El malinchismo, una secuela de la Conquista de México
Malinchismo, a sequel to the Conquest of Mexico
Rosa María Spinoso Arcocha
Universidad de Guadalajara
rosa.spinoso@academicos.udg
https://orcid.org/0000-0002-9731-4481
Andrea Prado Becerra
Universidad de Bologna
andrea.pradobecerra@studio.unibo.it
https://orcid.org/0000-0003-0879-0716
El malinchismo, una secuela de la Conquista de México by Rosa María Spinoso Arcocha y Andrea Prado Becerra is licensed under CC BY-NC 4.0
Fecha de recepción: 16 de junio de 2023
Fecha de aprobación: 23 de agosto de 2023
RESUMEN: ¿Dónde, cuándo y cómo nació el “malinchismo”? Esta ha sido una problemática recurrente desde que el sustantivo y su adjetivo “malinchista” aparecieron en el país en 1938 para descalificar a los y las mexicanas que prefieren lo extranjero sobre lo nacional. Nuestro objetivo en este artículo, apoyado en los supuestos de Burke (2006, pp. 35-38) sobre el tránsito de las palabras, es seguir su trayectoria a través de 54 entradas en 15 periódicos mexicanos, de los siglos XIX y tres décadas del XX, y obtener un muestreo de sus variaciones semánticas, su recepción y los usos ideológicos y políticos que ha obedecido. Como “secuela” nos referimos al estigma que ha marcado a la Malinche, el personaje en el que se inspira, como traidora “titular” de la Historia de México.
Palabras clave: Historia de México, La Conquista, La Malinche, Malinchismo, Nacionalismo
ABSTRACT: Where, when, and how was “malinchismo” born? This has been a recurring problem since the noun and its adjective “malinchista” appeared in the country in 1938 to disqualify Mexicans who prefer the foreign over the national. Our objective in this article, supported by Burke's (2006, pp. 35-38) assumptions about the transit of words, is to follow its trajectory through 54 entries in 15 Mexican newspapers, from the 19th century and three decades of the 20th, and obtain a sampling of its semantic variations, its reception, and the ideological and political uses to which it has obeyed. As a “sequel”, we refer to the stigma that has marked Malinche, the character on whom she is inspired, as a “titular” traitor of Mexico's history.
Keywords: Mexico History, Conquest, Malinche, Malinchism, Nationalism
Introducción
Se denomina Conquista de México el conjunto de acciones bélicas, conspirativas y políticas encaminadas a someter el Estado azteca y destruir la resistencia de las poblaciones indígenas que habitaban el territorio donde hoy en día se encuentra México. Estos acontecimientos se extendieron entre los años de 1518 y 1521, y fueron liderados por Hernán Cortés. A partir de este momento inicia la colonización de México por parte de la corona española (Conquista, s.f.).
La anterior es una de las definiciones encontradas en internet y ejemplo del reduccionismo al que fue sometido ese capítulo “fundador” de la Historia Patria. La Conquista de México no terminó ni se limitó a la derrota de los mexicas, y así lo entendió un historiador brasileño, para quien no es lo mismo la conquista “do México” que “de México”, un ejercicio semántico sólo posible en portugués para decir que la conquista de El México, con el artículo para designarlo como país, no puede resumirse a la de México, la Tenochtitlan de los mexicas (Dos Santos, 2014, pp. 228-232). Fue la primera vez que advertimos esa diferencia, sólo percibida desde la mirada del “Otro”.
Hasta principios del siglo XX los territorios del norte seguían sin estar totalmente “conquistados”; los nativos resistían defendiendo sus tierras y su modo de vida, convertidos en un problema social y económico por los “formadores de opinión”, que se expresaban en la prensa sobre las maneras más efectivas de “reducirlos” a la civilización, lo que significaba capacitarlos y asimilarlos al mundo occidental. Las opiniones variaban entre el exterminio y la educación, o incluso la enseñanza de la filosofía, para que esos “salvajes” no detuvieran el progreso del país (Spinoso, 2014, pp. 37-44). Es que el tema de la Conquista es tan amplio y complejo que se extiende, incluso hasta sus “secuelas”, como los recurrentes ejercicios retóricos que desde el siglo XIX integraron el discurso histórico nacional, nominalmente el “patrullaje”1 ideológico, que suele formar parte de los nacionalismos y que en su versión mexicana generó el malinchismo.
En este artículo nos acercamos al malinchismo como una de las estrategias dirigidas a mantener vivos los sentimientos nacionalistas, alimentados frecuentemente de los resentimientos en todas sus modalidades. Nos apoyamos en especialistas (Guibernau, 1996) que señalan que los nacionalismos e identidades nacionales no obedecen únicamente a iniciativas e intereses políticos o institucionales, sino que responden a emociones detonadas y manipuladas por estos, aunque soslayadas en la mayoría de los estudios al respecto. El amor, el odio, la nostalgia y la culpa funcionan como sus catalizadores.
En términos metodológicos, aplicamos los de la Historia Conceptual que, según Koselleck, citado por Alejandro Cheirif (2014, p. 85), es eminentemente historiográfica porque se ocupa de la historia de la formación de los conceptos, de su utilización y sus cambios. Bajo esos supuestos nos remitimos a la posible fecha más antigua de la aparición del término, a su evolución y usos políticos e ideológicos; proceso en el que fue adoptando diferentes significados, según su asociación con otras palabras, los contextos nacionales e internacionales y los intereses del momento, proceso que Burke (2006, p. 42) llama el tránsito de las palabras a los temas. Además, y como suele ocurrir, el término no siempre fue comprendido, compartido y aceptado al unísono y ni de igual forma en todos los sectores de la sociedad. Por ejemplo, la Real Academia de la Lengua Española solo lo incorporó a su diccionario en 2001, como sustantivo y adjetivo definidos como “actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio” (Real Academia Española, s.f.).
A continuación, presentamos un muestreo de las acepciones del término entre finales de los años de 1930 y la década de 1960, a partir de las fuentes hemerográficas más representativas y accesibles en la Hemeroteca Nacional de México. Sabemos que ese tipo de fuentes miden y traducen las “temperaturas” coyunturales de un país, lo que no significa desconocerlas como “reflejos no problemáticos de su tiempo”, expresión de Burke (2006, p. 42) para prevenirnos sobre el riesgo de adoptarlas de forma unívoca.
Una cronología semántica del malinchismo
No encontramos evidencias del término malinchismo antes del siglo XX. La más antigua es de principios de 1938, en un periódico de Campeche, lo que no impide considerar que eventualmente pueda aparecer otra anterior. Pero fue a partir de entonces que comenzó a aparecer en la prensa, primero esporádicamente y después de forma recurrente. El diccionario lo presenta como un término válido para la América Latina, pero para los mexicanos es un “mexicanismo por los cuatro costados”, según Hurtado (2020), que distingue dos “modalidades”: el malinchismo extremo, sinónimo de xenofobia intransigente; y el selectivo, un poco más atenuado que eventualmente acepta lo mexicano.
Es difícil encontrar términos equivalentes en otras lenguas, lo que confiere al malinchismo un valor idiosincrático, acorde con las patrullas ideológicas de connotaciones acusatorias para adjetivar a los y las mexicanas. Ser malinchista es ser mal o mala mexicana, tal y como lo habría sido la Malinche, la mujer que lo inspiró, independientemente de las evidencias historiográficas que contradicen esta idea. Es que las “verdades históricas” no son perennes ni indiscutibles; funcionan mientras no aparezcan otras más plausibles, mejor documentadas e incluso más convenientes. Lo que sí podemos afirmar es que el espíritu que lo inspiró se gestó durante el Virreinato, como una de las “secuelas” de la Conquista, y que desde principios del siglo XIX ya circulaba la idea de que los y, principalmente las mexicanas, consideraban a los extranjeros mejores que los nacionales y como tal se explotaba en el discurso popular de connotaciones políticas.
Un ejemplo es El Cardillo de las Mujeres, equivalente de El Cardillo, dirigido a los hombres, periódico que en 1828 fue uno de los instrumentos de la campaña en favor de la expulsión de los españoles y, por extensión, en contra de sus esposas mexicanas, a quienes los lectores y redactores denunciaban por no haber apoyado la Independencia, argumento bajo el cual disfrazaban su xenofobia misógina ¿Qué veían las mexicanas en los gachupines que los connacionales no tuvieran más y mejor?, era la problemática de ambos periódicos y contra la que fueron creados (Spinoso, 2010, p. 283).
Por más de 50 años estuvo vigente el antihispanismo, compartiendo la animosidad de los mexicanos con otros extranjeros, ya fueran los franceses o los norteamericanos, pero también con los compatriotas que supuesta o realmente los hubieran apoyado, a quienes se solía aplicar juicios sumarios. Fue el caso de dos mujeres del “pueblo de San Ángel”, desnudadas y trasquiladas públicamente en 1844 por haber tenido “tratos” con soldados norteamericanos (El Siglo XIX, 19 de diciembre 1844, p. 2). Oficialmente ese rechazo se fue paliando a partir de 1836, cuando España reconoció la Independencia de México y renunció definitivamente a cualquier pretensión sobre su antigua colonia, lo que selló en 1839, enviando a su primer embajador. Durante el porfiriato se procesó una especie de “reconciliación” que culminó en 1892, en el marco de las conmemoraciones del cuarto centenario del descubrimiento de América, cuando se declaró el 12 de octubre día de fiesta nacional y se inauguró el monumento a Colón en la Ciudad de México.
Sin embargo, la vieja idea de que los y las mexicanas creían en la superioridad de lo extranjero persistía. Lo vemos en la propaganda comercial, que solía garantizar la calidad de los productos anunciándolos como fabricados con materia prima y técnicas importadas. Fue así con “La Malinche”, la “suntuosa y sin rival” fábrica de chocolates y pastillas de vainilla y de canela de la Ciudad de México, que nos dejó “detalles” muy sugerentes. Para comenzar estaba el nombre, que resultaba provocador por estar inspirado en una mujer que ya figuraba como la traidora titular de la Historia de México. Claro que los propietarios eran españoles y no necesariamente susceptibles a las connotaciones nacionalistas del apelativo; y que sus productos, “elaborados al mejor estilo europeo […] con los mejores materiales conocidos […] y con el sistema más moderno y adelantado de las fábricas europeas” (El Monitor Republicano, 16 de marzo de 1880, p. 4), además de su presentación de lujo, estaban dirigidos al consumidor de altos ingresos, que se suponía más culto, cosmopolita y más propenso a la seducción de lo extranjero; es decir, el sector de la sociedad contra el cual, años después, se acuñaría el malinchismo. Pero también era sintomático que tuvieran que defender esos productos “muy a pesar de algunos retrógrados, impertinentes, sistemáticos en desaprobar todo adelanto útil y monético” (El Monitor Republicano, 16 de marzo de 1880, p. 4). Ahora, no olvidemos que el cacao era mexicano, tenido como una de las “dádivas” que México legó al mundo (García Rivas, 1965), por lo que “nadie, mejor que los mexicanos” podría saber sobre su producción y consumo.
Los inicios y la década de 1940
El 17 de abril de 1938 el Diario Oficial del Estado de Campeche publicó un editorial titulado “La Revolución Impecable” contra los reaccionarios que se negaban a aceptar el silencio que les había impuesto la Revolución. Denunciaban sus voces, “huecas de contenido social, aisladas, adoloridas e infecundas”, que insistían en sentirse guías e “iluminarias de nuestra nacionalidad”. Al mismo tiempo, se congratulaban por haber acabado el tiempo en que un “malinchismo” absurdo hizo traer a “príncipes extranjeros” para enseñar a los mexicanos a gobernarse y a trazar el futuro del país (El Espíritu del Público, 17 de abril de 1938, p. 3). El periódico rescindía nacionalismo desde los títulos de sus secciones: “Patria Nueva, antología del espíritu de México”, de la Asociación de las Agrupaciones Cívicas Pro México; “La Grandeza de México”, sobre las ruinas arqueológicas y coloniales; y “El País Construye”, que informaba sobre las exportaciones a los Estados Unidos (en esa ocasión, más de 68 toneladas de fresas congeladas, casi 229 de ajo y más de un millón y medio de jitomates). Sin embargo, destacan unas reveladoras comillas ladeando el neologismo, mismas que siguieron usándose en los años subsecuentes y que, se entiende, representaban lo nuevo de la palabra; o incluso inseguridad ante el desconocimiento de su exacto significado. Pero, y como se verá más adelante, también podría ser un recurso preventivo para evitar que lo publicado se interpretara como antipatriótico.
Otro dato destacable es que el término apareció primero en un periódico “provinciano”, lo que hasta el momento le quitaría la precedencia a los capitalinos, invalidando la vieja idea de ser la provincia una consumidora pasiva de la cultura generada en la capital del país. Tampoco pasa desapercibido que apareciera a un mes de la Expropiación Petrolera, tenida como otro grito de independencia que, además, dejó un saldo a favor de los sentimientos nacionales, mismos que si antes se manifestaron como antihispanismo, ahora también se dirigían contra los mexicanos.
El malinchismo volvió a aparecer con las mismas connotaciones en 1946, ahora en el Puerto de Veracruz, reducto del liberalismo decimonónico en el imaginario histórico de los veracruzanos. Raúl Arias Barraza lo empleó en su columna “Opiniones de Dn. Elías”, bautizada así en memoria de su padre, en cuya boca ponía las suyas, generalmente polémicas. Lo usaba como sinónimo de entreguismo para discurrir sobre el “problema” de la inmigración, que equiparaba a la colonización.
Decía él que, con la llegada de tantos extranjeros, los mexicanos habían aprendido a separar los buenos de los malos. A estos los apodaban “gachupines, gabachos, boches o macarrones”, según su origen fuera España, Alemania o Italia, por sus actitudes arrogantes como de conquistadores. Aunque, aclaraba, esos “calificativos” eran hacia las personas, “no hacia el pueblo” del que venían, lo que no significaba que en México hubiera “antiextranjerismo”, pero tampoco que hubiera entreguismo o “malinchismo” (Arias Barraza, 1 de diciembre de 1946, p. 18). Se refería a la llegada masiva de exiliados por la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial, acogidos en el país por los gobiernos en turno, por lo que no faltó quien los viera como un “problema que se había puesto en el orden del día”. Y sí, la inmigración era deseada, pero había que regularla, para controlar el espíritu de conquistador de los extranjeros, que llegaban a nuestra patria “en plan de ‘Hijos del Sol’ y muy rara vez se iban al campo a trabajar la tierra. Preferían “el papel de capataz, de mayordomo, cuando no se queda(ban) en las ciudades” (Arias Barraza, 1 de diciembre de 1946, p. 18). Por eso, sugería al Gobierno los criterios que debería adoptar para permitir a los extranjeros el ingreso al país..
Arias Barraza fue uno de los primeros periodistas que incorporó el malinchismo en su vocabulario regular, aunque en las páginas deportivas ya se cuestionaba si el término era elitista y si el pueblo realmente lo entendía. Él respondía que el pueblo podía no entenderlo, pero que la actitud a que aludía le era bastante familiar, y citaba un ejemplo en otro de sus artículos publicado dos años después (Arias Barraza, 18 de junio de1948, p. 15).
Se trataba de un episodio ocurrido en 1916 en la ranchería de Paso de Ovejas, próxima al Puerto de Veracruz, sobre una reunión de sus habitantes para recabar fondos para la escuela. Bajo la vigilancia de las tropas federales, a fin de prevenir los desórdenes de los grupos paramilitares, uno a uno, ganaderos, ejidatarios y comerciantes, fueron dando un paso al frente para declarar el monto de su donación, según sus posibilidades y ocupaciones. Para él fue un espectáculo tan conmovedor, que sólo lamentaba la ausencia de “los pesimistas sistemáticos”, que insistían en la pasividad del pueblo ante los “llamamientos de cooperación”. “Aquellos que víctimas del complejo del ‘malinchismo’ creen y aseguran que todo el pueblo está infectado del mismo mal”, pero que “debían de haber estado en la población de Paso de Ovejas, la noche de 14 de junio de 1916 para ver lo mejor de que el pueblo era capaz” (Arias Barraza, 18 de junio 1948, p. 15). Pero aquí hay un problema con el uso del malinchismo, ya que la preferencia por lo extranjero que lo justificaría no aplicaba para un caso de solidaridad popular, en que el gobierno era mexicano y las élites opositoras también.
Coincidentemente otros articulistas se sintieron obligados a negar vehementemente la “genofobia”, de la que ahora responsabilizaban a esas élites, pues a los indios, que eran “los verdaderos mexicanos”, les era ajena. Desde la capital, y hablando por ellos, Mónico Neck aplaudía en su columna de El Nacional (18 de mayo de 1948, p. 3) una iniciativa de los diputados que “habían hecho bien” en homenajear a los republicanos españoles, una decisión legitimada por los propios indios, que no eran malinchistas y mucho menos genófobos. “Sus fóbias, sus rencores, sus odios son otros”, no los limitaban a la gente de “extrañas tierras”, sino que lo extendían a sus propios compatriotas, cuando éstos se comportaban como exploradores, discriminadores y villanos. “Hablar de genofobia en México es disparate. Existe desconfianza hacia el extranjero, más ello se debe esencialmente a que no pocos de ellos se creen en tierras de conquista” (Neck, 18 de mayo de 1948, p. 3), e insistía en que otra “ventaja indudable” de los indios era no ser “malinchistas, como ciertos fifís”.
Y aquí conviene una reflexión: esa alusión a los indios para apoyar decisiones supuestamente aprobadas por el “pueblo”, o para desautorizar a los intelectuales y las clases media y alta, corresponde a la fórmula sobre los “indios imaginarios” de Guy Rozat (2018), quien los describe como ejemplos positivos y legítimos (a no ser los tlaxcaltecas), en contraposición a los “indios reales”, ejemplos del atraso a superar. A propósito de los tlaxcaltecas, en 1949 hubo una huelga de telefonistas en Tlaxcala que ocupó las páginas del mismo periódico por la pluma de Mónico Neck, quien esta vez la emprendió contra sus habitantes, a quienes culpaba, incluso, del malinchismo. Con su ironía característica, decía que si la huelga la hubieran hecho cuando ayudaron a construir los bergantines que usó Cortés para invadir la capital azteca, otra habría sido la historia y no tendrían ahora que apoyarse en su memoria, ni en la de su “frágil amante”; es más, ni siquiera existiría ese “siempre repugnante malinchismo” (Neck, 17 de mayo de 1949, p. 3).
Pero el gran acontecimiento nacional de ese año fue arqueológico, con el hallazgo en Ixcateopan de los restos de Cuauhtémoc, el “último emperador” mexica, ocasión que el periodista aprovechó para inventar un sinónimo de malinchismo, “franquismo”, contra los escépticos que no creían en ese hallazgo. Para él, unos y otros eran iguales y preguntaba: “¿Acaso no hay un poco de franquismo -que es malinchismo- en esa oposición política al descubrimiento de Ixcateopan?”. Es que, si, por un lado, los reaccionarios elevaban incienso “de forma untuosa y pegajosa” al monarca azteca, por el otro, “sus alabanzas” escondían en realidad un fondo de antipatía, por ser cosas del “populacho”, el único en echar cohetes en honor del héroe. “¿Entendido? El populacho, no la gente decente, no los ‘aptos’, que eran los que practicaban el malinchismo” (Neck, 17 de mayo de 1949, p. 3).
En la crónica deportiva, la cultura y los espectáculos
En un estricto orden cronológico, la crónica deportiva fue la segunda en adoptar el término malinchismo. Sucedió en 1940 y también en el Puerto de Veracruz, en la columna de Maraboto, quien lo usaba de manera preventiva para reseñar un juego entre los Tiburones Rojos y el Vasco da Gama, de Brasil, aunque la nota fue la invasión de la cancha por un militar armado, que provocó que los brasileños abandonaran el terreno de juego. El autor criticaba al locutor por tergiversar todo, y se justificaba: “No peco de ‘malinchismo’ pero me parece que los brasileiros hicieron muy bien al salir de la cancha cuando entró ese militar, y si a alguien habían de conducir a la cárcel, como decía el locutor que llevaron a los brasileños, era al militar de marras” (El Dictamen, 3 de febrero de 1940, p. 9). En este caso, se entiende su justificación como una forma de prevenirse contra el patrullaje nacionalista de la afición, cuya susceptibilidad podría verse lastimada por sus expresiones de apoyo a los brasileños.
Pero es hasta 1946 cuando encontramos la primera referencia al malinchismo en un periódico capitalino, en la columna lúdica de José Fernández Mendizábal, entre crucigramas, caricaturas y albures: “El malinchismo, como el colerín, ataca a los que tienen muy poco... estómago” (Fernández Mendizábal, 28 de febrero de 1946, p. 37). Dejamos a quien nos lea entender y disfrutar -o no- de ese tipo de humor, que igual podría interpretarse como la poca seriedad con que se veía ese fenómeno, o el descubrimiento de su vena cómica, pero no necesariamente con un conocimiento estricto de su significado.
Todavía no había un consenso sobre éste, y se aplicaba indistintamente a las personas, a las cosas y a las prácticas, como lo encontramos meses después en el mismo periódico, en una entrevista con el actor Jorge Ansira [sic]. A la pregunta sobre si encontraba correcta la denominación “cine nacional” como expresión de los valores artísticos mexicanos o de “esencia mexicana”, supuestamente respondió: “Debería encontrarla, pero en tanto que haya ‘malinchismo’ en los valores humanos importados de Europa y algunos países de América, así como en obras adapatadas que corresponden a otros climas psicológicos, a otras idiosincracias, a otros idiomas, no encuentro esa llamada nacionalidad” (Excelsior, 7 de noviembre de 1949, p. 7). No sabemos si esa fue realmente su respuesta o error de redacción, pero todavía revela confusión en el uso y significado del término. Se supone que el malinchismo debía referirse a la actitud de apego de las personas hacia las cosas extranjeras, y no a esas cosas en sí, ya fuesen “valores”, “obras adaptadas” o “climas psicológicos”.
Confusiones como esa reforzaban la idea de que malinchismo seguía siendo un término elitista, sólo usado por los intelectuales o por quienes querían parecerlo, pero desconocido de la gente común. Lo confirmó meses después el autor anónimo de una crónica deportiva, sobre la constante circulación de jugadores entre México y el extranjero. Interpretaba como temor del Gobierno de parecer malinchista su decisión de imponer límites a la contratación de deportistas extranjeros, aunque hubiera una “mayoría de aficionados” pidiendo que terminaran: “A ellos no les interesa el extranjero o el nacionalismo. Lo que quieren es calidad y el ‘malinchismo’ es un snob desconocido para ellos”. Recordaba, además, que “los Casarín, los Borbolla, los Chanclas, los Dumbos, etc., nacieron con las enseñanzas de los extranjeros” (Vida, 8 de julio de 1947, p. 45).2
En el terreno de la cultura, y aunque “las condiciones” estuvieran “en el orden del día”, el malinchismo seguía teniendo una función preventiva, como en la columna de Juan Almagre que, en 1947, comentando una exposición de libros franceses, invitaba al público a visitarla para que pudiera “apreciar” la sobriedad y la pobreza con que estaba instalada, sin demérito de su calidad. Y para evitar que sus elogios pudieran mal interpretarse, se justificaba: “A nadie se le ocurriría la peregrina y malinchista idea de preconizar el retorno a la época pre revolucionaria en que la gente, cerrando los ojos a lo que tenía delante de sí mismo, en su propio país, iba a pedir ideas y teorías a Europa y particularmente a Francia” (Almagre, 14 de agosto de 1947, p. 1). Y por si quedara alguna duda, en el segmento siguiente dedicó sus elogios a las obras que Diego Rivera y sus auxiliares estaban realizando en el Hotel del Prado, para terminar, lamentando que, por malinchismo, la decoración fuera realizada por un decorador extranjero, cuando “en México los había tan buenos o mejores” (Almagre, 14 de agosto de 1947, p. 1).
Por la frontera del norte…
Revisando la prensa del norte del país, específicamente la de Monterrey, encontramos que, en ese mismo año de 1947, algunos articulistas de El Porvenir, el periódico de la Frontera, ya se referían al malinchismo, aunque admitían su desconocimiento sobre el exacto significado del término que, intuían, no era nada bueno. La historia giraba en torno a las presiones de industriales regiomontanos contra un empresario de Saltillo y a la omisión del apoyo que le debía la Junta Central de Conciliación y Arbitraje del Estado. Sin embargo, y para no dejar “en blanco” a sus lectores, el periódico prometía aclarar pronto el significado del “nada grato calificativo de ‘malinchista’, que se conce[día] a los actuales setemistas [sic]” (El Porvenir, 12 de noviembre de 1947, p. 12).3 Es que el autor del artículo decía no haber entendido lo que su informante quiso decir al referirse así a los dirigentes sindicales. Seguramente, tampoco el informante, ya que, ante las dudas del periodista, respondió evasivamente diciendo que el calificativo “obedecía a hechos muy fuertes y recientes que los intereses generales de Saltillo deberían combatir en nombre del prestigio de la entidad”, y dejaba al público opinar lo que creyera conveniente (El Porvenir, 12 de noviembre de 1947, pp. 1-12).
Dos años después ya lo tenían más claro, y lo usaban para promover a los artistas locales poco valorados debido a “esa actitud” negativa del público lector. En su columna dedicada a las artes, Rubén Díaz de la Garza lamentaba, “si no padeciéramos ese ‘malinchismo’ tan propio”, se aceptaría que los artistas locales eran estéticamente superiores a “muchos pinceles europeos que nos han visitado últimamente”, y citaba las víctimas de este mal, a pesar de que sus obras ya eran conocidas “hasta en París” (Díaz de la Garza, 10 de febrero de 1949, p. 13).
En tierras tapatías…
Ese mismo año un diario de Guadalajara publicó “Los gachupines y los agachupinados”, una suerte de lección de mexicanidad para los mexicanos, firmado por la mesa directiva del Instituto Jalisciense de Cultura Hispánica. Era su respuesta a un general que, indignado por la forma ofensiva en que tres exiliados españoles se habían referido a México, les había respondido de la misma manera. El problema fue que arremetió por igual contra España y los españoles, por lo que los miembros del Instituto consideraron que sus palabras eran de una “apasionada e irracional hispanofobia” (El Informador, 17 de julio de 1949). Aceptaban lo de gachupines y agachupinados, pues les venía bien, pero no por “malinchismo” ni por “malevolencia”, sino por una consciente “inteligencia” de lo que verdaderamente eran la patria y “nosotros los mexicanos”. O sea, los que sí sabían ser mexicanos, aunque “mentalidades deformadas pretendieran negarlo”, en función del patrullaje impulsado por “una pasión que se olvidaba de los intereses de México, al que hipócritamente pretendían defender”. Y para reforzar su mexicanidad, citaban el censo de 1940, que arrojó que un 70% de los más de 22 millones de habitantes del país tenía sangre hispana, “entre mestizos y blancos” (El Informador, 17 de julio de 1949, p. 6).
Así visto, los españoles mexicanos ya se curaban en salud, no los fueran a confundir con los mexicanos admiradores de lo extranjero, y aunque no del dominio público, aprovechaban la expresión vernácula como criterio para identificar quiénes eran o no eran mexicanos. O por lo menos, los buenos, porque al parecer esos criterios no contemplaban a los indios reales, tampoco identificados como connacionales porque no tenían ni idea de lo que era la patria. “Y no por malinchismo”, sino por un involuntario desconocimiento de lo que eso significaba.
Entretanto, en el deporte, y más precisamente en el futbol, el tema del malinchismo seguía sin resolverse. Volvieron a él ese mismo año, en un artículo que denunciaba que los entrenadores mexicanos eran “echados a un lado” en favor de los extranjeros, considerados mejores por creer que con ellos los equipos locales rendían más. Era una creencia que “en el fondo, no dejaba de tener algún malinchismo”, pero que por fortuna ya iba desapareciendo, pues los entrenadores mexicanos estaban demostrando “que podían ser tan buenos como cualesquier otros, de cualquier nacionalidad” (El Informador, 21 de octubre de 1949, p. 1).
¿Malinchismo o xenofobia?
La década de los años cincuenta fue la del malinchismo, ahora reconocido por los intelectuales y científicos mexicanos, que le transfirieron su autoridad discursiva como un término vernáculo en favor de los valores mexicanos, o en contra de quienes los despreciaran. Pero eso no fue fortuito. Era el tiempo de los gobiernos postrevolucionarios de “reacomodo”, que promovieron la apertura de México hacia el mundo, muy especialmente la aproximación comercial y diplomática con los Estados Unidos, ejemplo de ello fue el “Programa Bracero”, que dejó profundas marcas sociales, culturales y psicológicas entre los que se fueron, los que regresaron y los que se quedaron. Un México “tipo exportación”, expresión que se usaba para el café, también en su momento dorado.
En el ámbito internacional, esos gobiernos se llamarían “de la postguerra”, con la Segunda Guerra Mundial como su marco histórico y las dos potencias mundiales marcando sus territorios, ahora en una Guerra Fría; por lo que México también debía protegerse. Pero “por suerte” ya tenía el malinchismo, como parte de aquel patrullaje que El Cardillo practicaba en el siglo XIX y que, se suponía, se agotaría al extinguirse las amenazas reales o imaginarias al país. No fue así, nuevamente había que reforzar el nacionalismo, aunque ahora la cuestión ya no fuera prevenirse de ser considerado malinchista por preferir lo extranjero, sino de negar la xenofobia que pudiera justificarlo.
A propósito de un conflicto con la Cámara Mercantil, Fernando Benítez cuestionaba: ¿En dónde está la genofobia que no la veo por parte alguna? Podría decirse, eso sí, que hay genofilia y que hay, ¡horror!, malinchismo, complejo inveterado de reaccionarios […] ¿Debe haber defensa contra extranjeros perniciosos? Sí Señor y, esencialmente, cuando diez mil braceros estén mendigado trabajo allende la frontera (El Porvenir, 21 de octubre de 1949, p. 1). Aunque su crítica también apuntaba hacia el mencionado “Programa Bracero”, que había llevado a miles de mexicanos a trabajar en los Estados Unidos, de donde muchos no regresaron ¿Fueron malinchistas los que se quedaron?
Después de 20 años de aparecer en un periódico, el “malinchismo” estaba cambiando, se estaba quedando sin comillas, aunque a veces algunas se escapaban, como en las actas de las sesiones del Congreso Estatal de Tamaulipas, en las que reapareció con ellas y con mayúsculas. Los congresistas se referían a los requisitos de los aspirantes a rector de la recién creada Universidad de Tamaulipas y contra un proyecto de ley que admitía que pudieran ser mexicanos por nacionalización, pues se quería evitar que la Casa Máxima de Estudios pudiera tener al frente a un extranjero. Es que, desgraciadamente, “en nuestro México hemos sido muy dados a preferir lo extranjero sobre la Nación”, actitud que “se ha dado el caso de llamar […] ‘Malinchismo’” (Periódico Oficial del Estado de Tamaulipas, 21 de noviembre de 1950, p. 2153). La expresión dubitativa “se ha dado el caso”, sugiere poca familiaridad con el término, aunque en otros lugares y círculos intelectuales e incluso científicos, estuviera adquiriendo una connotación heurística, que incluía cuestionamientos sobre el origen de los mexicanos y su definición y personalidad.
El malinchismo intelectual y científico
En 1950, en un artículo titulado “La biografía del Imperio de Cortés”, José Iturriaga cuestionaba que “un país celoso de su integridad, combatido por influencias destructoras” (Iturriaga, 1 de mayo de 1950, p. 210), sobre el que pesaban “graves amenazas contrarias a su soberanía”, se hubiera empeñado en adoptar a una “india entrometida” como “el Judas perfecto” de su historia. La india entrometida era la Malinche, a quien asociaba con la Llorona cuando decía que “después de asustar a los niños con su fantasma, durante cuatro siglos, ahora denominaban malinchismo a todo lo que pudiera amenazar ‘nuestra idea de patriotismo’” (Iturriaga, 1 de mayo de 1950, p. 211):
Por mucho que se grite, doña Marina no pasa de ser un espantajo, que se agita para velar las razones verdaderas en que se apoya el real malinchismo, que está en las bases de nuestro sistema económico y social y lo fomentan la radio, los periódicos, los políticos entreguistas, los que quieren industrializar al país con capital norteamericano, los guías del turismo y todos los que quieren convertir sus pesos mexicanos en milagrosos dólares (Iturriaga, 1 de mayo de 1950, p. 210).
Decía que lo único que Doña Marina tenía en común con los pueblos a los que había ayudado a destruir era el odio, pues “se odiaban los mayas, los mexicas, los zapotecas, los tlaxcaltecas, los otomíes, etc.” (Iturriaga, 1 de mayo de 1950, p. 211). En fin, que ella no sólo era la madre del mestizo mexicano, sino el origen de su odio.
Años después, en la misma publicación, nuevamente ella apareció como “elemento iniciático”, en otro artículo sobre el mestizaje, ahora en Yucatán. En una nota al pie dirigida a Fernando Benítez, le respondían “sin querer polemizar”, que ese malinchismo que lamentaba tan profundamente no era ninguna peculiaridad mexicana, ni siquiera americana; “padecía de malinchismo todo indio que comenzaba por aceptar una cuenta de vidrio veneciana” (Nelken, 3 de agosto de 1952, p. 149). Sin embargo, continuaba el uso preventivo del malinchismo. Era el caso de un artículo sobre la producción artística en México, en el que la autora se preguntaba sobre lo que debería entenderse por “expresión mexicana del arte”. “¿Existía real y genérica o diferencialmente en una manifestación artística, …?”, por lo que, antes de continuar sus digresiones, abjuraba del malinchismo pues, “a priori” la simple pregunta podría despertar indignación “entre aquellos para quienes el más leve asomo de duda es intolerable ofensa” (Nelken, 3 de agosto de 1952, p. 149).
Al año siguiente apareció un “Malinchismo Científico”, en una inserción pagada, en la que un ciudadano se quejaba de las demandas que le interpusieron la Secretaría de Salubridad y Asistencia, la Dirección de Profesiones y hasta la Federación de Estudiantes de Guadalajara, por publicar un libro sobre sus descubrimientos contra el cáncer. Y no sólo eso, aunque exculpado, le destruyeron su expendio de plantas medicinales, lo llamaron “charlatán” y le exigían la renuncia del químico responsable por su laboratorio. “Llaman a los cancerólogos de Francia y Estados Unidos a sustentar conferencias sobre los fracasos en la investigación sobre el cáncer, y en cambio cuando se descubre algo en la misma ciudad en que vivimos lo rechazan. Esto es Malinchismo Científico y Posición Reaccionaria frente la Ciencia” (El Informador, 20 de junio de 1953, p. 6).
Aunque el Malinchismo, no precisamente científico, pero con mayúsculas, ahora también se presentaba como un caso de salud, o mejor, de “enfermedad mental” y, por ende, un problema social. Era una “adicción”, según un artículo de ese mismo año, que con más carga moralista que científica, hablaba sobre “la higiene mental de las comunidades rurales” que padecía de “vicios”, “tolerancias excesivas” y “malos hábitos”, incluidos los anticonceptivos, que se extendían entre la población campesina como consecuencia del cosmopolitismo urbano. Vinculados al malinchismo por sus efectos engañosos, y como solución de los problemas económicos y demográficos, los anticonceptivos no dejaban de ser “la prevalencia del placer sobre la biología”, vicios de los que había que proteger a las comunidades rurales (Gazeta Médica de México, 1952, p. 297).
O sea, mediante el malinchismo se comenzaba a definir a los mexicanos desde lo indeseable, y como uno de los factores condicionantes de sus actitudes hacia la comunidad, sumados a una serie de ambigüedades y prácticas negativas, pero supuestamente “propias” de los campesinos, entre ellas “las venganzas de sangre”, el “pochismo”, el “tarzanismo”, el “liderismo”, el “parasitismo social”, el chiste político como “canalización de importancia”, el culto a los muertos, el folklore y “el valor de la vida según las etapas históricas”. Ahora, derivadas de lo mismo también estaban “la tensión y la ansiedad” que provocaban en esos grupos las situaciones económicas y emocionales “relacionadas con las presiones políticas” y que en la costa eran provocadas por los mismos pescadores, cuyos vicios eran diferentes.
En realidad, ellos eran los verdaderos autores de la pesca ilegal y del supuesto robo del camarón, que atribuían a los “gringos”, según lo denunciaba una revista: […] eso de los barcos piratas que “dizque” vienen a pescar en aguas de nuestra jurisdicción nacional del Golfo de México es una farsa. […] Nuestros pescadores, exhibiendo un malinchismo criminal, pescan en nuestras aguas y van a vender la mejor parte de su pesca a los barcos extranjeros que los esperaban fuera de las aguas territoriales (Sucesos para todos, 6 de diciembre de 1953, p. 16).
Y más, los pescadores malinchistas no sólo vendían a los gringos lo mejor de nuestros mares, sino licores, marihuana y “hasta mujeres”. Para compensar, la Secretaría de Salubridad y Asistencia lanzó una campaña de aclaración sobre las propiedades de los productos nacionales, despreciados por los mexicanos debido a un “irreflexivo malinchismo”, pero que consumían cuando los creían importados de España. Tal era el caso de los garbanzos cosechados en Sinaloa.
Un malinchismo agudo contra las “barricadas de la tradición”
El malinchismo también se comenzó a usar para descalificar a los extranjeros en una especie de reacción catártica, aunque no pertinente, a las susceptibilidades nacionalistas del momento. Acusaban de “malinchismo agudo”, que “elevaba el elogio hasta la hipérbole”, a un diario de Caracas que publicó en sus titulares que México había cortado “orejas y rabo” con motivo de un discurso del canciller mexicano en esa ciudad. Entendemos la metáfora elogiosa proveniente de la jerga taurina, pero no lo del malinchismo, una actitud sólo aplicable a los mexicanos cuando lo practicaban, lo que evidentemente no era el caso (Correa, 18 de marzo de 1954, p. 6). Pero es que en Monterrey el término era polisémico, como para un general, autor de un artículo en el que acusaba a los villanos de nuestra historia, Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo, Iturbide, Santana y Porfirio Díaz, de “porta-estandartes reaccionarios, clericales y madrepatrieros de una sola ecuación: MALINCHISMO”. Afortunadamente, frente a ellos, “se irgue” (sic) Cuauhtémoc, Hidalgo, Morelos, Guerrero, Juárez y Madero, “colosos límpidos, ínclitos, gloriosos de la mexicanidad” (García, 29 de octubre de 1954, p. 4).
Podemos asociar ese “brote” mexicanista en Monterrey con El Malinchismo Nacional, un libro presentado ese mismo año, 1954, autoría de Santiago Roel, que definía ese “fenómeno” como una auténtica amenaza y que recibió gran cobertura en la prensa local. Tuvo seguidores. José García Yzaguirre repetía que el malinchismo era un término “cívico” de denuncia contra “la tendencia entreguista propia de los pueblos que carecen del sentido de la responsabilidad nacional y de respeto a la propia tradición” (García Yzaguirre, 10 de enero de 1955, p. 4). Y el mismo Roel, durante los homenajes que recibió en el Centro Literario de Monterrey, propuso cambiarle el título para “El Final de una Patria”, ya que “exprimiría” mejor el fenómeno que intentaba denunciar: “la acción desintegradora (del malinchismo), en defensa de la auténtica mexicanidad” (García Yzaguirre, 10 de enero de 1955, p. 4).
El Prof. Plinio D. Ordóñez, en otra extensa reseña de la misma obra, describió el malinchismo como una “modalidad espiritual antagónica del mexicanismo” y concordaba con el riesgo que representaba para el país como un “peligroso agente, no precisamente organizado, sino más bien inconsciente, en franco y extenso ejercicio”, que iba convirtiendo al mexicano en “un ente anodino e híbrido” y cada vez más carente “de las cualidades del vivir nacional” (Ordóñez, 10 de enero de 1955, p. 9). Terminaba con una muestra de simpatía hacia los “esfuerzos correctivos” contra esa “idiosincrasia indeseable, antipatriótica y francamente antimexicana que era el MALINCHISMO” (Ordóñez, 10 de enero de 1955, p. 9).
Pero ¡ojo! una nueva “amenaza epistolerista” acechaba el “horizonte nacional”, según se denunciaba en el mismo periódico; era una “casi nueva industria”, según un “epistolero” de la Ciudad de México “que, como todos, se consideraba muy versado en economía”. La amenaza consistía en una versión bastante “ladeada y parcial de ciertos aspectos” que involucraban a Petróleos Mexicanos S. A. a respecto del precio de los combustibles. Por eso, tratándose de una empresa mexicana, había que cuidarse de explicar que la denuncia no era malinchismo ni antimexicanismo, “ni tan siquiera un débil aliento para que nuestro petróleo se entregue a los extranjeros, no: debe, por soluciones de profundo nacionalismo, ser nuestro y permanecer nuestro…” (Ordóñez, 10 de enero de 1955, p. 6). ¡Qué bueno que lo aclararon! porque el petróleo era el responsable de que México estuviera en la lista de los países en “vías de industrialización”, eufemismo para los que no eran del primero o del tercer mundo, en una época en que la industria condicionaba el nivel de desarrollo de las naciones.
Por eso, en el mismo periódico, otro autor abogaba por el proteccionismo, indispensable para la creciente industria nacional, aunque sin entender por qué, si en México había materia prima de sobra y mano de obra barata, la industria no podía bajar sus precios. Y menos entendía que “en un país indiscutiblemente pobre”, aunque “en vías de industrialización”, se llamara malinchismo a la preferencia por lo más barato y duradero que, en la frontera, se encontraba del otro lado: “En tratándose de cuestiones económicas nadie por malinchismo se pelea con sus propios intereses…” (El Porvenir, 13 de mayo de 1956, p.4). Era un argumento recurrente en los periódicos de las ciudades fronterizas, que respondían a las acusaciones de malinchismo por sus habitantes realizar sus compras “del otro lado”.
Cultura y espectáculo
El malinchismo fue un concepto recurrente en la cultura y el entretenimiento de los años 50, según podemos ver en los periódicos con columnas específicas o dedicados a esos temas. Nada ni nadie “escapaba de Impacto”, el periódico en el que Bill Llano escribía su columna, “Siempre en el blanco”, sobre la farándula. En ella, dirigía sus dardos contra los malinchistas famosos, como Cantinflas y María Félix, que habían aceptado trabajar en el extranjero. De ella mencionaba su actuación en Can Can, película francesa en la que había estado mucho mejor que en las mexicanas, cuyos directores sufrían sus caprichos y vedetismo. Es que, decía, “El problema del cine no es de actores sino de directores”, título de su artículo (Llano, 18 de enero de 1956). Sin embargo, aplaudía la despedida a María Teresa Montoya, que se iba a París para “hacer teatro”, y la equiparaba al “neuras” del Gral. Mariles quien, sin dinero ni respaldo oficial, había ganado dos medallas de oro en las Olimpiadas de Londres, “para enseñarle al mundo por qué los mexicanos eran considerados tan buenos jinetes” (Llano, 14 de noviembre de 1956, p. 51). Y eso no era poco en “un pueblo víctima del complejo de inferioridad, como el nuestro, [que] necesita de ese tipo de satisfacciones, ya que no puede hacer guerras victoriosas para ir saliendo del malinchismo que nos tiene acogotados” (Llano, 14 de noviembre de 1956, p. 51).
Pero las denuncias por malinchismo en la radio y la televisión generalmente se debían a la competencia de los artistas extranjeros, a quienes se les pagaba mejor que a los mexicanos por representar los mismos papeles. Así lo denunciaba el presidente de la Asociación Nacional de Actores (ANDA), quien también registró la expulsión de un “pelotari” extranjero, pero no por “cometer malinchismo”, sino “sencillamente por ser raro” (Mañana, 6 de julio de 1957, p. 52). También se acusaba de malinchismo a las disqueras, cuyos propietarios, mexicanos, mantenían a los compositores en la miseria (Montaño, 7 de agosto de 1958, p. 7). Y hasta cuestionaban si “el mal llamado malinchismo, o el kinescopio” afectaban más a los artistas nacionales, ya que, según el articulista, el primero no existía; la culpa era de los propios artistas, que no se valoraban y andaban “mendigando sueldos que no les alcanzarían ni para los tacos” (Aguilera, 12 de septiembre de 1958, p. 8).
Mientras tanto, Bill Llano también cubría el box, aunque tenía que seguir explicando que no era malinchista por reconocer la superioridad de algunos extranjeros. La prueba fue la derrota de Raúl, “el Ratón” Macías, quien había perdido el cinturón de peso gallo ante el alemán Alphonse Halimi. Ahora, si se llegara a concretar la anunciada pelea entre Halimi y el Toluco López, claro que le iría al Toluco, ya que, como decía en el título de su artículo, “gana, siempre, el mejor; lo demás son tonterías” (Llano, 4 de septiembre de 1958, p. 4).
En 1957 la amenaza malinchista llegaba al turismo, en franca expansión, y por la “prédica” de Roberto Blanco Moheno, como la llamaba Monsiváis, en una muestra del ya mencionado “tránsito de las palabras” de Burke. Para Blanco Moheno, “México debía vivir del trabajo de los mexicanos, no de las vacaciones de los extranjeros”. El “ideal” no era aumentar el turismo, “sino ir necesitándolo cada vez menos”, pues “un país que vivía para servir al extranjero era un país que moría” (Blanco Moheno, 28 de agosto de 1957, p. 20).
Misma amenaza que veían en la suspensión de la campaña nacionalista en pro de consumir lo nacional, pues en su lugar había quedado un “antinacionalismo” que hacía a los mexicanos vestir casimir inglés, usar zapatos “made in USA” y fumar cigarrillos egipcios; “malinchismo puro, señoras y señores” (Durán Rosado, 6 de agosto de 1957, p. 3). A esa causa se unió el excónsul de México en Gran Bretaña, quien atribuía el origen de la corrupción electoral al malinchismo. Por tanto, urgía al Gobierno a crear la Secretaría de la Alimentación, para evitar que los “almacenistas” le siguieran quitando las vitaminas a los mexicanos, ya que una alimentación deficiente generaba “corrupción electoral”, pues los más pobres, “hundidos en el malinchismo y el desaliento”, entregaban “su libertad política” por un pedazo de pan (García, 19 de mayo de 1958, p. 44).
El fin de una década
1959 comenzó con grandes titulares sobre “El nacimiento del Mundo en México”, y los mayas como “el pueblo aztlante”, fundador de la civilización, “verdad histórica” que sólo el malinchismo había impedido reconocer. Como prueba, ahí estaban sus “mil ciudades y 120 mil pirámides” (Camino, 14 de enero de 1959, p. 53). “¡Qué Egípcia, Griega o Romana ni que nada!”, esas culturas “no le alcanzaron siquiera [a la maya] ni en la altura de su decadencia” (Camino, 14 de enero de 1959, p. 53). Pero esa inyección de autoestima nacional no disminuyó la preocupación ante el consumismo y la alimentación que también perjudicaban al nacionalismo mexicano. Era “una injuria a México y un desacato a la mexicanidad […] de un cinismo, un descaro y una audacia inconmensurables” (Perera Mena, 19 de junio de 1959, p. 6), la publicidad de una radiodifusora que anunciaba que la Coca-Cola y las tarjetas de navidad eran tradiciones 100% mexicanas. Porque “esa bebida pegajosa” era el símbolo de “un sector social antimexicano, sucio de malinchismo, enfermo de snobismo y manchado de extranjerismo” (Perera Mena, 19 de junio de 1959, p. 6), “que les habían metido a los mexicanos a fuerza de publicidad y malinchismo” (Perera Mena, 28 de noviembre de 1959, p. 3).
En el campo de las letras seguían llegando desde Monterrey las “Saetas” de Nemesio García (García Naranjo, 24 de diciembre de 1959, p. 6), contra los “seudocríticos confusos y desordenados”, que habían clasificado a los escritores mexicanos en europeizantes y no europeizantes, una discriminación que tenía por objetivo condenar a los del porfiriato, “como si a los mandones de la historia les interesara cómo canta[ban] los jilgueros” (García Naranjo, 24 de diciembre de 1959, p. 6). No había que confundir “el afán de superación” con el malinchismo, que ahora era sinónimo de “perjuicio o daño”, gracias al ya comentado Dr. Roel. “Siempre hemos pensado que los mexicanos traemos en la sangre el perjuicio que viene de tantos años de opresión. […] Si un extranjero nos solicita algo sin mayor investigación se lo concedemos, pensando que en él está representado lo más bueno, ordenado y decente […] ¡Eso es Malinchismo!” (Santos Palomo, 19 de julio de 1959, p. 6). Eso venía a cuento por los comentarios de la prensa local al reciente e “indiscutible” triunfo de José Becerra, campeón mundial mexicano de peso gallo, pero del que algunos dudaban a pesar de haber visto la pelea por televisión. Era un caso de “malinchismo crónico que valdría la pena erradicar desde la niñez, para que los mexicanos aprendieran a tener fe en sí mismos, en sus compatriotas y, sobre todo, en esta madre amorosa y buena que es nuestra Patria” (Santos Palomo, 19 de julio de 1959, p. 6).
Un malinchismo del que había mucho que conocer para entender a los propios mexicanos, según el Boletín Oficial de la Biblioteca Nacional (junio 1959), en el que lo explicaban como parte de la personalidad de los mexicanos, a quienes ahora describían desde sus contrastes: tímidos pero audaces y valientes; tristes, pero con gran sentido del humor “que sabe emplear como instrumento ofensivo y defensivo” (Boletín Oficial de la Biblioteca Nacional, junio 1959, p. 20). Sensibles e irritables al extremo, con gestos de gran ternura, aunque también de violencia, como lo muestran las flores y la sangre en los rituales aztecas. “En oposición a lo que se cree, [el mexicano] no es gregario sino individualista” (Boletín Oficial de la Biblioteca Nacional, junio 1959, p. 20), de ahí su incapacidad de trabajar en equipo, “insuficiencia” que compensa con las amistades fáciles y duraderas a las que suele elevar al rango de “parentesco espiritual”. Con un “profundo sentido del ridículo, resultado de la autocensura”, pero “patriotero e irreflexivo” (Boletín Oficial de la Biblioteca Nacional, junio 1959, p. 20); poco analítico, pero con mucha imaginación. Incapaz de expresar cívicamente sus insatisfacciones, el “pelado” mexicano lo hace con revoluciones o “letreros en las paredes”, lugares en los que suele dejar sus constantes “preocupaciones eróticas” y su machismo. En fin, el mexicano es de “carácter disparejo, esquizo-tímido, discontinuo y pendular”; gastador y gran imitador, “imita lo que cree mejor” y ese, justamente, “es el mecanismo del malinchismo: todo lo extranjero es superior a lo propio” (Boletín Oficial de la Biblioteca Nacional, junio 1959, p. 20).
Esa descripción infantilizada de los mexicanos, que atribuía el malinchismo a su inmadurez persistió hasta por lo menos 1996, como se desprende de un artículo anónimo a propósito de una conferencia sobre la Historia de México. En este, se repetía que el país y los mexicanos eran presas de una dependencia persistente, de una memoria histórica borrada y reducida a un continuo de quejumbrismo, individualismo, vedetismo, todologismo, malinchismo, servilismo, borreguismo, presidencialismo y obscurantismo “que no nos han dejado desarrollarnos” (El Informador, 31 de octubre de 1996, p. 7).
1960, la década olímpica
La década de 1960 es considerada un parteaguas cultural y generacional, con los jóvenes invadiendo la escena pública bajo el salvoconducto de su juventud. Las perspectivas de México como sede olímpica en 1968 y el cosmopolitismo que eso implicaba, le daba a la prensa suficiente material para informar, lo que se reflejó en la disminución del patrullaje doméstico y coyuntural. Ahora, el malinchismo se expresaba en términos ideológicos e idiosincráticos, y con potencial para justificar la aversión hacia los gringos y los españoles, enemigos de cabecera de los mexicanos.
Con todo, algunos periodistas se permitían ser generosos, al punto de extender una casi carta de ciudadanía retroactiva a algunos de los religiosos que vinieron a cristianizar a los indios. Se referían a Pedro de Gante y la carta que le envió a Carlos V, en la que abogaba por medidas en favor de los indios, lo que en consecuencia facilitaría su evangelización. Gante aparecía como un “enemigo generoso del malinchismo”, pues había servido a México defendiendo a sus indios. Había sido “mucho más mexicano que los nacidos aquí”. “¡El primer mexicano de cutis blanca que hablaba mexicatl, el primero en superiores sentimientos, el primero en amar esta tierra maravillosa!” (García, 14 de febrero de 1960, p. 1). Aunque no cesaban las críticas a la RAE y a su “fiel servidora” la Academia Mexicana de la Lengua, que por malinchismo no habían creado un diccionario para los mexicanos. Había que probarles, con dos páginas de ejemplos que, “aunque les doliera”, “en América no hablamos Castellano” (Sartida, septiembre 1960, pp. 8-9).
Seguro por eso, los periodistas de El Porvenir extendieron el malinchismo a todos los latinoamericanos, a través de los disidentes cubanos que buscaban asilo en otros países. Es que la traición de la Malinche era un padecimiento de los mestizos y, por tanto, de los latinoamericanos, cuyo símbolo era el malinchismo. Donde no había mestizos no se “daba” el malinchismo, pues “las razas hispanoamericanas no habían nacido para la lealtad”. Esa era una virtud heredada de los españoles, que se había debilitado por el mestizaje. Y no es que el autor tomara partido en el conflicto de Cuba; se limitaba a señalar ese “infamante vicio de nuestros pueblos”. Tampoco se trataba de que Fidel fuera socialista o comunista, sino de señalar la traición y la deslealtad como “la peor podredumbre” que podía afectar a los pueblos; y ése era el caso de Cuba (Díaz Bolio, 28 de marzo de 1961, p. 6).
Al año siguiente, el mismo autor invocaría nuevamente al malinchismo, pero ahora para criticar a Fidel Castro por haber dejado entrar a los soviéticos a Cuba: “En Méjico se llama malinchismo a la acción de introducir en la casa de uno a un extraño, como lo hizo doña Malinche”, que sirvió de medio a “Don Hernán Cortés” para conquistar la llamada Nueva España. “Salvadas las diferencias”, pero siendo América “nuestra casa”, era eso lo que Cuba estaba haciendo al prestarse a que “una potencia extraña nos someta a su voluntad”, opinión que el escritor Salvador Azuela compartía en otro artículo (Díaz Bolio, 17 de diciembre de 1962). Pero la personalidad del mexicano seguía siendo indescifrable, por lo que se continuaba teorizando sobre ella a partir del malinchismo.
En enero de 1964 el mismo periódico publicó un “comentario” titulado Análisis Espectral del Mexicano, sobre un libro de Eduardo Luquín, que no era un análisis detallado “en el sentido riguroso”, sino “un esquema descriptivo del carácter del mexicano y de los testigos nacionales más perfilados” (Basave Fernández Del Valle, 2 de enero de 1964, p. 6). Primero citaba a los mestizos, en quienes advertía “un desequilibrio o desconcierto que los empuja en direcciones divergentes o contradictorias”. Después el criollo, “a quien un capricho del destino había hecho de México su cuna”, pero cuyo verdadero amor era por España. Por eso, era “arrogante, levantisco, inquieto, amigo de novedades y expoliador implacable del indígena” (Basave Fernández Del Valle, 2 de enero de 1964, p. 6). En su ropa estaba “la vieja maestra”, de donde nacía el malinchismo, como “un ridículo afrancesamiento”.
En otro artículo el malinchismo llegaba a los titulares como “un complejo mexicano”, a propósito del nombramiento del “refugiado español” Orfila Rangel, como director del Fondo de Cultura Económica. Para el autor, era una prueba de que el error del mexicano era creer que “porque un hombre es extranjero está más capacitado para desempeñar una tarea grande que el propio mexicano no podría desempeñar” (Piña, 22 de diciembre de 1965, p. 6). En la capital del país apareció una crónica empapada de las añoranzas patrióticas que suelen aflorar en las fiestas de septiembre. Era sobre la Benemérita Asociación de Charros, última resistencia ante la decadencia del folklore, que apenas sobrevivía por culpa del malinchismo y la invasión de las nuevas costumbres. Entre estas, y como reflejo del discurso patriarcal, citaban la proliferación de mujeres en pantalones ajustados, que invadían las calles, las plazas, los mercados y hasta los templos: “Sí, amable lector, México se internacionaliza [pero] pierde su color autóctono”, pues “el malinchismo es una autentica maldición” (Jueves de Excelsior, 30 de septiembre de 1965, p. 5). Una maldición que, según un lector de Tijuana, siempre caía sobre los habitantes de la frontera por preferir los productos importados. Apoyado en la noticia de que, sólo en 1966, las exportaciones habían alcanzado la suma de 1500 millones de pesos, desmentía ese malinchismo del que siempre se les acusaba y explicaba que su “único pecado había sido querer productos de calidad a precios razonables” (Mañana, 10 de abril de 1966, p. 4).
En 1968, el año de la Olimpiada, las dos únicas alusiones al malinchismo fueron, una para recomendar a los organizadores que tomaran medidas para crear entre las “masas de espectadores” una “conciencia olímpica”, que equilibrara el “Malinchismo” con la “Patriotería”. La idea era evitar conflictos que pudieran acarrear “lamentables consecuencias”, como seguramente se referían a la tristemente célebre masacre de Tlatelolco (Impacto, 14 de octubre de 1968, p. 44). Y la otra, una forma positiva de “Malinchismo Invertido”, como llamaban a la salida del país de “más de doscientos estudiantes de tercer año de ingeniería”, para realizar prácticas en extranjero, de donde sólo regresaron veinte. La mayoría se quedó, seducida por los buenos sueldos, aunque no hubiese completado su formación. Es que, decían, México era uno de los “Tres Grandes” de América, junto con Estados Unidos y Argentina, los únicos que tenían carrera de ingeniería textil, por lo que sugerían al Gobierno y al Instituto Politécnico que, antes de que los extranjeros “absorbieran a nuestros jóvenes expertos”, limitaran el número de los que podrían dejar el país (Fernández Cadena, 20 de junio de 1968, p. 19).
Y se cierra la década con la decadencia del malinchismo. Sólo tres menciones en 1969, una en enero sobre el futbol y la derrota de México ante Italia por “el error” del portero Calderón (Barceló, 2 de enero de 1969, p. 20); otra en marzo, a propósito de la ley de Gobernación que prohibía a las artistas extranjeras presentarse en México en espectáculos de “strip-tease”, anglicismo traducido como “con las pechugas al aire”, y seguido de una larga disertación sobre el “vergonzante complejo de inferioridad” que persistía entre los mexicanos, que no lograban superar esa “humillante actitud del pasado en que todo lo güero apantallaba” (Mendirichaga, 8 de agosto de 1969, p. 2-B). La mejor prueba era la exitosa organización de los Juegos Olímpicos, los diez kilómetros del recién inaugurado metro capitalino, la desnuclearización de Hispanoamérica por el Tratado de Tlatelolco y… ¡las canciones de Manzanero!, con las que México había “inundado al mundo” (Mendirichaga, 8 de agosto de 1969, p. 2-B)
La última nota fue en agosto, una suerte de “antídoto” en forma de manual, que Rodrigo Mendirichaga proponía para neutralizar la acusación de malinchista que seguía sufriendo la gente del norte. Y ejemplificaba lo que el malinchismo NO era: “cuando un ciudadano mexicano admira las virtudes de otros países”, cuando “reconoce los aciertos de sus vecinos”, o cuando “viajando desde el interior de su patria hacia el norte aprecia el cambio entre las carreteras de ambos países”, aprovechando para dirigir una ácida crítica a las carreteras nacionales, que no pasaban de “tortuosos caminos llenos de agujeros” (Mendirichaga, 8 de agosto de 1969, p. 2-B).
Conclusiones
El sustantivo malinchismo y su adjetivo malinchista cumplieron su cometido, principalmente en los años 50, periodo del llamado “milagro mexicano” y de un nacionalismo intenso, racista, clasista y machista, que estableció los criterios de evaluación de los buenos y los malos mexicanos, además de consolidar el modelo discursivo sobre la Conquista de México, con el consecuente odio a la Malinche. Solo así se entendería la virulencia con la que, en algunos de los periódicos consultados se expresaban sobre los y las connacionales en función de definir el malinchismo. En las décadas siguientes este se fue volviendo innecesario, o indiferente, por lo que su vigencia disminuyó, pero sin desaparecer. No porque el nacionalismo fuera innecesario o la ciudadanía perfecta, sino porque cambiaron los criterios y la necesidad de (des)calificar a los y las mexicanas. Quedaría por saber qué sucedió con ambos a partir de 1970, tarea para la cual este espacio es insuficiente. Probablemente la problemática ahora sería ¿Cuántos y qué connacionales son nacionalistas y conocen el malinchismo? Un buen comienzo para saber cómo y cuánto los y las mexicanas hemos cambiado.
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Notas
1 Usamos “patrullaje” en el sentido policiaco, como una constante vigilancia política e ideológica.
2 Se refería a José Luis Borbolla y Horacio Casarín personajes prominentes del futbol nacional, que jugaron en equipos extranjeros.
3 Se referían a los “cetemistas”, miembros de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (CATEM).