Presentación. Desastre, emergencia e información durante la Pequeña Edad del Hielo: la construcción de discursos sobre episodios extremos de consecuencias catastróficas a ambos lados del Atlántico
Armando Alberola Romá
Grupo de Investigación en Historia y Clima
Universidad de Alicante
armando.alberola@ua.es
https://orcid.org/0000-0002-3238-9239
Durante la Pequeña Edad del Hielo (PEH) tuvieron lugar episodios extremos de causa climática, geológica o biológica que provocaron catástrofes de gran impacto y múltiples consecuencias en amplios espacios geográficos a ambos lados del Atlántico. La PEH coincide cronológicamente con el período histórico que denominamos Edad Moderna, aunque su inicio se puede retrotraer hasta mediados del siglo XIV y su final podría alargarse hasta la década de los ochenta del XIX. Durante esa larga secuencia temporal, hubo olas de frío y de calor, sequías, lluvias torrenciales e inundaciones, terremotos, erupciones volcánicas, plagas y epidemias que afectaron, demográfica y económicamente, a las sociedades que habitaban amplios territorios a lo largo y ancho del planeta Tierra. Las instituciones político-administrativas articularon respuestas para hacer frente a la emergencia y la reconstrucción que pretendieron fuera acorde con las posibilidades y medios materiales y humanos de que se disponía en esos momentos.
Los aludidos sucesos de rango extraordinario generaron una abundante documentación sobre los estragos ocasionados y propiciaron, igualmente, la elaboración de discursos de contenido político, científico-técnico y religioso, destinados a dar cobertura y difusión de la desgracia. En la actualidad, el estudio de estas tres opciones discursivas resulta enormemente sugerente, puesto que siempre han estado presentes en la ocurrencia de catástrofes asociadas con amenazas naturales, climáticas o de otro origen. Por ello, esta línea de investigación tiene como objetivo -entre otros- poner en relación las diferentes narraciones e interpretaciones del desastre con las estrategias de gestión de la emergencia y de reconstrucción. Valga decir que, al discurso político, encaminado a destacar la eficacia -o no- de los responsables político-administrativos, se unían otros dos, de carácter religioso y científico-técnico. El primero, alentado por clérigos, procuraba que las personas encontraran sosiego espiritual, pero, a la vez, tendían a justificar lo sucedido achacándolo a los pecados hipotéticamente cometidos. El dios justiciero e implacable aparecía como el causante de unas desgracias destinadas a corregir comportamientos inadecuados. El último discurso, el científico, solía estar en sintonía con los avances de la ciencia y la técnica y buscaba dar una respuesta plausible a las preguntas que se planteaban tras padecer todo tipo de calamidades. Y se adaptaba a los avances del conocimiento.
Los cinco trabajos que integran este dossier son un ejemplo de lo comentado. Los dos primeros abordan estudios de caso que tienen como protagonistas los terremotos que sacudieron territorios europeos y americanos durante la segunda mitad del siglo XVIII, el modo como se gestionó el desastre por parte de las autoridades, así como la construcción de un relato de evidente interés informativo. El tercero analiza de manera comparativa las soluciones planteadas, en los primeros años del siglo XIX, para hacer frente a las consecuencias del fuerte terremoto que sacudió Caracas en 1812 y las de la epidemia de viruela que azotó el territorio de Nueva Granada en 1802. La cuarta contribución tiene como fuente fundamental un periódico oficial de la Monarquía Hispánica. Aquí, el autor presta especial atención al tratamiento que se le proporcionaba a un fenómeno hidrometeorológico capaz de ocasionar importantes trastornos en la población y al alcance que una noticia como esta podía tener en un contexto en el que la capacidad de censura era total. El dossier se cierra con un estudio que pone de manifiesto la importancia de articular un discurso científico novedoso y hacerlo circular en el tránsito del siglo XVIII al XIX.
Entrando en detalles, Adrián García Torres aborda en su contribución el estudio de los terremotos más relevantes ocurridos en Ecuador en el siglo XVIII previos al de 1797, el más importante de su historia. Concretamente refiere los que tuvieron lugar en la segunda mitad de la centuria, a saber: Quito (1755), Latacunga (1757), corregimiento de Riobamba (1778), Riobamba (1786) y Guayaquil (1787); este último con posterior tsunami. En la primera parte del trabajo se analiza la gestión de la emergencia y del desastre por parte de la administración borbónica a ambos lados del Atlántico. Todo ello con el fin de conocer su evolución en relación con el periodo de los Austrias, las mejoras en el modo de hacer frente a estos sucesos de signo contrario, así como sus déficits. La segunda parte del texto se adentra en la difusión del impacto de estos desastres mediante un amplio abanico de fuentes: las relaciones de sucesos, la prensa oficial española (Mercurio Histórico y Político) y americana (Gaceta de Lima), las cartas pastorales y los sermones impresos de arzobispos u obispos, así como los diccionarios histórico-geográficos y las publicaciones históricas. En este último caso sobresalen las de los jesuitas expulsos Mario Cicala, Juan Domingo Coleti y Juan de Velasco, junto con Antonio Alcedo y Bejarano y Cosme Bueno.
Armando Alberola analiza en su artículo el impacto ocasionado por los destructivos terremotos que, desde el 5 de febrero de 1783 y durante la práctica totalidad de ese año, afectaron a las dos Calabrias y el nordeste de la isla de Sicilia. Lo hace a partir del opúsculo que al respecto escribió, con gran celeridad, uno de los muchos jesuitas expulsados de España por Carlos III que recalaron en tierras italianas: Francisco Gustá. Es conocido que, tras las primeras sacudidas, la alarma y el terror se apoderaron de las personas, que más de 500 poblaciones sufrieron graves daños o quedaron destruidas, que fallecieron entre 30,000 y 50,000 personas, que el territorio conoció una auténtica “revolución geológica” y que las autoridades pusieron en marcha medidas hasta entonces no empleadas para llevar a cabo la reconstrucción económica, social y urbana del país. La catástrofe también dio lugar a la movilización inmediata de las autoridades político-administrativas napolitanas y despertó, de inmediato, un gran interés científico y mediático en la Europa del momento.
Los periódicos y gacetas europeos publicaron de manera constante abundantes noticias referidas a los temblores y a la evolución de la situación. Esto propició el desplazamiento a las áreas afectadas de naturalistas, expertos en sismología, filósofos, eruditos o simples curiosos. Mismos que elaboraron informes de diferente entidad, publicaron impresos de carácter divulgativo y artículos científicos o escribieron obras de gran calidad informativa que, con el paso del tiempo, se convirtieron en referencia imprescindible para el conocimiento de lo que se denomina la “crisis sísmica calabresa”.
El impreso de Francisco Gustá, titulado Stato felice ed infelice della Calabria e Messina, apareció en abril de 1783. El texto describe el antes y el después de la catástrofe, esto con el fin de contraponer el horror derivado de la ruina y muerte ocasionados por los terremotos -stato infelice- con el bienestar de que se gozaba hasta esos momentos. El artículo de Alberola Romá analiza el perfil intelectual de Gustá y la popularidad de la que gozaba como escritor apologético en esos momentos para justificar las razones para dar a la prensa un escrito del tenor del Stato felice (…). Razones que entran dentro de las corrientes habituales en la época a la hora de elaborar un discurso, en este caso fundamentalmente informativo, con la evidente intención de divulgar el suceso y, obviamente, obtener rendimiento económico con su venta.
En la contribución de Andrés Sánchez-Cid se comparan los desastres que se produjeron entre los años 1802 y 1812 en Sudamérica, diferenciando la utilización del discurso político y religioso entre los de origen biológico, como la epidemia de viruela de Nueva Granada de 1802, o geológico como el terremoto de Caracas de 1812. Aquí radica la gran novedad que este estudio pretende aportar a la investigación histórica, dado que, hasta la fecha no contábamos con un trabajo que examinara de manera comparada una catástrofe biológica y otra geológica a partir del análisis discursivo. El objetivo fundamental era cotejar las medidas que se decretaron desde la administración -tras padecer un fenómeno natural extremo- con la respuesta social ante esta situación. El conocimiento que circulaba en aquella época sobre las posibles causas del suceso abarcaba explicaciones de tenor científico, insertas en el contexto del avance del conocimiento durante la Ilustración, hasta opiniones más tradicionales con gran arraigo en el pensamiento providencialista heredado del medievo. Para resolver estos interrogantes, el autor se ha valido de la información procedente de periódicos de la época y de la obtenida en fuentes de primera mano, tales como documentación oficial, cartas, y expedientes del Archivo General de Indias, Archivo Histórico Nacional de España y bibliografía especializada.
Antonio Manuel Berná, autor de una tesis doctoral recientemente defendida relativa a las noticias de carácter catastrófico aparecidas en el denominado Mercurio Histórico Político (1738-1784; Mercurio de España entre 1784 y 1830), presenta un caso de estudio relativo al tratamiento dado en este periódico oficial español, en el volumen correspondiente al mes de junio de 1824, de los efectos del “temporal” que sacudió varias provincias españolas y ocasionó estragos de todo tipo. Antonio Berná repasa el alcance que tuvo la denominada prensa económica en la España del XVIII y primeros años del XIX y el impacto de la aparición de informaciones de tenor económico en los volúmenes de cierre del Mercurio. La idea que defiende el autor es la de utilizar noticias, como la referida al “temporal”, como indicadores climáticos y económicos y poder identificar, por ejemplo, los diferentes cereales vendidos en las ciudades y provincias españolas, la escasa facilidad para conseguirlos y determinar la fluctuación de los precios del trigo, cebada, maíz y centeno en función de las oscilaciones climáticas. Antonio M. Berná detalla con exhaustividad el comportamiento del temporal, contextualizándolo con el clima imperante en Europa y España desde comienzos del siglo XIX.
Cierra el dossier un artículo de Jorge Olcina. El autor presenta una de las aportaciones menos conocidas que Johann Wolfgang Goethe escribió para el mejor conocimiento de la ciencia meteorológica. El tránsito de los siglos XVIII al XIX conoció contribuciones muy significativas para el avance de las ciencias del tiempo y clima. Igualmente, se propusieron interpretaciones sobre la naturaleza que dieron cuenta de la influencia de las ideas filosóficas de la época. Autores como Kant, Laplace o Humboldt desarrollaron sus teorías sobre ello y contribuyeron a la evolución de las ideas del ambientalismo vigentes en ese momento. En este contexto, J. W. Goethe publicó diferentes escritos sobre la importancia de la naturaleza y los elementos que en ella se integran, entre ellos la atmósfera. Al respecto redactó un tratado de meteorología con ideas novedosas sobre dinámica atmosférica, mismo que apareció publicado en 1825.
Las aportaciones a la teoría de la naturaleza y al conocimiento de las cuestiones atmosféricas de Goethe establecen un eslabón intelectual necesario entre el idealismo kantiano y el empirismo de finalidad científica que practicaría Humboldt en las primeras décadas del siglo XIX. El articulo analiza el contexto cultural y social en el que se desarrollaron las ideas de Goethe sobre la naturaleza y, particularmente, sobre los aspectos atmosféricos cuyo estudio e interpretación marcaron la vida del escritor alemán. El trabajo de Jorge Olcina desgrana el contenido del Tratado de Meteorología de Goethe y destaca tres aportaciones básicas del autor. En primer lugar, la necesidad de la anotación meteorológica diaria, especialmente de las mediciones barométricas y sus cambios a lo largo del día y de las estaciones del año. En segundo, su afición -auténtica pasión- por las nubes y el impulso que dedicó a la difusión de la clasificación de nubes elaborada por el farmacéutico inglés Luke Howard en 1802. En última instancia, sus ideas sobre dinámica atmosférica y las causas últimas del movimiento del aire que, sin embargo, Goethe atribuyó -erróneamente- a las fuerzas internas de la Tierra. Su pasión por las cuestiones del tiempo y clima impregnaron, asimismo, su obra literaria, que cuenta con poemas dedicados a Howard y a las nubes, a las que incluso otorgó un notable protagonismo en su famosa obra Fausto.