudioso de la corriente indigenista y especialmente de la obra de Zepeda, consideró que el autor chiapaneco evitó en Benzulul el folklore y el exotismo:
Con este juego de universalismos y creencias indígenas como eje central del cuento, Zepeda evita el folklore y exotismo de las décadas anteriores.3 También evita el énfasis ideológico demasiado explícito. No idealiza ni sentimentaliza a sus protagonistas para evitar comprometer al lector (Dorward, 1986, p. 97).
Dorward afirmó que Benzulul se alejaba del indianismo, esa visión romántica del indígena que autores anteriores habían exaltado en sus obras. Para el estudioso extranjero, Zepeda había logrado retratar a los personajes indígenas tal y como eran, y por ello consideró que en su texto el cuento indigenista alcanzaba su apoteosis. Cabe aclarar que Zepeda no sería el único en incursionar en el cuento con esta temática.
Antes ya Francisco Rojas González, graduado en antropología, había retratado a estos personajes en el Diosero (1952), Emma Dolujanoff también y Ricardo Pozas, desde una perspectiva antropológica, había escrito la biografía de Juan Pérez Jolote, narrada en primera persona, como si fuera el mismo protagonista quien contara a su historia. No obstante, se sabe que el personaje era informante de Pozas y es el autor quien le da voz en su obra a partir de confeccionar las palabras de Pérez Jolote.
En la obra de Zepeda se distingue un narrador que introduce la historia, pero que a la vez cede la voz al protagonista y a otros personajes, brindando la idea de que ese narrador fue testimonio de lo ocurrido y que a través de la oralidad se perpetúa la historia, o historias, que configuran al pueblo. Es por este y otros elementos que Francis Dorward consideró que la obra de Zepeda había dibujado nítidamente la realidad local y la relacionaba con los acontecimientos y cambios que sucedían en el centro del país, la manera en la que las políticas públicas estaban incidiendo en los microcontextos; además revelaba costumbres e ideas de origen indígena con formas de actuar y sentimientos universales que son reconocidos por todos. Consecuentemente esto demostraba una fusión cultural que se había producido ante un intercambio cultural entre una cultura originaria con una cultura ajena a la llegada de los españoles.
En el cuento que le da título al primer libro de Eraclio Zepeda se encuentra la primera alusión al contexto nacional, con las reformas que estaban efectuándose, y del cual los pobladores se percataron. Así, el personaje de Juan Rodríguez Benzulul menciona que: “Cuando asomó el gobierno pa dar las tierras ya cuanto hay, entendía yo de veredas. Cuando en después, las volvieron a quitar, ya no había quién supiera más que yo” (Zepeda, 1984, p.13). En este texto la identidad e identificación son los elementos centrales que discute el autor, puesto que Juan Rodríguez Benzulul considera que su segundo apellido lo identifica con su origen indígena y eso lo hace sentir inferior ante los ladinos como Encarnación Salvatierra, quien goza de opulencia y poder por poseer un apellido fuerte.
En la narración, Salvatierra no le teme a la justicia porque, entendida como castigo, sólo existe para los pobres y los que hacen el “bien”, mientras que los ladinos como él sólo saben de justicia cuando a ellos les hacen el mal. Su nombre le brinda protección y le permite hacer lo que quiera: “mata gente y nadie lo agarra. Roba muchacha y no lo corretean”. Tales son las reflexiones de Benzulul, que desea ser como aquel para no tener miedo y hacer lo que desee porque un nombre lo respalda.
Los temas abordados por Zepeda, tales como la vejez o el complejo de inferioridad, eran los elementos que destacaba Dorward del escritor chiapaneco; la riqueza de las voces narrativas también sería para el extranjero una de sus fortalezas, ya que permitía reconocer al indígena como cualquier ser humano susceptible a golpes de suerte y también a desgracias. Esto expresaría Francis Dorward de los cuentos que conforman a Benzulul:
Apreciamos la incorporación de creencias indígenas a la temática central del cuento. Valoramos, igualmente, la técnica magistral con que cuestiones de interés local se proyectan en términos universales, así como la ausencia de afanes didácticos (los cuales criticó en Ciudad Real de Rosario Castellanos). Además, nos llama la atención los varios recursos técnicos que aporta Zepeda, sobre todo el uso de dos voces narrativas que amplían el enfoque y el punto de vista de un cuento corto, abriendo la puerta a las ventajas que ofrece una narración en la que es el indígena el que cuenta en primera persona. Finalmente, no podemos pasar por alto el esmero y el dominio narrativo y ambiental que el autor ha desplegado en la elaboración de sus cuentos (Dorward, 1986, p. 104).
En el párrafo que sigue a esta cita, Dorward afirma que es Benzulul la obra en la que el cuento indigenista llega a su apogeo, mientras que en la novelística indigenista serían Rosario Castellanos y Carlo Antonio Castro quienes alcanzarían la cúspide por el tratamiento y estilo con el que incursionaron en esta corriente literaria. Estas novelas no son piezas aisladas que olvidan el contexto nacional, gran parte de ellas revelan la atmósfera del macrocontexto, lo que ocurría en la dimensión política con las reformas para mejorar las condiciones de los indígenas, como se observa en Balún Canán, o bien, para denunciar los problemas nacionales, incluidas las repercusiones en las provincias.
En materia de lenguaje, las obras Juan Pérez Jolote (1958), El callado dolor de los tzotziles, Balún Canán (1957), Ciudad Real (1960), Oficio de Tinieblas (1962), Benzulul (1959), Los hombres verdaderos (1959) y La culebra tapó el río (1962) recuperan las formas de hablar propias de determinada región, los regionalismos se hacen presentes y la riqueza oral se aprecia en cada una de ellas. En el cuento de Eraclio Zepeda, también destacan estos elementos: “No me siento juerte con mi nombre, nana. Es como ser caballo sin dueño. No es nada. Me siento con miedo. Se me sale el miedo de entre la ropa. Por eso nunca hago nada. Nunca platico. Nunca cuento lo que veo. Sé que no tengo defensa” (Zepeda, 1984, p. 25).
De esta forma, desde los artificios de la creación literaria, el lenguaje se convierte en un signo con doble valor: el de fortalecer las características regionales del personaje, su identidad, y el de representar la forma de hablar de los habitantes de la región, regionalismos y modismos que brindan veracidad a la narración.
Como ya se ha mencionado, los problemas de identidad e identificación son tratados por los autores. En “Benzulul” el autor expone la situación y posición social del personaje principal, que se reconoce como mestizo, que sabe que su apellido denota su origen indígena. Su forma de hablar y sus miedos son producto de una herencia cultural marcada por su posición inferior frente a los ladinos, que tienen un estatus superior ante los demás, puesto que son ellos los que ejercen el poder en ese territorio; por esta razón Benzulul quisiera ser como Encarnación Salvatierra.
Los autores del “Ciclo de Chiapas”, como Eraclio Zepeda, al construir personajes locales con identidad apegada a la realidad de cada contexto, cuestionaron las políticas públicas homogeneizadoras del idioma, de la cultura y la imposición de una idea de modernidad. Sin embargo, las mismas políticas del país acentuaban sus contradicciones ya que reconocían que la identidad también eran estos pueblos indígenas que recordaban el origen de una civilización conquistada por otra.
Otro de los valores de los cuentos que conforman a Benzulul, y en especial de este que le brinda título a la obra, es la verosimilitud, factor constructivo del relato, estructurado por medio de la identificación de espacios, de la descripción física del personaje y del habla. Un primer ejemplo es la ubicación espacial del protagonista en el cuento, se sitúa en Tenejapa, municipio de Chiapas, considerado pueblo originario, cuyos habitantes son hablantes de la lengua mayense tzeltal. Se localiza en Los Altos de Chiapas, un paisaje donde abundan los bosques de pinos. También es notorio el uso de palabras propias de la región:
Pero ahí tá el nombrón que los cuida y los encamina. En cambio uno, por andar de cumplido y derecho tiene que estar todo lleno de enfermedá, con la barriga inflada de hambre, con los ojos amarillos por la terciana; lo meten a la cárcel y cuando lo sueltan ya tá muerta la nana Trinidad, ¡Pa qué putas!
-Yo no tengo nombre juerte. Cuando muera voy a salir buscando las hojas…
(...) (Zepeda, 1984, p. 17)
En el cuento, el narrador se asume cercano a los mestizos e indígenas más que a los ladinos, como testigo de lo ocurrido o receptor de las fuentes orales que transmiten la memoria de los personajes y del pueblo, incluso Francis Dorward menciona acerca de la técnica de Zepeda que: “La voz narrativa en tercera persona de los cuentos de Benzulul parece por lo general bastante identificada con el mundo y la región del narrador-protagonista. Esto lo percibimos al principio del primer cuento” (Dorward, 1986, p. 99). Cita también un comentario a propósito del estilo narrativo del autor, en el que no existe una distancia entre objeto de estudio e investigador, a diferencia de la obra de Castellanos, donde la narradora se reconoce e identifica como ladina. En el caso de la obra de Zepeda esto no sucede, ya que se conocen y comprenden mejor las ideas y creencias de los indígenas y mestizos porque se advierte que él mismo las entiende debido a que es parte de ese mundo, lo que le permite acercar al lector a una explicación sobre las creencias y cosmovisión indígena.
Eraclio Zepeda, en entrevistas otorgadas para TV UNAM y para la que fue su casa editora, la Universidad Veracruzana, dijo: “Yo creo que la única manera de ser universal es ser profundamente local […] tener los pies en tu tierra” (TV UNAM, 2012). Sin negar su origen y raíces, el autor consideraba que era primordial conocer los temas, personajes y contextos, por lo que no resulta extraño que en su obra la región está presente: “La noche enfrió las piedras de Tenejapa. El camino estuvo triste. Las lomas, los árboles, las encinas y los conejos conocieron otro suceso aquella noche” (Zepeda, 1984, p. 31); esta frase antecede al final del relato, cuando se conoce que Juan Rodríguez Benzulul fue colgado por Encarnación Salvatierra. Tenejapa es un pueblo de hablantes indígenas, en el cuento funciona como un personaje más, da testimonio de la búsqueda de identidad por parte del primero y del abuso de poder del segundo. Ambos personajes tienen ideas relacionadas con la importancia del nombre, después de todo no son tan diferentes, lo que los distingue es la posición social y económica inmersas en un sistema de castas, herencia de un pasado colonial muy presente en los pueblos de Chiapas durante gran parte del siglo XX.
Conclusiones
La literatura es el lugar donde se ha dado cabida a la voz de la colectividad, los autores no se ciñen a reglas que requieran de una comprobación, pero sí de la escucha y del arte de representar la realidad. Historia y Literatura comparten puntos de encuentro en el que se conjugan estilos, formas de hacer historia y de contar las realidades de las regiones y pueblos. Obras literarias como las del llamado “Ciclo de Chiapas” han jugado un valor impresionante en el imaginario colectivo, pues los registros que se escribieron a manera de cuentos y novelas crearon a los lectores ideas de la vida e imagen de los indígenas, de los mestizos y ladinos; con estas narrativas construyeron y deconstruyeron a la vez discursos de otro de los hitos en México: el regionalismo político.
Los autores del indigenismo fueron tomados en cuenta por el gobierno para participar en el Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas, espacio que con acciones se acercó a los pueblos originarios para generar propuestas de intervención social en materia de educación, de salud y de derecho. Las ideas iniciales se nutrieron de las reflexiones generadas desde una perspectiva disciplinar diferente al campo político, crearon lazos de comunicación con sectores de la población que fueron entendidos por personas habilitadas para reconocer una realidad diferente a la planteada desde un escritorio.
La intención de homogeneizar a la población, de incorporar a los hablantes de diferentes lenguas a una de carácter nacional, cedió paso al reconocimiento de la diversidad y de la otredad. Una labor importante de agencia es la que realizaron los artistas e intelectuales, y más los narradores a través del cuento y la novela, para hacer posible un cambio de visión de políticas centralistas y homogeneizadoras. Además, lograron salir del lugar común en que las obras literarias habían encasillado a los personajes mestizos o indígenas, idealizándolos o victimizándolos, en cambio, los mostraron como sujetos en los que se percibía la influencia de dos culturas, la constante búsqueda de una identidad y de reconocimiento.
El conjunto de narrativas tanto del regionalismo como del indigenismo fueron resultado de posturas tomadas por artistas e intelectuales ante las políticas públicas de los gobiernos que, en búsqueda de la definición de una identidad nacional y de homogeneizar una cultura, terminaron marcando las pautas para que estos mismos artistas e intelectuales integraran al proyecto de nación a las diversas regiones con los grupos sociales que las conformaban. Los vínculos establecidos por las instituciones del Estado mexicano impactaron en los productos de creación literaria que, a su vez, desde la creación modificaron el discurso político, puesto que de la propuesta de aculturación surgió la idea de una diversidad cultural y social que enriquecía a la nación lejos de representar un problema para esta.
La Historia de Chiapas y de la patria están retratadas en estas obras del “Ciclo de Chiapas”, y es en “Benzulul” donde se aprecia con hondura el gran tema de la identidad. Lo testimonial, lo social y lo histórico se armonizan en la obra literaria de Eraclio Zepeda para presentarle al lector un panorama general a escala regional de la realidad chiapaneca, sólo así podemos tener una conciencia histórica de nuestro origen y hacia dónde nos dirigimos.
Las obras literarias no son sólo producto de la imaginación del autor, contienen en sus páginas, verdades profundas, historias y significados que corresponden a la forma en la que los habitantes vivieron los hechos de los que fueron testigos, por estas razones es que “Benzulul” y otras narrativas representan documentos tangenciales para conocer la historia geográfica, social y cultural de un estado y país, y también son ejemplos de los diversos estilos y formas de escribir la Historia.
Los vínculos establecidos entre la realidad y la creación literaria están esbozados a lo largo de este documento. Están presentes porque los autores vivieron en un contexto y una época de cambios cruciales, de políticas e ideas que marcaron el rumbo del país, que, aunada a su experiencia individual, les permitió escuchar y retratar los problemas y denuncias colectivas valiéndose de recursos orales. Esto da cuenta del impacto que la vida política y social genera en las obras de los a los creadores y artistas, y del importante papel que los escritores juegan en la conformación de ideologías al moldear imaginarios en sus lectores.
También en los textos de creación literaria quedan latentes los registros del contexto sociocultural y político de México, la representación de una realidad cercana a la mímesis griega, cuya intención es dar testimonio por medio del lenguaje de la realidad, las circunstancias sociales, económicas y culturales del país desde perspectivas que lograron articular a la Antropología, la Historia y la Literatura.
“Benzulul” es un cuento con una vigencia actual. Vemos que el nombre determina un destino, según las tradiciones y creencias indígenas, pero ¿No son el nombre y apellido los que brindan un indicio del origen y del poder de familias e individuos frente a otros en el mundo contemporáneo y posmoderno? Entender la profundidad del tema en sus implicaciones sociales requirió textos como el de Eraclio Zepeda, además de estudios como los que elaboraron antropólogos y científicos sociales. La ideología, la crítica, está ahí representada; así lo deja ver Juan Rodríguez Benzulul: “Cuando hay luna las cosas cambian. El camino cambia. Uno cambia” (Zepeda, 1984, p. 18), pero algunos problemas y situaciones se perpetúan.
Finalmente, este texto es una invitación a continuar explorando, desde los estudios regionales y culturales, las obras literarias que -como se ha señalado- no son sólo productos de una imaginación fértil o de un contexto agitado, sino de relaciones que generan reflexiones, cambios, propuestas y otras formas de acerarse a las realidades diversas. La literatura regional e indigenista tiene autores, obras y elementos que deben seguir estudiándose, puesto que, a pesar de ser denostada por algunos críticos, posee características y artificios por los cuales podría ser resignificada en el campo literario; los escasos documentos que abordan estos temas y obras vislumbran un terreno fecundo para la investigación.
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Notas
1 Entiéndase por formación no sólo la educación a la cual pudieron haber tenido acceso, sino a los hitos biográficos, experiencias e instrucción autónoma que cada uno de ellos vivió para poder escribir sobre esos temas de esa forma.
2 La culebra tapó el río de María Lombardo de Caso ha sido considerado un “cuento largo” o “novela corta” por parte de la crítica.
3 Se refiere a la “novela impura” que sugirió Juan Loveluck. Estas novelas fueron las primeras en figurar dentro de la corriente indigenista, para Loveluck constituían la propaganda y el folklore, los autores imponían su ideología y predominaba la visión de los indígenas como víctimas, los cuadros costumbristas resaltaban con facilidad. Ejemplo de ello es El indio (1935) de Gregorio López y Fuentes.