Colonizzazione al Messico! Las colonias agrícolas de italianos en México, 1880-1910. Por Marcela Martínez Rodríguez. San Luis Potosí: El Colegio de San Luis, El Colegio de Michoacán, 2013, 364 p.

No tengo sombra de duda de que Colonizzazione al Messico! representa un parteaguas en la historiografía de la inmigración italiana y en la historia de los proyectos de colonización. Su consulta será obligada para todos quienes tengan curiosidad o pretendan llevar a cabo una investigación afín.1 Debido, primero, a la riqueza y vastedad de los archivos nacionales y locales de México e Italia consultados de manera exhaustiva por Marcela Martínez, sacando especial provecho de las Memorias de Fomento, que complementa con un nutrido trabajo de campo, una meticulosa sistematización de datos y una estructura capitular coherente. En segundo término, por la atinada armonía lograda al combinar el enfoque global con estudios de caso dentro de un corte temporal nítidamente definido.

Tres hipótesis sostienen la investigación. La primera: los proyectos de colonización fueron la manera práctica de alcanzar el anhelado crecimiento económico y el progreso social del país a través del blanqueamiento de la población, la conservación de la integridad del territorio mexicano frente a amenazas externas, la introducción de técnicas modernas de cultivo que permitieran incorporar tierras al mercado y la detonación de cadenas migratorias, consecuente con el supuesto teórico de la superioridad de la raza europea respecto a la decadencia del indio (bastante difundido en América Latina durante el siglo XIX). La segunda hipótesis: cada colonia adquirió matices particulares y verificó dinámicas internas distintas debido a la heterogeneidad cultural de los inmigrantes y las características de los lugares en que se instalaron. Finalmente: los que emigraron, por una parte, deseaban mejorar su situación económica, adquiriendo propiedades de mayor tamaño y reproduciendo sin cambios su tipo de vida en un ambiente menos hostil; por otra, los agentes de la Casa Rovatti, las compañías deslindadoras y la élite política local y nacional buscaron lucrar con la compra-venta de los predios destinados a las colonias. A pesar de esos factores, y aunque no niega el fracaso general de los objetivos de los proyectos de colonización, Martínez considera que estos “sí suscitaron la división de grandes haciendas y ranchos, y permitieron la creación de pequeñas propiedades individuales” (p. 86).

En el primer capítulo, la autora nos lleva a un viaje por el septentrión italiano atravesado por el río Po, específicamente por las provincias expulsoras de los emigrantes que fueron enganchados para los proyectos de colonización: Trentino, Véneto, Lombardía y Piamonte;2 y mientras nos describe sus condiciones geográficas con lujo de detalle, explica las causas del éxodo rural. Sin embargo, Lombardía y Piamonte, debido a sus territorios de cultivo organizados mediante una base capitalista, fueron alcanzados por la industrialización con el despegue de los ramos textil y metalúrgico, por lo que se convirtieron más bien en zonas de atracción de flujos migratorios, especialmente las fábricas de Milán y Turín, así como la liguria Génova (a diferencia de otras partes de Europa, en las que la industria se desarrolló en torno a la minería carbonífera).

Respecto a Véneto y Trentino, las hectáreas óptimas para la agricultura tenían menor proporción que los bosques, pantanos y tierras improductivas por la orografía; además, parafraseando a Sartori y Ursini, el sistema hereditario de subsistencia de autoconsumo provocó la “pulverización” de la propiedad, resultando en minifundios insuficientes ante el crecimiento demográfico. Además de la depresión general europea, el agro italiano se vio afectado por la plaga que mermó la vid y la enfermedad del gusano de seda. Estas fueron las condiciones que empujaron a tantas familias a buscar suerte en otra latitud por debajo del trópico de Cáncer.

Con el objeto de atraerlos, el Ministerio de Fomento desplegó una fuerte propaganda en la prensa italiana promocionando las colonias agrícolas y signando contratos con agencias de emigración, como la de Livorno, para que los embarcaran, con el aval del gobierno italiano: “así, la colonización a México, Brasil, o cualquier lugar que fuera promovido directamente por el gobierno receptor era bien vista, a diferencia de la propaganda hecha por agentes clandestinos o agencias independientes” (p. 70). Desde la perspectiva de Roma, el carácter legal con que estaba ejecutado todo el proyecto aseguraba la estabilidad de los colonos y que el reino velara por sus súbditos a través de una compañía debidamente autorizada. Para sufragar su traslado terrestre a Génova y el marítimo a América, los campesinos vendieron la tierra, el ganado y los bienes muebles, “por lo tanto, eran familias que no vivían en la abundancia, pero tampoco en la miseria extrema” (p. 58).

El establecimiento de las colonias agrícolas italianas, la traza urbana de cada una y sus primeros directores (quienes más que velar por el bienestar de los italianos tenían que asegurarse de que se lograran los objetivos para recuperar el dinero invertido), habiendo fracasado los intentos con franceses en Coatzacoalcos (1828) y Jicaltepec (1833), así como los procedimientos para adquirir las tierras y el suministro de los colonos con herramientas y predios, son abordados en el segundo capítulo. Aunque la normatividad indicaba que los colonos debían establecerse en terrenos baldíos, el gobierno federal los compró a particulares y las revendió a los italianos, como fue con los ranchos Cotecontla y El Refugio (Veracruz), las haciendas de Barreto y Temilpa (Morelos), la de Mazatepec (Tlatlauquitepec), y los terrenos de Ojo de León (Ciudad del Maíz), antigua propiedad de los hermanos Arguinzóniz, que además de ser parientes de los Díez Gutiérrez, ocuparon cargos en el Congreso y la administración local.

Al igual que este último caso, la mayoría de ellos ilustra que el proyecto de la colonización fue también una oportunidad para negocios a disposición de los hombres fuertes de la región, vinculados con Carlos Pacheco: “si bien se compró el terreno a un particular, en 1892 se enajenó al gobernador del estado, Manuel Alarcón quien despojó después de casi la mitad de la propiedad a la colonia” (p. 133). Por tanto, el libro da cuenta de cómo el gobierno recuperó un monto mayor al precio original de cada finca al exigir que cada colono pagara su lote. A la vez que las tierras no cumplían las expectativas prometidas en la propaganda (o eran montuosas como en Tlatlauquitepec, o salitrosas como en La Aldana, o sin suficiente agua como en San Luis Potosí, o era suelo tepetatoso como el de Chipilo), no siempre se les entregaron las fincas rústicas más fértiles. A pesar del fracaso, el proyecto representó una importante erogación monetaria de las arcas públicas: el cálculo total para asegurar el porvenir de los 2,500 italianos repartidos en las 6 colonias fue de 250 000 pesos.

Los capítulos 3 y 4 pueden agruparse por su contenido demográfico y su formato estadístico. En el tercero, Martínez expone la estructura y los movimientos poblacionales de las colonias con las que Pacheco, “más que aumentar la población, pretendía modificar la estructura demográfica de la sociedad mexicana con la introducción de grupos extranjeros” que, por fuerza de la fusión de razas, pasarían de aisladas a ser parte integral de la nación (pp. 137-138). El resultado final fue un tanto adverso, pues el grupo de inmigrados fue tan reducido que no modificó ni la demografía local ni alcanzó un crecimiento significativo. El comportamiento de la población de las colonias no fue condicionado por la natalidad ni la mortalidad en el periodo estudiado, sino por su gran movilidad. El Ministerio de Fomento ordenaba el traslado de familias a otras colonias para reforzar otra (como ocurrió con la Manuel González), por observar mala conducta (así ocurrió con Giuseppe Largher de la Fernández Leal), a solicitud del interesado, arguyendo los estragos del clima en su salud (el caso de varios colonos de la Carlos Pacheco) o autorizando intercambio de lotes y solares. La merma de las poblaciones estudiadas fue originada por las condiciones materiales precarias, la escasez de apoyos pecuniarios recurrentes, las malas cosechas o la incompetencia del colono. Al abandonar, el lote se dejaba vacante y solía ser ocupado por familias mexicanas, excepto en aquellas donde los italianos continuaron siendo mayoritarios, pues se desarrollaron con base en la unidad productiva familiar europea, que persistió también con los italianos de Río Grande do Sul.

En el cuarto apartado se identifican las actividades económicas a que recurrieron los colonos para su subsistencia y los factores que condicionaron su desarrollo, diferenciados como el mercado al que accedieron, confrontándolo con las expectativas que el gobierno había fijado para la producción. Para ese cometido se revisan los informes mensuales de los directores de las colonias y de las visitas de los inspectores. Fomento pretendía que la Porfirio Díaz sembrara caña, pero predominó el maíz, esquilmo no redituable por las características del mercado, pero sí para el consumo doméstico que también imperó en la Díez Gutiérrez, de la que se esperaba el cultivo de garbanzo a gran escala (aunque los jefes de familia sí lo sembraban en menor escala). Los colonos de la Manuel González privilegiaron el cultivo del café, los de la Carlos Pacheco prefirieron rotar para diversificar sus productos, los de La Aldana y la Fernández Leal incursionaron en la ganadería y la producción de lácteos. Ninguna, al cabo de unos años, logró insertarse en el mercado internacional; siguieron el patrón de la agricultura campesina tradicional de autoconsumo, principalmente por no contar con el capital suficiente para mejorar las técnicas de labranza.3 Las colonias que no se habían consolidado para 1910 no pudieron hacer frente a la crisis que trajo consigo la Revolución mexicana.

El intercambio cultural y la negociación de los colonos con las poblaciones circunvecinas, y la influencia externa del contexto mexicano en el proceso de su construcción identitaria étnica, fueron diferentes en cada caso, como lo expone Marcela Martínez en el quinto capítulo, echando mano del aparato teórico edificado por los antropólogos sociales Miguel Bartolomé y Frederik Barth. Adicional a la persistencia en la memoria colectiva del mito de origen (con la admiración infundida hacia los heroicos antepasados), la mayoría de las colonias adaptó el modelo urbanístico de su estructura espacial a la morfología topográfica, aunque procurando conservar tipologías edilicias de las regiones de la Alta Italia. Asimismo, reprodujeron en su cotidianidad otros elementos de la cultura material que los mantenía vinculados con sus provincias, tal como las tradiciones alimenticias: la polenta, la menesttra, el consumo de lácteos como la puina y de embutidos como la mortadela.

En su relación con el exterior mexicano, los colonos oscilaban entre la tensión, el conflicto, la negociación y la cooperación en lo que refiere al uso de los recursos naturales con fines agrícolas. En Ciudad del Maíz, los italianos eran considerados usurpadores; en Cholula, estos se consideraban superiores a los mexicanos; en tanto que en Azcapotzalco la colonia desapareció por el crecimiento urbano de la capital y, en Huatusco, no tardaron en mestizarse gustosamente. Analiza las dos colonias que consiguieron resistir al conflicto armado: si se consideran los objetivos del proyecto de colonización, mientras que la colonia Manuel González puede ser evaluada en retrospectiva como un éxito, en las antípodas se ubicaría el caso de Chipilo.

Los italianos de Veracruz solicitaron de inmediato sus cartas de naturalización, sin reservas por lo que implicaba renunciar a la protección que les otorgaba el país del que eran súbditos, de acuerdo a los términos de lo estipulado en el artículo 27 de la Ley de Naturalización y Extranjería promulgada en 1886. Para sobrevivir, encontraron en la exogamia una táctica oportuna, como los franceses en la década de los treinta. Entretanto, la Fernández Leal destaca por la práctica de la endogamia, la pervivencia del dialecto véneto, así como de sus técnicas y herramientas de producción (a diferencia del resto de las colonias, que sí tuvieron necesidad de diversificarlas por predominar cultivos desconocidos en Italia), y el anhelo de algún día regresar a su tierra natal. Elementos catalizados por la propaganda fascista. Para sobrevivir, los chipileños insistieron en mantener su identidad italiana, pero las otras colonias, con familias originarias de varias provincias y pocos lazos culturales compartidos a tan pocos años de distancia de la unificación, trataron de integrarse lo más pronto posible a la sociedad mexicana.

Bibliografía

SPINDOLA ZAGO, O. (2022). Labor Omnia Vincit. Chipilo, entre el fascismo trasnacional y el estado posrevolucionario, 1907-1982. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Secretaría de Relaciones Exteriores.

Notas

1 En la página 26 encontramos un error menor: ubica La Perla en Querétaro. Pero esta comunidad, fundada por chipileños en 1963, se localiza a 26 km al noreste de la ciudad de San Miguel de Allende. Véase a este respecto el tercer capítulo del libro de mi autoría, Labor Omnia Vincit. Chipilo, entre el fascismo trasnacional y el estado posrevolucionario, 1907-1982.

2 Resultado del Congreso de Viena, Austria había anexado a su territorio la Alta Italia. En 1859, el Reino de Piamonte, aliado con el Imperio Francés de Napoleón III, derrotó en Solferino al ejército de los Habsburgo; en consecuencia, Víctor Manuel II se hizo con la Lombardía. Siete años después, capitalizando que Viena estaba concentrada en la Guerra austro-prusiana, debatiéndose el control del área germana de Europa, las tropas de Enrico Cialdini entraron triunfales a Venecia, por lo que se incorporaba a Saboya la provincia del Véneto y parte del Tirol del Sur y de Trento (la actual frontera trasalpina fue delimitada hasta el final de la Gran Guerra).

3 Otro de los objetivos era alcanzar una producción intensiva de arroz, pero faltaron las obras hidráulicas para detonarlo. Fueron los Cusi quienes “dispusieron de más tierras, agua, mayor fuerza de trabajo e introdujeron innovaciones hidráulicas, hasta convertirse en los agricultores pioneros de la producción de arroz a gran escala en Michoacán. Nuestras colonias, a pesar del gran impulso dado al proyecto decimonónico, no fueron alcanzadas por la modernidad” (p. 320).