Evelyne Sanchez. Las élites empresariales y la independencia económica de México. Estevan de Antuñano o las vicisitudes del fundador de la industria textil moderna (1792-1847). México: Benemérita Universidad de Puebla, Fundación Miguel Alemán, Plaza y Valdez Editores, 2013, 355p. ISBN 978-607-402-617-7
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Las élites empresariales y la independencia económica de México, constituye un libro rigurosamente documentado y espléndidamente escrito, producto de una cuidadosa investigación llevada a lo largo de varios años. La obra se divide en cuatro grandes apartados. En el primero, Evelyne Sanchez analiza la relación entre memoria social e historia; memoria que ha hecho de Estevan de Antuñano un héroe de la modernidad económica en Puebla y que la historia revela como un hombre de éxito efímero. En la segunda parte, la autora reconstruye los orígenes familiares de Antuñano, así como las redes sociales que heredó y las que él mismo construyó. En la tercera, las ideas, sueños y obsesiones que motivaron su actividad empresarial. Finalmente, en el cuarto apartado, se analizan los aspectos políticos que obstaculizaron sus esfuerzos de modernización.
Especial mención merece la dimensión metodológica de Las élites empresariales. De una parte, Sanchez se sitúa en los campos de la microhistoria y de la teoría de redes. Asimismo, recupera los principios de la historia problema y de la historia regresiva de la historiografía social francesa. A través de esta compleja batería de análisis, la autora pone de manifiesto los diferentes estratos de una construcción cultural -la idea sobre la temprana modernidad industrial poblana-; sus contenidos, encastres sociales y vínculos con diferentes momentos económicos y políticos de la región, el país y el mundo. Por otro lado, el trabajo de Sanchez deja bien claras las diferencias entre método y teoría. Reconoce que el uso de los conceptos no sólo no puede ser demasiado riguroso en la historia. Además, tiene que ser selectivo. Es así que la autora de Las élites empresariales no presenta en su libro teoría alguna, sino la definición de conceptos centrales, como redes, herencia material e inmaterial y mimetismo social, entre otros, y los vincula a la evidencia a través de la inducción y de la deducción. De esta manera, evita el riesgo de hacer de la teoría una jaula de hierro que moldea el pasado a su imagen y semejanza, y pone al alcance del lector una nueva mirada en torno a los orígenes de la modernidad económica en Puebla.
El método en que se funda el libro de Sanchez hace del mismo un buen ejemplo de la historia sociocultural tan preconizada por Lynn Hunt en su crítica hacia la historia global. La historia global, de acuerdo con Hunt, es una manifestación de la renovada necesidad de contar con grandes narrativas sobre el pasado. En Writing History in the Global Era (2014), la historiadora estadounidense sostiene que hay mucho de irreflexivo en la necesidad de globalizar la historia. Afirma que el paradigma de la globalización llevado a la disciplina histórica, la mayoría de las veces, no ha pasado de producir interpretaciones generales y críticas infundadas hacia la vertiente microhistórica de la historia cultural, por su supuesta pequeñez de miras. Para Hunt, en cierto modo, la historia global constituye un retroceso en el conocimiento del pasado al mantener invisible el impacto de la cultura en los procesos humanos y dar otra vuelta de tuerca al determinismo económico. Para conjurar ese peligro, Hunt propone no sólo despojar a la historia global de su economicismo, sino también de dotarla de mayor anclaje factual. Al mismo tiempo, Hunt reconoce los excesos de la historia cultural. Lamenta la pérdida de sus antiguas aspiraciones explicativas y propone restituírselas a través del vínculo estrecho con la historia social.
Una de las tesis centrales de la obra de Sanchez es que las élites políticas poblanas de finales del siglo XIX y del temprano siglo XX se dieron a la tarea de construir la imagen fantástica de Antuñano como un medio para borrar la impresión negativa que sus ancestros dejaron durante las luchas de independencia. Los poblanos se caracterizaron entonces por su ultracatolicismo y oposición a la primera etapa de la insurgencia. Solamente en 1821 tomaron partido por la independencia, aliándose con Agustín Iturbide, quien se autoproclamaría emperador de México poco después. La fama estaba criada. La historia pone de manifiesto, sin embargo, a un visionario que, a pesar de su enorme entusiasmo, sucumbió a los problemas que la política y economía del país imponía a la realización de sus sueños de mecanización de la producción del hilo de algodón. El subterfugio poblano para hacerse de una identidad más decorosa no deja de ser paradójico. La historiografía sobre la Independencia se ha encargado de señalar el importantísimo papel cumplido por el bajo clero poblano en la generación de una opinión pública favorable a la Independencia. Fue desde Puebla y México que se habría ensamblado -a través del púlpito y de la imprenta- la fábula servandina del retorno del imperio de Anahuac con el principio de soberanía nacional abrazado por los insurgentes en el Congreso de Chilpancingo. Fábula, ésta, generadora de sentimiento nacional a pesar, incluso, de las tendencias regionalistas y localistas de la política, y de las profundas disensiones en torno a la forma de gobierno que México debía asumir. La moraleja es clara: la tarea de conducir al olvido las representaciones incómodas del pasado se realiza a partir de la creación de nuevas narrativas que hunden sus orígenes en fuentes igual de nebulosas que sus antecesoras. Parecería ser, además, que la memoria social se resiste a incorporar las actualizaciones de la historia cuando éstas no tienen que ver con eventos de grandes proporciones. El intento de limpiar la mácula del conservadurismo poblano grabado en la memoria colectiva del México independiente fue reemplazado por el mito Antuñano.
Respecto de las redes, Evelyne Sanchez sostiene que se trata de relaciones dinámicas que nacen, funcionan, ganan fuerza, la pierden y, eventualmente, colapsan. Asimismo, que seguir esas trasformaciones es seguir los derroteros de la historia; de una historia, en este caso, particular, la del empresario Estevan de Antuñano. La autora de Las élites empresariales muestra, en gran detalle, la movilización que hizo Antuñano tanto de las redes heredadas como de aquellas por él construidas, con el fin de ver su sueño de modernidad industrial en México hecho realidad. Esas redes permitieron al empresario veracruzano radicado en Puebla -en los años posteriores a la Independencia- traer máquinas y técnicas de Europa y Estados Unidos para la producción industrial de hilo de algodón. Esto, en una época en que la industrialización apenas se esbozaba en la región. Su verdadero florecimiento acontecería más tarde: a fines del siglo XIX y principios del XX. Las redes más importantes que Antuñano puso en funcionamiento fueron aquellas que creó a partir de su enlace con una rica heredera poblana, apellidada Ábalos, en 1818. La alianza matrimonial trajo consigo las relaciones que Antuñano necesitaba para financiar la apertura de la fábrica bautizada con el nombre de La Constancia Mexicana (1831). Entre las más importantes, Lucas Alamán, a cargo del Banco del Avío, y varios miembros del poder legislativo. Estas redes probaron su eficiencia a lo largo de los doce primeros años de funcionamiento de La Constancia. Sin embargo, no pudieron resistir la presión de un contexto político que se tornó adverso, impidiendo el abastecimiento de algodón en rama e imponiendo limitaciones de capital (1840). Tampoco pudieron evitar ni revertir la prohibición de importar algodón (1839), ni la legalización de su monopolio. Esas redes fueron igualmente inefectivas en lo referente a reducir impuestos aduanales. Paulatinamente, y a pesar de los enormes esfuerzos de Antuñano por mantenerla en pie, La Constancia Mexicana colapsó.
Al leer Las élites empresariales, el lector no puede dejar de preguntarse: ¿por qué Antuñano no siguió el sentido común y cambió de rubro económico cuando su proyecto de mecanización comenzó a derrumbarse? ¿Por qué no regresó a su antiguo oficio de comerciante? Estas interrogantes apuntan hacia una implicación importante en el trabajo de Sanchez: intereses materiales y racionalidad económica, por sí solos, son insuficientes tanto para construir la historia como para estudiarla. De ahí que, hacia la mitad del libro, Sanchez aborde el tema de las referencias culturales en Antuñano. Analiza, por ejemplo, las lecturas que alimentaron sus sueños de modernidad. Asimismo, muestra a Antuñano como un empresario moderno en la medida que encarnó el ideal del mérito individual en oposición al de la adscripción corporativa de Antiguo Régimen. Además, percibe la presencia de cierto nacionalismo que lo llevaría a afirmar la necesidad de independencia económica como medio para garantizar la independencia política recientemente obtenida. Al llegar al umbral de lo personal en Estevan de Antuñano, Sanchez, sin embargo, muestra reservas, afirmando que, como historiadora, difícilmente puede ingresar a ese terreno. Volviendo nuevamente a Writing History in the Global Era, Hunt sostiene que los aspectos individuales de los procesos históricos son también de incumbencia del historiador. Sin embargo, la sección que dedica en su libro al estudio del self, aunque importantísima en el sentido de llamar la atención a los historiadores a propósito de sus reticencias injustificadas hacia el tema, no logra, todavía presentar un modelo claro y viable. En este sentido, Las élites empresariales dejan abierta la interrogante no sólo sobre la pertinencia de articular historia sociocultural e individuos, sino también el modo de hacerlo.