La invención mutua de juventud y TV en el Jalisco rural (1950-1980)
The mutual invention of youth and TV in rural Jalisco (1950-1980)
Rubén Cruz Díaz Ramírez
Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa
rubdiaz636@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-4424-0001
Fecha de recepción: 28 de marzo de 2023
Fecha de aprobación: 4 de julio de 2023
RESUMEN: El objetivo de este artículo es analizar cómo se moldearon mutuamente juventud, memoria y espacios mediático-tecnológicos en el Jalisco rural. El texto responde cómo recuerdan los poncitlenses su transición de juventud a adultez, como inseparable de los espacios generados por las televisiones que arribaron a Poncitlán, Jalisco, México, a partir de la década de 1950. Los informes para este análisis provienen de un trabajo de campo antropológico de un año, realizado en estancias de dos meses entre 2017 y 2019, en localidades del municipio de Poncitlán. Los testimonios se obtuvieron de entrevistas informales con “jóvenes de antes”, un término local que designa a personas que fueron jóvenes en algún momento entre 1950 y 1980. Mediante sus voces, se reconstruyó el proceso de domesticación de la televisión en una época que los poncitlenses llaman los años del progreso y la modernización, la cual coincide con el llamado milagro mexicano. Se encontró que las televisiones fueron vistas como pantallas públicas, a modo de cinemas, que generaron espacios colectivos para la sociabilidad de los poncitlenses sin posibilidades económicas para comprar televisores privados. Conforme mejoró su situación económica, los “jóvenes de antes” adquirieron televisores para uso personal y con ello finalizaron el modo de sociabilidad televisiva pública que anhelaban replicar. Esta paradoja de la modernización es central para la reconstrucción de memoria, juventud y tecnología para esta generación de poncitlenses.
Palabras clave: Juventud y medios, Memoria, Espacios públicos, Televisión pública, Sociabilidad
ABSTRACT: This article aims to analyze how youth, memory, and media-technological spaces mutually shaped each other in rural Jalisco. The text responds to how the people of Poncitlán remember their transition from youth to adulthood as inseparable from the spaces generated by the televisions that arrived in Poncitlán, Jalisco, Mexico, starting in the 1950s. The reports for this analysis come from a work by a one-year anthropological field, carried out in two-month stays between 2017 and 2019 in towns in the municipality of Poncitlán. The testimonies were obtained from informal interviews with “jóvenes de antes”, a local term that designates people who were young at some point between 1950 and 1980. Through their voices, the process of domestication of television was reconstructed in a time that Poncitlenses call the years of progress and modernization, which coincides with the so-called Mexican miracle. It was found that televisions were seen as public screens, like cinemas, that generated collective spaces for the sociability of Poncitlenses without economic possibilities to buy private televisions. As their economic situation improved, the “jóvenes de antes” acquired televisions for personal use, thereby ending the mode of public television sociability that they longed to replicate. This paradox of modernization is central to the reconstruction of memory, youth, and technology for this generation of Poncitlenses.
Keywords: Youth and media, Memory, Public spaces, Public television, Sociability
Introducción
Un “joven de antes”, quien vivió la transición de juventud a madurez en el periodo 1950-1980 en Poncitlán, México, me describió cómo recuerda la eclosión de las televisiones: “Nosotros íbamos al cerro donde teníamos las vacas. De regreso decíamos, mira, por ahí se ve una antena. Unos días después, mira, ya se ven dos antenas. Pasado más tiempo, mira, ya son cuatro antenas en las casas, ya después ni contamos” (Salvador,1 comunicación personal, 23 de marzo de 2019).
Poncitlán es un municipio de la región Ciénega de Jalisco, localizado al sureste de la ciudad de Guadalajara (a 40 km de distancia). Sus localidades se encuentran en el valle del río Santiago y la ribera norte del Lago de Chapala. En 1950, Poncitlán era una pequeña localidad habitada por familias de comerciantes, rancheros y agricultores. En la segunda mitad del siglo XX los demás poblados del municipio se consideraban rancherías pobres, cuyos habitantes se dedicaban a la agricultura y ganadería. La migración a los Estados Unidos era común desde la década de 1930 y se intensificó a partir del programa Bracero (1942-1964). Fuera de la cabecera municipal, las poblaciones recibieron electrificación y otros servicios públicos hasta mediados de las décadas de 1960 y 1970. En este contexto aparecieron las primeras televisiones.
Hice trabajo de campo antropológico en el verano de 2015 en San Miguel Zapotitlán, localidad del municipio de Poncitlán.2 Después, en la cabecera realicé seis estancias de trabajo de campo, cada una con una duración de dos meses, abarcando el periodo 2017-2019. En total, he acumulado catorce meses de trabajo en la región hasta marzo de 2019. He realizado ochenta entrevistas formales e informales a una diversidad de actores. En 35 de ellas, los poncitlenses me hablaron de la televisión. La calidad y la duración de las entrevistas es variable (entre charlas de quince minutos, hasta pláticas de un par de horas), cubriendo diversos tópicos.
La mayoría de mis interlocutores recapitularon las dificultades de la vida campesina; pero como contrapunto expresaban sus memorias sobre los primeros televisores, que fueron acondicionados como pantallas colectivas y públicas a modo de cinemas. La accesibilidad de esos telerreceptores generó espacios mediático-tecnológicos donde se reunían decenas de poncitlenses, jóvenes en su mayoría. La televisión fue considerada un espectáculo novedoso que se incorporó a los entretenimientos callejeros, colectivos, religiosos y seculares ya existentes. Esta práctica de sociabilidad televisiva callejera contrastaba con la idea normativa que presuponía que debían ser aparatos para uso familiar dentro de los hogares de las clases urbanas privilegiadas, como han reportado otros investigadores (Repoll, 2010, p. 84). En Colombia, el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla en 1954 impulsó la presencia de TV en lugares abiertos al público (Ramírez Bonilla, 2020, p. 144). Como atestiguan los múltiples casos que recopilaron Rosa María González Victoria y Rosa María Valles Ruiz (2015), era usual para las personas compartir sus televisores, al menos entre los sectores menos favorecidos (Padilla de la Torre, 2007, p. 115).
En calidad de objetos, las televisiones fueron posesiones privadas que pertenecían a ricos comerciantes o migrantes de las localidades de Poncitlán, quienes permitían el acceso limitado a cualquier persona interesada. Para evadir las discusiones sobre la definición de público y privado, algunos autores prefieren valerse de el término “espacios no domésticos” (McCarthy, 2001, p. 3) para expresar esa cualidad de las pantallas de televisión para crear espacios que no se encuentran en las viviendas, sino en el exterior. Por eso, cuando me refiero a televisiones colectivas, públicas y callejeras estoy indicando este tipo de fenómenos no domésticos.3
A partir de lo anterior, este artículo describe cómo fue el proceso de “domesticación” de la televisión (Morley, 2010), el cual es indisoluble de cómo recuerdan los poncitlenses su juventud y madurez en una época considerada de progreso. Domesticación se refiere al análisis de cómo las televisiones pasaron de “su posición inicial como un extraño singular” hasta su “gradual multiplicación y penetración en los más íntimos espacios” de los hogares (Morley, 2010, p. 7).4 Pero, a diferencia de lo planteado por David Morley, la TV no inició como un “extraño singular” dentro de las casas de Poncitlán. Fue hasta las décadas de 1980 y 1990 cuando las populares teles se convirtieron en electrodomésticos indispensables para el hogar, según el ideal normativo pregonado por las publicidades de la época. Conforme la situación económica mejoró en Poncitlán los “jóvenes de antes” pudieron comprar sus propios telerreceptores. Esto resultó paradójico, ya que, al contar con tecnologías mediáticas para uso doméstico, acabaron con el modo colectivo y público de ver la televisión que anhelaban replicar. Como expresó uno de los entrevistados de Laura Camila Ramírez Bonilla en la Ciudad de México, “[…] cuando finalmente el televisor llegó a la casa de su familia, su experiencia como televidente cambió” (Ramírez Bonilla, 2016, p. 236).
La juventud y los jóvenes es un tema que había estado “olvidado” por la historiografía mexicana hasta hace unos años (Pérez Islas, 2004, p. 17). En este caso, indagar sobre los usos de la televisión es un pretexto para registrar cuáles son los significados de la juventud en este contexto específico (Reguillo, 2007, p. 40). Y también a la inversa, su estudio da cuenta del proceso de domesticación de la TV en una localidad mexicana rural. De tal manera que juventud y televisión se “inventaron” mutuamente en Poncitlán en la primera mitad del siglo XX (Urteaga Castro-Pozo, 2004, p. 39). A lo largo de los años, la definición de ambos términos se transformó a través de la práctica.
“Jóvenes de antes” es una frase que escuché decir a varios de mis entrevistados durante el trabajo de campo en Poncitlán. La usan para dar a entender que, mediante el recuerdo, comienzan a reconstruir su etapa de juventud, pero narrada desde su voz de adultos. Siendo una categoría local, incluye sin demasiada distinción tanto a niños mayores como adolescentes. Estos “jóvenes de antes” pertenecen a dos generaciones: los nacidos entre 1930 y 1940 y entre 1950 y 1970.
Lo que se entendía por juventud se transformó debido a las circunstancias económicas regionales, nacionales e internacionales. En la década de 1950, la mayoría de las personas de Poncitlán se dedicaba a la agricultura y a la ganadería. Cada miembro de los grupos domésticos debía contribuir con trabajo. Conforme los jefes de familia cambiaron su actividad agrícola por empleos en las fábricas de las afueras de Guadalajara, los menores se vieron liberados de las labores en el campo. En la cabecera municipal, donde residían la mayoría de los comerciantes, esta liberación del tiempo de los menores fue más acentuada. De tal manera que en esos años el concepto de juventud comenzó a asociarse con el tiempo libre
Como sucedía en otros lugares de México, y del mundo, en la década de 1950 los niños y jóvenes vagaban por las calles, jugaban, realizaban excursiones a las orillas del río Santiago y más tarde se volverían asiduos a ver las televisiones callejeras. La calle no se consideró un lugar “antagonista” de la niñez y juventud (Reguillo, 2007, p. 32) sino hasta la década de 1980, cuando también la televisión pasó del espacio público al doméstico. Fue entonces cuando los antiguos jóvenes, ahora padres, decidieron que sus hijos pertenecían al ámbito doméstico.
Algo que aparece una y otra vez en las investigaciones, pero que sigue sin enfatizarse lo suficiente (Padilla de la Torre, 2007, p. 115), es que los “jóvenes de antes” fueron los principales responsables de que la TV reinara en Poncitlán. En los fragmentos de entrevista que presento se les observa pagar por ver televisión, buscar las pantallas, disciplinarse entre ellos, ajustarse a los horarios de la programación, provocar a sus padres para adquirir televisores y diferenciarse entre ellos a partir del contenido que consumían.
La relación entre juventud y consumo mediático parece tener sus orígenes en la primera mitad del siglo XX (Reguillo, 2007, p. 23). “[…] Donde los jóvenes se vuelven visibles como actores sociales” (Urteaga Castro-Pozo, 2004, p. 36), en estos espacios de consumo mediático asociados a lo moderno y al progreso. La aparición de televisores fue considerada un índice del arribo del “progreso” en una época en que la cooperación entre la Iglesia, el poder político y el económico permitieron alcanzar hitos de gran trascendencia para esta pequeña localidad de Jalisco. Por ejemplo, la Coronación Pontificia de la Virgen del Rosario como Reina de Poncitlán en 1950 y la construcción de un pozo de agua se consideraron “eventos cumbres” (Vargas, 1950, p. 24) de la espiritualidad y el mejoramiento material. Y en medio de este ambiente progresista, las estrellas cinematográficas y las cantantes de música ranchera fueron actores clave para la organización de la sociedad civil.
Lo relevante aquí es cómo la juventud y las distintas tecnologías aparecen anudadas en la memoria de los poncitlenses. La memoria es un acto social de recordar donde se reelaboran la adultez, la juventud y la televisión de manera conjunta. Los sujetos se hacen a sí mismos “al hacer” memoria (Abercrombie, 2006, p. 61). El modo de ser joven en Poncitlán, a partir de 1950, es inseparable de las formas de entretenimiento público de entonces, de entre las que destacan las televisiones colectivas.
En México hay una larga tradición de estudios sobre la televisión (Sánchez Ruiz, 1992), pero todavía para algunos sociólogos (Letak, 2022) e historiadores5 existen aspectos desconocidos sobre el fenómeno que son dignos de investigarse.6 Se desconocen todavía las situaciones particulares de introducción del televisor en las distintas regiones de México y, aunque se hayan realizado grandes avances teóricos y empíricos (García Canclini, 1994; Barbero y Rey, 1999; Serrano, 1981; Orozco Gómez, 2007), sin un amplio conocimiento de las situaciones particulares de ver la TV, es todavía inviable llegar a generalizaciones sobre su historia. En este caso, estudié las memorias de la televisión porque mis interlocutores de Poncitlán insistieron en la relevancia de los primeros aparatos como indicios del progreso material, de la comunalidad (ahora perdida) y de su juventud. Por lo tanto, este artículo servirá para dar a los poncitlenses un breve repaso a su historia reciente.
Por tanto, describir el proceso de domesticación implica el conocimiento sobre la invención recíproca de juventud y los espacios mediático-tecnológicos generados por las televisiones y la memoria. Respondo a la pregunta de cómo recuerdan los poncitlenses su transición de juventud a adultez, como inseparable de los espacios generados por las televisiones a partir de 1950, y cómo rememoran el retiro de las televisiones colectivas (la domesticación) en las décadas de 1980 y 1990. Propongo que, al reconstruir la memoria poncitlense, es posible dar luces sobre porqué la televisión transitó de ser una novedad hasta convertirse en un artefacto ubicuo e indispensable para miles de mexicanos, tanto en el campo como en la ciudad, entre las clases altas, medias y bajas, y no solo entre los hogares clasemedieros urbanos.7 La omnipresencia del televisor es un hecho condicionante de “los modos de vida de las sociedades contemporáneas” (Ramírez Bonilla, 2020, p. 157).
Así pues, primero mostraré cuál fue el ideal normativo de ver la TV en la publicidad de la época, centrado en la construcción del hogar como sitio adecuado para el ocio de la naciente sociedad de consumo. Enseguida indicaré cómo fue la organización religiosa y secular del ocio, aspecto clave para comprender la reinterpretación de los primeros televisores en Poncitlán. Después presentaré cómo se anudan en los relatos de los poncitlenses los recuerdos de juventud y las primeras televisiones colectivas y públicas. Por último, explicaré de manera somera porqué estos aparatos se domesticaron hasta cumplir de manera parcial del ideal normativo de ver la televisión.
El ideal normativo de ver televisión
La idea normativa de ver la televisión suponía su proliferación para ser usada dentro de los hogares de las clases medias y altas urbanas. Guillermo Orozco afirmó que “[…] la familia es el grupo natural para ver la TV. En este sentido constituye un primer ‘escenario’ de apropiación del contenido televisivo” (Orozco Gómez, 1996, p. 41). Pero la apropiación de las tecnologías en el seno familiar nada tiene de natural, ya que se trata de un proceso histórico sociocultural. Ramírez Bonilla (2016, p. 2015) observa en sus materiales históricos los usos colectivos de los incipientes televisores de la Ciudad de México; sin embargo, si se leen con cuidado sus artículos al respecto, la autora caracteriza al telerreceptor como un fenómeno del hogar de las clases socioeconómicas altas y medias de las ciudades (Ramírez Bonilla, 2015, p. 292). Las propuestas de Roger Silverstone (2010), de David Morley (2000, 2010) y Eric Hirsch (1996), en las cuales me baso de manera parcial, presentan un modelo teórico refinado para el estudio etnográfico de la TV, pero de nueva cuenta se centran sólo en el análisis del hogar (Spigel, 1992, p. 17).
Lynn Spigel argumenta que alrededor del año 1890 la concepción del hogar cambió en Estados Unidos: “Mientras que los antiguos Victorianos creían que el hogar era un lugar de rejuvenecimiento moral y espiritual [contrario a la calle], los Victorianos más tardíos o Progresistas sentían que el hogar debía incorporar placeres seculares y comodidades físicas” (Spigel, 1992, p. 23). Si antes las calles eran los espacios propicios para el ocio, en esos años la intimidad de los hogares se concibió como una opción alejada de los supuestos peligros callejeros. En esa temporalidad coincide Morley, para quien el “ideal cultural” de la domesticidad emerge en el periodo 1880-1940, entrando en su edad dorada entre 1940 y 1970 (Morley, 2000, p. 87).
El lugar prescriptivo de la televisión dentro de los hogares es una continuidad de esas tendencias históricas. A lo anterior también se suman las formas particulares de construir los espacios privados y públicos durante la posguerra en Estados Unidos de Norteamérica. A mitad del siglo XX, en ese país, el ideal para la clase media consistió en adquirir una casa en los suburbios con un interior configurado alrededor de un telerreceptor. Esta imagen fue promovida por el Estado y los medios de comunicación. “En el contexto de (…) la posguerra, la televisión fue famosamente descrita como ‘el brillante centro del hogar’ por el jefe de la cadena NBC Pat Weaver en 1954” (Morley, 2000, p. 88). En ese contexto tampoco coinciden el ideal y la práctica de manera perfecta. La investigación de Spigel (1992, p. 41) da ejemplos de la oposición de algunos actores a los televisores, así como en México ciertos grupos ligados a la Iglesia católica, censuraron contenidos en la década de 1950 (Ramírez Bonilla, 2016, p. 240).
No es difícil notar la coincidencia del auge de los hogares tecnológicos estadunidenses entre 1940 y 1970 con el llamado Milagro mexicano en esas mismas fechas. La publicidad en México replicó la imagen ideal del hogar tecnológico estadunidense para promover sus productos. En Guadalajara, comercios de alta alcurnia como Sears y más modestos como Mayco promocionaban los electrodomésticos con detalladas descripciones mediante anuncios publicados en El Informador, diario con proyección regional leído en Poncitlán.
En la Figura 1 se observa un telerreceptor acondicionado como mueble en una sala “típica” urbana. Según los valores del momento, tanto en Estados Unidos como en México, a la mujer le correspondía reinar en el espacio doméstico. La leyenda de la ilustración en la dice: “Lleve a pasear a mamá todas las noches sin salir de casa” [ver Figura 1]. La madre constituyó la figura prototípica más desarrollada de esta configuración de imaginarios montado en estereotipos de género. Así como también afirma Ramírez Bonilla para el caso mexicano, “la televisión [fue] la nueva plataforma de reafirmación de modelos y valores familiares, muchos de ellos tradicionales” (Ramírez Bonilla, 2015, p. 333).
Figura 1. Extracto de publicidad de televisor Majestic
Además de representar el ideal hogareño, en México la TV fue asociada al “imaginario tecno social”8 (Jasanoff, 2015) del “progreso” y la “modernización”, incluso “desde antes de su instalación (…) desde la segunda mitad de los años cuarenta” (Ramírez Bonilla, 2015, p. 300). Y si bien los anuncios fantaseaban con el imaginario del momento -un país moderno, con acceso a las tecnologías, y a la vez tradicional, centrado en los valores familiares-, para la vasta mayoría de poncitlenses era impensable acceder a las tecnologías, aunque estuvieran en oferta.
El salario de un jornalero era de veinticinco pesos semanales en la década de 1950. Según un informe del Instituto de Geografía y Estadística de la Universidad de Guadalajara [IGE] (1978), para “1970 el 56.17% de la población económicamente activa” -unas 3,170 personas de un total de 5,644 del municipio- “ganaba menos de 500 pesos mensuales”, una cantidad por debajo del salario mínimo en la ciudad y el campo, que era de 795 y 742.50 pesos al mes respectivamente. “Más de la mitad de los trabajadores no obtenían el mínimo para su subsistencia”, mucho menos para un televisor (IGE, 1978, p. 26). Un informante calcula que el precio de un telerreceptor barato era de 250 pesos, de fayuca, es decir, pasado de manera ilegal por la frontera con Estados Unidos (José, comunicación personal, 9 de septiembre de 2018). Y, aun así, la gran mayoría de los “jóvenes de antes” rememora televisiones como parte fundamental de su memoria.
Una vez repasado de manera breve el ideal del hogar tecnológico norteamericano y su réplica en la publicidad de las primeras televisiones en México, resta argumentar que dicho ideal no reflejaba el estado de la gran mayoría de los hogares mexicanos, ni tampoco acertaba en describir cómo fueron los primeros años de las prácticas públicas y colectivas de mirar la tele en las ciudades y el campo. Si bien esto es verdad, tampoco se deberían desdeñar los alcances de este imaginario, que se encontraba en la publicidad, el cine y otros medios de comunicación. Este ideal se replicaría hasta la década de 1980 en Poncitlán, cuando por fin se llegaría a imitar, en cierta medida, el uso prescriptivo de la televisión como centro del hogar.
La organización religiosa y secular del ocio
Explicar la amplia aceptación de la televisión y su transformación en pantalla colectiva en Poncitlán implica desarrollar algunos aspectos sobre el espacio público, el ocio y el entretenimiento. El filósofo e historiador Ángel Miquel (2005) ha notado, sin profundizar en el tema, la necesidad de colocar lado a lado los divertimentos populares católicos, los espectáculos callejeros y las incipientes proyecciones cinematográficas asociadas a la “modernidad” en las ciudades y el campo (Miquel, 2005, p. 19). Los modos de ejercer la ciudadanía poncitlense fueron configurados a través de un progresismo católico que mezclaba el púlpito con las novedades del mundo “moderno”, como el cinema y la radio.
En las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX, los poncitlenses experimentaron mejoras materiales y espirituales que interpretaron como el arribo del “progreso”, una palabra indispensable para el discurso modernizador del llamado Milagro mexicano. En su niñez o juventud mis interlocutores recuerdan al cura Fernando Vargas Villalobos (1891-1979), considerado un héroe del progreso porque organizó a la feligresía para instalar el alumbrado público, el sistema de drenaje y agua potable, además de promover una serie de sucesos desencadenantes de la Coronación Pontificia de la Virgen del Rosario en 1950.
Para realizar la Coronación se fundaron comités de vecinos que organizaban loterías y pedían cooperación a los feligreses del municipio. Una de las estrategias más impresionantes para lograr el objetivo comentado fue la movilización de las estrellas de cine y de la música regional ranchera mexicana de los años cincuenta. Fueron invitadas artistas reconocidas para dar funciones musicales con el objetivo de generar dinero para la Coronación. Mis amigos e informantes me comentaron con orgullo que el dueto de las Hermanas Águila9 -María Esperanza y María Paz Águila Villalobos-, así como la actriz Matilde Sánchez, apodada La Torcacita, se apoderaron de los corazones poncitlenses con sus espectáculos en el Cine Diana de la cabecera municipal (El Informativo, 28 de mayo de 2017).
Se supone que Las Hermanas Águila eran parientes del cura Fernando Vargas Villalobos. No se sabe el monto exacto aportado por estas intérpretes de música ranchera, ni cuánto se les pagó, lo único seguro es que parte del dinero de sus funciones contribuyó para los gastos de la Coronación. Impresionó sobremanera a los poncitlenses el presenciar como las actrices de renombre de la época acudían a un rancho de Jalisco, donde apenas unos años atrás ni siquiera existía un sistema de agua potable.
El cine sufrió censuras por parte de grupos católicos en otras latitudes de México (Ramírez Bonilla, 2016, p. 240; De los Reyes, 2013, p. 103), pero en Poncitlán fue utilizado como medio del “progreso” espiritual, e incluso se le consideró indicador del progreso material. Por eso, las novedades similares al cinema basadas en pantallas, como la TV, ya contaban con una aceptación que provenía tanto de la autoridad eclesiástica, como de su utilidad como instrumento de construcción de la sociedad civil.
Además de esa liga entre tecnología, catolicismo y sociedad civil, la televisión se insertó entre otros entretenimientos religiosos: carnavales, La Quema de Judas y las pastorelas. Asimismo, floreció en medio de entretenimientos seculares como jaripeos (rodeos) y la música y el baile en vivo de las fiestas patronales. Por razones diversas, varias fiestas populares desaparecieron entre 1970 y 1980, lo cual coincide con la expansión de la televisión como reina del entrenamiento. A finales de 1970, el cura de San Miguel Zapotitlán prohibió La Quema de Judas. Las pastorelas dejaron de celebrarse hacia 1980. Nadie sabe la razón exacta, pero me comentaron que fue debido a que los intérpretes de los roles esenciales de las pastorelas envejecieron o se encontraban en los Estados Unidos, pero también a causa de la emergencia de otras maneras de pasar el ocio, como la televisión.
Los entretenimientos seculares también cuentan con una larga data y son la clave para comprender como fue practicada la televisión. Por temporadas llegaban a Poncitlán cines ambulantes de gitanos. En la región se utiliza la palabra húngaro para designar a grupos itinerantes que oficiaban espectáculos circenses, musicales y/o cinemas; ya fueran gitanos o cualquier otro grupo o etnia (Hargrove, 2013, p. 92). Además de los itinerantes, los cines instituidos dotaban de regularidad al tiempo de ocio cinematográfico semanal y ampliaban los pasatiempos más allá del calendario religioso.
En Poncitlán, en la década de 1930, se encontraba el Teatro Cine Obrero propiedad del comerciante José Castellanos. En esos años una orquesta musicalizaba las películas del cine mudo. El proyector lo operaba el mítico técnico Juan N. Durán, quien propagandeaba las funciones con volantes de este tipo: “Cero y van dos, dos formidables estrenos con el incansable empresario Juan N. Durán saluda a su público. Ahora presenta nada menos que la Dama del Cine Nacional Medea de Novara en La Paloma. Hoy miércoles 7 de septiembre de 1938. Dos regias funciones. Tarde a las 5:30. Noche a las 9 en punto” (Franco Acosta, 2018, p. 272).
Además de las funciones de los miércoles y sábados, había una matiné los domingos por la mañana (Franco Acosta, 2018, p. 271). El precio de entrada era de cincuenta centavos en la luneta y veinticinco centavos en las gradas. Los poncitlenses de escasos recursos solían pagar la entrada con un puñado de huevos de gallina. En fechas similares, en Guadalajara, el “Cine Regio (la catedral del sonido)” presumía una mayor variedad de funciones y precios en un horario entre las cuatro y las veintitrés horas. En la ciudad cobraban setenta y cinco centavos la luneta y veinticinco centavos el balcón (El Informador, 15 de marzo de 1937). En octubre de 1939, José Castellanos fue asesinado y, en consecuencia, el Teatro Cine Obrero decayó como esfera de la sociabilidad poncitlense (El Informador, 24 de octubre de 1939, p.1).
El empresario Ramón Jiménez inició la construcción del edificio del Cine Diana en 1937, en 1941 ya estaba en operaciones. El jueves 4 de junio de 1942 el Informador publicó la noticia del secuestro de Jiménez. Según Franco Acosta, “cuentan que multitud de personas, de todas las edades y condición social, se veían en el Templo, pidiendo a la Virgen del Rosario un milagro, porque sólo un milagro podía salvar de la muerte al Sr. Jiménez” (Franco Acosta, 2002, pp. 140-141). Y así fue: el sábado 6 de junio de 1942 se publicó la liberación del dueño del cine Regio gracias a la intervención oportuna del ejército (El Informador, 6 de junio de 1942, pp. 1-2). Poco tiempo después los Jiménez Ochoa abandonaron Poncitlán, posiblemente cambiaron su residencia a Guadalajara o la Ciudad de México.
En febrero de 1969, el Diana fue reinaugurado bajo el nombre de Teatro Cine Diana (Franco Acosta, 2018, p. 278). El inmueble albergaba representaciones teatrales y “la nueva administración había programado distintas funciones de entretenimiento en los días que no había exhibición de películas”, por ejemplo, lucha libre los martes y los viernes “concurso de aficionados al canto” (Franco Acosta, 2018, p. 181).
En este ambiente, las refresqueras (Pepsi y Coca Cola) emularon el cine de gitanos a modo de estrategia publicitaria, pero gratuito. “Venían en unas camionetas muy bien equipadas con altavoces, mantas, lonas, una planta de luz y un proyector de películas”, se acomodaban en una vieja pared de adobe y los asistentes acarreaban sus sillas para luego sentarse a mirar las novedades cinematográficas (Franco Acosta, 2018, pp. 280-281).
Los asistentes de los cines, después de las funciones, se dirigían a la plaza de armas para asistir a la serenata nocturna dominical, que terminaba entre las veintidós y veintitrés horas. En la serenata, los hombres andaban en grupos de amigos, circulaban en una dirección, mientras que las mujeres transitaban en el sentido contrario. Los chicos compraban serpentinas, confeti y flores, las cuales cargaban envueltas en hojas de vástago. Si a un muchacho le gustaba una chica, en la primera vuelta se acercaba y le arrojaba confeti o serpentinas. En otra vuelta le regalaba una flor. Si la mujer aceptaba la flor podía ser el inicio de una posible relación.
Antes del arribo de las pantallas televisivas los cinemas ocupaban el núcleo del ocio secular poncitlense y se entrelazaban en una genealogía de divertimentos públicos de larga data. Para los “jóvenes de antes”, los cines constituyeron esferas de sociabilidad paralelas a las religiosas y a las seculares. Allí dentro de los cines, los muchachos se arrojaban cosas entre ellos y cortejaban a las jovencitas, los hombres gritaban en las escenas álgidas y se cuenta de algún embravecido “ranchero de antes” quien descargó unos balazos en la pantalla improvisada de un ambulante para matar al personaje villano.
Estas descripciones dan una idea de la atmósfera general de la organización del ocio y las opciones de entretenimiento en Poncitlán en la que se insertó la televisión, la cual recuperaría la sociabilidad, el espacio para el cortejo y el sentido de comunidad que se alcanzaba en estos entretenimientos callejeros. La organización del tiempo de ocio, la disposición de espacios, los actores y sus conductas, la cultura y los valores locales son el código con el que será interpretada la televisión en las décadas venideras.
Cómo se recuerda-inventa la televisión colectiva y la juventud
La percepción del incremento de la comunidad en los entretenimientos religiosos y seculares y las nuevas televisiones son recordados por los jóvenes de antes como parte de una misma época de progreso. Esos sucesos exteriores se volvieron parte de su interioridad a través de la memoria.
Los poncitlenses evocan los primeros televisores de finales de la década de 1950 traídos por ricos comerciantes de la cabecera y migrantes que regresaban de Estados Unidos. Situación que era distinta a la de Aguascalientes donde las familias ricas no solían compartir el acceso televisivo (Padilla de la Torre, 2007, p. 115). Don Francisco -nacido en 1946- me aseguró que su padre, propietario de baños públicos y billares, consiguió un telerreceptor en 1955 (Francisco, comunicación personal, 11 de abril de 2019). Si bien es cierto que la electrificación de la cabecera municipal ya había iniciado, en la mayoría de las localidades del municipio no se contaba con suministro de energía eléctrica. Sin embargo, la falta de luz eléctrica no condicionó la presencia de tecnologías electrónicas, los generadores de gasolina eran comunes tanto para el alumbrado como para otras actividades económicas.
En Poncitlán, los comerciantes acaudalados dispusieron los primeros televisores para disfrute colectivo en los primeros años de 1960. Se invoca con asiduidad al comerciante Javier Becerra, cuyo negocio se hallaba en una zona neurálgica para el comercio a un costado de la entonces carretera federal Ocotlán-Guadalajara, enfrente del Mercado Municipal y a unos metros del Santuario de la Virgen del Rosario y la Plaza de Armas Miguel Hidalgo. Don Salvador -nacido alrededor de 1940- me platicó lo siguiente: “La gente decía, ¿cómo funciona esa cosa? Y Javier Becerra les explicaba que con una antena” mientras los curiosos se agolpaban alrededor del aparato para conocerlo (Salvador, comunicación personal, 23 de marzo de 2019).
Por la tarde, Javier Becerra consentía al pópulo dejándole ver los programas televisivos desde las dieciséis y hasta las diecinueve horas, un horario similar al reportado por Ramírez Bonilla para los “niños televidentes” de Ciudad de México entre 1950 y 1960 (2016, p. 235). Este horario beneficiaba a los jóvenes y niños de la época, quienes fueron capturados por la caja mágica, memoria perdurable que desencadenaría su anhelo de comprar en un futuro sus propios dispositivos. A un amigo informante le impactó el modo en que la TV acercaba a las personas: “Se juntaban hasta unas cien personas. Todos amontonados ahí para mirar una televisión chiquita. Tardaban en encender como medio minuto y para apagarse también tardaban. Se miraba una raya blanca al final” (José de Jesús, comunicación personal, 11 de abril de 2019). El tamaño de los telerreceptores es una característica que se recuerda con frecuencia, por ser los pequeños los más baratos (González Victoria y Valles Ruiz, 2015, p. 117). En otra ocasión me comentó emocionado: “Ya había gente sentada, viejitos, adultos y niños. Nos arrimábamos y nos sentábamos en el suelo o nos recargábamos en los hombros de alguien. En ese tiempo todos nos conocíamos. Nadie decía nada si te acercabas” (José de Jesús, comunicación personal, 24 de mayo de 2018).
Como se aprecia en el comentario anterior, más allá del contenido del programa transmitido por la TV, estas descripciones abundan en la capacidad del aparato para congregar personas e insisten en la calidad de las relaciones cuando “todos se conocían”. Esa era la “juventud de antes”, como suelen decir mis interlocutores: más inocente y feliz, reunidos alrededor de las pantallas como pretextos para incitar la comunalidad juvenil. Esta forma de sociabilidad ya no existe y por eso su remembranza es tan potente. Se contrasta con la situación actual cuando los jóvenes suelen ser maleducados, sin valores y ensimismados. Por el contrario, el cronista poncitlense Pedro Maldonado vivenció su niñez de la siguiente manera:
Yo me acuerdo cuando estaba chavillo, mi papá compró la televisión y me acuerdo de que allí en el barrio toda la chiquinada [chiquillada] supieron que teníamos televisión. Y me acuerdo de que toda la chiquinada nos íbamos a ver al Chavo del 8, nos sentábamos toda la bola, yo creo que, como unos diez o veinte fulanos, y ‘cállate, aplácate’, y todos viendo la televisión. Te estoy hablando de los setenta, entonces Poncitlán tuvo un crecimiento grande (Pedro, comunicación personal, 23 de junio de 2017).
En el relato del cronista Maldonado, además de la memoria emotiva de su infancia, el hecho de contar con un televisor es interpretado como parte del contexto general del “crecimiento grande” de Poncitlán. Las tecnologías fueron reinterpretadas como índices de la materialización de una idea que en esos años flotaba en el aire del discurso público: el progreso que llegaba a los ranchos otrora pobres. Por eso, para Maldonado, infancia, sociabilidad, tele y progreso son inseparables del mejoramiento atestiguado en su niñez.
Existen ejemplos de pantallas televisivas dentro de los hogares que se volvieron públicas. Por ejemplo, las hermanas Labra en Poncitlán, reconocidas comerciantes, permitían el acceso a los mirones, quienes por las tardes se apoltronaban en su sala acondicionada como espacio de entretenimiento televisivo colectivo. Un comerciante lo narra de la siguiente manera: “Los niños eran más obedientes y nos quedábamos quitecitos, ahí dentro no hacíamos travesuras. Mirábamos las caricaturas de Disney” (José de Jesús, comunicación Personal, 11 de abril de 2019). Como se lee, el encontrarse dentro de una casa hacía que la experiencia de ver la TV adquiriera otro carácter para estos niños de antes, porque debían permanecer “quietecitos” a diferencia de la remolina que armaban en otras locaciones como lo describe el cronista Maldonado. Esos jóvenes debían adoctrinarse a esa postura estática y silente de ver la tele.
En San Miguel Zapotitlán, don Macario Campos acondicionó un espacio donde acudieron jóvenes y adultos para mirar la transmisión de la lucha libre en 1966. Un deporte muy popular también para los televidentes de Tecámac, Estado de México (González Victoria y Valles Ruiz, 2015, p. 109). Don Macario pertenecía a una rica estirpe de rancheros propietarios. Uno de sus sobrinos, Marcos Campos, fue dueño de un cine de nombre Bugazán. Un día en la plaza de San Miguel un grupo de amigos -nacidos entre 1930 y 1940- conversaban lo siguiente al respecto:
A: Luego llegaron las televisiones, como la de don Maco [Macario], hasta puso unas bancas de madera para sentarnos.
B: Allí asistíamos de chiquillos, que a ver las caricaturas, Perdidos en el espacio [serie televisiva de ciencia ficción de 1965], eran las diversiones de antes.
A: Creo que cobraba un diez o un cinco
(Extracto de diario de campo, 22 de marzo de 2019).
En este extracto de diario de campo se percibe como estas personas, ahora adultos mayores, se refieren a las televisiones como las “diversiones de antes”, cuando en ese tiempo las percibían como las diversiones “modernas”. Este punto de vista es parte de una reinterpretación de memorias compartidas que sale a relucir durante un momento de charla. En palabras de Jesús Cortés: “Hubo una temporada en la que nosotros, y muchas otras gentes, buscábamos donde nos permitían ver la TV, a veces necesitando hacer un pequeño pago (…) Macario Campos (…) tenía un aparato [de televisión] bastante grande y arregló un cuarto de su casa, frente al templo de San Miguel, para acomodar (…) bancas (…)” (Cortés, 2015).
Jesús Cortés caracteriza esos años como una búsqueda por televisiones. La vivienda de don Maco se encontraba cerca de la entonces carretera federal frente al templo de San Miguel Arcángel y a un costado del árbol de El Zalate, espacios imprescindibles para la realización de actividades religiosas y lúdicas del catolicismo popular, como La Quema de Judas. Ahí se arremolinaban los grupos de muchachos de la época, en su mayoría varones. Pero las mujeres también contaban con espacios y programas predilectos. En la década de 1970:
En el caso de la TV de mi tío Carranza, por un tiempo también a mis hermanas les gustaba ir para ver algunos programas con los artistas del momento: Manolo Muñiz, Enrique Guzmán, Angélica María, César Costa, Johny Laboriel, Los Rocking Devil, Los Teen Tops, Los Apson (…) a mí no me agradaban mucho esos programas y hasta me daba cierto coraje cuando (…) Carranza [el dueño] les daba por su lado a las muchachas y los sintonizaba (Cortés, 2015).
Llama la atención cómo para Jesús Cortés comenzaban a diferenciarse las audiencias televisivas y musicales de acuerdo con el género. Las bandas de rock and roll mexicano, que endulzaban canciones de los Rolling Stones y otras bandas estadunidenses y británicas, fueron asociadas a los gustos juveniles de las chicas de Poncitlán. Doña Eva -nacida en 1953- me comentó: “Había dos canales, el 4 y el 2, de puras caricaturas y noticias y películas de los años veinte, de Pedro Infante de Javier Solís, El Piporro y Clavillazo y luego programas de Chespirito” (Eva, comunicación personal, 27 de abril de 2019).
Muy pronto otros propietarios de televisores detectaron la oportunidad de ganar unos cuantos centavos al convertir estos dispositivos electrónicos en un tipo de cinema local de paga. Incluso algunos llamaban “matiné” al acto de ver la TV los domingos por las mañanas, como en los cinemas (José de Jesús, comunicación personal, 9 de septiembre de 2019). Don Alberto -nacido alrededor de 1940- lo presenció: “Cuando yo me compré una televisión llegaban unos chiquillos a verla. ‘Tenga un centavo’, me dijeron. ¿Por qué les voy a cobrar, si yo no les cobro nada? Me contestaron que así andaban en otras casas cobrando por ver la televisión” (Alberto, comunicación personal, 21 de junio de 2017).
Y continúa, “se me hacía una injusticia para la gente haber tanto cine y tanta televisión, en la mañana y en la tarde” (Alberto, comunicación personal, 21 de junio de 2017). Le parecía injusto porque las personas apenas podían satisfacer sus necesidades básicas, pero gastaban para ver las novedades del momento. Cobraban la “entrada” a diez o veinte centavos, como el cinematógrafo, un precio susceptible de pagarse con huevos de gallina. Estas tarifas son las mismas reportadas por “la señora María del Carmen Estela Martínez Zavala” en San Luis Potosí, relato publicado en un libro sobre anécdotas de los primeros avistamientos de telerreceptores (González Victoria y Valles Ruiz, 2015, p. 53). El mismo precio de veinte centavos también se cobró en Acxotla del Monte, Tlaxcala, entre 1973 y 1974 (David, comunicación personal, 22 de enero de 2020).
Los migrantes norteños también fueron una fuente de introducción de tecnologías. Para el caso de San Miguel Zapotitlán, don Antonio me dijo lo siguiente: “Cuando don Pedro Enciso se fue pal Norte, luego que regresó, se trajo una televisión. Que ahí veíamos nosotros el juego [futbol y beisbol], las peleas y todo, y nos cobraba 10 centavos por ir a ver. Nos amontonábamos un friego de gente [muchísima]” (Antonio, comunicación personal, 8 de octubre de 2019).
Enseguida los “jóvenes de antes” se ilusionaron con la promesa de la abundancia de tecnologías traídas de Estados Unidos. Como me comunicaron unos informantes, “una televisión costaba como una casa chica, por eso la gente se iba al norte”, allá ahorraban en dólares y al regreso compraban sus aparatos televisivos en México, ya que era más sencillo que transportarlos desde el norte (Luis, comunicación personal, 10 de diciembre de 2018). Junto con los migrantes norteños que regresaban a sus localidades y platicaban sus experiencias, el arribo de las televisiones callejeras dotó a los poncitlenses de un sentido de achicamiento del mundo, como lo explica don Salvador: “El mundo era así [hace un pequeño círculo con las manos], ahora es así” [figura un gran círculo con las manos], el mundo se “achicó” (Salvador, comunicación personal, 23 de marzo de 2019).
Parece que la recepción de la TV fue de un entusiasmo uniforme. Aun así, encontré evidencia de críticos que se acongojaban por un Poncitlán transformado por esos artilugios electrónicos modernos. El primer libro del cronista local, Luis Antonio Franco Acosta -nacido en 1951-, fue planteado como un intento de documentar la oralidad posterior al arribo de las televisiones. A juicio del cronista: “los primeros receptores de televisión (…) fueron sustituyendo poco a poco esta cultura de la comunicación en la cual se transmitían por pláticas en las noches donde se formaban círculos entre padres, hijos, amigos y donde se relataban estas fantásticas leyendas” (Franco Acosta, 2002, p. 7). Las críticas no permanecieron en la memoria de los poncitlenses, una memoria selectiva como cualquier otra. Las evidencias etnográficas reseñan el entusiasmo por estas tecnologías mediáticas al ser indisolubles de la memoria de los jóvenes de antes.
La domesticación de la TV: 1980-1990
A finales de la década de 1970, y durante las dos subsecuentes, las pantallas televisivas transitaron del espacio público al interior de los hogares poncitlenses. Las televisiones por fin se domesticaron. Los “jóvenes de antes” avanzaron a la adultez, alcanzaron un nivel de ingresos que les permitió comprar sus propios telerreceptores para uso personal y, a su vez, transformaron sus concepciones sobre el hogar y el espacio público. De esa manera debilitaron los modos de sociabilidad callejera basada en las pantallas de cine y TV que aspiraban replicar. Resulta paradójico que los miembros de las generaciones socializadas afuera, en los cines y televisiones callejeras, fueron quienes construyeron el ideal normativo de la vivienda basado en las tecnologías domésticas.
En el periodo 1980-1990 los televisores públicos y los cines perdieron relevancia como espacios para la sociabilidad poncitlense. La mayoría de los cuestionados al respecto culpan a los videocasetes de la desaparición de los cinemas y el retroceso de las televisiones públicas. Si bien es posible que la disponibilidad de películas en videocasetes fuera en parte responsable de esta situación, también lo fueron otras cuestiones sociales, demográficas y económicas, las cuales esbozaré a continuación.
Primero, en esos años la situación económica general mejoró. Por un lado, los migrantes radicados en Estados Unidos apoyaron a sus familiares con remesas. Por otro lado, los migrantes norteños regresaron a sus localidades de origen con televisores comprados en el Norte. También, las fábricas instaladas en el corredor industrial de las afueras de Guadalajara brindaron empleos que permitieron el acceso a los poncitlenses a mayores facilidades para el consumo de tecnologías mediante créditos o salarios constantes, a diferencia de las actividades agrícolas.
En la década de 1970 en San Miguel Zapotitlán, Lidia -nacida en 1968- asistía con frecuencia a casa de su madrina para ver la TV en compañía de los hijos de la familia de ésta y los niños de la cuadra. Lidia recuerda que su padre, al verla tan entusiasmada con este electrónico, le prometió comprarle el suyo propio (Lidia, comunicación personal, 21 de junio de 2017). Una mujer de Poncitlán -nacida en 1974- visitaba la casa de una amiga para acceder al disfrute televisivo todavía en 1982, cuenta: “Mi madre me regañaba y me encerraba en mi cuarto. Pero yo me salía a la casa de mi amiga vecina a mirar las caricaturas”. Viendo la rebeldía de la pequeña, sus padres decidieron ahorrar varios años para comprar su propio electrónico, “hasta cuando cumplí trece años [en 1987] tuve tele en mi casa” (Sara, comunicación personal, 11 de abril de 2019). Ambas jóvenes fueron responsables de que sus padres compraran una televisión en este nuevo contexto económico.
Segundo, para esas fechas, los “jóvenes de antes” se convirtieron en adultos y cambiaron su estilo de vida. Muchos de ellos ocupaban su tiempo libre en practicar beisbol o futbol en ligas dominicales además de ocuparse de sus familias o negocios. Estas otras actividades los distinguieron como adultos, a diferencia de su niñez y juventud caracterizadas por la asistencia a los entretenimientos públicos.
Tercero, como ya mencioné antes, algunos miembros de esas generaciones, o sus hijos nacidos entre 1960 y 1970, se marcharon a Estados Unidos u otras ciudades de México. Esta ausencia significó que los televidentes de las pantallas colectivas se encontraban lejos de sus localidades como para continuar con estas prácticas. De hecho, una de las lamentaciones comunes de estos indocumentados es que en el país del norte su tiempo se dividía entre el trabajo y ver la tele en casa porque temían salir a la calle y ser deportados. Por esa razón, asociaron su regreso al terruño con otras actividades lúdicas como los paseos, bailes y fiestas patronales.
Cuarto, las consideraciones sobre el espacio apropiado para los infantes también cambiaron. Debido a la amplitud de la alfabetización y un mayor riesgo percibido en las calles, los padres insistieron en que el espacio adecuado para sus hijos fueran los interiores de las viviendas. Para ello intentaron acondicionar sus hogares con el equipamiento tecnológico de moda: pantallas televisivas, videocaseteras y más adelante consolas de videojuegos. De esa manera cumplieron con el ideal normativo del hogar alrededor de la tele pregonado en la publicidad.
Este sentimiento anti-vagancia callejera adquirió otra dimensión en San Miguel Zapotitlán. A finales de 1980, e inicios de 1990, algunas personas acondicionaron la televisión como una técnica moral para evitar el vicio y la vagancia relacionados con las calles. Don Alberto Cortés -nacido alrededor de 1950-, perteneciente a una familia de San Miguel que introdujo distintas novedades técnicas al pueblo, rentaba casetes VHS con filmes que después proyectaba en un televisor dentro de un taller de su propiedad adecuado como cinema. Los asiduos al lugar fueron los jóvenes, quienes se organizaban entre ellos para pagarle a don Alberto el precio de funciones especiales de sus películas favoritas para mirarlas una y otra vez. Los filmes más exitosos entre la “juventud de antes” fueron los de acción y narcotráfico de los Hermanos Almada (Mario y Fernando Almada Otero), así como el cine de ficheras.
Este TV cinema cerró “porque los muchachos empezaron a drogarse, a meter alcohol y otras cosas” (Alberto, comunicación personal, 20 de marzo de 2017). Fue entonces cuando don Alberto pensó en otro uso para las pantallas, uno que finalizaría con los abusos. Primero instaló un sistema de transmisión televisiva por cable en cuatro casas de sus amistades y luego retransmitió películas. Estas transmisiones fueron un borrador para un sistema mayor de televisión por cable que conectaría a las demás viviendas del pueblo. El objetivo de este tele-sistema fue proveer entretenimiento sano a las personas, pero dentro de sus hogares.
Durante el gobierno panista del presidente de México Vicente Fox (2000-2006), don Alberto Cortés fue electo autoridad del pueblo (delegado) y expandió la instalación a más hogares. Con ayuda de uno de sus hermanos en las cuestiones técnicas, instalaron el cable en más de ciento cuarenta viviendas del pueblo. El sistema funcionaba de la siguiente manera: don Alberto compró una antena parabólica y la acondicionó en el techo de su casa. La señal captada por la parabólica la retransmitían por la red de cable hacia receptores instalados en las casas de los usuarios, cobraba cien pesos al mes por el servicio que llamó Sistema de cable Cortés.
Una vez cimentado este sistema técnico televisivo, los hermanos Cortés comenzaron a filmar los partidos de futbol domingueros para retransmitirlos por el cable. Esto evitaría que los hombres fueran a ver el partido en vivo y se emborracharan, como era costumbre. En ese entonces, don Alberto filmó uno de sus informes de gobierno para transmitirlo a los usuarios del cable de San Miguel Zapotitlán. Una práctica que imitó del presidente de la República mexicana. Y aunque el sistema no acabó con la vagancia y el vicio callejeros, para ciertas personas, como Luis Ramón -nacido alrededor de 1958-, aquello “fue una estructura de unión de la comunidad porque la gente platicaba en la calle lo que veía en la televisión” (Luis Ramón, comunicación personal, 3 de mayo de 2017).
Al final, el desarrollo local de la televisión por cable en San Miguel Zapotitlán enseña de nueva cuenta la plasticidad de la TV que se acondicionó conforme los entendimientos locales. Los “jóvenes de antes” se habían convertido en adultos con otros valores y opiniones. Opinaban que las nuevas generaciones debían olvidarse de la sociabilidad de la calle, a diferencia de su juventud, por eso también transformaron el sentido y uso del televisor, el cual pasó de ser colectivo, público y callejero a convertirse en el electrodoméstico del ideal normativo.
Conclusiones
En estas páginas describí cómo se anudan tecnologías mediáticas, espacio, memoria y juventudes en los recuerdos de los poncitlenses. Las televisiones primero fueron interpretadas como pantallas públicas y colectivas similares a los conocidos cinemas a finales de la década de 1950. Cerca del siglo XXI, el televisor se domesticó hacia modos familiares de entretenimiento más parecidos al ideal normativo que se promovía en algunos países anglosajones. Este proceso de domesticación (Morley, 2010) fue atestiguado y efectuado por “jóvenes de antes”, quienes eligieron de manera colectiva los usos apropiados de los entonces novedosos telerreceptores. Este recorrido por la memoria de esos “jóvenes de antes” recupera cómo fueron vividos los años del “progreso” entre 1950 y 1980 y cuál fue el papel de las novedades tecnológicas televisivas. Al final, este artículo explica la penetración de la televisión en un sitio concreto de México al detallar la sociedad, la cultura, la economía y la política que condicionan el éxito o el fracaso de cualquier tecnología.
Agradecimientos
Externo mi agradecimiento al programa de becas CONAHCYT para estancias postdoctorales 2022 por brindarme el apoyo para redactar este artículo.
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Notas
1 Los nombres de los interlocutores-informantes son sustituidos por seudónimos.
2 La información para este artículo proviene del capítulo VIII de mi tesis doctoral titulada Prácticas y discursos del imaginario tecno social de la modernización en Poncitlán, Jalisco (Díaz, 2021).
3 Para una revisión del estado de la cuestión sobre este tema, véase el artículo de Jerónimo Repoll (2010).
4 Las traducciones son del autor.
5 En los últimos años ha surgido un grupo de estudiosos sobre la historia de la televisión que agrupa a prestigiosas universidades del país (por ejemplo, UNAM, Universidad Iberoamericana, Universidad de Guadalajara, Instituto Mora), así como al Archivo General de la Nación. El jueves 10 de noviembre de 2022 organizaron el coloquio Historia de la televisión en México, disponible para su consulta en el canal de YouTube del Instituto de Investigaciones Históricas (UNAM-Históricas, 2022).
6 Consúltese el artículo de Francisco Hernández Lomelí (2020) que muestra cómo la televisión fue presentada por la prensa tapatía entre 1924 y 1935; así como la revisión sobre los usos de la TV entre los indígenas en Orobitg (2020).
7 Para más información, véase la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI], 2022).
8 Imaginario sociotécnico o tecno social consiste en una serie de “visiones colectivas de futuros deseables, institucionalmente estabilizadas y realizadas públicamente, animadas por entendimientos compartidos de formas de vida y orden social, alcanzables y soportados a través de los avances en la ciencia y la tecnología” (Jasanoff, 2015, p. 4).
9 Debutaron en el Teatro Degollado de su natal Guadalajara en 1932. Son consideradas las pioneras del género de “duetos femeninos”; su fama creció junto con la expansión de la mítica radiodifusora XEW en la “era de oro de la radio mexicana”. Juntas grabaron veinte discos (Aguila, 2012).