Población, poblamiento, diversidad étnica, y lingüística de la Tierra Caliente del Balsas: etapa pre censal (1521-1889). Por Guillermo Vargas Uribe. Morelia: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Instituto Tecnológico Superior de Huetamo, H. Congreso del Estado de Michoacán LXXIII Legislatura, H. Ayuntamiento Constitucional de Huetamo, Michoacán, 2015-2018, H. Ayuntamiento Constitucional de Tiquicheo de Nicolás Romero, Michoacán, 2015-2018, 2016, 233 p.
Eduardo Nava Hernández
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
ednava7@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-6038-198X
Población, poblamiento, diversidad étnica, y lingüística de la Tierra Caliente del Balsas: etapa pre censal (1521-1889). Por Guillermo Vargas Uribe. Morelia: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Instituto Tecnológico Superior de Huetamo, H. Congreso del Estado de Michoacán LXXIII Legislatura, H. Ayuntamiento Constitucional de Huetamo, Michoacán, 2015-2018, H. Ayuntamiento Constitucional de Tiquicheo de Nicolás Romero, Michoacán, 2015-2018, 2016, 233 p. by Eduardo Nava Hernández is licensed under CC BY-NC 4.0
Este libro de Guillermo Vargas, un estudio de caso de historia social regional, se incorpora de manera importante a la bibliografía histórica y a la historia demográfica de Michoacán. Aunque aborda el caso de solo una de sus regiones, la Tierra Caliente del Balsas, se trata de un trabajo que habrá de trascender.
Quizá no es el primer trabajo que trata de manera amplia la región del Balsas, pues hay algunos antecedentes. Si bien no es exactamente la misma región, se puede tomar como una referencia el libro de Gerardo Sánchez Díaz, El Suroeste de Michoacán, economía y sociedad (1988). En el año de 2001, José Eduardo Zárate, investigador de El Colegio de Michoacán, coordinó una obra colectiva muy amplia sobre la Tierra Caliente de Michoacán, que abarca en realidad las dos regiones conocidas como Tierra Caliente: la propiamente tal, que es la cuenca del río Balsas, compartida con el estado de Guerrero, y la del Valle de Apatzingán, nombre oficial dado a la Cuenca del Tepalcatepec; ese libro trató también aspectos demográficos, económicos, culturales e históricos sobre esas dos regiones. Y hay un trabajo más reciente de Alejo Maldonado Gallardo, profesor e investigador de la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana, que se llama Historia, cultura, noticias de los pueblos del Balsas, el cual abarca también un periodo muy amplio de la historia regional de esa zona.
Asimismo, podríamos mencionar al libro Pueblo en vilo (1968) de Luis González y González. Y a partir de la fundación hace más de cuarenta años de El Colegio de Michoacán, se han publicado trabajos historiográficos más o menos relevantes, algunos de ellos muy destacados, sobre una gran cantidad de pueblos, localidades y, desde luego, las ciudades más importantes del estado michoacano. Esto se consolidó durante la administración de Carlos Torres Manzo en la década de 1970, cuando el propio gobierno auspició la publicación de monografías municipales. La intención era abarcar los 113 municipios del Estado, de tal manera que cada uno contara con su descripción y narración histórica. Ese objetivo no se cumplió a cabalidad, pero de todos modos las obras publicadas dejaron una amplia bibliografía sobre las localidades de Michoacán.
Considero que el trabajo de Guillermo Vargas va más allá de lo que los aportes regionales o locales han logrado, básicamente por dos razones. Una, por el largo periodo que abarca, que va de 1530 hasta 1889, la etapa que el autor llama precensal, previa a 1895, año en que iniciaron los censos modernos bajo el gobierno de Porfirio Díaz. En ese extenso periodo se examinan los territorios que conforman la cuenca del Balsas, al menos del lado michoacano. Lo que implica la elaboración de una regionalización que, al tratarse de un periodo que abarca tres siglos y medio, presenta muchas dificultades metodológicas. Implica elaborar también una periodización adecuada al desarrollo del objeto de estudio.
Una de las dificultades para hacer estudios de largo plazo es la propia modificación de los límites territoriales de lo que durante el periodo colonial se conocía como el Obispado de Michoacán. Era un territorio mucho mayor que el actual estado de Michoacán, que abarcaba desde la Costa Grande guerrerense y las costas de Colima y Michoacán, hasta lo que se llamaba la provincia de Chichimecas en el norte, incluyendo una gran parte de los actuales Guanajuato, Querétaro y San Luis Potosí. Este inmenso territorio se conservó desde los inicios la época colonial hasta la etapa de la Independencia; sin embargo, sufrió modificaciones, quizás la más importante tuvo lugar en el año de 1787, con el establecimiento del sistema de intendencias que en la Nueva España se aplicó tardíamente. Estas eran grandes territorios bajo el mando de un funcionario único, el intendente, con atribuciones de gobierno civil, mando militar, aplicación de la justicia y otros atributos otorgados por el rey de España.
La reforma de las Intendencias y posteriormente de la Independencia -con la adopción del régimen federal-, la constitución del Estado de México y de Guanajuato y, tras la intervención estadounidense en 1848, la de Guerrero, modificaron radicalmente los límites de Michoacán, que fue perdiendo sucesivamente territorio a favor de esas otras entidades. La última alteración territorial se da en las postrimerías del gobierno de Porfirio Díaz, cuando por una decisión arbitral del presidente, el poblado de Pungarabato pasa del Estado de Michoacán al de Guerrero. Es lo que actualmente se conoce como Ciudad Altamirano, que antes de 1909 pertenecía al territorio michoacano.
Otra dificultad es la conceptualización demográfica, el hecho de que en los documentos existentes -muchos de ellos de origen parroquial al no haber censos aún- se van modificando los conceptos con los que se designa a la población o a los habitantes de una determinada región o localidad. Se les llama tributarios, desde luego tratándose de la población indígena; hombres de carga; trabajadores, ya fuera de las minas o jornaleros agrícolas; también personas, vecinos, familias, comulgantes, pascuales, esto aplicable ya más bien a las villas españolas o centros mineros que también existen en la zona del Balsas, hasta llegar a la conceptualización contemporánea de habitantes, pasando por toda una estratificación a través de castas, pues como sabemos, había una clara diferenciación entre la población agrupada en las llamadas repúblicas de indios, y la población española, mestiza y castas que se agrupaban en la llamada república de españoles. Lo que esto implicaba era la no igualdad jurídica de los habitantes de la Nueva España ante el Estado, sino leyes específicas para cada uno de estos órdenes de repúblicas. Se regía a los tributarios por un cierto tipo de legislación, especialmente hecha para ellos; y el resto de la población tenía otras normas jurídicas que les eran aplicables.
El trabajo de Guillermo Vargas tiene aspectos de interés que justamente logran superar las dos dificultades mencionadas: el problema de los límites territoriales y el de la conceptualización de la población, homogenizando en un solo concepto demográfico los términos que tienen que ver con la población.
El primer interés es, desde luego, la propia región. La delimitación territorial ya es una focalización que ofrece el trabajo de Guillermo Vargas sobre la región del Balsas: logró hacer comparables distintos territorios y conceptos relativos a la historia demográfica. No fue una de las regiones más ricas del Obispado de Michoacán, tampoco de las más pobladas. Más bien fue de escaso poblamiento que, como muchas regiones de la Nueva España, sufrió dramáticamente la caída demográfica de los siglos XVI y XVII.
El segundo aspecto a destacar es la metodología que desarrolla el autor, la cual va más a profundidad que otros estudios realizados sobre la demografía o la historia demográfica regional; sobre todo porque abarca en este estudio un periodo largo, de alrededor de tres siglos y medio.
Simplemente como referencia, vale la pena mencionar los periodos que Vargas aborda: uno llega hasta 1530, cuando culmina la conquista de Michoacán con la caída de Tzinzunzan y del cazonzi purépecha; y después de 1530, con la etapa de las grandes epidemias que comenzaron a diezmar a la población y que en el presente trabajo se tratan como unificación microbiana: la Nueva España y sus regiones se incorporan de lleno a las nuevas epidemias traídas desde el Viejo Mundo, que afectan a la población indígena, cuando ya dos siglos antes se había superado la peste bubónica en Europa.
Para hablar del conjunto de Mesoamérica, los historiadores estiman que antes de la llegada de los europeos a esta vasta región del continente, había entre 10 y 20 millones de habitantes. Para 1650, la población nativa de la Nueva España se había reducido aproximadamente a medio millón. Esto nos muestra la terrible catástrofe que se vivió desde la segunda mitad del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, que fue acompañada además de un cambio en el uso del suelo agrícola a ganadero. Seguramente el ganado contribuyó a las hambrunas, pestes y epidemias que diezmaron la población indígena, una crisis socioambiental que se extiende hasta 1680. Desde esta fecha se abrió la recuperación demográfica y nuevamente un periodo de crecimiento económico. Y la discontinuidad de ese crecimiento demográfico de la población total es la prolongación del despoblamiento indígena a lo largo del siglo XIX, sobre todo después de la Guerra de Independencia que también tuvo efectos muy relevantes en varias regiones de la Nueva España y posteriormente de México, en términos poblacionales.
Hubo regiones también despobladas por la Guerra de Independencia y podemos decir que la crisis demográfica que abarcó prácticamente el periodo colonial y el siglo XIX, no se recuperó sino hasta alrededor de 1930. Si atendemos la afirmación de ciertos historiadores sobre que en la Mesoamérica precolonial había unos 15 millones de habitantes, esa cifra solo se alcanza en el México moderno, hacia finales del Porfiriato o el periodo de la Revolución; de tal magnitud fue la crisis demográfica. Metodológicamente, entonces, Guillermo Vargas ha tomado tanto la población total como sus categorías de análisis: el número de pueblos registrados en documentos parroquiales o episcopales, la población total en un inicio y la población indígena que era tributaria del rey de España, de los encomenderos y de la Iglesia, pagando tres gravámenes al levantar la cosecha.
Era clara la diferenciación étnica entre los indígenas, la población española y las castas o grupos de mestizaje que se ubicaban entre los dos conjuntos originarios. Desde luego, la población propiamente española o criolla era muy pequeña en relación con el total de la Nueva España, constituida en un principio mayoritariamente por indígenas y, a lo largo del siglo XIX, por mestizos. Con la Independencia desapareció esa categorización de castas. Tanto Hidalgo como Morelos expidieron documentos para suprimir las diferencias de castas, y esto se logró también, sobre todo con la abolición de la esclavitud por el gobierno de Vicente Guerrero en 1829. Registra Guillermo Vargas que en 1630, por ejemplo, se hablaban 9 lenguas indígenas en la región del Balsas, y para 1889, en el Porfiriato, estas habían desaparecido totalmente; no había ya ninguna que dominara en esa región. Ese hecho nos refiere cómo, a lo largo del siglo XIX, fue desapareciendo -por lo menos en esta zona- la población originaria, siendo sustituida por habitantes mestizos en su gran mayoría. Una densidad de población que en 1548 era de 3 habitantes por km2 pasó a menos de 0.5, casi 0 habitantes por km2 en 1698; y en 1882, a 4 habitantes por km2, con la recuperación demográfica. La región de los pueblos del Balsas participa con una tasa de crecimiento medio anual que también se corresponde con esas tendencias.
En cuanto a la regionalización, Vargas distingue cuatro unidades de análisis. Unas, las grandes o máximas, como es el propio Obispado de Michoacán; otras, las unidades mesoterritoriales o medianas, que son las provincias o comarcas en que estaban divididos los obispados. En el caso de Michoacán, este se dividía en ocho comarcas o provincias, unas más pobladas que otras. Desde luego, el área propiamente central, donde se ubicaban las zonas más importantes como Pátzcuaro o Valladolid, pero incluyendo también otras regiones muy apartadas. En términos generales, demarcaciones político-administrativas como las subdelegaciones de Intendencia en el periodo borbónico.
Asimismo, se establecieron divisiones territoriales como las Intendencias; y ya en el México independiente, los partidos y los distritos, que también eran unidades administrativas auxiliares que se fueron constituyendo a lo largo del siglo XIX. Un dato es, por ejemplo, que al final del Porfiriato, Michoacán tenía doce distritos. Además del gobernador había doce funcionarios llamados prefectos distritales, con subprefectos en los municipios. Finalmente, están las unidades a nivel miniterritorial, que van desde el altéptl del periodo prehispánico -la unidad básica- a la comunidad agrícola y artesanal, también muchas veces pesquera y de caza. Ya en el siglo XVI, las congregaciones o reducciones, los curatos, parroquias y vicarías; y finalmente, en el periodo independiente, la conformación de los municipios o municipalidades como unidades básicas territoriales.
Algo que llama la atención es el concepto que maneja el autor de una etapa precensal, cuando en realidad ya desde las postrimerías del virreinato, hacia 1790, el virrey de Revillagigedo realizó el primer censo de población en la Nueva España. Fue uno muy imperfecto, sin duda, del cual no contamos con la documentación completa. Se conoce únicamente una edición comentada que el INEGI hizo sobre él ya hace unos 40 años. Hay que registrar esa fuente como propiamente censal, y algunas otras más que, además del Censo de Revillagigedo, no aparecen en el libro de Guillermo Vargas. Lo anterior no le resta validez a sus hipótesis (todas ellas bien sustentadas), pero la inclusión de dichas fuentes hubiera enriquecido el propio estudio. Me refiero sobre todo a los trabajos de Manuel Abad y Queipo para el Obispado de Michoacán, ya que dicho personaje elaboró estudios socioeconómicos de la renta obtenida por las haciendas de Michoacán, que bien podría considerarse como una fuente importante.
Pero esta ausencia de un par de fuentes no quita el mérito, y sobre todo los logros, que ha obtenido Guillermo Vargas Uribe en este estudio. Considero que para quienes se interesen por la historia regional de la Tierra Caliente del Balsas, este trabajo es desde luego una aportación. Y aun para quien no tenga un interés particular en esa región, me parece que el trabajo reseñado constituye una aportación relevante por su metodología sociodemográfica y económico-demográfica.
Bibliografía
GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ, L. (1968). Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia. El Colegio de México.
MALDONADO GALLARDO, A. (2013). Historia, cultura, noticias de los pueblos del Balsas. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
SÁNCHEZ DÍAZ, G. (1988). El Suroeste de Michoacán, economía y sociedad. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Instituto de Investigaciones Históricas.
ZÁRATE, J. E. (Coord.). (2001). La Tierra Caliente de Michoacán. El Colegio de Michoacán, El Gobierno del Estado de Michoacán.