Raza y política en Hispanoamérica. Por Tomás Pérez Vejo y Pablo Yankelevich, coords. México: Bonilla Artigas Editores, Iberoamericana, El Colegio de México, 2017, 384 pp.
Elizabeth Martínez Buenabad
Maestría en Antropología Sociocultural, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
buenabad27@hotmail.com
Este libro, notable aportación para los estudios especializados sobre racismo y política, busca evidenciar y explicar los procesos ocurridos en Hispanoamérica que encauzaron la construcción de naciones independientes a lo largo de los siglos XIX y XX bajo tales directrices. Esta obra no perderá su vigencia, ya que cada ensayo contribuye enormemente para comprender el papel de la raza en la vida política contemporánea, constituyéndose como referente obligado no sólo para historiadores, sino para todos los investigadores de las ciencias sociales. Asimismo, el escrito de cada autor refleja un conocimiento coherente y profundo sobre uno de los temas más discutidos actualmente: los conflictos raciales. Así, los lectores ampliarán su bagaje sobre las implicaciones de los debates sobre la diversidad racial, el mestizaje, la hispanidad, la formación de Estados nacionales, determinados por la colonización y la inmigración, que promulgaron constituciones encaminadas a defender los derechos ciudadanos, pero que provocaron dudas con respecto a la solución de los problemas de la nación.
En “La raza como teoría viajante: discursos antropológicos a ambos lados del Atlántico a principios del siglo XX”, Joshhua Goode reflexiona sobre el fin del imperio español en América Latina y su restablecimiento en el norte de África, con el fin de explicar cuán flexibles eran las interpretaciones científicas sobre los acontecimientos posteriores a 1898; este año es crucial para España, ya que sufre la derrota colonial, esto es, las consecuencias derivadas de las independencias de las últimas colonias en América. De este modo, distintos antropólogos durante esta etapa rehacen el nacionalismo y el conservadurismo español encarnado en los pueblos de África como contrapeso del sentimiento fatalista sobre las pérdidas de 1898, a partir de nociones como hispanidad, latinidad, raza o hispanismo.
Por su parte, Tomás Pérez Vejo, en “Raza y construcción nacional. México, 1810-1910” ofrece una revisión sobre el papel de la raza desde el inicio de la Independencia a la Revolución. Destaca que, como concepto, la raza se posiciona ante otros procesos nacionales del Atlántico en dos sentidos: la raza como ingrediente de la nacionalidad, “una nación es una raza”, o como elemento típicamente moderno, al considerarlo adverso o propicio para el progreso. Por consiguiente, mientras se entablan debates entre dos modelos de nación en la esfera política (el alemán, con base en directrices étnico-culturales, y el francés, fundamentalmente cívico), México presenta una singularidad: lo que se concibió desde un punto de vista geográfico para atender el problema de la soberanía y cohesionar el Estado que ahora es definido como comunidad de razas, lengua y cultura, bajo influencia del Romanticismo.
El ensayo propuesto por Rodolfo Stavenhagen, “El indigenismo mexicano: gestación y ocaso de un proyecto nacional”, expone la falta de derechos y cultura indígena existente en el proyecto nacional creado por México; los grupos indígenas no son reconocidos como pueblos de derecho público; solamente son “entidades de interés público” para quienes quieren establecer el proyecto de nación. Enfatiza que la historia del indigenismo mexicano es la historia del desprecio, la burla y la persecución de los pueblos indígenas. No obstante, los discursos no cambian, pues, refiere que no hay que dar autonomía a los pueblos indígenas porque ocasionaría un “separatismo” en el país.
Marta Elena Causas Arzú indica en “Racismo, genocidio y nación: el dilema de América Central” que ésta es una región que posee múltiples grupos indígenas y afrodescendientes. Sin embargo, el modelo de construcción nacional aplicado en esta zona desembocó en genocidio, ejemplificado con la población maya. La estigmatización del Otro como ser inferior tuvo un papel fundamental, razón por la que no se pueden disociar en este caso racismo y genocidio. Asimismo, un aspecto relevante es el color de la piel, que se vincula con la barbarie o civilización; según Renan (p. 177), “las razas inferiores están constituidas por los negros de África, los indígenas de Australia y los indios de América […] las razas superiores, como la blanca y la aria, además poseen la belleza y la cultura”. La autora refiere que en América Central se prefirió blanquear la nación e invisibilizar al indio y al afrodescendiente antes que pensar en un proyecto mestizo, como México o Brasil.
Por otro lado, en “La racionalización de un orden moral. ‘Sentidos Comunes’ en la Colombia de la primera mitad del siglo XX”, Marta Saade enfatiza que, para afrontar los problemas de diversidad cultural y desigualdad social entre dos tiempos -pasado y futuro-, es necesario situar la historia como vigente, entrecruzada, para pensar y desestructurar la diferencia cultural. Propone pensar la racialización para Colombia en términos de reproducción y legitimación de un orden político, específicamente moral. Este antecedente da pauta a lo que conforma un debate entre liberales y conservadores desplegado en la segunda mitad siglo XIX, el cual fue permeado por los discursos hegemónicos del siglo XIX basados en el racismo científico.
El apartado de Pablo Yankelevich, “Nuestra raza y las otras. A propósito de la inmigración en el México Revolucionario”, muestra cómo este movimiento social permitió entronizar al mestizo como el ícono de la nación. La raza sirvió para fijar una identidad nacional. Sin embargo, cuestionar la biología para asumir la cultura en la construcción nacional permitió el camuflaje de prácticas discriminatorias que subyacen hasta nuestros días: el discurso oficial las niega aun cuando en realidad existan. La potencia de las políticas encargadas de fomentar el mestizaje terminó por imponer la idea de que sólo a través de esta vía se construye una nación homogénea, tanto biológica como culturalmente.
Estudios y prácticas médicas y antropológicas alimentaron diagnósticos políticos tratando de explicar las enfermedades sociales que aquejaban a las naciones hispanoamericanas. Así lo muestra Patricia Funes en “Entre microscopios y crisoles. Raza y nación en el Sur”, presentando algunos ejemplos de la ensayística raciológica de la primera década del siglo XX en Argentina, Brasil y Bolivia. Con distintos énfasis y resultados, la operación simbólica empleada es presentar una nación étnicamente homogénea y monocromática. Más allá de sus fijaciones biologistas pseudocientíficas, el concepto de raza aparece versátil y poderoso. Los ensayos raciológicos a comienzos del siglo pasado adoptaron un aparato gnoseológico orientado al progreso en donde otros materiales no se mezclaron entre los metales del crisol: los derechos y las ciudadanías.
“Raza e inmigración: algunas reflexiones a partir del caso argentino”, de Fernando J. Devoto ofrece un interesante análisis sobre las relaciones entre raza y migraciones y que desembocan en otros problemas. Por un lado, esto genera la preferencia por la inmigración europea hasta el punto de generar propaganda para que se asentaran en el país y, por otro, la visión del indio o del gaucho como un grupo que debe ser eliminado, ya que no entra en la concepción argentina. De este modo, el extranjero mantiene una jerarquía superior, lo cual deriva en una jerarquía racial.
En toda América Latina, los inmigrantes siguen formando parte de la discusión sobre la identidad nacional. El trabajo de Jeffrey Lesser en “Crear brasileños” plantea la interrogante de cómo se compara la migración de Brasil con la de otros países. Lesser señala que en muchos aspectos Brasil es único, por su extensión geográfica, su lengua, su población densa y la tasa significativa de población inmigrante, que se tradujo en una entidad multicultural. El flujo entrante y saliente de diferentes grupos de personas ocasionó que la identidad nacional brasileña fuera rígida y la blancura fue siempre muy apreciada. El blanqueamiento fue crucial para la formulación de políticas de migración moderna en Brasil. Hoy, como en el pasado, hay una relación clara entre migración y raza y esta realidad está lejos de cambiar para esta nación.
Por el contrario, en “Seríamos blancos y pudiéramos ser cubanos: raza, nación y gobierno en el Caribe hispano”, de José Antonio Piqueras, se revisa el esbozo histórico sobre la concepción de ser nacionalmente cubano, los diferentes juicios raciales y sus protagonistas. Para este ejercicio se contrasta y se alude a países directamente asociados a Cuba como la República Dominicana y Puerto Rico. El Caribe, en ausencia de identidad, propició un fenómeno que incluyó un racismo más segregador entre blancos y negros, a partir de una teoría social de dominación para sustentar la esclavitud. La revitalización de discursos y conductas racistas obliga a revisar la historia de tradiciones políticas e intelectuales que utilizaron categorías raciales para moldear identidades colectivas y definir proyectos políticos sobre los que aún discutimos: un problema histórico, en efecto, pero también de una alarmante actualidad política.
Indiscutiblemente, el tema de la diversidad étnica y sociocultural ha permeado a los continentes en distintos momentos históricos, ocasionando la construcción de un nuevo orden político traducido en nacionalismos. Así, esta diversidad se torna problemática en el tiempo y es visible en el cambio de paradigma del positivismo al funcionalismo, que dio cabida el discurso sobre el mestizaje. En suma, como señalan Pérez Vejo y Yankelevich, coordinadores de la obra, los textos reunidos dan cuenta de proyectos, estrategias políticas, reflexiones, investigaciones y resultados que colocaron a la raza como variable explicativa de las dificultades para cimentar una identidad nacional (2018, párrafo 4).