Izquierdas frente al cambio de época: la Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos (1947)

The Left facing the change of epochs: Round Table of Mexican Marxists (1947)

Hugo Garciamarín Hernández
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM

Fecha de recepción: 15 de diciembre de 2021

Fecha de aprobación: 27 de octubre de 2022

RESUMEN: La Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos fue una reunión que se realizó a propuesta de Vicente Lombardo Toledano en 1947, en la que participaron personajes relevantes de las izquierdas para discutir problemas mundiales y nacionales. En el presente artículo se sostiene que este fue un hecho histórico único en su tipo en el que se reflexionó abiertamente sobre el cambio de época y, para hacerle frente, se tomaron decisiones que repercutieron directamente en el desarrollo de las izquierdas y del país. Esto se analiza a partir de una reflexión crítica de la literatura existente sobre la Mesa y de la descripción de problemas coyunturales que explican los temas y tonos de los debates.

Palabras clave: Vicente Lombardo Toledano, Izquierdas en México, Cambio de época, Partido Comunista

ABSTRACT: The Round Table of Mexican Marxists was a meeting held by the proposal of Vicente Lombardo Toledano in 1947, in which relevant figures from the Left participated to discuss national and international problems. This article argues that this was a one-of-a-kind historical event in which the change of era was openly discussed, and to deal with it, decisions that directly impacted the development of the Left and the country were made. This is analyzed from a critical reflection on the existing literature on the Table and the description of the conjunctural problems that explain the topics and tones of the debates.

Keywords: Vicente Lombardo Toledano, Left in Mexico, Change of era, Communist Party.

Introducción

La Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos se realizó del 13 al 22 de enero de 1947 a propuesta de Vicente Lombardo Toledano. En ella se reunieron personajes como Valentín Campa, José Revueltas, David Alfaro Siqueiros, Hernán Laborde y Dionisio Encina para discutir sobre problemas nacionales e internacionales y sumar esfuerzos en favor de “la lucha del proletariado y del sector revolucionario en México” (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982).

A más de setenta años de su realización, resalta que sea un episodio poco estudiado. Las principales historias sobre la izquierda mexicana apenas lo mencionan y, salvo el caso de Barry Carr (1996), los comentarios son marginales (Illades, 2014, 2018; Rodríguez Araujo, 2015; Rodríguez Kuri, 2021). A su vez, los trabajos que retratan actores y coyunturas específicas, prácticamente no lo toman en cuenta. Si bien algunos, sobre todo los enfocados en Lombardo Toledano y el Partido Popular, remiten a su realización (Spenser, 2018; Romero, 1985; Mac Gregor, 1995), solo unos cuantos lo consideran su objeto de estudio (Bartra, 1985; Bolívar, 1998; Carvallo, 2008).

Este vacío en la literatura sorprende por varias razones. Primero, porque su análisis permite conocer la reconfiguración de la izquierda frente al cambio de época. Se trató de un evento público en todo el sentido de la palabra: los temas, las preocupaciones y hasta las “grillas” de los debates son transparentes y retratan muy bien lo que significó reflexionar y actuar frente al surgimiento de un nuevo mundo. Segundo, porque se puede observar cómo funcionaban los referentes culturales de las izquierdas al momento de analizar su entorno y tomar decisiones. A diferencia de lo que se podría pensar, pese al inevitable lenguaje atado al marxismo-leninismo, el interés de los participantes no era redefinir el marxismo sino darle una utilidad práctica para resolver su presente.

Pero este vacío tiene una explicación. La literatura en la materia suele considerar a la Mesa como un evento complementario de otros hechos que se consideran más relevantes, como la creación del Partido Popular. Si bien el partido es un resultado innegable de la reunión, no se toma en cuenta que su fundación fue resultado del cambio de régimen, el fin de la Segunda Guerra Mundial, el impulso democratizador del interamericanismo, entre otros hechos. Tampoco se considera que, al menos, existieron otros dos temas centrales en ese momento: la generación de un nuevo programa revolucionario y, principalmente, la elección de la Secretaría General de la CTM. La Mesa fue el lugar en el que se trató de llegar a un acuerdo colectivo para enfrentar estas circunstancias.

Por otra parte, la Mesa está irremediablemente vinculada a Lombardo Toledano,1 lo que provoca que se le dé un peso excesivo a sus formas y planes. Se enfatiza en su idea de fundar un partido y se explica poco porqué las izquierdas también lo pensaban así. Además, algunas reflexiones destacan el tono egocéntrico de sus planteamientos, pero hacen pocas menciones a los desplantes de otros asistentes; o reprochan su falta de reflexión crítica del marxismo, sin destacar por qué esa crítica debía esperarse, tanto de él como el resto de las izquierdas de entonces (Spenser, 2018; Bartra, 1985, pp. 7-26).

Pero esto también ocurre a la inversa. En los trabajos que son más favorables a Lombardo, además de centrar la idea del partido en sus reflexiones, suelen destacarlo como “el más brillante marxista de su época” (Bolívar, 1998; Bernal, 1994) e incluso, algunos todavía son muy militantes respecto de las críticas que se hagan sobre él (Amezcua, 2018). Todo esto ocurre porque gran parte de la literatura en torno a Lombardo Toledano suele realizarse bajo una cultura política en la que su figura representa todo lo negativo del régimen autoritario previo a 1968, o en la que se le destaca, excesivamente, como un marxista crítico (Garciamarín, 2021).

En este artículo se propone analizar la Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos como un hecho histórico único en su tipo que explica cómo, a mitad de la década de los cuarenta, una serie de temas dispersos en el imaginario de las izquierdas lograron sintetizarse y después desembocaron en la creación de un programa político homogéneo: la fundación del Partido Popular y la división de la Confederación de Trabajadores de México a finales de 1947. Se sostiene que esto marcó un antes y un después en el desarrollo de las izquierdas y del país.

Lo anterior se desarrolla a través de tres apartados y de un análisis crítico de los ya citados debates de la Mesa, transcritos por el Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano. Se optó por utilizar esta fuente porque, a diferencia de las transcripciones que se hicieron en el periódico El Popular, ya cuenta con todos los textos, incluyendo algunas ponencias que aparecían incompletas, así como la de Leopoldo Méndez del Grupo Marxista El Insurgente, que se encontraba perdida hasta antes de su edición.

Izquierdas frente al cambio de época

Los principales estudios sobre la Mesa Redonda se centran en la intención de Lombardo Toledano de fundar un partido político y sostienen que los orígenes de su idea datan de 1937 (Rodríguez Araujo, 1979; Carr, 1996; Bolívar, 1998),2 estableciendo así una conexión de diez años de diferencia entre los planteamientos efectuados. Otros enfatizan en la grandilocuencia de Lombardo y lo culpan de los pormenores que se dieron durante su realización, cuestión que puede observarse principalmente en el trabajo de Daniela Spenser (2018) y en los debates que CEMOS organizó en 1983. En estos últimos Roger Bartra y Valentín Campa son sus más duros críticos, no solo por su actuar durante la Mesa, sino en la década de los cuarenta.

El partido que propuso fundar en 1937 resultó de la idea de formar un Frente Popular Antiimperialista de la mano del gobierno, mientras que el de 1947 lo planteó como una alternativa al nuevo Partido Revolucionario Institucional (PRI). La propuesta del 37 se trabajó desde la Confederación de Trabajadores de México (CTM) (Lombardo, 1996), junto al partido comunista y delegados del gobierno (Marván, 2020). En el III Consejo Nacional de la CTM (Confederación de Trabajadores de México [CTM], 2011) se estableció una comisión que debía dar seguimiento a la realización del Frente, la que se reunió frecuentemente con el secretario particular de Lázaro Cárdenas y tuvo un papel importante en la fundación del Partido de la Revolución Mexicana (PRM) (García, 2018). Una vez que se fundó, la discusión sobre un nuevo partido se diluyó y reapareció en 1943, aunque tomaría fuerza hasta 1947, ya que Manuel Ávila Camacho se lo pidió a Lombardo como un favor personal (Spenser, 2018, pp. 272).

Si bien la propuesta de 1937 de aglutinar las fuerzas progresivas en un solo partido se basaba en los frentes antifascistas y en la lucha frente al imperialismo, también era síntoma de la creciente influencia de Lombardo en el gobierno cardenista. En cambio, la propuesta de 1947 respondió a la pérdida de influencia del lombardismo y la izquierda en general en el gobierno. Como ha documentado Soledad Loaeza (2013), Ávila Camacho impulsó la modernización del país dándole a la derecha un espacio institucional, cuestión que la izquierda criticaba fuertemente. De igual forma, inició una reforma electoral -que favorecía tanto a sinarquistas como comunistas para el registro de sus partidos políticos, y que tenía en su exposición de motivos un discurso democrático (Arreola, 1988)- pero a su vez impulsó la transformación del PRM en el PRI, disminuyendo así la fuerza de los sectores obreros, campesinos y militares (Garciamarín, 2017).

En este contexto se dio la candidatura de Miguel Alemán, a quien apoyaron las izquierdas y el movimiento obrero a causa de la inercia de la política de unidad de la Segunda Guerra Mundial, así como por el recuerdo de la relevancia que se tuvo durante el sexenio cardenista y la sucesión presidencial de 1940. Sin embargo, con su triunfo se dieron cambios que anunciaron la profundización del distanciamiento entre la izquierda y las fuerzas progresistas con el gobierno: en primer lugar, se propuso una reforma al artículo 27 constitucional que permitía que se pudieran comprar grandes porciones de tierra, lo que atentaba contra el reparto agrario (Aboites, 2019); y, en segundo, se reprimió fuertemente al sindicato de petroleros por una huelga (Medina, 1979, pp. 153; Carr, 1996).

Así, una de las principales preocupaciones de la época era la disputa por el régimen y sus contornos. Lombardo siempre trabajó sobre los programas de la Revolución, pero en este caso, la peculiaridad radicó en que no solo debía plantearse a los enemigos de la acera de enfrente -el fascismo y la derecha reaccionaria-, sino también a las fuerzas regresivas dentro del régimen, y los planteamientos debían hacerse desde la izquierda para dirigirlo adecuadamente.

Por otro lado, en 1937, la coyuntura internacional no solo estaba marcada por el fascismo latente y la guerra como un peligroso horizonte, sino también por la crisis del Estado liberal y el cambio de la política regional. Con la llegada de Franklin D. Roosevelt a la presidencia de los Estados Unidos inició una etapa de política exterior en la que el panamericanismo se transformó en el interamericanismo, con el cual, en un primer momento, se planteó el respeto por la soberanía de las naciones y la integración regional. Esta política marcaría a las izquierdas en todo el continente en la década de los cuarenta y provocaría que políticos de la talla de Víctor Raúl Haya de la Torre (2010) y Salvador Allende reconocieran su importancia e intentaran impulsarlo (Garciamarín, 2019). Además, como ha documentado Vanni Pettinà (2018), entre 1944 y 1946 América Latina experimentó un breve impulso democratizador que derivó en victorias electorales como las de Teodoro Picado en Costa Rica y Gabriel González Videla, candidato del Frente Popular en Chile.

No obstante, para 1947 esto fue sustituido por una nueva política de injerencia y anticomunismo (García y Taracena, 2017), la cual quedaba de manifiesto en el plan Clayton, así como con en los conflictos que se dieron durante las Conferencias Interamericanas “en donde chocaron de modo frontal las nuevas prioridades norteamericanas y las de la mayoría de los países latinoamericanos” (Pettinà, 2018). De hecho, la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL), dirigida por Lombardo, y que representaba a siete millones de trabajadores, sería acosada políticamente durante esta nueva política (Herrera, 2016).

Pero el triunfo de las “democracias” también trajo experiencias positivas para las izquierdas. En Italia, los comunistas ejercieron un papel muy relevante durante el constituyente, lo que los puso como la mejor alternativa para imitarse en México. De este contexto es de donde parece venir el interés por impulsar la representación proporcional (Ramírez, 2015; Rodríguez Kuri, 2021). La política italiana fue seguida de cerca por Lombardo -cuyo abuelo era italiano- tal y como puede constatarse en los diferentes números de la revista Futuro y en algunas entrevistas en las que habló de la importancia de las enseñanzas de lo realizado en el constituyente (Lombardo, 2000). También está documentada la relación del ítalo-argentino Vittorio Cordovilla con Dionicio Encina, dirigente del Partido Comunista, y su importancia en la elaboración programática del partido post Mesa Redonda (Ramírez, 2015).

A esto se enfrentaba una izquierda mexicana que, además, se encontraba dividida pese a los discursos de Unidad Nacional. El Partido Comunista y Lombardo Toledano mantuvieron una relación de permanente de estira y afloja que perduró hasta la muerte del poblano (Wilkie y Monzón, 2004). Por otra parte, Valentín Campa y Hernán Laborde, fundadores de Acción Socialista Unificada (ASU) después de su expulsión del PCM (Márquez y Rodríguez, 1973), fueron excluidos de la formación de la Liga Socialista en 1944 y solo fueron tomados en cuenta hasta que se efectuó la Mesa Redonda (Alonso, 1985, pp. 27-54; Carr, 1996, p. 165).

No obstante, el principal problema de las izquierdas en 1947 era la próxima elección de la Secretaría General de la CTM. En 1941, Lombardo dimitió de su puesto en la Secretaría de la Confederación para dirigir la Confederación de Trabajadores de América Latina (Amezcua, 2012; Herrera, 2013) y dejó en su lugar, como candidato único y ganador por unanimidad, a Fidel Velázquez, miembro de Los Cinco Lobitos (Spenser, 2018, p. 219; CTM, 2011). El poblano creyó que con Velázquez al mando podría mantener control en la organización, pero fue desplazado y aumentó la injerencia del gobierno en ella. Además, Los Lobitos entraron en conflicto permanente con los ferrocarrileros liderados por Luis Gómez Zepeda, vinculados con Campa, dificultando así la unidad que se necesitaba en el contexto de la guerra.

Por esta razón, en 1943 Lombardo disputó la dirección de la Secretaría postulando a Celestino Gasca, así como a diferentes candidatos para ocupar puestos directivos. Pero, “en aras de la unidad” en medio de la guerra -aunque en realidad como resultado de que ya no tenía la suficiente presencia en la organización (Spenser, 2018, pp. 218-230)- retiró la candidatura de Gasca a cambio de varias posiciones directivas, excluyendo así a los comunistas3 y a Gómez Zepeda y su grupo (López, 1990). Después tuvo lugar el Pacto Obrero-Industrial, impulsado y defendido por Lombardo, así como por la CTM (Rivero, 1982, pp. 13-57), pero criticado por el grupo de Campa por considerar que en este se incluyó a empresas que atentaban contra los intereses nacionales (Campa, 1985), lo que profundizó aún más la división, junto con las acusaciones de corrupción que caían sobre Los Cinco Lobitos.

Lo anterior provocó que para 1947 la elección en la CTM se convirtiera en una coyuntura crucial: Lombardo necesitaba retomar la dirección para fortalecer su capacidad de negociación frente al gobierno; Valentín Campa y Gómez Zepeda buscaban depurar la Confederación y convertirla, según ellos, en un instrumento de lucha para impulsar el socialismo en el país; y Los Cinco Lobitos querían mantener el poder y los privilegios que habían cosechado en los últimos seis años.

Pero a todo esto, ¿Por qué organizar la Mesa Redonda para enfrentar estas circunstancias? En primer lugar, porque las izquierdas llevaban tiempo buscando lugares de encuentro, incluso más allá de la idea del partido. En 1944 algunos comunistas expulsados del PCM intentaron reunir a otras agrupaciones y liderazgos de izquierda para discutir el rumbo del país y explorar la posibilidad de hacer un partido marxista. En una sección editorial del periódico cuyo nombre deja poco lugar a dudas de su objetivo, El Partido, mencionaron que, si bien los marxistas se encontraban divididos en varios espacios y círculos, era posible la unidad si había “una etapa previa de elaboración, presentación y discusión de opiniones”. Al no encontrar respuesta de comunistas, lombardistas ni independientes, decidieron fundar ASU (Alonso, 1985, p.39).

Caso similar fue el del Grupo Marxista El Insurgente -en el que participaron Rodolfo Dorantes, Enrique Ramírez y Ramírez, Vicente Fuentes Díaz, Antonio Prieto, Carlos Rojas Juanco, Ignacio León y José Revueltas- que también buscaba un espacio de convergencia. Ellos sí fueron recibidos por Lombardo, quien logró que participaran, junto Dionicio Encina del PCM y Narciso Bassols de la Liga de Acción Política, en la ya mencionada Liga Socialista Mexicana en 1944. Después, Víctor Manuel Villaseñor, quien pretendía un diálogo entre las izquierdas pero que no comulgaba del todo con Lombardo, se uniría a este grupo a petición de Bassols, quien le diría que, si dudaba del poblano, había que hacerle frente desde adentro de cualquier espacio de diálogo o de organización (Villaseñor, 1976, p. 100).

En segundo lugar, la Mesa se realizó para presionar la elección de la CTM. Así lo leyó la prensa (La Nación, 12 de enero de 1947), quien caracterizó a la Mesa como el acto de campaña de Lombardo rumbo al IV Congreso Nacional de la CTM. Lo mismo el periódico Excelsior, que señaló que había organizaciones obreras que se oponían a Lombardo -la Confederación de Obreros y Campesinos de México (COCM)- y que la pretensión de unir a la CTM y fundar un partido era un intento de Moscú para influir en la política nacional (Excelsior, 14 de enero de 1947).

En tanto, El Popular destacó el llamado de Lombardo a la “unidad de la CTM” y resaltó que a los trabajadores “la Mesa Redonda les despierta gran entusiasmo” (El Popular, 8 de enero de 1947). Posteriormente, tituló que Fernando Amilpa, que se perfilaba a ser el candidato oficialista de la dirigencia cetemista, “acata el llamado de unidad de Lombardo” (El Popular, 9 de enero de 1947). En realidad, Amilpa no acataba nada, solo se pronunciaba en contra de los seguidores de Gómez Zepeda y los acusaba de pegar carteles en los que llamaban a asestarle un “Golpe de Muerte” o mandarlo “A la Horca”.

Plantea Ariel Rodríguez Kuri (2021) que una forma de estudiar la historia de las izquierdas es ver cómo sus diferentes marcos culturales operaron para analizar la coyuntura y decidir cómo actuar. La Mesa Redonda es un hecho histórico en el que esto se observa claramente, pues en ella se condensaron todos los temas del “cambio de época”. La elaboración de un programa revolucionario desde las izquierdas era fundamental para definir los principios y políticas ante el fin de la Segunda Guerra Mundial y el creciente anticomunismo, tanto en el exterior como en el interior. El instrumento primordial para enfrentar esta coyuntura era el partido político. Esta idea no era única de Lombardo, sino que estaba presente en actores como Narciso Bassols, Víctor Manuel Villaseñor, José Revueltas y en los miembros de Acción Socialista Unificada. A diferencia de lo planteado en 1937, la idea del partido se alimentaba del triunfo de las democracias en la guerra, el primer interamericanismo, la experiencia italiana y al breve pero importante impulso democratizador de la región que influyó en la presidencia de Manuel Ávila Camacho.

Por esta razón, tanto a Lombardo como a los asistentes les pareció factible la fundación de un partido nuevo que pudiera aprovechar lo que quedaba de ese proceso y, en una de esas, sustituir al naciente PRI. Pero para ello Lombardo necesitaba recuperar la CTM que se había debilitado durante los últimos años, misión que resultaba bastante complicada pues, a diferencia de su fundación, iba contra los intereses del gobierno. Como veremos a continuación, sería precisamente la coyuntura de la CTM lo que avivaría el antilombardismo y propiciaría la división en la Mesa Redonda.

La Mesa Redonda

La convocatoria a la Mesa Redonda se realizó el 3 de enero de 1947 y decía explícitamente que, “ante la confusión que atraviesa el movimiento de izquierda del país, se hacía imprescindible la realización inmediata de la más amplia y profunda discusión […] de los acontecimientos políticos del país y particularmente de la situación que existe en el movimiento obrero” (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, pp. 11-12). Se invitó al PCM, ASU, al Grupo Marxista El Insurgente, al Grupo Marxista de la Universidad Obrera y algunos independientes como Narciso Bassols, Víctor Manuel Villaseñor, José E. Iturriaga, Juan Manuel Elizondo, Agustín Guzmán, Francisco de la Garza, Gaudencio Peraza, Gontrán Noble y Rafael Carrillo. Días después David Alfaro Siqueiros pidió ser recibido como miembro de la organización Francisco Javier Mina y en aras de la unidad se le aceptó.

A continuación, se relata lo sucedido en la Mesa a partir tres temas: la lucha contra el imperialismo y la defensa de la soberanía nacional; la etapa histórica de la Revolución Mexicana (democratización e industrialización); y los instrumentos políticos, el partido y la CTM. Después se señalan los posicionamientos de los participantes en torno a estas líneas y finalmente se muestran los desencuentros que tuvieron lugar en la Mesa.

Es importante señalar que se han dejado fuera dos temas: el marxismo y la reforma agraria. El primero porque, como ya se mencionó, no se considera central para explicar la Mesa ya que fungió como un marco de interpretación para estudiar, justificar planteamientos y para desautorizar la opinión de alguno de los presentes, pero no fue determinante en la elaboración programática final. De hecho, en los debates hay muy pocos intentos de “repensar” el marxismo. La segunda porque, al no ser un tema de primordial interés para un Lombardo concentrado en la industrialización del país, se discutió poco, salvo para enunciar, precisamente, su ausencia en el planteamiento lombardista.

El programa revolucionario de Lombardo

El imperialismo y la soberanía nacional

Para Lombardo, la posguerra era la del tránsito del capitalismo al socialismo y su principal obstáculo era el imperialismo de los Estados Unidos, que se fortalecía y comenzaba su etapa de expansión a través del Plan Clayton y el Plan Truman en ciernes, contrarios a la política interamericana anterior.

Sin embargo, el fin del fascismo y el surgimiento de la época de las democracias hicieron posible la emancipación de los pueblos y plantarle cara al imperialismo, como era el ejemplo de Italia y lo ocurrido en la región entre 1944 y 1946. Por eso se buscó generar las condiciones materiales necesarias para la defensa de la soberanía nacional y la autonomía de los pueblos a través de la alianza de diversas fuerzas progresistas.

La Revolución Mexicana: democracia e industrialización

La Revolución Mexicana era parte de este proceso. Los cambios impulsados por Ávila Camacho introdujeron a México en ese concierto democrático, pero el fin de la guerra, así como la vecindad con Estados Unidos, obligaron a profundizar en la democracia y en el desarrollo nacional del país para enfrentar al imperialismo. No obstante, en ese momento ni la burguesía ni el proletariado podían encausar la Revolución hacia ese camino. La primera porque los sectores progresistas no estaban desarrollados completamente y los regresivos querían echar para atrás los avances obtenidos. La segunda porque no había las condiciones estructurales que favorecieran su empoderamiento. La única forma de superar dicho momento era la unidad entre sectores populares y grupos empresariales nacionalistas.

Estos sectores debían acompañar al presidente Alemán y guiarlo para que no escogiera un camino diferente al revolucionario. En ese momento no se tenían dudas -o al menos eso se quería creer- de que era un presidente progresista,4 pero existía el riesgo de que las fuerzas reaccionarias, que estaban mucho más organizadas que las revolucionarias, lo condujeran lejos de los intereses de la nación.

El fortalecimiento debía darse en dos sentidos: la industrialización y la democracia. Con la primera se lograrían las bases para la autonomía nacional y se ayudaría al fortalecimiento del movimiento obrero. En tanto, con la segunda se fortalecería a la organización popular y consolidaría la revolución democrático-burguesa (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982).

Los instrumentos

Para lograr la consolidación eran necesarios dos instrumentos: la Confederación de Trabajadores de México y el Partido Popular. La Confederación vivía una crisis caracterizada por el sectarismo y el oportunismo. El primero se manifestaba en la disputa entre sectores y corrientes que propiciaban la división (el grupo de Valentín Campa y Gómez Zepeda) y el segundo era visible en la corrupción, el enriquecimiento desproporcionado de ciertos líderes (Los Cinco Lobitos) y en la venta de huelgas obreras a cambio de puestos gubernamentales.

Por otra parte, se necesitaba un nuevo partido político para impulsar la unidad nacional. Esto ya no era posible en el PRI, que era un intento fallido de revivir al PRM. Había que construir un nuevo instrumento que aglutinara a los sectores nacionalistas y populares y que acompañara al gobierno en sus aciertos y corrigiera sus errores. No sería ni un partido marxista ni de izquierda, sería uno popular conformado por empresarios nacionalistas, obreros, campesinos, clases medias y todos aquellos que tuvieran amor por México.

Sobre el imperialismo y la soberanía nacional

Los presentes estaban de acuerdo con que comenzaba una nueva época en donde el imperialismo estadounidense sería el principal enemigo, pero no tenían la misma perspectiva respecto a sus fortalezas. Valentín Campa hizo énfasis en que el imperialismo era débil, pese a su fuerza aparente, y que pronto se daría una crisis que terminaría por derrumbarlo. Por ello no se debía hacer tanto hincapié en la cercanía a los Estados Unidos y su propensión a controlar las industrias extranjeras. Lo preocupante era que su crisis los llevaría nuevamente guerra, así que planteaba “si queremos salvar a México del desastre, necesitamos plantearnos una gran lucha por la paz y contra la guerra” (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 101).

Laborde siguió la línea de Campa, solo que fue más irónico respecto a la posición de los lombardistas; “no hay que tenerle miedo al imperialismo yanqui”, decía. Era un gigante, pero uno enfermo y con los pies de barro al que los pueblos de América Latina y el de China terminarían por darle muerte. Por ello era necesario, como también sugirió Dionisio Encina, organizarse frente a la guerra pues, cuando llegara el momento de que el imperialismo buscara sobrevivir mediante la invasión a la URSS, “nosotros podemos levantar la lucha de masas en toda América Latina” (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 396).

Los lombardistas disentían. Luis Torres mencionó que el imperialismo yanqui era más fuerte que nunca, por su economía, industria y ejército. Además, para debilitar a la URSS y aumentar su dominio en el continente americano, había puesto en marcha el Plan Clayton y próximamente el Truman. Por eso era necesario impulsar la autonomía de todos los países americanos a través de la CTAL, y de manera particular de México desde la CTM y el próximo Partido Popular (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, pp. 237-254).

Enrique Ramírez y Ramírez enfatizó en que el imperialismo estadounidense era el más fuerte del mundo y no había razón alguna para menospreciarlo. Los lombardistas eran conscientes de que los monopolios de los Estados Unidos pensaban en una Tercera Guerra Mundial, pero que antes realizarían una serie de acciones de dominación que no necesariamente serían bélicas, mismas que sería necesario enfrentar. Miedo no tenían, eran “valientes conscientes” (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 480).

Sobre la Revolución Mexicana: democratización e industrialización

Todos coincidían en que era necesario impulsar una nueva etapa de la Revolución Mexicana a través de la unidad de las fuerzas revolucionarias. Solo que las preocupaciones eran diferentes y algunos grupos tomaban más distancia con el gobierno que otros. Los lombardistas se enfocaban en la necesidad de profundizar la democracia y la industrialización a través de la unidad nacional. En cambio, los dos bandos comunistas se centraban en las características de esta y veían críticamente los métodos para industrializar el país.

Los lombardistas tenían claro que había que profundizar la democracia burguesa. Para ello debían garantizarse elecciones libres y nuevos partidos políticos. Esta era una tarea complicada, pues había grupos que pugnaban para que solo las fuerzas reaccionarias pudieran contar con este tipo de instrumentos. Víctor Manuel Villaseñor mencionó que la reacción virulenta de la prensa (Excelsior, 18 de enero de 1947) hacia Lombardo y el nuevo partido era un claro ejemplo de esto y ponía en evidencia que la lucha por la unidad nacional era también la de la democracia (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 138).

Rafael Carrillo se centró en que la Revolución necesitaba que surgieran nuevos partidos políticos, no clubes electorales ni células comunistas dispersas. Para consolidar la democracia había que impulsar un partido progresista permanente que pudiera organizar a diferentes sectores populares y que tuviera un programa político revolucionario (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 158).

José Revueltas comentó que para que el proletariado pudiera encabezar la Revolución, primero debía de consolidarse su fase democrático-burguesa. Hasta que eso no sucediera, la burguesía no agotaría sus posibilidades revolucionarias y no podrían darse las condiciones necesarias para que los obreros estuvieran en posición de arrebatarle la dirección. Por el momento debían ser acompañantes críticos de las situaciones contrarias a la Revolución, pero aliados en la profundización de derechos y de los lineamientos democráticos burgueses: “El proletariado, sin prejuicio de su independencia y de la defensa de sus intereses inmediatos, debe compartir con la burguesía la dirección de la revolución democrática […] hasta que pueda consumarla y transformarla en Revolución Socialista” (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 384).

En cuanto a la industrialización, los planteamientos lombardistas variaron poco: México necesitaba urgentemente mayor desarrollo económico, una economía más autónoma y más obreros. Esto no solo era fundamental para el avance de la nación, sino para ganar independencia en el escenario internacional. Así que era imperante industrializar el país y para ello había que aliarse con la burguesía progresista y promover acciones conjuntas, como había sido el Pacto Obrero Industrial.

En contraparte, los comunistas no tenían claro que fuera posible la unidad nacional en los términos planteados. Campa cuestionó la lectura histórica de Lombardo, pues consideraba que no hacía el énfasis correcto a los “zigzags” revolucionarios. No creía que hiciera falta programa, pues ya había uno que no era impulsado gracias a que las contradicciones internas del régimen no lo permitían. Dichas contradicciones no podían superarse con una unidad nacional en la que el proletariado solo acompañara, tenía que dirigirla (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p.103).

Dionisio Encina pensaba de manera similar. Era necesario ubicar con precisión a los sectores que permitirían la unidad nacional y bajo qué principios, así como era necesaria la profundización democrática, la lucha antiimperialista y el impulso a la industrialización, pero esto no debía girar en torno al gobierno, con quien se debía colaborar, pero con cierta distancia. El centro de la unidad nacional debía ser el proletariado y una plataforma política que pudiera fortalecerlo (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 224).

Campa fue muy crítico de la idea de industrialización de Lombardo. Lo acusó de haber tratado de impulsar un Pacto Obrero Industrial con fuerzas que no tenían sus intereses depositados en el desarrollo nacional. Además, consideró que al señalar que el proletariado debía ser un acompañante crítico y no un actor crucial en la dirección de la Revolución, no estaba haciendo un análisis marxista serio y renunciaba a la construcción de un Capitalismo de Estado (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 224).

Lombardo le contestó fuerte e irónicamente. Dijo que quien no estaba haciendo un análisis marxista era él, pues quería importar experiencias de otras partes para tratar de explicar la mexicana. Agregó que no era posible transitar de un día para otro a un Capitalismo de Estado y expropiar absolutamente todo. Eso debía ser paulatino y de manera consciente para no desatar problemas graves. Era un asunto de economía política que debía tratarse con cuidado si realmente se quería conducir adecuadamente la Revolución (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 109).

Sobre los instrumentos

Todos los asistentes estuvieron a favor de crear el Partido Popular, pero con sus diferencias. Tanto el PCM como ASU plantearon su apoyo de manera muy escueta. Por un lado, querían asegurarse de que este no sería un partido vanguardia del sector obrero y, por el otro, que se garantizara que el partido marxista seguiría siendo el comunista.

Nuevamente fue Valentín Campa el primero en mencionarlo. Tuvo cuidado en decir que no estaba en contra de la creación del Partido Popular, pero que se inclinaban más por la fundación de un instrumento que fuera consecuente con la idea de que la Revolución Mexicana debía ser dirigida por el proletariado. En su opinión, tal y como estaba planteado, el partido no resolvería las contradicciones ya descritas sobre la unidad nacional y los zigzags de la Revolución (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 103) y podría derivar en experiencias indeseables como la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) en Perú y el Kuomintang en China.

Dionisio Encina mencionó algo similar. No se centró en el Partido Popular, cuya fundación dijo apoyar. Más bien se apuró en decir que esto no podía significar el debilitamiento del PCM. El nuevo partido no tenía que enfocarse en las tareas de la clase obrera, porque esas les correspondían a los comunistas, más bien debía apoyar al desarrollo del país y otras cuestiones no resueltas que ellos no pudieran atender (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, pp. 231-232).

Narciso Bassols criticó esa postura. La Mesa sólo sería exitosa si se establecían acciones concretas a realizar a futuro y, probablemente, una de las principales era el Partido Popular. Había que trabajar para ajustar los criterios de ese nuevo partido de tal forma que realmente pudiera funcionar como factor de unidad (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 297). Ramírez y Ramírez fue en el mismo sentido. Todos estaban de acuerdo con la necesidad de la agrupación política, así que no apoyar el partido por nimiedades no era opción. Usando una retórica similar a la de Laborde, comentó que no había que temer que se pudiera convertir en un partido como el APRA, pues, si querían evitarlo, era necesario que formaran parte de él (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 544).

De fondo existía el miedo a que Lombardo pudiera aglutinar a gran parte del sector obrero en el Partido Popular. Con ello no solo desplazaría al PCM en su “función histórica”, sino que supeditaría a liderazgos como el de Campa bajo su sombra. Muchos notaron ese temor y comentaron que la Mesa comenzaba a tornarse en un debate entre lombardistas y antilombardistas. Pero, si el apoyo al partido podía salvarse diciendo que sería popular y no sustituiría al PCM, no parecía haber forma de rescatar la unidad en la CTM. Ahí nadie cedía. Campa y compañía advirtieron que, de no lograrse la unidad nacional desde el interior de la Confederación, entiéndase, apoyando a Gómez Zepeda, entonces tendría que darse afuera. Apelando a la táctica de la depuración, amenazaron con constituir una nueva central tal y como lo había hecho Lombardo con la CROM años antes (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, pp. 120-121).

Por otra parte, los comunistas, pese a no tener fuerza real en la CTM, se mostraron reticentes a apoyar a la dirigencia actual o a ASU. Eran conscientes de la corrupción y entreguismo de los fidelistas, pero señalaban que la opción de Campa era lo mismo, que su candidato, Gómez Zepeda, era un oportunista que vendía huelgas y se enriquecía con el sector obrero (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 228). Esto molestó a Laborde, quien pidió que se retractaran y respetaran la trayectoria de ambos dirigentes (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 408).

Algunos lombardistas trataron de mediar entre las partes, pues su objetivo principal era salir con la unidad. Un ejemplo fue Juan Manuel Elizondo, quien dijo que la corrupción de la CTM era culpa compartida, pues era deber de los presentes preservarla y mejorarla constantemente (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 328). Ramírez y Ramírez tuvo la misma opinión y llamó a todos a que se mejorara la Confederación sin caer en la división.

El desencuentro

Aunque con lo relatado anteriormente se puede ver el tono ríspido de la reunión, el momento de ruptura se dio cuando David Alfaro Siqueiros elevó el tono de la discusión. A manera de preguntas “inocentes” mencionó que Lombardo evitó comentar durante su discurso la reforma al Artículo 27 y el ataque del gobierno a los petroleros. Esta era una omisión que buscaba no tocar temas polémicos que podrían desembocar en un análisis poco halagador hacia el gobierno (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 182). También cuestionó el anterior intento de Lombardo de crear la Liga Socialista sin dar cuenta de las razones y excluyendo a ciertos grupos de izquierda. ¿Cuáles eran sus verdaderas intenciones? ¿Por qué quería fundar un partido popular? Si quería un partido en el que pudiera influir realmente, que se afiliara al Partido Comunista: ¡Ese era el lugar de los comunistas!

Siqueiros enojó a los lombardistas. Ramírez y Ramírez explicó que él, pero también Campa, habían usado un método en el que comenzaban alabando las cualidades de Lombardo, para después despreciarlo irónicamente. Eso no ayudó a la discusión ya que desviaba la atención. Convirtieron un asunto de principios en uno de personas (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982. p. 472).

José Revueltas contestó enérgicamente. Comenzó su participación hablando de la claridad con la que Lombardo había planteado la Mesa Redonda, era un posicionamiento que no sólo hacía honor a su posición como líder marxista, sino que era un hecho histórico mismo: solo por su convocatoria los compañeros marxistas se encontraban dialogando públicamente sobre el papel de la izquierda en el momento actual de la Revolución. Pero después lamentó que a su llamado también habían acudido revisionistas y oportunistas.

Desde luego, se refería a Siqueiros, pero sobre todo mencionó a Valentín Campa y sus posturas sobre la CTM. Lo acusó de sectario, oportunista y reaccionario. Sectario y oportunista por enarbolar un discurso divisionista en el contexto de la elección de la Confederación. Reaccionario porque sus planteamientos habían sido muy bien recibidos por la prensa que atacaba a Lombardo y a muchos de los presentes (Excelsior, 18 de enero de 1947): “Lo que en nuestros enemigos abiertos es hipocresía, al trasladarse a los sectarios-oportunistas se hace demagogia, para que, de todos modos, los resultados finales sean los mismos: la división de la CTM” (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 374).

Laborde respondió energéticamente. Comentó que ellos habían ido a discutir amistosamente y que no iban a tolerar desplantes como el del “joven escritor” José Revueltas, al que acusó de no saber de marxismo y de neomenchevique. De igual forma, tundió a Rafael Carrillo por olvidadizo y no mencionar todos sus errores en el sector obrero e invitó a todos en la Mesa a que no se expresaran de mala forma de alguien como Campa, de quien no había duda de su trayectoria como líder obrero (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 289 y 391).

La reunión terminó con la respuesta de Lombardo. Acusó a todos de alguna vez recurrir por su ayuda y luego atacarlo. Agregó que él no tenía ninguna obligación de organizar el evento y no tenía por qué darle explicaciones a nadie, menos a Siqueiros, quien al tratar de interrumpirlo estuvo a punto de hacer que se cerrara de tajo la sesión (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1982, p. 600).

De todas formas, se felicitó a sí mismo por haber hecho la Mesa y manifestó que quedaban asuntos pendientes que deberían resolverse en otra reunión, que nunca se dio. Pero se llevó con él las similitudes, que serían la base del programa revolucionario: el antimperialismo; la lucha por la paz y la soberanía nacional; y el desarrollo del país a través de la política industrial y la profundización democrática.

Junto a estos principios se llevó la idea de usar dos instrumentos para impulsar el nuevo programa revolucionario. El Partido Popular había alcanzado consenso en lo general, y que no fuera apoyado en lo particular no significaba mucho problema. Sin embargo, el máximo pendiente era la CTM. Campa había dejado claro que solo impulsaría la unidad si apoyaban a su candidato, pero, a su vez, que apoyaría al Partido Popular solo si no pretendía dirigir al movimiento obrero. Esto era contrario a los planes de Lombardo. Al final, el nuevo programa revolucionario impactaría en el PCM e impulsaría al PP, pero los conflictos en la Mesa terminaron por fracturar la unidad de la izquierda.

Dos logros y un gran fracaso

Tras no llegar a un acuerdo sobre la Confederación de Trabajadores de México, Lombardo repitió lo hecho en 1943 y apoyó la candidatura a la Secretaría General de Fernando Amilpa, a cambio de algunas direcciones y el apoyo de la Confederación a la fundación del Partido Popular. En tanto, Valentín Campa y Gómez Zepeda, ante la unión de fidelistas y lombardistas, cumplieron la amenaza de salirse de la CTM y fundaron la Central Única de Trabajadores (CUT). El cisma, aunque importante, distó mucho de parecerse al de Lombardo con la CROM, como habían vaticinado durante la Mesa. Cabe mencionar que los comunistas también alentaron la división en la Confederación, como luego lo reconocería Dionicio Encina.5

Lo que sucedió después está bastante documentado (Cuellar, 1989; Mussot y González, 1990; Garciamarín, 2017), así que a continuación se relata lo esencial. En el IV Consejo Nacional de la CTM se votó por “unanimidad” la candidatura única de Fernando Amilpa a la Secretaría General, junto a una serie de modificaciones, como el lema y la táctica de lucha, que cambiaron por completo el sentido de la Confederación. Esto con el aval de Lombardo, quien permitió todo con tal de que se aprobara la adherencia de la CTM al Partido Popular; tal y como sucedió en las resoluciones finales (Bolívar, 1998, p. 205).

Sin embargo, poco después Velázquez y compañía traicionaron a Lombardo, y con argumentos leguleyos anularon el acuerdo y expulsaron a los lombardistas de la Confederación. Con esto, no sólo la CTM se convirtió en una organización completamente oficialista, sino que el futuro del Partido Popular fue sentenciado, reduciéndolo a un partido que navegaría entre el oficialismo y la leal oposición (Garciamarín, 2017).

Tiempo después Valentín Campa culparía a Lombardo de todo lo sucedido e incluso se arrepentiría de haberle ofrecido que se uniera a la CUT tras su expulsión (Campa, 1985). Pero como se ha visto hasta el momento, ni Lombardo, ni Campa, ni ningún miembro de la Mesa cedió en sus ambiciones sobre la Confederación y favorecieron involuntariamente a que Los Cinco Lobitos se quedaran con ella. Parafraseando la intervención de Revueltas durante la Mesa: el desencuentro entre lombardistas y antilombardistas derivó de todos modos en lo mismo, la división en la CTM.

Ahora bien, pese a este gran fracaso, la Mesa tuvo dos logros para las izquierdas: el consenso sobre la ruta programática de las izquierdas y la fundación del Partido Popular. Tanto el PCM, el Partido Popular y posteriormente el Partido Obrero Campesino Mexicano (POC), plantearían la democratización del régimen, pugnando por una mejor reforma electoral y la representación proporcional.

Para finales de 1947, en el X Congreso Nacional del Partido Comunista se planteó que para enfrentar al imperialismo y las tendencias reaccionarias ya claras en el gobierno de Alemán, era necesaria la unión de fuerzas democráticas y progresistas a través de una plataforma común que impulsara la promoción y defensa de la Revolución Democrático-Burguesa. Para ello llamaron a la formación de un Frente Democrático de Liberación Nacional, antiimperialista y popular “por las libertades democráticas y la defensa de la constitución política del país” (Mac Gregor, 1995; Ramírez, 2015).

El énfasis en la democracia, la mayor claridad en la lucha antiimperialista y la propuesta de crear un frente democrático-popular fueron producto de los debates de la Mesa. El informe del Congreso no deja lugar a dudas: “Ahora es un hecho indudable que, debido a los errores pasados, hay un cambio que determina a las fuerzas democráticas organizadas en partidos a coaligarse para tener éxito”. En esta misión, los acompañaba el Partido Popular en formación, cuyos “organizadores están apuntando un anhelo profundamente sentido por la Nación” (Ramírez, 2015).

Posteriormente, en 1950 el POC, fundado por miembros de ASU y otros izquierdistas de renombre, planteó que era necesaria la unidad entre el PCM y el Partido Popular y caminar hacia un programa único en el que se profundizara el desarrollo nacional y se impulsara la democracia sindical. De acuerdo con Jorge Alonso, los principios y programas del POC buscaron detener el imperialismo yanki -que ya no era un gigante con pies de barro-, a través de la independencia nacional ligada con el apoyo a los pueblos oprimidos y la lucha democrática. Si bien, a diferencia del Partido Popular, se estableció que la dirección de esa lucha democrática debería hacerse con el proletariado a la cabeza, consideraron que la independencia nacional se conseguiría con el desarrollo nacional y la consolidación de un régimen democrático con una nueva ley electoral, el restablecimiento del sistema municipal en el Distrito Federal, la igualdad política de las mujeres y el pleno respeto de la constitución (Alonso, 1990).

Lombardo logró fundar el Partido Popular en 19486 y avanzó en su programa y en la representación proporcional, pues lo impulsó en la Cámara de Diputados en 1949 (Ayala, 2018) y tiempo después, siendo el Partido Popular Socialista, influyó en la Reforma Electoral de 1963, ya con el POC unido a él. Su programa pugnó por la soberanía y la defensa por la autonomía de los pueblos; la industrialización, la democracia sindical y la profundización del carácter progresista de la Revolución Mexicana; prácticamente todos los planteamientos realizados en la Mesa. En su declaración de principios estableció que “en las actuales condiciones históricas de México, un régimen democrático, para merecer este nombre, ha de consistir, ante todo, en la existencia de diversos partidos políticos; en el respeto por parte del poder público a la actuación de los partidos independientes, y en la abolición del fraude electoral, aceptando de manera leal y verdadera el sufragio de los ciudadanos” (Lombardo, 2001, pp. 47-56).

Conclusiones

Este fue el camino que recorrieron las izquierdas después de la Mesa: dos logros y un gran fracaso. Como se puede apreciar, a diferencia de lo que relatan los estudios existentes, la reunión fue mucho más que las discusiones sobre la fundación del Partido Popular. Se trató de un hecho único en la historia contemporánea, en el que se puede observar nítidamente cada una de las preocupaciones, grillas e intereses de las izquierdas frente al cambio de época. Se trató de un universo de ideas que ilustran perfectamente la complicada tarea de tomar decisiones políticas desde la izquierda, siempre atravesada por la tensión de la ética y la responsabilidad. El destino de las fuerzas progresistas de entonces se definió durante la Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, cuando acordaron un programa revolucionario y la fundación del Partido Popular, pero decidieron no caminar en unidad en la Confederación de Trabajadores de México.

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(8 de enero de 1947) Exhortación de Lombardo para mantener la unidad de la CTM. El Popular.

(9 de enero de 1947) Amilpa acata el llamado a la unidad de la CTM que fue hecho por Lombardo. El Popular.

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Notas

1 Además del texto ya citado de Spenser, existen otros trabajos sobre la vida de Lombardo Toledano, su vida política, intelectual y su participación en el mundo obrero. A continuación, cito algunos cuantos: Lombardo: biografía intelectual de un marxista mexicano (Millon, 1964); Caudillos culturales de la Revolución Mexicana (Krauze, 1976); Lombardo Toledano y el marxismo-leninismo (Unzueta, 1996); Vicente Lombardo Toledano: vida, pensamiento y obra (Bolívar, 2005); Lombardismo y los sindicatos en América Latina (Quintanilla, 1982); y el capítulo “El programa nacional popular” del texto La ruptura de la nación: historia del movimiento obrero mexicano desde 1938 hasta 1952 (Durand, 1986). Un tratamiento crítico de la literatura sobre Lombardo Toledano puede encontrarse en esta tesis: Lombardo Toledano: marxismo y populismo en México y América Latina antes de Laclau (Ramírez Santos, 2021).

2 Octavio Rodríguez Araujo sostiene que en 1931 Lombardo ya había hecho mención al respecto, aunque en el contexto de la CROM.

3 Lombardo argumentó que los comunistas nunca tuvieron fuerza real para aspirar a las direcciones que exigían en la CTM; cuestión revirada en varias ocasiones por Manuel Velasco (Wilkie y Monzón, 2004, p. 219).

4 Aunque durante el sexenio alemanista se convertiría en un férreo opositor (Bernal, 1994; Garciamarín, 2017).

5 Marcela Lombardo y Víctor Manuel Carrasco citan la siguiente declaración de Dionicio Encina en la presentación de la Mesa Redonda: “Yo quiero declarar que era partidario de dividir a la Confederación de Trabajadores de México. Acepté plenamente la política que la dirección del partido aconsejó en los días del Cuarto Congreso Nacional, y creamos una división en el seno de la central más revolucionaria, más fuerte, más poderosa del país” (Mesa Redonda de los Marxistas Mexicanos, 1983, p. 9).

6 El camino, logros y rupturas -como las de Narciso Bassols y Víctor Manuel Villaseñor- del Partido Popular exceden a los objetivos de este trabajo. Al respecto se puede revisar El lombardismo: entre el oficialismo y la leal oposición (1946-1952) (Garciamarín, 2017).