Carlos Mondragón. Un entramado de islas. Persona, medio ambiente y cambio climático en el Pacífico Occidental México: El Colegio de México, Centro de Estudios de Asia y África, 2014, 469p. ISBN 978-607-462-690-2

Andrew Roth Seneff

EL COLEGIO DE MICHOACÁN, aroth@colmich.edu.mx


Martín Heidegger en un seminario introductorio a la metafísica impartido en la Universidad de Freiburg, el verano de 1935, subrayó que la oposición entre “natura” y “cultura” era una traducción romana equivocada de la distinción griega entre physis y teknos. Los términos originales en griego, tanto en sentido como en referencia, contienen una preocupación ontológica con el proceso del ser. El proceso constante de transformación del ser (siendo) que los griegos nombraron physis y crea una condición existencial para la adaptación creativa e innovadora del teknos.

Heidegger argumentó que la traducción romana de estos términos en una oposición entre "natura" y "cultura" implicó un giro epistemológico de la orientación ontológica griega. La oposición romana de los términos orientaba una división del trabajo en que la naturaleza se volvió un objeto de observación facilitada por los poderes creativos (acumulativos y sociales) de la cultura. Así, prácticas y medios de observación fueron institucionalizados durante el proceso milenario del desarrollo de la ciencia. Con la emergencia de la modernidad occidental, la ciencia se volvió el reino de la epistemología y las cuestiones ontológicas, tan centrales en la orientación original griega, quedaron excluidas o al menos relegadas a la esfera humanista de la religión, la filosofía y la poesía.

Pero como Carlos Mondragón nota en su importante etnografía de una comunidad de las islas Torres en el norte del archipiélago de Vanuatu, la antropología y las ciencias sociales han experimentado una revolución epistemológica “hacia el último cuarto del siglo XX y la primera década del XXI” (432). Esta revolución es la que muchos han caracterizado como “giro ontológico” en el que, como afirma Mondragón, se rechaza la “idea universalista de que existe una sola ‘naturaleza’ sobre la cual actúan multitud de dinámicas ‘culturales’” (p. 433). Entonces se cuestiona una división histórica institucionalizada y asimétrica entre la ciencia con sus preocupaciones epistemológicas y la filosofía como reino de la ontología. Al contrario, el “giro ontológico” rechaza tal división excluyente de trabajo así como la idea universalista de “‘naturaleza’ exógena y predecible” (p. 438) y, como tal, objeto de observación, registro, y control por vía de nuestros poderes culturales.

Éste es el contexto en el que Carlos Mondragón ha publicado un estudio de antropología ambiental conscientemente crítico de los acercamientos de la ecología cultural asociados con estudiosos como Ángel Palerm, Roy Rappaport y Andrew Vayda (p. 432). Mientras estos autores hicieron contribuciones importantes y todavía relevantes para los estudios ecológicos, Mondragón cuestiona cualquier división entre naturaleza y cultura. Defiende la perspectiva del “multinaturalismo”. Con su etnografía espera entrar en un diálogo crítico con “colegas mexicanos interesados en la antropología ambiental” acerca del problema de que ya no se puede sostener una “idea universalista de que existe una sola ‘naturaleza’ sobre la cual actúan multitud de dinámicas ‘culturales’” (433).

Su etnografía se basa en varios periodos extensos de trabajo de campo durante más de una década y ofrece una descripción muy profunda de la producción espacio-temporal en una comunidad durante los procesos de reproducción social que giran en torno a idiomas flexibles de parentesco (matrilineales) y prácticas rituales arraigadas en sentidos de lugar dentro de una economía en gran medida basada en una horticultura autosuficiente (ñames, taro, maníaca y la siembra de otras legumbres en los jardines más altos) en combinación con unas limitadas actividades remuneradas (venta de copra, de cangrejos cocoteros, y poca migración y remesas). En términos de una explicación descriptiva etnográfica, el autor presenta en nueve capítulos descripciones de las “claves existenciales humanas y medioambientales” de los isleños y la relación de estas claves con los demás grupos culturales de Melanesia para, luego, reunirlas en el décimo capítulo y ofrecer “una visión panorámica, totalizadora, del cosmos relacional” (p. 40).

Mondragón procura acercarse a los principios ontológicos detrás de las claves existenciales humanas de los isleños. Por ejemplo, dos principios centrales para muchas sociedades marítimas del Pacífico occidental son el “concepto de eficacia generadora/productiva (mena)” y sus resultados exitosos generalizados en el concepto de “crecimiento vivo [y dador de vida]” (vavëletë) (p. 318). Son conceptos claves para ubicar la persona como parte íntima de un lugar (ples) de adaptación creativa a la vez que orientan la temporalidad en relación con las transformaciones del medio ambiente. En Melanesia insular estas transformaciones ambientales operan dentro de “fluctuaciones climatológicas, marítimas y estacionales” muy amplias.

En este contexto existencial y macroambiental, Mondragón explora las claves medioambientales como, por ejemplo, cuando unas aves llamadas túwia llegan a la isla, anunciando así que pronto llegará el gusano palolo en su fase de apareamiento dejando en las costas “largas hebras de cordón color verde” (epitocas) comestibles, las cuales también sirven para intercambios rituales (p. 323 y nota 12). Las túwia, también, significan cambios climatológicos y estacionales diacríticos del principio de la maduración de las ñames. Así la mena de la túwia es como un presagio de una cadena de procesos que prefiguran la productividad de las huertas y, en consecuencia, la vavëletë en ellas (pp.332-335).

La etnografía de Mondragón es, también, un diálogo constante y aparentemente exhaustivo con los estudios antropológicos de los archipiélagos de Melanesia y con gran sensibilidad por el “giro ontológico” que ha caracterizado un número importante de estos estudios en las décadas más recientes. A la vez es un estudio dentro de la antropología ambiental de los procesos estocásticos con dimensiones íntimamente interrelacionadas, tanto climáticas, geográficas y geológicas como culturales-rituales y cosmológicas. Como resultado demuestra que la comunidad de estudio así como otras melanesias en Vanuatu, Nueva Caledonia y las Islas Solomón desarrollan una capacidad de adaptación a las condiciones del calentamiento global.

Las islas Torres estudiadas por Mondragón, por ejemplo, “están elevándose a causa de su situación tectónica” y las actividades de los isleños en la producción espacio-temporal tienen una organización que apoya procesos coyunturales de adaptación y resiliencia. Mondragón describe un proceso adaptativo complejo y variado “a partir de concatenaciones inestables, dado que están en estados siempre emergentes, de personas, cosas y lugares” (pp. 362-363,395,437). Reconoce, a la vez, que la situación de las islas Torres contrasta con otras partes de Oceanía, donde los cambios climatológicos amenazan a un número importante de islas que, en efecto, “se hundirán dentro de poco tiempo” (p. 441). El punto, sin embargo, es que esta situación no es aplicable a todos. El estudio de Mondragón demuestra que “resulta indispensable someter a una visión mucho mejor informada y crítica la lógica fácil que actualmente se está utilizando en relación con el diseño de políticas ambientales en todas las regiones marítimas de Asia-Pacífico” (p. 441).

El nivel de detalle de esta descripción etnográfica es impresionante y, también, exigente. Igualmente exigente es la postura de multinaturalismo sostenida con un argumento ontológico abierto y complejo, pero nunca ajeno u opuesto al conocimiento epistemológico. Según Mondragón, “el conocimiento es un fenómeno en estado constante de emergencia; más aún, se fundamenta en actos creativos y generativos que responden a nociones de arraigo y movimiento” (p. 35). Pero existe, también, una relación interesante en la obra en aquellas partes donde la postura abierta y emergente de los isleños se complementa con ciertas tradiciones (científicas y epistemológicas) de pensamiento reflexivo sobre evidencias. Por ejemplo, la evidencia de la ciencia geológica del archipiélago de Vanuatu establece que las islas están elevándose como cordillera sobre una placa tectónica, pero en la ontología de los isleños, las islas están flotando sobre el mar. Es cierto que mientras ambas condiciones se presentan, las posibles implicaciones de sus diferencias para la adaptación y resiliencia de los isleños nunca se contemplan así como tampoco el hecho de que la postura multinaturalista y ontológica de los isleños no se basa en una reflexión y argumentación de y sobre las evidencias en las que se procura ser sistemático como, por ejemplo, en la teoría tectónica. No obstante, los dos modos de orientación (ontológico y epistemológico) se complementan.

De manera semejante, la precisión temporal del ciclo reproductivo del gusano marítimo, el palolo, se señala, por un lado, como resultado de una reflexión de Mondragón sobre evidencias bioquímicas reportadas en la ciencia occidental y, por otro, la reflexión de los isleños sobre los resultados de tales evidencias:

La aparición anual del palolo es notable por la precisión con la que ocurre, en relación con las fases lunares de cada año. Esta precisión es consecuencia de la exactitud del “reloj” bioquímico interno del animal, que permite a cada gusano registrar de manera independiente la secuencia exacta de los ciclos lunares que se ha sucedido desde la última época de apareamiento, con lo que sincroniza perfectamente su momento de desprendimiento con el de todos los demás gusanos (p. 322).

La tensión entre estos ejemplos epistemológicos del pensamiento y reflexión lo más sistemática posible, sobre evidencias teutónicas y bioquímicas, por un lado, y las posturas ontológicas de los isleños acerca de la ubicación de sus islas y, por ejemplo, los presagios de la túwia y el apareamiento del palolo, por otro, no es necesariamente una tensión producida por el contraste entre dos acercamientos enfrentados y opuestos. Al contrario, parecen ser complementarios. Ninguno es necesariamente “universalista”.

Por supuesto, existen diferencias de orientación y práctica. Las reflexiones (científica y epistemológica) sobre las evidencias bioquímicas y tectónicas procuran ser sistemáticas y cumulativas. Contrastan con lo que Mondragón describe como un estado constante de emergencia del conocimiento (ontológico) de los isleños sensible a los procesos incesantes de transformación como condición de ser. No obstante, podríamos contemplar una complementariedad. En la obra etnográfica de Mondragón, esta complementariedad se encuentra en una descripción orientada a procesos como el arraigo y el movimiento en la reproducción social de los isleños, pero en combinación con las observaciones de, por ejemplo, las evidencias empíricas de procesos geológicos y bioquímicos registrados mediante las técnicas de las ciencias occidentales. De nuevo y de acuerdo con Heidegger, podríamos contemplar esta complementariedad en la existencia de una organización institucional mediante una división del trabajo donde la orientación epistemológica de la ciencia se apoya en una orientación ontológica desarrollada en la reflexión filosófica en el sentido más amplio y multinatural de este término. Esto, al menos, parece ser un argumento central plasmado hace ochenta años en el seminario de Freiburg sobre una necesidad de restaurar una balanza y complementariedad entre ontología y epistemología. Esta complementariedad también exige que la naturaleza deje de ser un objeto estático y exógeno de observación, sino que asuma sus múltiples realidades. Por lo tanto, las observaciones de los procesos naturales deben incluir igualmente a nosotros mismos en el acto de observar; es decir, un relativismo reflexivo. En fin, la complementariedad de la ontología y la epistemología merecen el diálogo que la etnografía de Mondragón procura abrir en México para la antropología ambiental.