El ABC de una paz olvidada. Tiempo de mediación en Canadá, 1914. Por Michael Small. Ontario: Lugar Común Editorial, Huitzils, 2019, 179 p.
Sebastián Rivera Mir
El Colegio Mexiquense
srivera@cmq.edu.mx
http://orcid.org/0000-0002-7491-9306
Las historias de los fracasos suelen ser útiles para poner a prueba muchas de las interpretaciones analíticas sobre determinados procesos. En este caso, las negociaciones desarrolladas en Niagara Falls, tratando de encontrar una salida pactada al torbellino de la Revolución Mexicana, es el escenario elegido por Michael Small para desplegar sus apreciaciones sobre las relaciones diplomáticas en el continente americano. En este sentido, su libro corresponde a la combinación de sus conocimientos históricos con su propia experiencia en el servicio exterior canadiense.
Pese a que desde un principio las negociaciones estuvieron destinadas al fracaso, el autor logra destacar algunos elementos que podrían dar luces sobre cómo se constituía el escenario diplomático durante las primeras décadas del siglo XX. Esta historia transnacional envolvió no sólo a las facciones beligerantes en México, constitucionalistas y partidarios de Victoriano Huerta, sino que también implicó a funcionarios y jueces de Estados Unidos, al cuerpo diplomático del ABC (Argentina, Brasil y Chile) asentado en Washington e incluso a algunas autoridades del gobierno de Canadá. Junto a ellos, periodistas, dibujantes, cronistas, viajeros e incluso niños, fueron parte de este entramado de personajes que confluyó en las cataratas del Niágara en la primavera de 1914.
La invasión de Estados Unidos a Veracruz dio pie a que un grupo de mediadores conformados por las representaciones de dichos países sudamericanos, propusieran el establecimiento de un diálogo entre las autoridades del país invasor y las dos facciones que disputaban el poder en México, a fin de evitar una guerra entre ambos países. Todos veían en este proceso una forma de conseguir sus propios fines, cubriendo sus intenciones con un discurso sobre la paz continental y la construcción de sistema panamericano de mediación de conflictos. Si algo nos muestra Small, es que la forma tradicional decimonónica de pensar las relaciones exteriores comenzaba a quedar obsoleta frente a los cambios que aceleradamente traía consigo el nuevo siglo, especialmente en lo relacionado a la constitución de una diplomacia pública.
Junto a este problema general, las negociaciones se enfrentaron a la realpolitik de los conflictos internos, regionales e internacionales. Por un lado, la negativa de Venustiano Carranza de participar en el proceso impedía que cualquier acuerdo tuviera un alcance concreto en el conflicto mexicano. Por otra parte, la apuesta de Woodrow Wilson, el paladín de la paz, y su Secretario de Estado, William Jennings Bryan, por dejar que la guerra interna en México continuara, tampoco impulsó finalmente que los negociadores en Niágara llegaran a un tratado sustancioso. Mientras que la lejanía de sus capitales y el idealismo por parte de los mediadores del ABC eran otros obstáculos para que las negociaciones dieran buenos frutos. El autor ejemplifica los tropiezos de esta situación mediante la participación de Canadá: ni siquiera sabía que las conversaciones se llevarían a cabo en su territorio.
De ese modo, el proceso inició como una crónica de una muerte anunciada. Sin embargo, el texto no se queda en los lamentos de un ejercicio diplomático fallido y menos en la construcción de una historia contrafactual. En su lugar, el autor opta por situarnos en las conferencias, en los espacios de negociación e incluso en la vida cotidiana de los implicados. Esta perspectiva le permite construir lo que podríamos denominar un análisis de la mediación diplomática en perspectiva histórica. Y en este sentido, uno de los principales ejes de argumentación que se sigue a lo largo del texto es el “BATNA” o Best Alternative to a Negotiated Agreement (mejor alternativa a un acuerdo negociado), una aplicación de la teoría de juegos a las relaciones diplomáticas. En resumen, mientras uno de los actores mantuviera en su poder una posibilidad cierta de ganar el conflicto militarmente, tendría las mejores perspectivas de obtener la ventaja en las negociaciones. Y en este caso el muy posible triunfo de los constitucionalistas incluso les permitía no sentarse a negociar, mientras el gobierno de Wilson no los presionara con mayor fuerza, algo que finalmente no sucedió.
Debido a esta opción metodológica, podemos observar con nitidez los canales de la negociación. Small nos muestra con detalles cómo se llevaban a cabo las conversaciones, qué elementos eran importantes para los diferentes implicados y cuáles sus limitaciones. Especialmente enfatiza en el hecho de que los delegados estadounidenses debieron jugar dos papeles: por un lado, representar sus propios objetivos como país invasor, y al mismo tiempo, defender los intereses de los constitucionalistas ausentes. Sin embargo, esta propuesta metodológica nubla otras variables que podrían entregar mayores antecedentes para comprender las negociaciones. Por ejemplo, si bien a lo largo del texto se recupera de manera detallada la prensa estadounidense, otros espacios periodísticos prácticamente no son considerados. Si bien se parte de la idea de combinar lo local, lo nacional y lo internacional, a la hora de sopesar la acción de los distintos jugadores sus potencialidades sólo son elaboradas con base en el reducido espacio del Niágara. La prensa de otros países apenas es vislumbrada como actor y menos lo son las sociedades a quienes dichos discursos periodísticos apelaban.
Algo similar sucede con los intereses de los integrantes del ABC. En las últimas páginas, se proponen unas conclusiones en torno al impacto de las negociaciones en la conformación de un bloque al sur del continente. Pero pese a ello, a lo largo del texto pareciera que los representantes diplomáticos sudamericanos realizan sus propuestas con base sólo en sus apreciaciones personales. No se los considera como actores que responden a sus propios gobiernos, que a su vez tienen historias de conflictos y desavenencias. Si siguiéramos por ejemplo la historiografía reciente sobre el panamericanismo sería necesario destacar que Argentina desde un comienzo optó por convertirse en un contrapeso de Estados Unidos. Esta forma de concebir las relaciones interamericanas dotó de sentido su participación internacional y evidentemente se reflejó en la conformación del ABC. En el caso chileno también encontramos una multiplicidad de intereses, de hecho, había tenido un problema similar al que enfrentó México en Tampico: soldados arrestados por autoridades locales y la posterior prepotencia de los diplomáticos estadounidenses casi generan un conflicto bélico. De ese modo, sus objetivos en Niágara no se reducían a buscar la paz entre México y Estados Unidos, el interés de su gobierno apuntaba también a regular en general este tipo de conflictos. Estas y otras variables, que afectaban la constitución de un bloque al sur del continente apenas tienen espacio desde la perspectiva elegida por el autor.
En este análisis de las negociaciones, marcadas a juicio de Small por el realismo político, lo ideológico queda en un segundo plano. Algunas apreciaciones sobre la paz o sobre los ideales detrás del panamericanismo, se filtran a través del relato, sólo para constatar que este tipo de concepciones son un lastre para la flexibilidad que deben demostrar los agentes negociadores. Aunque esto en sí mismo constituye una construcción ideológica sobre cómo operan los sujetos en la práctica, también impide reconocer a cabalidad cómo estos actores representaron o desde qué perspectiva analizaron sus propias alternativas. Esta homogenización de los sujetos implicados termina reduciendo la capacidad explicativa de la propuesta de Small y marginalizando las formas diversas de estructuración ideológica y cultural durante el periodo.
Por ejemplo, uno de los elementos que constituyó las relaciones entre los países latinoamericanos y Estados Unidos fue el antiimperialismo. Esto había calado de manera profunda a lo largo del continente, y no sólo entre las clases populares, sino también entre la elite gobernante. La política del gran garrote que significó intervenciones estadounidenses a lo largo del América Latina, marcó de manera profunda las apreciaciones sobre los vecinos del norte. Y por más que Wilson planteara en teoría un nuevo camino, su invasión a Veracruz recordaba que su política exterior en realidad tenía pocas diferencias con la de sus antecesores. De ese modo, la posibilidad de mediación, la incorporación a este proceso de los distintos actores latinoamericanos, se vio constantemente atravesada por la necesidad de mantener la autonomía y las tensiones generadas por el antiimperialismo. No podemos olvidar que la historia que nos relata el autor es, en definitiva, la narración de una de las tantas intervenciones armadas realizadas por Estados Unidos en nombre de la paz.
Finalmente, es importante reconocer que el libro de Michael Small viene a llenar un vacío historiográfico con relación al análisis específico de la mediación del ABC. Asimismo, este tema poco explorado por los estudios sobre la Revolución Mexicana abre algunas puertas hacia temáticas que hoy en día constituyen uno de los principales intereses de los historiadores, la necesidad de sobrepasar los límites nacionales. Las líneas de investigación desplegadas a partir de este particular suceso pueden ayudarnos a comprender los desafíos transfronterizos que afectaron al continente en las primeras décadas del siglo XX.